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jueves, 16 de octubre de 2008

El monopoly cambia de reglas








"Disculpas aceptadas Capitán Needa" decía Darth Vader en la Estrella de la Muerte en Star Wars (¿Es necesario que ponga aquí quién la dirigió y cuando?) mientras le despachurraba las vértebras al infeliz militar haciendo un uso maloso de ese valor sagrado llamado La Fuerza.





Todo el mundo ha tenido la esperanza estos días de dirigirle semejante cicatería al director de su banco, a su jefe de Personal (ahora conocidos como coordinadores del departamento de Recursos humanos) o al tío de la constructora que te vendió un piso de 40 metros cuadrados a precio de oro asegurándote que "no se ha dado el caso de que una propiedad inmobiliaria haya bajado su precio" y escamoteándote la realidad: las crisis inmobiliarias se han producido siempre.





El caso es que la cosa está muy malita como ya sabemos y por eso ahora los señores más poderosos del planeta se han quitado la corbata y dicen que hay que cambiar las reglas del juego, que el capitalismo no funciona y que el neoliberalismo es una especie de aberración contra natura. En el tercer mundo ya se sabía esto pero, la verdad, estan taaaan lejos que nadie ha tenido tiempo para ir a preguntarles sobre qué opinaban ellos de eso de llevarnos las materias primas a precio de ganga y revenderlas con beneficios del 800%.

Que sólo una minoría defendiera que un sistema que garantiza la supervivencia de menos del 10% de la población mundial a costa del otro 90% es simplemente criminal e inhumano, que hayamos permitido que las empresas y las entidades financieras tengan más derechos que los estados o que sus ciudadanos es, simplemente, contrario a derecho.


El neoliberalismo, del que ya ha renegado hace años incluso Fukuyama (al que hay que leer con atención aunque uno no esté de acuerdo, ha tardado en consumirse menos de veinte años. Un ejemplo de rápida autocombustión que, al parecer, se postuló como la única solución posible para canalizar el nuevo mercado que apareció tras la caída de la política de bloques y que ha conseguido también en un tiempo record convertir a los países del Telón de Acero en una amalgama sospechosa de dictadores armados hasta los dientes, nacionalismos larvados, desempleo, pobreza y, por ende, caos y más caos.


Convertir la escena internacional en un tablero de Monopoly tiene el riesgo de que, si se juega durante demasiado tiempo, la Banca (la que tiene que repartir los 20.000 cada vez que pasas por la salida) se queda sin líquido, que los jugadores más débiles prefieren caer en la cárcel y quedarse allí porque todas las casillas están repartidas y no pueden pagar sus deudas.



Ahora el G-8 quiere redefinir las reglas del Monopoly, tirar el tablero y comenzar de nuevo. A nosotros, a los que alquilamos las casitas verdes o dormimos en las fichas rojas, no nos van a pedir opinión pese a que con nuestra plusvalía laboral se sustenta a las empresas y se pagan los intereses abusivos de los créditos. El primero en entonar el "mea culpa" o el "nostra culpa" ha sido Emilio Botín, del Banco de Santander que ya ha dicho que parte de todo esto es culpa de la obsesión por ganar dinero y por un fino instinto para sacarle los cuartos a los clientes. Que nadie se confunda porque Botín no habla de él, ni de los bancos tradicionales, no habla de lo que se conoce como "dinero viejo" (la nobleza de la burguesía bancaria) si no de todos esos pirados de los hedge funds como Philip Falcone -el señor que compró la la HBO e intentó poner sus zarpas sobre el NY Times antes de que Carlos Slim saliera en defensa del grupo editorial absorbiendo parte de su deuda- que anda enamoriscado del banco español y quiere hacerse con parte del Banco Popular y parte del BBVA.



Si alguien se pregunta cómo es posible que los bancos españoles se mantengan casi impertérritos ante una crisis global y nieguen, incluso, la intervención gubernamental que otros bancos de otras economías más poderosas no han dudado en aceptar con un "gracias, si nos disculpan estamos quemando en la pira a nuestros economistas liberales" y cagándose un poco en unos principios que se han revelado como Marxistas ("Si no le gustan mis principios, tengo otros"...Marxistas de Groucho, claro) es porque nos cobran comisiones abusivas desde hace años, mantienen las condiciones más duras sobre sus clientes y despliegan desde siempre una política de guerra económica que nos hace creer que cuando nos despertamos esta crisis ya estaba aquí. Me temo de que se han dado cuenta de que no hay manera de sacarnos más y temen que las nuevas medidas les afecten, quizás están intentando paralizar cualquier intentona por poner en marcha otras estrategias más relajadas de cara a no cargarse a los clientes. En definitiva, como se decía en El gatopardo, "necesitan que todo cambie para que todo sigue igual" por lo menos aquí.


Mientras la crisis arrecia ahí fuera, en el mundo civilizado, nuestros banqueros han descubierto que se está mucho mejor siendo potente cabeza de ratón que cola de león y rezan para que nadie les toque el Monopoly.