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lunes, 25 de junio de 2012

53/ Gente corriente

Micro galardonado con el tercer premio en el certamen Valladolid Internacional 2012. Vale.

Imagen portal de reallifesuperheroes

     Me sublevó ver cómo trataron a la pobre señora. No dejaron espacio suficiente para pasar con el carrito de la compra por aquella acera anoréxica. Tuvo que descender, con riesgo de su vida, a la carretera por la que circulaban bólidos en descarnada competición. En aquel momento decidí tomar cartas en el asunto y ayudar a mis conciudadanos a tener una vida más agradable. Empecé por cosas triviales para tantear y así ir cogiendo confianza. Saludaba con una sonrisa siempre. Abría la puerta a los vecinos, ayudaba a subir la compra a la Sra. Ofelia, recogía las cacas de los canes de la zona de juegos infantiles, de noche buscaba y reservaba aparcamiento a los que antes solían dar cien vueltas al barrio, para acabar llegando siempre tarde a casa, junto a sus hijos…
    Noté en pocas semanas que todos me saludaban y me sonreían al cruzarse con mi nuevo yo. Incluso me facilitaban la labor, y sin cortarse un pelo me pedían favores cada vez más complejos. Cambiaba ruedas pinchadas, cuidaba niños mientras los progenitores hacían encargos urgentes e inaplazables, vigilaba y evitaba hurtos en el mercado municipal (en varias ocasiones llegué a recuperar un par de bolsos)…
    Decidí dar notoriedad a mi labor. Me hice confeccionar un traje a medida de colores eléctricos y brillantes con una capa y todo. De veras. En el pecho me bordé las iniciales SHB (Super Héroe de Barrio). Mucho tiempo anduve aún haciendo feliz a la gente y mejorando las condiciones de vida de mis congéneres, a costa incluso de las mías propias. Pero pronto llegaron las críticas, las envidias, las quejas por no estar siempre donde me necesitaban (todo el mundo consideraba que me necesitaba y de inmediato) y por último, como toque de gracia: La competencia desleal. Proliferaron imitadores de todo tipo, que enfundados en ropa deportiva de estar por casa o trajes de carnaval de reducidas tallas, se dedicaron a quitar los cepos de la grúa, cobrar deudas, disuadir acreedores… todo ello a módicos precios, claro.
   Acabé dejándolo por descrédito y porque la verdad, cuando ya todos vestían chándal, antifaz y capa, tuve que asumir que ya no queda gente corriente. Ahora yo voy a lo mío, cosa nada baladí, y que, en los tiempos que corren, también es toda una heroicidad.

martes, 3 de abril de 2012

37/ Ilusiones


   Tío Abolafio, en su lecho de muerte decía que en su vida lo había visto todo, que como ya nada le sorprendería, estaba preparado para marchar. Y sí, se marchaba por la ventana mientras nos lo decía, ladeando la cabeza y dejándose mecer por el viento sobre los campos de almendros en flor. Había pasado dos guerras o como aclaraba él, las había dejado pasar, había visto un hombre en la luna y hasta un extraterrestre en su trigal, un día de verano mientras apuraba el botijo bajo el peso de su sudor.

    A los peques nos parecía poco bagaje. Nosotros teníamos la Play 2 y en apenas unos meses habíamos visto mucho más.
    Fue papá el que nos sacó del error. Ciertamente no habíamos visto nada. En una conjura familiar sin precedentes, una mañana hicimos brotar en los almendros toda suerte de frutas exóticas que metódica y arbitrariamente fuimos colgando de sus ramas sarmentosas.
    Durante años, aquellos almendros devinieron vid, cocoteros, plátanos, manzanos… De todo menos almendros. Tío Abolafio, escéptico, sonreía socarrón e inmóvil, varado en su mar de sábanas blancas, y en el erial de su rostro se adivinaba un brote de ilusión cada vez que germinaban los allozos.
    Ahora, cada vez que me acomodo la nariz roja aparecen nubes en el techo y llueve en la planta 4ª. Entonces es cuando me parece vislumbrar la sonrisa mellada de aquel enjuto hombre en cada uno de los niños que riendo buscan cobijo junto a mi bata.