
Nada sucede después; sólo silencio y vacío. Un frío desgarrador que te quema el alma y lo que no es alma. Bueno, sí ocurre algo; ocurre que todo se para. “Ya pasó todo” piensas, y piensas que en verdad no pasó nada. Que aquello no sucedió. Luego, ahora vamos, imagino que no estoy aquí, que aún estoy allí, en el parque. “¿Cuándo fue?. No sé, no recuerdo”. Ella también está; en el parque, jugando, columpiando su melena al viento, adelante, atrás, y sonriendo al cielo. Su risa es música celestial (ya sé, suena estúpido) esa música que llena este silencio que rompe murallas; pero ahora no quiero oír el Réquiem. Mozart me entristece y yo, en el fondo, no quise llevar la pelota. Y no ocurre nada, pero la llevé. Y allí mismo juega a ser Messi. Nada más sucedió después. Hay tanta gente aquí, nadando sobre un murmullo sordo, chirriante y quejumbroso, como goma de neumático quemada sobre asfalto. Sucede, sí, que alguien me da una piedra, la cojo y la miro. Es verde, como sus ojos glaucos. Aún está caliente; aún palpita de vida. Nada más sucede.