¡Hoy no os traigo ningún capitulo!
Es broma, tampoco os pongáis así…
¡Hoy os traigo el capitulo 4!
Lo primero explicaros el por qué no he contestado los últimos
trescientos comentarios. No me deja. Así de simple. He estado planteándome
cambiar a wordpress pero es una ‘movida’ modificar todo, cambiar a los
seguidores a otra plantilla etc. Pero quiero que sepáis que leo cada uno de
vuestros comentarios, con los que me río muchísimo cuando suplicáis un final
feliz y con los que me emociono entre tanta palabra bonita. Estoy deseando que
me deje contestarlos, aunque tenga que hacerlo desde el móvil porque aquí no me
vaya y tarde mil años, lo intentaré. Y seguiré leyendo los nuevos porque me
llena de ilusión.
Lo segundo es pediros perdón, otra semana más, por este
retrasito. Cómo veis la historia se está complicando. Sumados a los problemas
de blogger, en cuanto a entradas ya solucionados, y a mis estudios que fue lo
que interfirió el viernes pasado, he de decir que ya era hora de publicar.
Aunque sea a prisa y el capitulo se me haya ido de las manos en cuanto a
calidad, mejor algo que nada y mejor tarde que nunca ¿no es así?
Lo tercero, en lo referente a las preguntas comunes de los
correos:
1. El PDF: el PDF está previsto para verano, hasta entonces
me resultará imposible, he de revisar, reescribir y añadir capítulos.
2. El ‘personal blog’: este espacio que se iba a crear para
informar con pequeñas entradas sobre mí, que pudiese publicar desde el móvil,
para que vieseis que no os abandono, además de noticias sobre mis nuevas
historias, nuevos blogs, criticas y recomendaciones tanto de cine como de
literatura, algo de moda etc sería algo perfecto de hacer como dije, pero lo
veo difícil. Aún así lo tomo como proyecto.
3. Regularidad de los capítulos: en marzo intentaré ser más
puntual, por ahora los exámenes me atrapan y los problemas con blogger han sido
un mareo (por suerte en lo que a entradas se refiere, solucionado).
4. Actualizaciones del blog: PROOOOONTO, I promiss.
5. ¿Os dice algo el número 400.000? ¿No? ¿Por qué no echáis
un vistazo al contador de visitas! ¡SOIS GENIALES!
Bueno no me entretengo más, no sé qué os parecerá el capítulo
porque ha sido demasiado improvisado y de prisa pero espero que disfrutéis un
poquito de la lectura y a ver si puedo volver con fuerza, capítulos largos y
buenos y desvelaros que es lo que va a ocurrir al final.
¡Un saludo enorme!
***
Puede que no lo viese venir. Tal vez no lo esperase. Todo iba
bien dentro de los límites de lo que podía ir bien o no estando ahí dentro.
Bueno, no tenía sentido, nada lo tenía. Eran consecuencias, consecuencias de
una sociedad que comenzó hace años, llena de odio y rencor, crueldad y egoísmo,
fruto de las personas que vivían allí. Lo único que sabía con certeza es que
ellos estaban pagando por todo el daño que empezó en aquel entonces, y eso no
era justo. Pero la vida no era justa.
Irónico, el echo de que se te regale una vida para después
arrebatártela. Te enseñan a reír, a disfrutar, a divertirte, a llorar, a amar…
y luego nada. Todo se desvanece, de un momento a otro, lo pierdes sin más. Tan
sencillo como respirar y de un segundo a otro, dejar de hacerlo. Pero eso puede
que si tenga sentido. Si te dan algo y no te lo quitan no eres capaz de
apreciarlo. Y la vida, la vida había que apreciarla.
Por supuesto, los tributos que se encontraban en la Arena
habían aprendido a valorar sus vidas, pero eso no servía de nada, porque la
única forma de salir era acabar con las otras. Y eso, eso acababa con la suya.
Era una consecuencia también, se mantiene una mínima llama de esperanza para
que el pueblo esté tranquilo. Si le quitas esa esperanza, sencillamente el
pueblo no tendría nada que perder, lo habría perdido ya todo y de ser así,
habrían perdido también el miedo. Y eso es muy peligroso, realmente supondría
un problema.
Pero para el tributo
que sobrevive nada de eso sirve, porque lo que ha vivido le ha cambiado, y
nunca podría volver a ser la persona que era. Mantuvo su vida, pero a costa de
qué. Nada, no hay nada que le devolviese a su vida, y por eso eran peligrosos.
Por eso había que mantenerlos controlados. El problema fue demasiada esperanza,
que se juntó con valor, y eso tuvo terribles consecuencias. Por supuesto, fue algo
malo. Por lo tanto, y una vez más, el hecho de estar metidos en estos últimos
juegos volvía a ser una consecuencia. Una consecuencia de años atrás, podría
llamarse venganza, quizás.
Ese muchacho era el más peligroso de todos. Un joven de
cabellos dorados y ojos color mar, que perdió a su padre antes de nacer. Al que
secuestraron, le metieron en la Arena, junto a otros tributos. Se enamoró. Y
eso es lo más peligroso, más peligroso que la esperanza, puesto que no hay
mayor sentimiento que el amor. Pero aún podían controlarlo, porque le seguía
quedando una cosa. Una parte de la chica que había amado, y recientemente había
perdido. Por ello, debían hacer algo, algo que controlase su dolor y su furia,
su odio y su rencor. Algo que le diese esperanza, pero no la suficiente como
para atreverse a enfrentarse al gobierno que allí le tenía atado.
El niño era lo más importante del juego en ese momento. Del
pequeño Gale dependían muchas cosas, y eso había que controlarlo.
Todas las cámaras pues estaban pendientes del joven, había
pasado la última hora andando y corriendo, alterando el ritmo de sus piernas
tan pronto como el de su corazón lo hacía. Destrozado tanto por dentro como por
fuera. En tan solo un poco de tiempo, unas ojeras en su rostro aparecieron, los
rasguños de las plantas que ya no intentaba evitar goteaban sangre, poca, pero
visible. Lo suficiente como para recordarle que estaba vivo y que la vida, la
vida le seguía doliendo.
Llevaba una mochila colgada y la otra en el brazo, en la mano
su arma, aunque estaba tan distraído con sus pensamientos que de poco le
serviría un arma. Sus pensamientos en Amy, en como agarraba su mano, la
sensación que tenía al estar con ella. El momento en el que le dijo que le
quería de aquella manera, y tras eso, minutos después un cañonazo. Entró por
sus oídos y le destrozó por dentro, como si fragmentara cada uno de sus huesos
y al llegar al corazón, lo encerrase en un puño, apretándolo, asfixiante.
Lo que tenía que hacer era llegar a los matorrales, retirar
todas las ramas y entrar en la cueva. Curar a Gale era su prioridad, después
tendría que decirle que su hermana… que su hermana no iba a volver más. ¿Cómo
le dices eso a un niño pequeño? ¿A su hermano? Si a él le mataba el dolor,
imaginarse lo que sentiría Gale al contárselo le destrozaba aún más.
Ya ve la llanura que se sitúa en frente de la colina. Avanza
su paso, cansado, agotado mentalmente. No se ha enfrentado a nada comparado con
lo que le queda por delante.
Seguía con el amargo sabor de culpabilidad por no haber
llegado a tiempo. Era como si fuese él quien hubiese acabado con la vida de
Amy. Pero no sólo sentía culpabilidad por haberla perdido, también le quedaba
la rabia de no haber aprovechado su tiempo. Las oportunidades que había tenido,
de estar junto a ella en cada momento. Le gustaría intentarlo otra vez, porque
estar cerca de ella era algo indescriptible. La risa salía sin ningún esfuerzo,
los ojos brillaban al observarla, la sonrisa aparecía en su rostro al sentirla
cerca. Cada palabra suya era un mundo, cuando le agarraba y sentía el contacto
era algo superior, por no hablar de sus labios, los que no podía evitar querer
besar en cada momento. Pero no era sólo eso, era la calidez de su compañía, la
esperanza de sus palabras, la alegría de su risa nerviosa. Eran sus ojos poco
comunes, era su pelo sin peinar, y aún así, perfecto. Era su piel lisa, su
vergüenza, su nerviosismo y su valentía. Su fuerza y su debilidad, su timidez y
su inteligencia. Era ella en sí, cuanto menos interesante, cuanto más
atractiva. Única diría él, le aportaba mucho, mucho más de lo que podría haber
pedido, mucho más de lo que algún día había soñado. Lo era todo. Eso era
exactamente lo que pensaba, cómo fue capaz de serlo todo sin haber sido
siquiera nada.
Y ahora no estaba, se había ido. Había perdido la oportunidad
de tenerla, de quererla. No sabía si se odiaba más a sí mismo, o si odiaba más
al Capitolio. Pero no sólo era eso, ¿no se supone qué les rescatarían? ¿tan
pocos eran los que en el verdadero gobierno buscaban una solución al problema?
¿acaso habían tomado ya Panem? Ira, odio, rabia, cualquier sentimiento se movía
por su sangre extendiéndose por todo sus ser. Y eso lo mataba, lentamente. Pero
tenía la esperanza de que Gale viviese, de que les rescatasen un día, para
poder verle crecer, como Amy hubiese querido.
Así que tras un camino entero imaginándose besos con Amy,
besos pausados que se paraban en mitad de una sonrisa y seguían por la
necesidad de acortar la distancia que les separaba. Tras imaginarse todas las
palabras que le gustaría haberle dicho y todas las que le hubiese gustado oír.
Después de imaginarse la felicidad de estar los dos juntos, queriéndose, en una
sed interminable de no separarse nunca, de no abandonar ese sentimiento que les
movía. Y al fin se lo imaginó, su final perfecto, su final feliz, cada beso,
cada sonrisa, cada alegría compartida y sonrió nostálgico. Pero no era una
nostalgia de echar algo de menos, era una nostalgia de saber que nunca pasaría,
y eso si que lo echaría de menos. Eso le mataba lentamente, como si la viese
cada día y no pudiese hablarla, pero era peor, porque no volvería a verla.
Respira hondo y pausado, deja las mochilas delicadamente en
el suelo y mira alrededor sin prestar la atención suficiente. Retira las ramas
tirándolas hacia un lado con fuerza, como si la rabia que había en su interior
quisiese hacerse presente. Esa rabia se dividía de dos importantes partes. La
que le obligaría a dormir agotado por las lágrimas que querían salir sin parar,
y la que querría dar golpes para desatarla, gritar sin pensar que consecuencias
conllevaría hacerlo. Pero la sensatez la controlaba, escondiéndola para que no
se manifestase, encerrándola.
Recoge las mochilas. Se pregunta si está preparado para ver
esa dulce cara que tanto le recordaría a ella. Pasa dentro de la cueva y coloca
las ramas de nuevo, lentamente. Se agacha y busca el medicamento de Gale, el
que tantos problemas había causado, el que le salvaría la vida. Era irónico,
una vida por otra. Era… doloroso.
Se adentra un poco más hasta que llega al final de la cueva,
coge uno de los botellines y uno de los trapos improvisados que Amy había hecho
con la camiseta. Vuelve hasta donde está el pequeño, retira la parte superior
del saco de Gale para comprobar si está despierto o sigue dormido. Nota como la
medicina se resbala sigilosa de su mano, rozando el suelo, sonando en este,
rodando un poco por la rocosa superficie. Todos sus sentidos se vuelven
escasos, ya no oye bien el ruido que hace cuando se le cae de la mano, su
visión se tiñe un poco de negro por los lados, un sudor frío aparece por su
frente, y la respiración… esta es lenta y áspera, como si su mente quisiera que
doliese. No es capaz de movilizar ni un solo músculo de su cuerpo, su cerebro
no quería hacer nada. Su visión oscura estaba clavada en un sitio, incapaz de
reaccionar.
Mil pensamientos pasaron por su mente, acribillándole poco a
poco, matando cualquier tipo de pensamiento positivo. Manifestándose terribles
imágenes y teorías. Sufriendo el dolor de la pérdida de Amy una vez más.
Acabando con él lentamente. Metiéndole en un estado en el que de repente ya no sentía.
No sentía nada, ni dolor, ni tristeza, ni nostalgia, pero tampoco alegría,
esperanza, ni odio y rencor. Nada, estaba más frío que el agua congelada del 12
en invierno. Era hielo.
De repente nada de su alrededor tenía sentido.
Gale no estaba muerto, pero tampoco estaba vivo. Simplemente
no estaba, había desaparecido.