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La familia Lucena es asquerosa.
La primera cosa que me enseñó mi padre de la vida es que las cicatrices de moto duelen menos que cualquier otra cosa que te ocurra. Así que, si me miráis bien de arriba a abajo, podréis observar las huellas de esta premisa: las dos cejas partidas, el labio inferior abultado, varios botes de Betadine más en los brazos y mil y una herida en las rodillas. A pesar de la controversia, la mayoría de estas desavenencias simplemente ocurrían al bajarme de la moto, pues, aunque la mitad de mi tiempo estaba en el agua y la otra mitad en una Vespa o Lambretta, jamás tuve un accidente.
No sé si se puede considerar conducción temeraria el moverte en una Vespa con una niña de meses en tu regazo. La primera vez que monté en uno de esos trastos de los años sesenta cuyo rugido puedo reconocer y diferenciar de cualquier otra cosa con tubo de escape, aún no gozaba ni de dos meses, ni de raciocinio suficiente como para negarme, pero Dios (o sea, papá, como diría Freud) lo vio justo y necesario. Mi primera cicatriz será de unos dos años o tres, la de la ceja, bajando de la moto cuando veníamos de Córdoba.
Así que la primera vista para sentencia que me enseñó mi padre fue que las cicatrices de moto son las que más asco dan de cuerpo para fuera y las más hermosas de cuerpo para dentro.
La segunda cosa es que el humo de un tren eléctrico no circula en ninguna dirección, porque no existe. No sé por qué de entre todas las cosas que podría enseñarme, mi padre se decantó por este dato que a ojos de todos podría resultar innecesario. Pero es que amaba los trenes tanto como a las motos y cuando no nadaba o Vespeaba, conducía trenes.
A raíz de esto, papá me enseñó un recorte de periódico en el que salía él. El recorte era una catástrofe; mi padre conducía con su hermano un tren, ésta vez de mercancías y se quedó sin frenos. Lo de los trenes es un poco como el Titanic, que no puedes abandonarlo si eres el capitán, por mucho iceberg que se cuele en tu camino, aunque sólo lleves mercancías.
Así que su hermano le dijo que saltara y él le dijo que no. En el último momento, mi tío empujó a mi padre y sacrificó su vida por la de su hermano (y por las mercancías, pero sin violinistas tocando hasta el hundimiento) Entonces me quedé sin tío y a mi padre no lo metieron en la cárcel porque se demostró que había sido empujado (no me preguntéis cómo)
Yo no hubiera saltado. No soy ningún cobarde. La gente cobarde me da asco, añadió.
Así que la segunda afirmación que me enseñó mi padre es que las cicatrices dan asco, pero no tanto como la gente cobarde. Y de paso, me inculcó el gusto por los trenes y las catástrofes, a igual escala.
No todos los días conoce una a un padre kamikaze, capaz de estrellarse antes que reducir su honor a la altura de la mierda. Mi boceto de conclusiones comienza por una idea como ésta: la velocidad quizá pueda correr más que los problemas, en todos sus formatos. Para denotar una base empírica, cuando mi padre o yo estábamos preocupados por algo, cogíamos la moto y rodábamos.
Papá, ¿esto no es una forma más de huir de los problemas? ¿esto no nos convierte en cobardes?
¿tienes sensación de huida o de libertad?
Punto pelota.
Papá me enseñó otras cosas, como que nunca debes tatuarte el nombre de alguien que conoces de una noche por un impulso de “amor a primera vista” porque luego te pasas la vida entera luciendo en el brazo el nombre de una desconocida que nunca más volviste a ver. También a hacer flexiones dando una palmada en medio y a hacer la voltereta en el aire. Cuando tenía cinco años me compró un cigarro de esos mentolado de las farmacias. ¿está asqueroso no? Pues si no quieres tener que volverlo a probar, no empieces a fumar.
Es como lo de dar cera, pulir cera pero en versión cordobesa.
Luego se murió y me dejó el resto de análisis para mi solita. Así que la primera noción que la edad y mi padre me pudieron dar del asco fue ésta:
Las cicatrices que no son de moto dan asco.
Los kamikazes dan asco, pero no tanto como los cobardes.
Tanto no saltar como hacerlo, dan bastante asco.
Si huyes buscando libertad, no eres un cobarde, porque la opresión da asco.
Tanto el amor a primera vista como tu amigo borracho tatuador son ejemplificaciones incipientes del asco, pero no tanto como los productos de venta en farmacias.
La cosa más asquerosa que tiene la vida es que personas importantes que un día están a tu lado al día siguiente no lo están, sin previo aviso, sin pedir permiso.
Por tanto, echar de menos es quizás, una de las cosas más crueles que tiene el asco.
El asco, en cualquier caso, es una catástrofe que quizá no deje cicatrices aparentes, pero consigue inmunizarnos de la cosa más bella y a la vez más asquerosa que tiene este mundo.
La propia Humanidad.
Y si ésta dicotomía no da el suficiente asco, que venga Dios (papá) y me lo explique.
**A papá y a su hermano...y a la Conchi del tatuaje de mi padre.