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lunes, 17 de marzo de 2014

82/ Tempus fugit




Aquesta tarda m’incineren, però això no és el més important, ara en el que he de pensar és en com viure la resta de la meva vida.

***

Esta tarde me incineran, pero eso no es lo importante, ahora en lo que debo pensar es en cómo vivir el resto de mi vida.

sábado, 11 de enero de 2014

80/ Vente pal pueblo, Pepe, o el apocalipsis moderno.

    
Ilustración de Carmen Tower. Plaza de pueblo.

    Un turista ya no se encuentra fácilmente. Un turista es un ser condenado a extinguirse. En la ciudad de Amina ya hace años que no se ven. En la insignificante Villa del Morral muy por el contrario, cuando llega uno, se le acoge con júbilo, se le lava en la fuente de la Plaza Mayor, se le proporciona descanso y se organiza una fiesta en su honor. Para ello es tradición sacrificar un vehículo. Resulta crucial hacer el peregrino a fuego lento si el vehículo no es diesel y sobre todo, enterrar bien todas sus pertenencias para que no dejen de venir.

lunes, 23 de septiembre de 2013

76/ Reencarnación prematura o discontinuidad de las plazas

Foto: Utku Sarioz
      
   Nadie me sabe decir cómo ha llegado hasta ahí, sola. Yo tampoco sabría, la verdad. Cuando me senté en el banco con la pistola en el regazo no estaba: lo juro, de otra forma habría oído su llanto agudo y persistente. De hecho, tampoco soy consciente del momento en el que ha empezado a llorar. ¡Yo qué voy a saber! La gente pasa rápida por nuestro lado. Algunos paran, la miran, me miran y mascullan algo ininteligible. Sacuden la cabeza y aprietan los labios, como para que no se les escape la vida. Luego agachan la cabeza y continúan su camino. Yo, inmóvil junto al moisés, pienso en qué hacer con ella. La vida, ¡ah, la puta vida! Enciendo mi último cigarrillo y lo apago de inmediato al sentir miradas de condena como alfileres en los ojos. ¡Así no hay quién pueda! Ya he tomado una decisión: mañana me voy a suicidar a otra plaza.

martes, 4 de junio de 2013

72/ De los infinitos matices tonales del color lodo


    Simone es un desertor atípico. Corre de noche, con su guerrera azul teñida de fango, hacia la trinchera enemiga. Su estrépito le delata. Es en mitad de la tierra de nadie, sembrada por igual de uniformes azules y verdes color barro, donde Simone se cruza con Armand y su casaca verdosa. Le oye repetir una palabra ininteligible, pero que suena similar a la que él lleva rato paladeando. Congelados, frente a frente, aún les da tiempo a sincronizarlas en un mantra mudo —libertà, liberté—, antes de que una bala perdida los entierre por siempre en el lodo de la historia. 

viernes, 3 de mayo de 2013

69/ Un fulgor silencioso






     Un fulgor metálico y dorado reverbera en el cielo de la ciudad. Un brillo viscoso que está por todas partes. Latón que envuelve la urbe, desde el cielo y el suelo. Los transeúntes llevan incrustado ese resplandor en la cara, en sus impermeables, en sus sobretodos y hasta en los paraguas desplegados. Se pega y cala en cada pequeño detalle de la plaza. El suelo pulido es un espejo lleno de cuerpos ambulantes que escupe ese reflejo amenazador, como un alma dormida, como un caminante muerto. No sabes si cae del cielo o brota de las entrañas de la tierra. Si han de venir por ti, desconoces si lo harán en naves en vuelo rasante o se abrirá el firme bajo tus pies para engullirte en un mordisco arenoso, seco.
    Cruzo despacio la plaza. Es una plaza enorme que a pesar de la lluvia, se encuentra repleta de gente. La plaza Catalunya de Barcelona en pleno centro de Londres. ¿Porqué hablan todos en francés? No sé. Sigo adelante y veo con curiosidad cómo cae la gente a mi alrededor. Van desplomándose, inanimadas, a un ritmo constante, secuencial; separados los cuerpos por el fulgor de unos cinco segundos. La primera, una joven con chubasquero rojo. Como roja es la sangre que sale, inmediatamente preñada de ese fulgor, del orificio dibujado en la sien… y cinco. Ahora un hombre de gabardina negra. No me sorprende la coreografía de los cuerpos cayendo. Tampoco que nadie corra. Me sorprende la ausencia de ruido. ¿Qué ruido cabría esperar ahí? ¿Qué otro ruido sino un estruendo seco que retumbe en el cielo áureo y que acompañe con un eco desolador y acompasado el desplome de los cuerpos? Y siguen cayendo. A mis pies cae un hombre que apaga su mirada en mi eco, en el resplandor que hay atrapado en mis gafas. Y ahí queda. Le sorteo con un grácil salto. No me giro; no corro; no grito. Nadie grita. Somos lo que somos, pienso. Gente civilizada, ¡por Dios! ¿Cuándo vendrán? ¿Por dónde vendrán? Miro al suelo esperando ver una grieta. ¡No se abre el suelo, no! Espero impaciente la boca devoradora mientras sigo caminando... y cinco otra vez. Eco sordo. Una madre con un bebé cae junto al coche de niño. El llanto del bebé sí lo oigo. Se pega al espeso resplandor y lo acompaña, como una letanía, igual que una saeta improvisada, un lamento de sirena. Miro ahora al cielo. Brilla. Es molesto el llanto de un niño. Muy molesto. ¡Por favor, que alguien dispare al bebé! Implorando con la mirada busco, ahora sí, al tirador que está sembrando la plaza de cuerpos, velando el espejo. Destapo al bebé dejándolo desamparado y pido a ese todopoderoso que esta vez apunte bien. ¿Estás ahí, en lo alto del edificio del banco central? ¿En la cubierta del centro comercial? Tal vez oculto tras el cartel giratorio del otro banco. ¡Sí, ahí debe de estar! Giro y oscilo el cochecito para ofrecerle el mejor blanco. Espero quieto, impasible… y cinco. Un abuelo que lee el periódico deja de leerlo… y cinco más. Un habitual cebador de palomas deja caer el alpiste sobre el que luego se derrumba. Las palomas le sacan los ojos en apenas cinco… Ahora un ciclista circula por inercia hasta chocar con el cuerpo del abuelo que hace que se desmorone el binomio bicicleta-ciclista sobre el frío espejo de la plaza… 
      La criatura ya lleva casi dos horas sin llorar, y yo llevo las mismas horas a su lado, fascinado por la pericia con la que sostiene el chupete entre sus labios desvaídos, mirándole como viéndome reflejado en un charco impregnado de un fulgor silencioso.






lunes, 28 de enero de 2013

61/ Piedra verde

     Nada sucede después; sólo silencio y vacío. Un frío desgarrador que te quema el alma y lo que no es alma. Bueno, sí ocurre algo; ocurre que todo se para. “Ya pasó todo” piensas, y piensas que en verdad no pasó nada. Que aquello no sucedió. Luego, ahora vamos, imagino que no estoy aquí, que aún estoy allí, en el parque. “¿Cuándo fue?. No sé, no recuerdo”. Ella también está; en el parque, jugando, columpiando su melena al viento, adelante, atrás, y sonriendo al cielo. Su risa es música celestial (ya sé, suena estúpido) esa música que llena este silencio que rompe murallas; pero ahora no quiero oír el Réquiem. Mozart me entristece y yo, en el fondo, no quise llevar la pelota. Y no ocurre nada, pero la llevé. Y allí mismo juega a ser Messi. Nada más sucedió después. Hay tanta gente aquí, nadando sobre un murmullo sordo, chirriante y quejumbroso, como goma de neumático quemada sobre asfalto. Sucede, sí, que alguien me da una piedra, la cojo y la miro. Es verde, como sus ojos glaucos. Aún está caliente; aún palpita de vida. Nada más sucede.

jueves, 14 de junio de 2012

51/ Última decepción


Con este último micro, ganador en el mes de Mayo en la categoría local, se cierra mi recorrido y participación en La Microbiblioteca de este año. Espero que les guste.

***

     El maravilloso tránsito a la otra vida que le habían prometido, desde el internado hasta su lecho de muerte, se vio frustrado a la segunda curva, cuando se dio cuenta de que la que conducía el coche fúnebre era su suegra.

viernes, 25 de noviembre de 2011

03 La llamada (en memoria)

 
Original lápiz. Xesc 1997






... y dios le llamó por teléfono.

Quiso no descolgar. Sabía para qué era.