Imagen extraída de la red.A esa blancura que ya no puede rozarme.
Escamas repetidas
en dos corazones de carne.
La edad en ropa interior deserta de mis pasos,
amordaza las sienes y yo permanezco inmóvil
en esta ciudad cerrada, en esta habitación materna
que adelgaza el silencio, silba los cuerpos
con el ruido de los brazos
dando besos inútiles al aire.
Mi voz pesa en exceso
en esta serenidad suicida,
con este animal sangrante
que ejecuta mi nombre derivado,
con el recuerdo roído por el agua y el vértigo
de la ausencia pegada a mis párpados de nogal,
entre aullidos que tiemblan sobre su belleza de hija,
de madre, de semilla incrédula.
Una blancura que no puede rozarme,
deseada más allá de mis ojos, mucho más lejos
de ese caldo de cultivo que es mi cuerpo,
de esa vergüenza vieja que es la palabra tullida,
demasiado alta, densa y aceitosa,
como el sudor que quiere reconocerla
y se queda sobre las manos, penetrando el tiempo.
La muerte tiene lengua de lince,
y mis oídos siguen atentos,
porque una deuda conmigo
es una deuda con la humedad salada y ácida
que levantó una pared en los pulmones del mar,
un compromiso grave, amplificado en cada espuma,
en cada limitación de su inconmensurable sonrisa.
Marian Raméntol
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Poema recientemente publicado en la revista
Herederos del Caos, nº 15. Marzo-Agosto 2010.
Este mismo pema motivó un publirreportaje sobre mi trayectoria poética que fue radiado por Graciela Leg en Uruguay. (Agosto 2010)