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3.3.08

capítulo 6: salvados por una guerra. El thatcherismo y sus enemigos útiles.

Otros fragmentos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein
“Estoy segura que usted entenderá que, en Gran Bretaña, dada nuestras instituciones democráticas y la necesidad que aquí existe de alcanzar un elevado nivel de consenso, algunas de las medidas adoptadas en Chile son del todo inaceptables. Nuestra reforma debe ser conforme a nuestras tradiciones y a nuestra Constitución, aunque, a veces, el proceso pueda parecer exasperantemente lento”.
MARGARET THATCHER a FRIEDICH HAYEK
Febrero de 1982

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Pero, en 1971, la economía estadounidense entró en una depresión: el desempleo era elevado y la inflación impulsaba los precios considerablemente al alza. Nixon sabía que si seguía la línea liberalizadora que aconsejaba Friedman, millones de ciudadanas y ciudadanos enfadados lo echarían del cargo en las siguientes elecciones. Así que decidió instaurar topes a los precios de bienes de primera necesidad como los alquileres y el petróleo. Aquello indignó a Friedman: de todas las posible “distorsiones” de la intervención estatal, la de los controles de precios era, sin lugar a dudas, la peor.

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Pero la estocada más cruel que Nixon depararía a Friedman sería un afamosa proclama del presidente: “Ahora todos somos keynesianos”. Tan hondo fue el sentimiento de traición que Friedman describiría más tarde a Nixon como “el más socialista de los presidentes de Estados Unidos del siglo XX”.




Los izquierdistas de los países en vías de desarrollo sostienen desde hace tiempo que toda democracia auténtica –dotada de normas justas que impidan que las grandes empresas compren las elecciones- desemboca necesariamente en gobiernos favorables a la redistribución de la riqueza. Su lógica es muy simple: en esos países, hay mucha más personas pobres que ricas. Las políticas que interesan a esa mayoría pobres son, claramente, la de redistribución directa de tierras e incrementos de los salarios, y no de las llamada economía del goteo o de la filtración descendente (“trickle-down economics”).




A solamente un año de las siguientes elecciones generales, el thatcherismo estaba a punto de tocar a un temprano e ignominioso fin, mucho ante de que los tories, hubiesen logrado sus objetivos más ambiciosos: la privatización en masa y la quiebra de los grandes sindicatos obreros.




Desde el punto de vista militar, aquella batalla de once semanas de duración no parece haber tendido apenas relevancia histórica. Sin embargo, se ha pasado por alto el impacto de aquel conflicto bélico sobre el proyecto pro libre mercado, que fue enorme: la guerra de las Malvinas fue la que proporcionó a Thatcher la tapadera política que necesitaba para instaurar, por primera vez en la historia, un programa de transformación capitalista radical en una democracia liberal occidental.

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“Tuvimos que luchar contra el enemigo exterior en las Malvinas y ahora tenemos que luchar contra el enemigo interior, que es mucho más difícil de combatir pero que resulta igual de peligroso para la libertad”.
MARGARET THATCHER tras la Guerra de Malvinas.

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“Sólo una crisis –real o percibida como tal- produce un verdadero cambio. Cuando ocurre esa crisis, las acciones que se emprenden dependen de las ideas existentes en aquel momento. Ésa es, en mi opinión, nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes y mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable”.
MILTON FRIEDMAN
1982



... ,en circunstancias normales, las decisiones económicas se toman en medio del tira y afloja de una serie de intereses contradictorios: los trabajadores quieren empleos y aumentos salariales, los propietarios quieren impuestos más bajos y mayor desregulación, y los políticos tienen que hallar un equilibrio entre esas fuerzas en conflicto. Sin embargo, si nos sacude una crisis económica de suficiente gravedad –una rápida depreciación de la moneda, un crac de los mercados o una gran recesión-, todo lo demás queda a un lado, con lo que los dirigentes se hallan liberados para hacer lo que sea necesario (o lo que se considere como tal) en nombre de la reacción a una emergencia nacional. Las crisis son, en cierto sentido, zonas “ademocráticas”, paréntesis en la actividad política habitual dentro de los que no parece ser necesario el consentimiento ni el consenso.




El interés de Friedman por las crisis suponía también un claro intento de aprender de los triunfos de la izquierda tras la Gran Depresión: cuando el mercado quebró, Keynes y sus discípulos –que hasta entonces, habían predicado en el desierto- habían sabido aguardar su oportunidad y acudieron prestos con sus ideas y soluciones, integradas en el New Deal. En los añoss setenta, Fideman y las grandes empresas que lo patrocinaban trataron de imitar ese proceso con un singular estilo de preparación intelectual de la población para el desastre. Se dedicaron a construir concienzudamente una nueva red de think tanks derechistas, entre los que se inclueyron institutos como el Heritage y el Cato, y produjeron el vehículo más significativo de difusión de las ideas de Friedman: la miniserie televisiva de diez episodios Free to Choso emitida por la PBS y patrocinada por algunas de las mayores corporaciones empresariales del mundo, como Getty Oil, Firestone Tire % Rubber Co., Pepsi Co. , General Motors, Bechtel y General Mills.

11.2.08

capítulo 5: “ninguna relación”. Cómo una ideología fue absuelta de sus crímenes

Más de Naomi Klein y "La doctrina del shock"
“Si la teoría económica pura de Chicago sólo se puede poner en práctica en Chile mediante el recurso de la represión, ¿tienen sus autores algún tipo de responsabilidad por ello?”.
ANTHONY LEWIS, columnista del New York Times.

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“A pesar de que estoy profundamente en desacuerdo con el sistema autoritario de Chile, no creo que sea algo malo que un economista ofrezca asesoría técnica al gobierno chileno”.
MILTON FRIEDMAN, Newsweek .

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... el Cono Sur en los años setenta no fue sólo un laboratorio para un nuevo modelo económico, sino también para un nuevo modelo de activismo: el movimiento de base internacional por los derechos humanos. Ese movimiento fue indudablemente decisivo para obligar a la Junta a poner fin a sus peores abusos. Pero al centrase puramente en los crímenes y no en las razones que los motivaron, el movimiento de defensa de los derechos humanos también ayudó a la Escuela de Chicago a escapar de su primer sangriento laboratorio prácticamente sin un rasguño.

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La negativa a establecer una conexión entre el aparato de terror del Estado y el proyecto ideológico al que servía es una característica común a casi toda la literatura de derechos humanos de este período. Aunque se pude interpretar la reticencia de Amnistía como un esfuerzo por mantener la imparcialidad entre las tensiones de la Guerra Fría, hubo, para muchos otros grupos, otro factor en juego: el dinero. La principal fuente de financiación de su trabajo, con gran diferencia, era la Fundación Ford, entonces la mayor organización filantrópica del mundo.



Fuera consecuencia del pánico, de su conciencia social o de una combinación de ambos factores, la Fundación Ford se enfrentó a su problema con las dictaduras de la misma forma en que lo hubiera hecho cualquier buena empresa: proactivamente. A mediados de los años setenta, Ford se transformó de una productora de “asesoría técnica” para el llamado Tercer mundo en la principal financiadora del activismo en defensa de los derechos humanos.




Dada su comprometedora historia, no es sorprendente que cuando Ford entró en el campo de los derechos humanos los definiera de la forma más limitada posible. La fundación favoreció decididamente a los grupos que presentaban sus trabajos como una lucha legal por el “imperio de la ley”, la “transparencia” y “el buen gobierno”.



Igual que los economistas de Chicago no tenían nada que decir sobre al tortura (no estaba relacionada con las áreas en las que asesoraban), los grupos de derechos humanos tenían poco que decir sobre las transformaciones radicales que estaban teniendo lugar en la esfera económica (estaban más allá del limitado ámbito legal en que habían decidido trabajar).



“Protestar en nombra de la moral contra ‘excesos’ o ‘abusos’ es un error que sugiere complicidad activa. No hay ‘excesos’ o ‘abusos’ aquí, simplemente un sistema que lo abarca todo”.
SIMONE DE BEAUVOIR refiriéndose a la política imperialista francesa en Argelia.

28.1.08

capítulo 4: TABLA RASA. El terror cumple su función

Más fragmentos del libro de Naomi Klein, “La doctrina del shock”
“Sólo tenía un objetivo: llegar vivo al día siguiente… Pero no se trataba sólo de sobrevivir, sino de sobrevivir siendo yo”.
MARIO VILLANI, superviviente tras cuatro años en los campos de tortura de Argentina.



El activismo estaba consiguiendo resultados y Pinochet se enfrentaba a la condena de todo el mundo por su desprecio de los derechos humanos. Lo que frustraba a Letelier, que era economista, es que a pesar de que el mundo contemplaba horrorizado los informes de ejecuciones sumarias y electroshocks en las cárceles, no decía nada sobre la terapia económica de shock; o en el caso de los bancos internacionales no sólo no decían nada sino que seguía concediendo una cascada de créditos a la Junta y estaban encantados con que Pinochet hubiera adoptado los “fundamentos del libre mercado”.



“La violación de los derechos humanos, el sistema de brutalidad institucionalizada, el control drástico la supresión de toda forma de disenso significativo se discuten –y a menudo condenan- como un fenómeno sólo indirectamente vinculado, o en verdad completamente desvinculado, de las políticas clásicas de absoluto “libre mercado” que han sido puestas en práctica por la Junta Militar”, escribió Letelier en un desgarrador ensayo para The Nation. Señaló que “este concepto particularmente conveniente de un sistema social en el cual ‘la libertad económica’ y el terror político coexisten sin interferirse, permite a estos voceros financieros sostener su idea de ‘libertad’ mientras ejercitan sus músculos verbales en defensa de los derechos humanos”.



“El plan económico ha tenido que ser impuesto, y en el contexto chileno ello podía hacerse sólo mediante el asesinato de miles de personas, el establecimiento de campos de concentración a través de todo el país, el encarcelamiento de más de cien mil personas en tres años, el cierre de los sindicatos y organizaciones vecinales y la prohibición de todas las actividades políticas y de todas las formas de expresión. […] Represión para las mayorías y ‘libertad económica’ para pequeños grupos privilegiados son en Chile dos caras de la misma moneda”

ORLANDO LETELIER, asesinado en 1974 en Washington por los hombres de Pinochet.



“En 1955 creíamos que el problema era Perón, así que lo eliminamos; pero en 1976 ya sabíamos que el problema era la clase trabajadora”.
De un militar argentino veterano en golpes militares.

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En ocasiones los ataques a los líderes sindicales estaban coordinados con los propietarios de los lugares de trabajo. Demandas interpuestas en los últimos años han aportado algunos de los ejemplos mejor documentados de intervención directa de filiales locales de multinacionales extranjeras.



En Argentina, el 81% de los treinta mil desaparecidos tenían entre dieciséis y trenta años. “Estamos trabajando ahora para los siguientes veinte años”, le dijo un conocido torturador argentino a una de sus víctimas.



La pauta de las desapariciones estaba clara: mientras los terapeutas del shock eliminaban todos los resquicios de colectivismo de la economía, las tropas del shock debían eliminar a los representantes de ese ethos de la calles, las universidades y las fábricas.



Para la mayor parte de los latinoamericanos de izquierdas, ese principio fundamental era lo que el historiador radical argentino Osvaldo Bayer llamó “la única ideología trascendental: la solidaridad”. Los torturadores entendían perfectamente la importancia de la solidaridad y se aplicaron a destruir ese impulso de interconexión social entre sus prisioneros. Se da por supuesto que todo interrogatorio consiste en obtener información valiosa y, por lo tanto, forzar una traición, pero muchos prisioneros informan que sus torturadores estaban bastante poco interesados en la información, que solían tener de antemano, y mucho más interesados en conseguir el acto de traición en sí. Lo importante del ejercicio era lograr que los prisioneros sufrieran una lesión irreparable en aquella parte de ellos que creía que ayudar a lo demás era el valor supremo, la parte que les hacía activista, y reemplazarla por una sensación de vergüenza y humillación.

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Este lenguaje tiene, pro supuesto, el mismo andamiaje intelectual que permitía a los nazis afirmar que al asesinar a los miembros “enfermos” de la sociedad estaban curando “el cuerpo de la nación”. Como dijo el doctor nazi Fritz Klein: “Quiero preservar la vida. Y por respeto a la vida humana, amputaré un apéndice gangrenado de un cuerpo enfermo. El judío es el apéndice gangrenado del cuerpo de la humanidad”. Los jemeres rojos utilizaron el mismo lenguaje para justificar su masacre en Camboya: “Hay que amputar lo que está infectado”.

16.1.08

capítulo 3. ESTADOS DE SHOCK. El sangriento nacimiento de la contrarrevolución.

Más fragmentos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein.
A pesar de que el golpe no fue una guerra, estaba diseñado para parecerlo, lo que lo convierte en un precursor chileno de la estrategia de shock y conmoción.



Las propuestas que aparecen en este documento final se parecen asombrosamente a la que hace Milton Friedman en Capitalismo y libertad: privatización, desregulación y recorte del gasto social; la santísima trinidad del libre mercado.



“No somos como una aspiradora que barrió el marxismo para luego darle el poder a esos señores políticos”.
AUGUSTO PINOCHET

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Pese a que Pinochet entendía poco sobre inflación y tipos de interés, los tecnos hablaban un lenguaje que comprendía. Para ellos la economía era una fuerza de la naturaleza a la que había que respetar y obedecer porque “ir contra la naturaleza es contraproducente y es engañarse a uno mismo”, como explicó Piñera. Pinochet estaba de acuerdo: la gente, escribió en una ocasión, debe someterse a la estructura porque “la naturaleza muestra que el orden básico y la jerarquía son necesarios”.



En 1974, la inflación alcanzó el 375%, la tasa más alta en todo el mundo y casi el doble de su punto más alto con Allende. El precio de los productos de primera necesidad como el pan se puso por las nubes. En paralelo, los chilenos perdían su empelo gracias a que el experimento de Pinochet con el “libre mercado” estaba inundando el país de importaciones baratas. Las empresas locales cerraban a docenas, incapaces de competir; el desempleo alcanzó cifras récord, y se extendió el hambre. El primer laboratorio de la Escuela de Chicago estaba en caída libre.

Sergio de Castro y los demás de Chicago arguyeron, en el mejor estilo de Chicago, que su teoría era perfectamente correcta y que el problema esra que no se estaba aplicando de forma suficientemente estricta. La economía no había podido corregirse sola y volver a un equilibrio armonioso porque todavía quedaban “distorsiones”, consecuencia de casi medio siglo de interferencias gubernamentales. Para que el experimento funcionase, Pinochet tenía que acabar con esas distorsiones: más recortes, más privatizaciones y todo llevado a cabo con más rapidez.



En marzo de 1975, Milton Frideman y Arnold Haberger volaron a Santiago invitados por un banco importante para ayudar a salvar el experimento.



A largo de toda su visita, Friedman machacó un solo tema: la Junta había empezado bien, pero necesitaba abrazar el libre mercado sin ninguna reserva. En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un “tratamiento de choque”.



El resultado fue la pérdida de 177.000 puestos de trabajo en la industria entre 1973 y 1983. A mediados de la década de 1980, la industria como porcentaje de la economía descendió a niveles que no se habían visto desde la Segunda Guerra Mun dial.



En el primer año de la terapia de shock recetada por Friedman, la economía chilena se contrajo un 15% y el desempleo –que sólo sufría un 3% con Allende- alcanzó el 20%. El país, ciertamente, se convulsionaba bajo el “tratamiento”. Contrariamente a lo que Friedman predijo con optimismo, la crisis duró años, no meses. Hacia 1986, uno de cada cinco trabajadores industriales había perdido su empleo.



-¿El costo social de sus políticas no sería excesivo?
-Esa es una pregunta estúpida.
Respuesta de MILTON FRIEDMAN a un periodista.

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El período de crecimiento continuado de la nación que se cita como prueba de su milagroso éxito no empezó hasta mediados de los años ochenta, una década entera después de que los de Chicago implementaran su terapia de shock y bastante después de que Pinochet se viera obligado a cambiar radicalmente el rumbo. Y sucedió porque en 1982, a pesar de su estricta fidelidad a la doctrina de Chicago, la economía de Chile se derrumbó: explotó la deuda, se enfrentaba de nuevo a la hiperinflación y el desempleo alcanzó el 30%, diez veces más que con Allende. La causa principal fue que las pirañas, las empresas financieras al estilo de Enron a las que los de Chicago habían liberado de cualquier tipo de regulación, habían comprado loa activos del país con dinero prestado y acumularon una enorme deuda de 14.000 millones de dólares.

La situación era tan inestable que Pinochet se vio obligado a hacer exactamente lo mismo que había hecho Allende: nacionalizó mucha de estas empresas. Al borde de la debacle, casi todos los de Chicago perdieron sus influyentes puestos en el gobierno, incluyendo a Sergio de Castro. Muchos otros licenciados de Chicago tenían altos cargos en las empresa de los pirañas y fueron investigados por fraude, con lo que se desvaneció la fachada de neutralidad científica tan fundamental para la identidad que se habían construido los de Chicago.

La única cosa que protegía a Chile del colapso económico total a principios de la década de 1980 fue que Pinochet nunca privatizó Codelco, la empresa de las minas de cobre nacionalizada por Allende. Esa única empresa generaba el 85% de los ingresos por exportación de Chile, lo que significa que cuando la burbuja financiera estalló, el Estado siguió contando con una fuente constante de fondos.

Está claro que Chile nunca fue el laboratorio “puro” del libre mercado que muchos de sus partidarios creyeron. Al contrario: fue un país donde una pequeña élite pasó de ser rica a superrica en un plazo brevísimo basándose en una fórmula que daba grandes beneficios financiándose con deuda y subsidios públicos, para luego recurrir también al dinero publico para pagar aquella deuda. Si uno consigue apartar el boato y el clamor de los vendedores, el Chile de Pinochet y los de Chicago no fue un Estado capitalista con un mercado libre de trabas, sino un Estado corporativista. El corporativismo se refería originalmente al modelo de Estado ideado por Mussolini, un Estado policial gobernado bajo una alianza de las tres mayores fuentes de poder de una sociedad –el gobierno, las empresas y los sindicatos-, todos colaborando para mantener el orden en nombre del nacionalismo. Lo que Chile inauguraba con Pinochet fue una evolución del corporativismo: una alianza de apoyo mutuo en la que un Estado policial y las grandes empresas unieron fuerzas para lanzar una guerra total contra el tercer centro del poder –los trabajadores-, incrementando con ello de manera espectacular la producción de riqueza nacional controlada por la alianza.

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El siguiente país en unirse al experimento fue Argentina en 1976, cuando una junta arrebató el poder a Isabel Perón. Con ello Argentina, Chile, Brasil y Uruguay –los países que habían sido los abanderados del desarrollismo- estaban ahora todos dirigidos por gobiernos militares apoyados por Estados Unidos y se habían convertido en laboratorios vivos de la Escuela de economía de Chicago.



“El dolor preciso en el punto preciso en la cantidad precisa”.
DAN MITRIONE, agente de policía estadounidense, instructor de policía en Belo Horizonte durante la dictadura militar brasileña, célebre por torturar mendigos en sus clases “prácticas” para la policía local.



“Es de esperar que hay bastante represión, probablemente mucha sangre, en Argentina muy pronto. Creo que van a tener que dar muy duro no sólo a los terroristas sin también a los disidentes de los sindicatos y a sus partidarios”.
WILLIAM ROGERS, subsecretario de Estado para América Latina de los EE.UU. a HENRY KISSINGER, en una reunión del Departamento de Estado dos días después del golpe militar del 24 de marzo de 1976.

9.1.08

capítulo 2: el otro doctor shock (segunda parte)

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Más fragmentos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein.
Todas las políticas de Chile se pusieron bajo el microscopio y se consideraron defectuosas: su sólida red de seguridad social, su proteccionismo de la industria nacional, sus barreras arancelarias, su control de precios. A los estudiantes se les enseñó a despreciar esos intentos de aliviar la pobreza y muchos de ellos dedicaron sus tesis doctorales a diseccionar las locuras del desarrollismo latinoamericano.



Los marxistas defendían nacionalizaciones masivas y reformas agrarias radicales; los centristas decían que la clave estaba en una cooperación económica mayor entre los países latinoamericanos, con el objetivo de transformar la región en un poderoso bloque comercial que pudiera rivalizar con Europa y América del Note. En las urnas y en las calles, el Cono Sur esta dando un giro a la izquierda.



En marzo de 1972, en medio de la tensa negociación de Letelier con ITT, Jack Anderson, un columnista cuyos artículos estaban sindicados a una serie de periódicos, publicó una explosiva serie de reportajes basados en documentos que demostraban que la compañía telefónica había conspirado en secreto con la CIA y el Departamento de Estado para impedir que Allende jurara el cargo dos años atrás. Para aquellas acusaciones, y con Allende todavía en el poder, el Senado de Estados Unidos, controlado por los demócratas, inició una investigación y descubrió un extenso complot en el que ITT había ofrecido un millón de dólares en sobornos a la oposición chilena y “había tratado de que la CIA participara en jun plan para manipular de forma encubierta el resultado de las elecciones chilenas”.



La experiencia indonesia fue estudiada con mucha atención por los individuos e instituciones que planeaban el derrocamiento de Salvador Allende en Washington y Santiago. Lo que resultaba interesante no era sólo la brutalidad de Suharto sino el extraordinario papel que había jugado un grupo de economistas indonesios educados en la Universidad de California en Berkeley, conocidos como la “mafia de Berkeley”. Suharto resultó muy efectivo en labor de librarse de la izquierda pero fue la mafia de Berkeley quien preparó el plan económico para el futuro del país.

Los paralelismos con los Chicago Boys eran sorprendentes. La mafia de Berkeley había estudiado en Estados Unidos como parte del programa que había empezado en 1956 financiado por la Fundación Ford.




Este equipo económico formado en una escuela mucho menos ideológica, no eran radicales anti-Estado como los Chicago Boys. Creían que el gobierno debía desempeñar un papel en la gestión de la economía nacional de Indonesia, y asegurarse de que los productos básicos como el arroz eran asequibles. Sin embargo la mafia de Berkeley fue de lo más generosa con los inversores extranjeros que ansiaban caer sobre las inmensas riquezas minerales a y la abundancia petrolífera de Indonesia, descrita por Richard Nixon como el “gran tesoro del Sureste asiático”.



“Yakarta se acerca”.
Pintadas en las calles de Santiago de Chile, previo al golpe a Allende.



Cuando finalmente se produjo, el golpe de Chile presentó tres formas distintas de shock, una receta que se repetiría en países vecinos y que surgiría de nuevo, tres décadas más tarde, en Irak. El shock del propio golpe militar fue seguido inmediatamente por dos formas adicionales de choque. Una de ellas fue el “tratamiento de choque” capitalista marca de la casa Milton Friedman, una técnica que cientos de economistas latinoamericanos habían aprendido durante sus estancias en la Universidad de Chicago y a través de las diversas instituciones y franquicias del método. El otro fueron las técnicas de shock de Ewen Cameron: la privaciones sensoriales y al aplicación de drogas y otras tácticas, recopilada ya en el manual Kubark y diseminadas por toda la zona gracias a los amplios programas de entrenamiento de la CIA de los que se habían beneficiado la policía y los estamentos militares latinoamericanos.



El choque del golpe militar preparó el terreno de la terapia de shock económico. El shock de las cámaras de tortura y el terror que causaban en el pueblo impedían cualquier oposición frente a la introducción de medidas económicas. De este laboratorio vivo emergió el primer Estado de la Escuela de Chicago , y la primera victoria de su contrarrevolución global.

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27.12.07

capítulo 2: el otro doctor shock (primera parte)

Seguimos con otro capítulo de “La doctrina del shock” de Naomi Klein


Igual que el departamento psiquiátrico de Ewen Cameron en McGill durante ese mismo período, la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago estaba subyugada por un hombre ambicioso y carismático embarcado en una cruzada para revolucionar por completo su profesión. Ese hombre era Milton Friedman.



Si Cameron soñaba con devolver la mente humana a su estado puro, Friedman soñaba con eliminar los patrones de las sociedades y devolverlas a un estado de capitalismo puro, purificado de toda interrupción como pudieran ser las regulaciones del gobierno, las barreras arancelarias o los intereses de ciertos grupos. También al igual que Cameron, Friedman creía que cuando la economía estaba muy distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shocks; sólo una “medicina amarga” podía borrar todas esas distorsiones y pautas perjudiciales. Cameron usaba electricidad para provocar sus shocks; la herramienta que escogió Friedman fue la política, exigiendo que políticos atrevidos de países con dificultades adoptaran la perspectiva del tratamiento de shock.



Como todas las fes fundamentalistas, la economía de la Escuela de Chicago es, para los verdaderos creyentes, un sistema cerrado. La premisa inicial es que el libre mercado es un sistema científico perfecto, un sistema en el que los individuos, siguiendo sus propios intereses, crean el máximo beneficio para todos. Se sigue ineluctablemente que si algo no funciona en una economía de libre mercado –alta inflación o desempleo- tiene que ser porque el mercado no es auténticamente libre. Tiene que haber alguna intromisión, alguna distorsión del sistema. La solución de Chicago es siempre la misma: aplicar de forma más estricta y completa los fundamentos del libre mercado.



Buena parte del atractivo de la economía de la Escuela de Chicago era que, en unos tiempos en que las ideas de la izquierda radical sobre el poder de los trabajadores ganaban fuerza en todo el mundo, ofrecía una forma de defender los intereses de los propietarios que era igual de radical y estaba imbuida de su propia forma de idealismo.



Los marxistas tenían su utopía trabajadora, y los de Chicago tenían su utopía de emprendedores, y ambos afirmaban que si se salían con la suya, se llegaría a la perfección y al equilibrio.

La cuestión, como siempre, era cómo conseguir llegar a ese lugar maravilloso desde aquí. Los marxistas lo tenían claro: la revolución. Había que librarse del sistema actual y reemplazarlo por el socialismo. Para los de Chicago la respuesta no era tan clara. Estados Unidos ya no era un país capitalista pero, según lo veían ellos, lo era a duras penas. Tanto en Estados Unidos como en todas las supuestas economías capitalistas, los de Chicago veían interferencias por todas partes. Los políticos fijaban los precios para hacer algunos productos más asequibles; fijaban salarios mínimos para que no se explotara los trabajadores y para que todo el mundo tuviera acceso a la educación, que mantenían en manos del Estado. Muchas veces podía parecer que estas medidas ayudaban a la gente, pero Friedman y sus colegas estaban convencidos –y lo “probaron” en sus modelos- de que lo que en realidad hacían era un daño enorme al equilibrio del mercado y perjudicaban la capacidad de sus diversas señales para comunicarse entre ellas.



La auténtica fuente de sus problemas estaba en las ideas de los keynesianos en Estados Unidos, los socialdemócratas en Europa y los desarrollistas en los que entonces se llamaba el Tercer Mundo.

….

… después de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales abrazaron el principio de que las economías de mercado debían garantizar un nivel de dignidad básica lo suficientemente alto como para que los ciudadanos desilusionados no se tornaran de nuevo hacia ideologías más seductoras, fueran el fascismo o el comunismo.



El laboratorio más avanzado del desarrollismo fue el extremo sur de América Latina, conocido como el Cono Sur: Chile, Argentina, Uruguay y partes de Brasil. El epicentro fue la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina con sede en Santiago de Chile, dirigida por el economista Raúl Prebisch desde 1950 a 1963.




Para los dirigentes de las multinacionales estadounidenses, que tenían que lidiar con un mundo en desarrollo cada vez más hostil y unos sindicatos cada vez más poderosos en casa, los años de crecimiento de la posguerra fueron una época inquietante. La economía creíca a buen ritmo, se creó mucha riqueza, pero propietarios y accionistas se veían obligados a redistribuir gran parte de esa riqueza a través de los impuestos que gravaban a las empresas y de los salarios de los trabajadores. Era un arreglo con el que a todo el mundo le iba bien, pero un retorno a las reglas anteriores al New Deal podía hacer que a unos pocos les fuera mucho mejor.



En primer lugar los gobiernos deben eliminar todas las reglamentaciones y regulaciones que dificulten la acumulación de beneficios. En segundo lugar deben vender todo activo que posean que pudiera ser operado por una empresa y dar beneficios. Y en tercer lugar deben recortar drásticamente los fondos asignados a programas sociales. Dentro de la fórmula de tres partes de desregulación, privatización y recortes, Friedman tenía muchas salvedades. Los impuestos, si tenían que existir, debían ser bajos y ricos y pobres debían pagar la misma tasa fija. Las empresas debían poder vender sus productos en cualquier parte del mundo y los gobiernos no debían hacer el menor esfuerzo por proteger a las industias o propietarios locales. Todos los precios, también el precio del trabajo, debían ser establecidos por el mercado. El salario mínimo no debía existir. Como cosas a privatizar, Friedman proponía la sanidad, correos, educación, pensiones en incluso los parques nacionales. En resumen, abogaba de forma bastante descarada por el abandono del New Deal, a aquella incómoda tregua entre el Estado, las empresas y los trabajadores que habían impedido que se produjera una revolución popular tras la Gran Depresión.



Aunque no tenía muchas ganas de revocar el keynesianismo en casa, Eisenhower resultó más que dispuesto a emprender medidas rápidas y radicales para derrotar al desarrollismo en el extranjero. Fue una campaña en la que la Escuela de Chicago acabaría jugando un papel fundamental.



No había que dejarse engañar por el aspecto democrático y moderado de estos gobiernos, afirmaban estos halcones: el nacionalismo del Tercer Mundo era el primer paso en el camino hacia el comunismo totalitario y había que acabar con él antes de que echara raíces. Dos de los principales defensores de esta teoría fueron Foster Dulles, el secretario de Estado de Eisenhower, y su hermano Allen Dulles, director de la recién creada CIA. Antes de ocupar cargos públicos, ambos habían trabajado en el legendario bufete de abogados Sullivan & Cronwelll, de Nueva York, donde habían representado a muchas de las empresas que más tenían que perder con el desarrollo, entre las cuales se contaban J.P. Morgan & Company, la International Nickel Company, la Cuban Sugar Cane Corporation y la United Fruit Company. Los resultados de la influencia de los Dulles fueron inmediatos: en 1953 y 19543 la CIA lanzó sus dos pprimeros golpes de Estado, ambos contra gobiernos del Tercer Mundo que se identificaban mucho más con Keynes que con Stalín. (Irán y Guatemala)




“Lo que hay que hacer es cambiar la formación de los hombres, influir en la educación, que es nefasta”.
ALLBION PATTERSON, director de la Administración para la Cooperación Internacional en Chile, a un colega en 1953.




Los dos hombres (Patterson y Theodore W. Schultz) diseñaron un plan que convertiría Santiago, un semillero de la economía centrada en el Estado, en lo opuesto, un laboratorio para experimentos de vanguardia sobre el mercado, ofreciendo así a Milton Friedman lo que deseaba desde hacía tanto tiempo: un país en el que poner a prueba sus queridas teorías. El plan original era sencillo: el gobierno estadounidense pagaría para enviar a estudiantes chilenos a aprender economía en lo que prácticamente todo el mundo reconocía que era el lugar más rabiosamente anti “rosa” del mundo: la Universidad de Chicago.

19.12.07

capítulo 1: el laboratorio de la tortura

Continuamos con la selección de los mejores párrafos de “La doctrina del shock” de Naomi Klein
-Hace poco estuve en Irak, y trato de entender el papel que juega allí la tortura. Nos dicen que se trata de obtener información, pero creo que es más que eso. Estoy convencida de que están intentando construir un Estado modélico, borrando las mentes y los cuerpos de las personas y volviéndolos a crear desde cero.
-Lo que acaba de decir es exactamente lo mismo que la CIA y Ewen Cameron me hicieron a mí. Trataron de borrarme y volver a crearme. Pero no funcionó.
Contestación a Naomi Klein de Gail Kastner víctima de los “tratamientos” experimentales con electroshocks del psicólogo Ewen Cameron.


… en la década de los cincuenta, la CIA había financiado a un médico en Montreal para que realizara extraños experimentos en los pacientes psiquiátricos. Les privaba de sueño y los aislaba durante semanas, y luego les administraba altas dosis de electroshocks, así como cócteles de drogas experimentales como el psicodélico LSD y el alucinógeno PCP (fenciclidina), conocido más comúnmente como polvo de ángel. Los experimentos transportaban a los pacientes a estados preverbales e infantiles, y se habían realizado en el Allan Memorial Institute de la Universidad McGill, bajo la supervisión de su director, el doctor Ewen Cameron.



Al igual que los economistas defensores del libre mercado, que están convencidos de que sólo mediante un desastre de enormes proporciones –una gran destrucción- se puede preparar el terreno para sus “reformas”, Cameron creía que podía recrear mentes que no funcionaban, y reconstruir personalidades sobre esa ansiada tabla rasa, si infligía dolor y traumatizaba el cerebro de sus pacientes.



El primer paso consistía en “erradicar las pautas”, cuyo objetivo era sombroso: devolver la mente al estado en que Aristóteles describió como “una tabla vacía sobre la cual aún no hay nada escrito”, una tabula rasa. Cameron creía que se podía alcanzar dicho estado atacando el cerebro con todos los elementos que interfieren en su funcionamiento normal. Todos a la vez. Eran las tácticas militares de “shock y conmoción” desplegadas en el campo de batalla de la mente humana.


Para él, “la pérdida masiva de memoria” que traía consigo el electroshock no era un desafortunado efecto secundario: era el aspecto esencial del tratamiento, la calve para arrastrar al paciente a un estado anterior de su desarrollo mental, “mucho antes que la esquizofrenia y los comportamientos perturbados hicieran su aparición”.


A mediados de los años cincuenta, varios investigadores de la CIA se interesaron por los métodos de Cameron. Era el principio de la histeria de la Guerra Fría, y la agencia acababa de lanzar un programa de operaciones encubiertas para investigar lo que llamaban “técnicas especiales de interrogación”. (…) El proyecto conoció el primer nombre en código de Bluebird, luego Proyecto Alcachofa y finalmente fue bautizado como MKUltra en 1953.



En un artículo publicado en 1960, Cameron afirmaba que “existen dos principales factores que nos permiten mantener una imagen espacial y temporal”. ES decir, que nos permiten saber quiénes somos y dónde estamos. Esas dos fuerzas son “a)una fuente continuada de información sensorial y b) nuestra memoria”.


“Escuché a los pájaros cantar al amanecer cuatro veces, fuera. Así es como sé que fueron cuatro días”.
De una torturada de la dictadura militar uruguaya.



El trabajo de Cameron recibió financiación de la CIA hasta 1961, y durante varios años el destino de sus investigaciones y el uso que el gobierno de los Estados Unidos le dio permaneció en un claroscuro.


Finalmente, bajo amenaza de una demanda, y nueve meses después de la publicación del artículo, la CIA hizo público un manual titulado Kubark Counterintelligence Information. Según The New York Times, “Kubark” es un criptograma codificado. Ku, una sílaba al azar y bark es el nombre secreto de la agencia en aquellos tiempos. Informes más recientes han especulado con la posibilidad de que ku se refiera a un país en concreto, o una operación encubierta o clandestina determinada. El texto era un manual secreto de 128 páginas de extensión acerca de las técnicas de “interrogación de fuentes no colaboradoras”, que se nutre principalmente de la investigación encargada por MKUltra. Se adivina la huella de los experimentos de Ewen Cameron y Donald Hebb sobre privación sensorial en todo el documento.


La Freedom of Information Act que amparó la petición del Baltimore Sun también descubrió una versión actualizada del manual, publicada por primera vez en 1983, para ser utilizada en Latinoamérica.



La versión de 1983 está claramente diseñada para dar una clase, pues cuenta con cuestionarios de preguntas y respuestas para autoevaluación. También contiene amables recordatorios: “Recuerda siempre que debes empezar cada sesión con baterías nuevas”.

(Nota de “Libreta Chatarra”: ambos manuales pueden bajarse de:

http://www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB27/index.html)



En todos los territorios donde el método Kubark se ha enseñado surgen los mismos modelos de comportamiento, diseñados para inducir, profundizar y mantener el estado de shock en el prisionero. A los prisioneros se los captura de la forma más desorientadora y confusa posible, a última hora de la noche o en veloces operaciones al amanecer, tal y como indica el manual. Inmediatamente se les pone una capucha o les ponen un trapo encima de los ojos. Les desnudan y reciben una paliza. Luego son sometidos a algún tipo de privación sensorial. Y desde Guatemala a Honduas, de Vietnam a Irán, desde las Filipinas a Chile, el empleo de las descargas eléctricas es omnipresente.



El 11 de septiembre de 2001, ese sempiterno esfuerzo por negar plausiblemente la realidad se esfumó. El ataque terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono era un shock distinto de los que habían imaginado los autores de Kurbark, pero sus efectos fueron notablemente similares: profunda desorientación, miedo y ansiedad agudas, y una regresión colectiva.


…, la verdadera innovación de la administración Bush es que la ha internalizado, torturando a los prisioneros en instalaciones estadounidenses, con sesiones de tortura dirigidas o gestionadas por norteamericanos. Los presos llegan a las instalaciones mediante “extraditaciones extraordinarias” desde terceros países, transportados por aviones norteamericanos. Ésa es la diferenica del régimen de Bush: después de los ataques del 11 de septiembre, se atrevió a pedir el derecho a torturar sin vergüenza alguna.



En ese sentido Cameron fracasó espectacularmente. No importa el grado de regresión que alcanzaron sus pacientes: jamás llegaron a aceptar o absorber por completo los mensajes incansablemente grabados en las cintas. Aunque fue un genio en la destrucción de personalidades, fue incapaz de reconstruirlas.


Los capitalistas del desastre comparten la misma incapacida de distinguir entre destrucción y creación, entre dolor y recuperación.


“Somos muy buenos cuando se trata de romper las cosas. Pero el día que me pase más tiempo reconstruyéndolas en lugar de combatiendo, será un buen día”.
General Peter W. Chiarelli, comandante de la Primera División de Caballería del Ejército de los Estados Unidos en Irak.

3.12.07

la doctrina del shock

Finalmente tenemos entre manos el nuevo libro de Naomi Klein, “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre”, editorial Paidós. El libro es fundamental para entender estas épocas de avaricia desmedida y violencia irracional. Klein logra unir los puntos que van desde Chile en 1973 hasta la reciente invasión a Irak (pasando por Argentina, Sudáfrica, Rusia, China, Polonia, los Tigres Asiáticos). La virtud del libro de Naomi Klein es que no es un panfleto: es un trabajo documentado, con referencias bibliográficas que certifican la seriedad conque está encarado. En suma, no dejamos de recomendarlo (como hiciéramos con “No logo”, su libro anterior) como uno de los principales aportes para entender esta mundo en estado de descomposición.

Si usted es de los que descreen en las teorías de las conspiraciones y se dice: “Mirá si se van a juntar unos tipos a pensar cómo te vamos a cagar”, bueno, sugiero comprar este libro, porque Naomi Klein le pone nombres y apellidos (desde Milton Friedman en adelante), nombres que se repiten, una y otra vez, en cada experiencia catastrófica del modelo neoliberal aplicado en cada punto del globo.

A modo de apoyo de este libro, desde esta página iremos transcribiendo los párrafos más interesantes, siguiendo nuestro tiempo de lectura del libro. Estos párrafos no agotan la vital información que Klein vierte en un libro de casi 600 páginas.

Iniciamos esta cruzada por “La doctrina del shock” con los párrafos seleccionados del primer capítulo: “La nada es bella. Tres décadas borrando y rehaciendo el mundo”
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“Por fin hemos limpiado Nueva Orleáns de los pisos de protección oficial. Nosotros no podíamos hacerlo, pero Dios sí”.
RICHARD BAKER, congresista republicano de Nueva Orleáns

-¿Qué les pasa a estos tipos de Baton Rouge? Esto no es una oportunidad. Es una maldita tragedia. ¿Están ciegos o qué?
-No, no están ciegos. Son malvados. Tiene la vista perfectamente sana.
Diálogo entre un hombre mayor y una madre con dos niños, en la cola de un refugio tras el desastre del huracán en Nueva Orleáns.

Estos ataques organizados contra las instituciones y bienes públicos, siempre después de acontecimientos de carácter catastrófico, declarándolos al mismo tiempo atractivas oportunidades de mercado, reciben un nombre en este libro: “capitalismo del desastre”.

En uno de sus ensayos más influyentes, (Milton) Friedman articuló el núcelo de la panacea táctica del capitalismo contemporáneo, lo que yo denomino doctrina del shock. Observó que “sólo una crisis –real o percibida- da lugar a un cambio verdadero. Cuando esas crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo depnedne de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”.

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Desde hace varias décadas, siempre que los gobiernos han impuesto programas de libre mercado de amplio alcance han optado por el tratamiento de choque que incluía todas las medidas de golpe, también conocido como “terapia de shock”.

“Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa”.
MIKE BATTLES, ex agente de la CIA, propietario de una empresa de seguridad refiriéndose a la situación de su empresa tras la invasión de Estados Unidos a Irak.

Al parecer, los atentados del 11 de septiembre le habían otorgado luz verde a Washington, y ya no tenían ni que preguntar al resto del mundo si deseaban la versión estadounidense del “libre mercado y la democracia”: ya podían imponerla mediante el poder militar y su doctrina de shock y conmoción.

Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar.

Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo, y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las “reformas” radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado.

La doctrina del shock económica necesita, para aplicarse sin ningún tipo de restricción –como en Chile de los años setenta, China a finales de los ochenta, Rusia en los noventa y Estados Unidos tras el 11 de septiembre-, algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático.

El término “complejo del capitalismo del desastre” la describe con más precisión; tiene tentáculos más poderosos y llega más lejos que el complejo industrial-militar contra el que Dwight Eisenhower lanzó sus advertencias al final de su mandato.

El objetivo último de las corporaciones que animan el centro de este complejo es implantar un modelo de gobierno exclusivamente orientado a los beneficios (que tan fácilmente avanza en circunstancias extraordinarias) también en el día a día cotidiano del funcionamiento del Estado; esto es, privatizar el gobierno.

El papel del gobierno en esta guerra sin fin ya no es el de un gestor qu se ocupa de una red contratistas, sino el de un inversor capitalista de recursos financieros sin límite que proporciona el capital inicial para la creación del complejo empresarial y después se convierte en el principal cliente de sus nuevos servicios.

“Irak fue mejor de los que esperábamos”.
De una analista de mercados comentando los resultados financieros de Halliburton.

Friedman se consideraba un “liberal”, pero sus discípulos estadounidenses, que relacionaban el liberalismo con elevados impuestos y hippies, tendieron a identificarse como “conservadores”, “economistas clásicos”, “defensores del libre mercado”, y más tarde, seguidores de las “reaganomics” o del “laissez-faire”. En la mayor parte del mundo son conocidos como neoliberales, pero a menudo se utilizan los términos “libre mercado” o, sencillamente, “globalización”. Únicamente desde mediados de los años noventa, este movimiento intelectual dirigido por los think tanks de extrema derecha con los que Friedman trabajó durante varios años –como Heritage Fundation, Cato Institue o American Enterprise Institute- empezó a autodenominarse “neoconservador”, un enfoque que ha enrolado toda la potencia del ejército y de la maquinaria militar al servicio de los propósitos del conglomerado empresarial.

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Todas estas reencarnaciones comparten un compromiso para con una trinidad política: la eliminación del rol público del Estado, la absoluta libertad de movimientos de las empresas y un gasto social prácticamente nulo.

En todos los países en que se ha aplicado las recetas económicas de la Escuela de Chicago durante las tres últimas décadas se detecta la emergencia de una alianza entre unas pocas multinacionales y una clase política compuesta por miembros enriquecidos; una combinación que acumula un inmenso poder, con líneas divisorias confusas ente ambos grupos.

El término más preciso para definir un sistema que elimina los límites en el gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista sino corporativista. Sus principales características consisten en una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada –a menudo acompañada de un creciente endeudamiento-, el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad. Para los que permanecen dentro de la burbuja de extrema riqueza que este sistema crea, no existe una forma de organizar la sociedad que dé más beneficios. Pero dadas la obvias desventajas que se derivan para la gran mayoría de la población que está excluida de los beneficios de la burbuja, una de las características del Estado corporativista es que suele incluir un sistema de vigilancia agresiva (de nuevo, organizado mediante acuerdos y contratos entre el gobierno y las grandes empresas), encarcelamientos en masa, reducción de las libertades civiles y a menudo, aunque no siempre, tortura.

La tortura, o por utilizar el lenguaje de la CIA, los “interrogatorios coercitivos”, es un conjunto de técnicas diseñado para colocar al prisionero en un estado de profunda desorientación y shock, con el fin de obligarle a hacer concesiones contra su voluntad. La lógica que anima el método se describe en dos manuales de la CIA que fueron desclasificados a finales de los años noventa. En ellos se explica que la forma adecuada para quebrar “las fuentes que se resisten a cooperar” consiste en crear una ruptura violenta entre los prisioneros y su capacidad para explicarse y entender el mundo que los rodea.

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“Se produce un intervalo que puede ser extremadamente breve, de animación suspendida, una especie de shock o parálisis psicológica. Esto se debe a una experiencia traumática o subtraumática que hace estallar, por así decirlo, el mundo que al individuo le es familiar, así como su propia imagen dentro de este mundo. Los interrogadores experimentados saben reconocer ese momento de ruptura y saben también que en ese intervalo la fuente se mostrará más abierta a la sugerencias, y es más probable que coopere que en la etapa anterior al shock”.
De un manual de tortura de la CIA

Así funciona la doctrina del shock: el desastre original –llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, tsunami o huracán- lleva a la población de un país a un estado de shock colectivo. Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de las sociedades tanto como la música a toda potencia y la las lluvias de golpes someten a los prisioneros en sus celdas.

“En mi opinión, el mayor error consiste en creer que es posible hacer el bien con el dinero de los demás”.
Consejo de MILTON FRIEDMAN al dictador AUGUSTO PINOCHET en 1975.

Este libro es un desafío contra la afirmación más apreciada y esencial de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia. En lugar de eso, demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido en un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo –el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock.

Cualquier intento de responsabilizar a determinadas ideologías de los crímenes cometidos por sus seguidores debe plantearse con absoluta prudencia. Es demasiado fácil afirmar que la gente con la que no estamos de acuerdo no sólo se equivoca, sino que también son tiranos, fascistas y genocidas. Pero también es cierto que algunas ideologías constituyen un peligro para la sociedad, y que deben ser identificadas como tales. Me refiero a las doctrinas fundamentalistas y reconcentradas, incapaces de coexistir con otros sistemas de creencias. Sus seguidores deploran la diversidad y exigen mano libre para poner en marcha su sistema perfecto. El mundo tal y como es debe ser destruido, para que su pura visión pueda crecer y desarrollarse debidamente. Arraigadas en las fantasías bíblicas de grandes inundaciones y fuegos místicos, esta lógica lleva ineludiblemente a la violencia. Las ideologías peligrosas son las que ansían esa tabla rasa imposible, que sólo puede alcanzarse mediante algún tipo de cataclismo.

Generalmente, los sistemas que claman por la eliminación de pueblos y culturas enteros con el fin de satisfacer una visión pura del mundo son aquellos que profesan una extrema religiosidad y que proponen la segreación racial.

No estoy afirmando que todas las formas de la economía de mercado son violentas de por sí. Es perfectamente posible poseer una economía de mercado que no exija tamaña brutalidad ni pida un nivel tan prístino de ideología pura. Un mercado libre, con una oferta de productos determinada, puede coexistir con un sistema de sanidad pública, escolarización para todos y una gran porción de la economía –como por ejemplo una compañía petrolífera nacionalizada- en manos del Estado. También es posible pedirles a las empresas que paguen sueldos decentes, que respeten el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, y solicitar a los gobiernos que actúen como agentes de redistribución de la riqueza mediante los impuestos y las subvenciones, con el fin de reducir al máximo las agudas desigualdades que caracterizan al Estado corporativista. Los mercados no tienen por qué ser fundamentalista.

Keynes propuso exactamente esta combinación de economía regulada y mixta después de la Gran Depresión, una revolución en las políticas públicas que dio lugar al New Deal y a transformaciones parecidas en todo el mundo. Era exactamente el sistema de compromisos, equilibrios y controles que la contarrevolución de Friedman se dispuso a desmantelar metódicamente en todo el mundo. Bajo este prisma, la Escuela de Chicago y su modelo de capitalismo tienen algo en común con otras ideologías peligrosas: el deseo básico por alcanzar una pureza, una ideal, una tabla rasa sobre la que construir una sociedad modélica y creada para la ocasión.