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jueves, 10 de octubre de 2013

Una victoria para Victor

Todos los días la  veía salir a las cuatro en punto. Abría el Ford Escort rojo por el asiento del copiloto para introducir el bolso y el abrigo, luego bordeaba el coche por delante, arrancaba y se colocaba el cinturón ya en marcha, mientras salía hacia la calzada en dirección al trabajo. 
Adoraba contemplar aquel ritual que ella hacía casi a diario sin ser consciente del ritmo melódico que imprimía, y de la maravillosa escena cinematográfica que él visualizaba desde la segunda planta del edificio de en frente. En ese momento entraba su imaginación para poder pasar la tarde con ella.
Ya tenía la foto del cuadro y la primera de las cartas donde le explicaría cómo, para compensar  su amistad, la enseñaría a adorar el surrealismo y el cubismo a través de su arte. No aspiraba a más, su amistad sería más que un regalo. Era tan insultantemente joven que no podía siquiera soñar con otra cosa, no debía, cómo podría ni pensarlo cuando la había visto crecer. Aprendió a no desear más esforzándose en ver como una terrible descortesía, incluso una indecencia, el siquiera pensar en rozar su  piel, cosa que, a partir de los 65 años no le resultaba del todo difícil.
Dejaría en aquella tienda el cuadro, sería su regalo, solo para ella. Le daría las claves para recogerlo y entenderlo a través de sus cartas, como un juego que no pudiese completarse hasta haber conseguido llegar al final: ella debería entender en qué consistía cada una de las pinceladas para las que había servido de inspiración.
Así, a las cuatro en punto salió a su encuentro, como siempre ella se dirigió a la puerta del copiloto y él se acercó decidido y nervioso extendiendo el brazo hacia ella con un papel en la mano.
-Buenas tardes- dijo acercándole su mensaje.
-Hola Victor- desplegó una cálida sonrisa mientras tomaba y abría el papel.
“Deseo tu amistad, ¿qué dices?”. Levantó timorato la cabeza y preguntó –“¿qué dices?”
-“¡Claro Victor! Gracias, es un gesto muy bonito. Disculpa pero debo ir a trabajar”
-“Claro, claro” – respondió con entusiasmo
Volvió a casa exultante. A partir de ese momento comenzó a enviarle cartas con las claves de su obra y del lugar donde se encontraba su regalo. Delicadas y dedicadas epístolas donde hablaba de arte, su manera de entenderlo, de vivirlo.
Ella recibía aquellas cartas y las guardaba en un cajón. Sabía que Victor hacía años que no estaba bien. Había oído quejarse a su mujer diciendo que había perdido la cabeza y que nadie sabía la cruz que ella tenía que soportar a diario.
Nunca fue a por su cuadro, ni pudo descubrir ni identificar como propios sus trazos. Sin embargo, años después de abandonar aquel barrio y sus rutinas, tras años sin volver a saber nada  de él, pudo reconocer la victoria de Victor: aún permanecía en su recuerdo y en su curiosidad aquel personaje que un día triunfó entregándole aquel papel 

sábado, 7 de septiembre de 2013

De amistades y apegos

Una de las cosas que me gustan del  retorno a rutinas, algo bueno tenía que tener, es el reencuentro con  aquellos a los que el verano aleja temporalmente de tu vida. Ayer retomé charla cervecera después de clase, algo tranquilo y sin pretensiones que raramente me deja  neutra. Tema del día: el tratamiento de los amigos.
Yo reconozco una cierta visión infantil de la amistad. Por suerte o por desgracia soy persona de apegos y me gusta valorar a los que forman parte de mi vida de un modo continuado y cercano, cada uno en su medida en función de intimidades, querencias, vivencias y valores compartidos. Así, afortunadamente, siento que hay quizás mucha más gente de la que merezco cerquita de mí.
La conversación de ayer sin embargo no iba por esos derroteros, más bien iba dirigida a aquellas personas que formaron parte de nuestras vidas y que por algún motivo han desaparecido. Alguien comentó que, si las personas que la rodeaban no le daban al menos lo que ella ofrecía no tenían cabida en su vida y se deshacía de ellas sin más.
Me pareció espeluznante, ya dije que yo soy de apegos. Por un lado ese lanzar al olvido a alguien con quien se ha compartido experiencias, confidencias, tiempos y espacios de un modo tan gélido me pasma. Digo yo que haber formado parte de la vida de alguien, si no ha habido daños de por medio, debería dejar siempre un pequeño espacio en el wall of fame vital de aquellos. Me parece demasiado triste sentir que hay personas que fueron tan importantes y que nuestra aportación no haya dejado absolutamente ninguna huella.
Por otra parte nunca pensé que hubiese que exigir a los demás lo que damos, no quisiera yo imponer, más bien soy de la creencia de que  hay que aceptar o no  lo que cada uno está dispuesto a dar.
Es curioso ver las muy diferentes formas que tenemos de ver las “mismas” relaciones personales.

Yo me quedo mis apegos y cedo espacios en mi particular wall of fame para todos aquellos que por aquí pisaron fuerte, aportando algo en positivo y siempre desde el cariño.