Micro galardonado con el tercer premio en el certamen Valladolid Internacional 2012. Vale.
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Me sublevó ver cómo trataron a la pobre señora. No dejaron espacio suficiente para pasar con el carrito de la compra por aquella acera anoréxica. Tuvo que descender, con riesgo de su vida, a la carretera por la que circulaban bólidos en descarnada competición. En aquel momento decidí tomar cartas en el asunto y ayudar a mis conciudadanos a tener una vida más agradable. Empecé por cosas triviales para tantear y así ir cogiendo confianza. Saludaba con una sonrisa siempre. Abría la puerta a los vecinos, ayudaba a subir la compra a la Sra. Ofelia, recogía las cacas de los canes de la zona de juegos infantiles, de noche buscaba y reservaba aparcamiento a los que antes solían dar cien vueltas al barrio, para acabar llegando siempre tarde a casa, junto a sus hijos…
Noté en pocas semanas que todos me saludaban y me sonreían al cruzarse con mi nuevo yo. Incluso me facilitaban la labor, y sin cortarse un pelo me pedían favores cada vez más complejos. Cambiaba ruedas pinchadas, cuidaba niños mientras los progenitores hacían encargos urgentes e inaplazables, vigilaba y evitaba hurtos en el mercado municipal (en varias ocasiones llegué a recuperar un par de bolsos)…
Decidí dar notoriedad a mi labor. Me hice confeccionar un traje a medida de colores eléctricos y brillantes con una capa y todo. De veras. En el pecho me bordé las iniciales SHB (Super Héroe de Barrio). Mucho tiempo anduve aún haciendo feliz a la gente y mejorando las condiciones de vida de mis congéneres, a costa incluso de las mías propias. Pero pronto llegaron las críticas, las envidias, las quejas por no estar siempre donde me necesitaban (todo el mundo consideraba que me necesitaba y de inmediato) y por último, como toque de gracia: La competencia desleal. Proliferaron imitadores de todo tipo, que enfundados en ropa deportiva de estar por casa o trajes de carnaval de reducidas tallas, se dedicaron a quitar los cepos de la grúa, cobrar deudas, disuadir acreedores… todo ello a módicos precios, claro.
Acabé dejándolo por descrédito y porque la verdad, cuando ya todos vestían chándal, antifaz y capa, tuve que asumir que ya no queda gente corriente. Ahora yo voy a lo mío, cosa nada baladí, y que, en los tiempos que corren, también es toda una heroicidad.