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viernes, noviembre 14, 2014

Cuentos de detectives victorianos, selección de Ana Useros

Trad. Catalina Martínez Muñoz. Alba, Barcelona, 2014. 630 pp. 34 €

Julián Díez

Lo de recomendar un libro que contiene material que no es bueno literariamente hablando siempre resulta algo peliagudo, siempre tiene algo de escamoteo al lector. Y sin embargo aquí estoy -de nuevo, pero esa sería otra historia- en esa coyuntura: este es un volumen que vale mucho la pena... Y que está salpicado de textos que encontraré muy comprensible que el lector deje a la tercera página algo espeluznado por un estilo melodramático, truculento o tosco. Contenidos que además chirrían todavía en forma más notable cuando llevan de vecinos a Charles Dickens y Wilkie Collins, por sólo citar los dos nombres más copetudos de los que también aquí se incluyen sus textos.
Pero este es nuestro un tanto vergonzante pasado, el de los amantes del relato policial. Un género popular que en algún momento ocupó el espacio que hoy es propiedad de la telebasura más heavy metal, pero en el que poco a poco se fueron insertando escritores de creciente calidad hasta ser desde hace ya unas cuantas décadas un reflejo vivo y dinámico de la sociedad contemporánea.
El mérito de este volumen está precisamente en suponer un testimonio destilado de la evolución del género y de su tiempo en su primera era relevante: la de la Inglaterra victoriana. Y en particular, desmentir con hechos, o mejor dicho, con historias, la impresión existente de que el relato detectivesco se fragua en ese periodo en torno al impacto de dos supernovas: Edgar Allan Poe y su Auguste Dupin, y Arthur Conan Doyle y su Sherlock Holmes.
Aquí están los demás, los buenos y los malos pero relevantes en términos puramente históricos. Por lo que hay historias que hacen suspirar por más material de sus autores, en particular los relatos de Grant Allen, M.P. Shiel, George Sims y Robert Barr; todos ellos creadores de series con detectives con características propias, concebidos evidentemente al hilo del éxito de Holmes pero con personalidades alternativas. La Lois Caley de Allen, sobre todo, fue un personaje de notable éxito en su momento del que apenas hay forma de contar hoy por hoy con material de lectura, pese a lo contemporáneo de alguna de sus características como mujer detective liberada. El relato presente aquí de la serie y que supone su inicio, "La aventura de la anciana cascarrabias", deja un irremediable deseo de saber más.
Son pues los últimos relatos de este gozosamente grueso tomo los que justifican más su adquisición para el lector medio; historias ya desprovistas de la necesidad de justificaciones, inmersas en los propios convencionalismos del género para bien más que para mal. Sin embargo, para quien alberga un puntín bizarro como el que esto escribe resultan en cambio mucho más curiosos los primeros cuentos del volumen, de los que apenas hay referencias previas accesibles en castellano. El libro se abre con "La cámara secreta", de William E. Burton, anterior por cuatro años (1837) a "Los crímenes de la Rue Morgue" y recientemente reivindicado, por tanto, como primer relato detectivesco de la historia, si bien no había estado accesible al lector español hasta el momento. El cuento es malo, pero divertido más allá de su valor histórico.
La esforzada seleccionadora, Ana Useros, incluye también numerosos ejemplos de "casebooks", relatos de "historias verídicas" precursores, para entendernos, del tipo de material que luego conoceríamos ampliamente en España en las páginas de publicaciones tipo "El caso". Sin embargo, je, aquí hay otro nivel; no hablamos de crímenes cutres de la España negra sino de la Inglaterra rural del ferrocarril primitivo y los vicarios en abadías tardogóticas, o del Londres megasiniestro de la revolución industrial acechado por la sombra del Destripador. Son, pues, historias con sus propios mecanismos de fascinación, aunque resulten estilísticamente cargantes; de las aquí presentes, mi recomendación va para los "casos verídicos" del ex policía de Edimburgo James McLevy, menos sensacionalistas.
Las opciones poco convencionales escogidas para representar a Dickens, Collins y Conan Doyle quedan perfectamente justificadas para dar cuerpo al volumen y contextualizar los textos restantes. Para mí, en suma, un libro imprescindible, y creo que también para estudiosos del tema; espero haber dado argumentos suficientes a quien lea estas líneas para que el lector sin especial curiosidad por el género determine si siente interés.

jueves, abril 18, 2013

El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, VV.AA

Trad. Íñigo Jáuregui. Nórdica. Madrid, 2012. 112 pp. 15 €

Victoria R. Gil

Cuatro escritores: Émile Zola, Mark Twain, Rudyard Kipling y Saki, y cuatro ilustradores: Ana Juan, Elena Ferrándiz, Adolfo Serra y Javier Olivares, son los que ha reunido la Editorial Nórdica en este delicioso libro donde los gatos son protagonistas absolutos de otras tanta narraciones con apariencia de cuento y corazón de fábula. Ignoro si esta hermosa edición responde a la necesidad, cada vez más presente, de que el libro en papel ofrezca algo más que un atrayente contenido que marque distancias con el ebook o se debe sólo al buen gusto de sus responsables, pero El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos se disfruta tanto por su lectura como por su cuidada presentación, hermosas ilustraciones, acogedora tipografía y cómodo formato.
Si el exterior resulta exquisito, el interior no lo es menos, y no únicamente para esos apasionados de los felinos, entre los que me incluyo, que los creen poseedores de juicio y belleza en la misma proporción, sino para cualquier lector dispuesto a conocer su naturaleza, nunca del todo domesticada. Y permite descubrir, de paso, algunos textos menos conocidos de sus muy conocidos autores.
Desde su portada, El paraíso de los gatos… lanza un guiño al lector atento con la absorta figura que, rabo en alto y sentada sobre un cojín, lee El gato negro, de Edgar Allan Poe, quizás, junto con el de Cheshire, el felino más famoso de la literatura. El ilustrador Juan Olivares nos presenta así a Tobermory, ese gato pajizo de gustos sibaritas y humanas habilidades, al que el autor británico Héctor Hugh Munro, Saki, convierte en azote de la hipocresía social.
«—¿Qué opinas de la inteligencia humana?—preguntó sin convicción Mavis Pellington.
—¿La de quién en particular? —dijo fríamente Tobermory.
—Pues… la mía, por ejemplo— dijo Mavis soltando una risita.
—Me pone usted en una situación embarazosa —dijo Tobermory, cuyo tono y actitud ciertamente no sugerían el menor embarazo—. Cuando se habló de invitarla a esta reunión, sir Wilfried dijo que es usted la mujer más estúpida que ha conocido, y que hay una gran diferencia entre la hospitalidad y la atención a los deficientes».
Si “Tobermory” pasea su dignidad felina por los salones victorianos, “El gato que andaba solo”, de Kipling, nos traslada a las cavernas y a un tiempo en que todos los animales vivían salvajes y el hombre aún no había aprendido a utilizarlos. Con un estilo que evoca antiguas leyendas de tradición oral, descubriremos el modo en que nuestros antepasados domesticaron al perro o al caballo, y el pacto al que tuvieron que llegar con los gatos, motivo por el que aún conservan su independencia, sin sentirse nunca propiedad de quienes se creen sus dueños.
Esta sabiduría, siempre pragmática, la vamos a encontrar también “El paraíso de los gatos”, de Zola, cuento que abre el volumen y donde un más que orondo gato de angora se enfrentará a una disyuntiva tan vigente en nuestro mundo de hoy como es la de elegir entre seguridad y libertad. ¿Su conclusión? «La verdadera felicidad, el paraíso, mi querido amo, consiste en ser encerrado y golpeado en una habitación donde haya carne». Zola sólo habla de los gatos, claro.
En “El gato de Dick Baker”, por último, vamos a conocer a dos duros mineros, buscadores de oro y de lo que haga falta: Dick Baker y su gato, en el que no falta, como es habitual en Mark Twain, un punto de humor para aliviar la esforzada labor que ambos realizan. Y peligrosa, como descubrirá Tom Cuarzo (el felino protagonista del relato), tras sobrevivir a un inesperado accidente y terminar con «una oreja en el cogote, la cola en punta, las pestañas chamuscadas, negro de pólvora y humo, y cubierto de cieno y barro».
Un espléndido trabajo el de Nórdica que nos hace lamentar, únicamente, su brevedad, y una lectura que no siendo propiamente infantil, hará disfrutar a cualquier niño, además de acercarlo a los grandes nombres de la literatura universal.

viernes, octubre 14, 2011

Matemática tiniebla, Genealogía de la poesía moderna, Selección y Prólogo Antoni Marí

Trad. Miguel Casado y Jordi Doce. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2011. 424 pp. 25 €

Eduardo Fariña Poveda

No es desconocida la tensa relación de Edgar Allan Poe con los círculos literarios y periodísticos de su tiempo. Pese a que no padeció un total rechazo o marginación, su faceta de teórico de la poesía paso algo inadvertida. Algo había en la musicalidad de sus poemas, en la creación rítmica de belleza que defendía en sus ensayos más destacados que no encontró un estudio considerable. La historia es conocida: al otro lado del atlántico, en París, un joven Baudelaire queda conmovido por el destino fatal que el autor de El Cuervo encarnaba; la vida y la obra del autor compartían la misma complicidad de equilibrio que el lenguaje y la imaginación para la construcción del sentido poético. Lo traduce y el mismo experimenta una turbulenta y fascinante existencia de Dandy. Así, la poesía francesa del siglo XIX se hace cargo de la transición del romanticismo al simbolismo en Europa.
Matemática Tiniebla, genealogía de poesía moderna es una acertada muestra de textos de Poe, Baudelaire, Mallarmé, Valéry Eliot , seleccionados por Antoni Marí y traducidos por Miguel Casado (los ensayos franceses) y Jordi Doce (los ensayos ingleses). El título remite a un verso de Pablo Neruda ("Poe en su matemática tiniebla…") del Canto General. Como nos dice Marí en el prólogo, la idea de este libro es de Eliot, ya que en La unidad de la cultura europea (1946) expresa de forma explícita la existencia de una genealogía en la poesía moderna, cuyo origen se encuentra en Poe y en la asimilación de distintas facetas de su quehacer poético por parte de Baudelaire, Mallarmé y Valéry. Eliot confiesa las influencias de esta tradición y agrega que su propia obra y de otros poetas de la primera mitad del siglo XX, como Rilke y Yeats, no pudo ser escrita si tal tradición no se hubiera forjado.
Sin embargo, Eliot duda de la real influencia recibida de la obra de Poe. Marí nos recuerda al comienzo de las notas preeliminares que el poeta angloamericano consideraba a Poe como uno de los peores poetas en lengua inglesa. El decisivo peso de Poe es por el tratamiento intelectual que hacen de su obra Baudelaire, Mallarmé y Valéry, que consigue a su vez que el propio Eliot no escape de esta influencia. Tales ideas las profundiza en su ensayo "De Poe a Valéry", incluido en esta selección. Eliot sabe muy bien que son poetas muy distintos y que representan un siglo de poesía francesa, pero que vieron en la teoría y práctica de Poe la inauguración de una lógica poética plenamente moderna. Eliot reconoce a su modo una incapacidad por parte de la crítica en lengua inglesa: «Dicho esto, a todos nos gusta creer que comprendemos a nuestros poetas mejor que cualquier lector extranjero; pero pienso que deberíamos estar dispuestos a contemplar la posibilidad de que estos franceses hayan visto algo en Poe que los lectores de habla inglesa no han percibido» (p. 340)
Lo expuesto por Eliot confirma la ardua labor de selección y traducción de los ensayos reunidos, muchos de los cuáles ya disponíamos, pero que unidos por la tesis de la existencia de esta genealogía adquieren otro sentido. Son cuatro los ensayos reunidos de Poe y 25 son de los demás poetas. En los de Poe, está condensado lo más relevante de su pensamiento poético. Una de las ideas centrales de tal concepción radica en la sonoridad. Para Poe la música es la esencia sin forma, ya que no requiere hablar sobre las cosas sino que ella habla de la esencia de las mismas. El ritmo y la entonación sin sentido poseen una fuerza insistente y el contenido aparece después de la aparición de la forma. En ensayos como "El Principio Poético" o "La poética de la composición" quedará muy claro la idea de la sonoridad y, en el segundo Poe realiza un auténtico making off de la construcción de El Cuervo, subrayando la importancia de la selección de los tonos y de las palabras adecuadas que permitan la analogía.
La defensa de la poesía como una experiencia autónoma está presente en la mayoría de estos ensayos. Sumada a la aspiración de experimentar un placer estético y excitación extrema, será clave para Baudelaire. En “Nuevas notas sobre Edgar Allan Poe” hallamos «Así, el principio de la poesía es, estrictamente, la aspiración humana hacía una belleza superior, y la manifestación de este principio se da en un entusiasmo, una excitación del alma» (p. 151). Mallarmé en “Sobre filosofía y poesía” nos introduce en como debe ser el armazón intelectual del poema: «El canto brota de manantial innato, anterior a un concepto, tan puramente como reflejar hacia fuera mil ritmos de imágenes. Qué genio para ser poeta; que rayo de instinto encerrar simplemente la vida, virgen, en su síntesis e iluminándolo todo a lo lejos» (p. 217). Valéry en “Le decía yo a Stephane Mallarmé" reflexiona sobre la singularidad de Mallarmé, dentro de la modernidad, investigar el misterio de las cosas mediante el misterio del lenguaje, que alberga esencial oscuridad y resonancias específicas para sus términos y encantamientos: «La eficacia de los "encantamientos" no estaba tanto en la significación resultante de sus términos, como en sus sonoridades y en las singularidades de su forma. Incluso, la oscuridad les era esencial» (316). Finalmente, Eliot al final de “La Tradición y el talento individual” expresara su diagnóstico sobre el rol de emociones en la escritura poética: «La poesía no es un dejar huir la emoción sino una huida de la emoción; no es la expresión de la personalidad sino una huida de la personalidad». (p. 399)
Matemática tiniebla reúne 29 ensayos de poetas fundamentales en occidente que reflexionan profundamente acerca de la fuerza ilimitada del lenguaje y la música propia de la poesía, la melodía del verso. Sus diversos estilos y distintas vidas lo hacen singulares, cada uno debe ser sometido a distintos mecanismos críticos de análisis e interpretación. Pero todos ellos entienden la poesía como una aventura que potencia todas las manifestaciones expresivas que tiene el lenguaje y que brotan de una práctica concienzuda y con una imprescindible conciencia crítica. La selección realizada por Marí, gracias a las traducciones de Casado y Doce, poetas también importantísimos para la poesía española actual, es una invitación para acceder a textos clave para el entendimiento de la tradición poética surgida con Poe a comienzos del siglo XIX y que encuentra un lugar visible en nuestros días.

viernes, diciembre 10, 2010

La banda de los corazones sucios. Antología del cuento villano, VV.AA.

Selec. y Prol. Salvador Luis. Baladí, Madrid, 2010. 283 pp. 21 €

Pablo Mazo Agüero
firma invitada *

Advertía Screwtape, el diablo de C. S. Lewis, que el camino más seguro al infierno, antes que una súbita caída, es un deslizamiento gradual y progresivo; «la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, mojones ni señalizaciones». Ténganlo en cuenta si se animan con esta banda de los corazones sucios, que ya desde su mismo prólogo garantiza un «contenido ominoso», pues a partir de ahí no podremos sino dejarnos caer de relato en relato hasta despeñarnos jovialmente entre bajos instintos y buena literatura.
Salvador Luis ha reunido en este volumen catorce cuentos con sus correspondientes villanos, y sus cómplices en este empeño han sido Jon Bilbao, Antonio Ortuño, Mariana Enríquez, Vicente Luis Mora, Alberto Chimal, Marian Womack, Juan Terranova, Sergi Bellver, Matías Candeira, Rocío Silva Santisteban, Juan Carlos Márquez, Leonardo Cabrera, Lara Moreno y Javier Payeras. Una extraordinaria selección de autores para invitarnos a echar un vistazo al abismo, de la que se pueden destacar varios aciertos: los textos inéditos —ambos tremendos— de autores con una sólida trayectoria en el panorama del relato español actual como Jon Bilbao o Juan Carlos Márquez; la presencia de autores hispanoamericanos menos conocidos por estos pagos pero a los que queremos seguir encontrándonos, como Mariana Enríquez, Alberto Chimal, Juan Terranova y otros; el descubrimiento para muchos de las virtudes narrativas de Marian Womack o Sergi Bellver
Si la nómina de autores es seductora, la de los villanos no le va a la zaga: por ahí desfilan célebres psicópatas históricos —el Petiso Orejudo, Josef Fritzl, Albert Fish— y ficcionales —Norman Bates—; celosos policías de fronteras y ex-comandantes nazis escondidos en el corazón de la selva amazónica; dictadores de los puestos por la CIA o de esos otros a los que les ponían los salmones. Barba Azul y el Doctor Octopus. Y el mismísimo Dios —el del Antiguo Testamento, el que no está por encima del Bien y del Mal y, desde luego, no es Amor—.
Los temas que surgen al paso de estas malas compañías van desde la reflexión sobre los límites entre la «normalidad» y la locura, o la fragilidad de las convenciones sociales, hasta el origen del mal y su potencia seductora. Hay también lugar para el ajuste de cuentas, para el perdón y para una buena dosis de humor negro. El resultado es una notable y desenfadada muestra del mejor cuento hispano actual, y una jugosa y recomendable lectura.


* Pablo Mazo Agüero (Santander, 1977) ha realizado estudios de Periodismo y Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y la UNED. Es autor de diversos trabajos de investigación relacionados con el ámbito de la comunicación, la literatura y el cine, y actualmente es editor en Salto de Página.

jueves, diciembre 02, 2010

Chéjov comentado, Antón Chéjov / Sergi Bellver (ed.)

Trad. J. y M. Womack. Nevsky, Madrid, 2010. 318 pp. 22,50 €

Victoria R. Gil

Descubrí a Antón Chéjov, a los doce años, en una antología de Los más bellos cuentos rusos editada en Barcelona en 1946. Quizás la edad fuera la causa de que disfrutara más con el divertimento de La campesina disfrazada, de Pushkin, que con ese afligido cochero de Tristeza, encaramado a su pescante en medio de un mundo tan helado por dentro como por fuera. Buscaba, supongo, más jóvenes intrépidas, más enredos, más aventura. Ignoraba entonces que la ausencia de acción en sus obras no es más que aparente y que Chéjov nos regala una sucesión de instantáneas fotográficas en las que nunca parece ocurrir nada extraordinario, siempre y cuando no se considere extraordinaria la vida.
Confiesa Care Santos en su comentario al cuento Incidente ocurrido a un médico, que en su adolescencia llegó a tomar a Chéjov por un autor cómico debido a sus personajes «atormentados por una menudencia». Dejaría de hacerlo porque «el tiempo enseña a no reírse de las manías ajenas, a ver en ellas el borde del propio abismo insondable. Ahora, muchos de aquellos atribulados seres de ficción me dejan al borde las lágrimas». Acaso sea necesario el poso que dejan los años para descubrir «la grandeza de lo nimio».
Hipólito G. Navarro, en sus reflexiones sobre Ostras, cita a Máximo Gorki, amigo personal de Chéjov, que definiría con certera precisión la esencia de su escritura: «Nadie como él ha comprendido tan clara y sutilmente la tragedia de las pequeñeces de la vida, nadie hasta él ha sabido dibujar a los hombres con tanta implacable veracidad el cuadro vergonzoso y desalentador de su vida en el opaco caos de su mezquindad de cada día». Y lo hace, como apunta Eloy Tizón en sus notas sobre Casa con mezzanina, a partir «de esa levadura triste y eslava procedente del polvo del camino, de ese polen de palabras que huye de todo énfasis».
A un autor tan conocido como Antón Chéjov, del que la base de datos del ISBN español registra más de 200 entradas entre obras propias, correspondencia, antologías compartidas y biografías, parecería tarea imposible mostrarlo con ropajes nuevos. Pero la mirada de los dieciséis escritores convocados a este festín chejoviano consigue tender un puente hasta ese siglo XIX ruso que, de pronto, ya no resulta tan ajeno.
Desde el prólogo de Sergi Bellver, en el que insta al lector a tomar distancia y mudar de perspectiva para descubrir a un nuevo Chéjov, al prisma que descompone su obra en dieciséis visiones íntimas y personales, este libro está lleno de amor. A la literatura, al cuento y, sobre todo, a un Chéjov que se revela otro y diferente en cada uno de los escritores que se acercan a él para demostrar «la poca distancia que media entre la clarividencia del maestro ruso y el compromiso literario de los nuevos creadores».
Dieciséis cuentos escritos ayer, hace más de cien años, y dieciséis apostillas que van de la erudición y el academicismo a la digresión, el juego y el striptease emocional, sin que falte, para cerrar el círculo, el chejoviano relato de Óscar Esquivias, Temblad, filisteos, jocoso complemento a En Moscú, con el que lejos de pelearse mucho, forma un perfecto maridaje.
Hay que felicitarse porque Nevsky Prospects y los autores que tan acertadamente ha reunido Bellver para sumarse a este tributo con que celebrar el 150 aniversario de su nacimiento hayan seguido la recomendación de Gorki: «Es bueno acordarse de un hombre como él; al instante penetra en tu vida un aire de vitalidad, de nuevo en ella se ilumina su sentido claro».

viernes, julio 23, 2010

El libro del voyeur, Pablo Gallo

Ediciones del Viento, A Coruña, 2010. 168 pp. 18 €

Ignacio Sanz

He aquí un libro leve, visual, personalísimo, travieso, juguetón, ligeramente pecaminoso e incitador, un libro que se ve con deleite y se lee con la sorpresa estimulante que deja la visión fugaz, pero intensa de los 69 autores que aportan un testículo corto, a veces divertido y trasgresor. Pequeñas trasgresiones. Por supuesto, el libro tiene en las viñetas de Pablo Gallo su hilo conductor. Ignoraba la existencia de Pablo Gallo, sus buenas mañas con el dibujo, su ensoñaciones de contorsionista, su delicadeza contenida para mostrar escenas eróticas con esa galanura deleitable.
Las viñetas tiene una forma circular, como si, efectivamente, el lector estuviera mirando a través del ojo de una cerradura ese universo secreto que se esconde dentro de una alcoba. Una parte de la escenas reflejan una pareja en diferentes posturas, mientras que en otras se muestra a un hombre o a una mujer exhibiendo la desnudez rotunda de unos cuerpos jóvenes. De estas viñetas han partido los autores para escribir su relato o su poema, que a veces se sustancia en unas pocas líneas, una página como mucho; sólo en un par de ocasiones se ha desbordado el texto hasta una página y media.
El resultado es un objeto precioso y manejable, un libro que se lee a trancos, pero sobre todo se mira, una de esas obras en las que forma y fondo casan a la perfección.
La nómina de autores es tan amplia que sería una desconsideración relacionarlos, como acaso también lo fuera hablar de unos pocos dejando a los otros muchos en el tintero. Pero, hablando de edad, andan entre los treinta y tantos y los cincuenta y tantos, es decir que forman parte de dos generaciones y uno sospecha la labor heroica de ingeniería que late detrás de un juguete como este para coordinar a tantos autores. Pero hay más. El afán de Pablo Gallo como dibujante no se limita a las viñetas eróticas que son la sustancia e hilo conductor del libro, sino que se prolonga en un retrato de corte realista de cada uno de los autores que va colocado al final, como un epígrafe que hermosea la buena factura del libro. Y es aquí donde uno descubre la maestría de Pablo, las muchas horas de rodaje, el acierto en su ejecución y el hermoso recorrido que ha de haberle llevado a hacer un viaje tan íntimo y tan hermoso que ahora Ediciones del Viento, con la exquisitez que acostumbra, pone al alcance de todos. Enhorabuena.

martes, junio 15, 2010

Voces disidentes. Cuentos de la generación de medio siglo, VV.AA.

Menoscuarto, Palencia, 2010. 280 pp. 16,50 €

Ignacio Sanz

Qué triste fue el franquismo. La literatura no hace más que corroborarlo. Y qué primarios éramos los españoles; la sombra de tanto fraticidio se cuela en estos relatos hiperrealistas. Incluso en aquellos casos en los que los escritores buscan alegorías y metáforas, el peso de la guerra y la pobreza que arrastró consigo fue tan grande, que se coló por los intersticios de la vida.
Este libro de cuentos agrupados por la profesora Ana Casas es una radiografía espléndida de esa época gris. Voces disidentes recoge cuentos de Ignacio Aldecoa, Josefina Aldecoa, Juan Benet, Enrique Cerdán Tato, Ricardo Doménech, Jesús Fernández Santos, Jorge Ferrer-Vidal, Medardo Fraile, Juan García Hortelano, Juan Goytisolo, Alfonso Grosso, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Lauro Olmo, José María de Quinto, Fernando Quiñónez, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Daniel Suerio y Juan Eduardo Zúñiga. Veinte en total.
Por supuesto, se trata de cuentos impecables. No en vano habrán sido elegidos por la profesora Casas tras ser sometidos a un riguroso escrutinio. Lo que sorprende es la cerrazón ambiental y la pobreza que campea. También el peso de la realidad. Ni siquiera los autores que dieron luego muestras de una imaginación viva y fecunda, como Goytisolo o Sánchez Ferlosio, se libran de esa realidad asfixiante. Y es que, como diejra en una ocasión Mario Onaindía, antes que hija de unos autores, la literatura es hija de una época. Por eso, precisamente por eso, resulta sorprendente que Álvaro Cunquiero fuera capaz de escaparse y escribir en esa misma época una obra una obra tan imaginativa y disparatada.
Por supuesto que entre los autores hay matices. Cómo no. El cuento de Ana María Matute, tan realista, más que de pobreza, que también, habla de la miseria moral y de la crueldad de unos niños. La inocencia siempre tuvo un punto perverso. Y lo hace de tal modo que la lectura de su cuento nos hiere. También nos hiere el cuento de Carmen Martín Gaite que deja patente la diferencia entre clases sociales y cómo la alta burguesía sometía, y de qué modo, a los sirvientes. Como ahora, podría decir alguien. Pero no, como ahora, no. Por suerte.
Cada autor aporta matices en ese mosaico dominando por el gris que componen las diferentes estelas.
Como lector me he vuelto a estremecer con la lectura de Cabeza rapada, de Jesús Fernández-Santos, una pieza breve y contundente que podría servir como resumen de aquella época triste de posguerra.
Tarde de sábado, de José María de Quinto o Metamorfosis de un abogado, de Alfonso Sastre, a la vez que cuento marcadamente sociales abordan de manera directa la implicación política y la actitud colaboracionista con el régimen, si bien el de Sastre lo hace desde planteamiento fantásticos que recuerdan a Kafka. Posiblemente lo hiciera así para escapar de la censura.
También se sirve de la alegoría Zúñiga en El festín y la lluvia, escrito con una prosa tensa y elegante, con voluntad manifiesta de estilo, que se decía.
En conjunto es un magnífico friso de una época triste. Yo se lo recomendaría a los nostálgicos. Pero también se lo recomendaría a los buenos catadores de literatura con la misma pasión que les podría invitar a ver el neorrealismo italiano o el Plácido de Berlanga. Está muy bien leer estos cuentos en esta época en la que hay cierta desorientación, para, al menos, saber de dónde venimos. En estos cuentos late una verdad triste y ramplona que nos hiere. Y los escritores, una vez más, supieron captarlo como nadie.

viernes, mayo 07, 2010

Hablar de mí, VV.AA.

Ed. y prol. Juan Terranova. Lengua de Trapo, Madrid, 2009. 252 pp. 18,60 €

José Gutiérrez Román

He aquí una antología de escritores argentinos nacidos entre 1970 y 1980, y he aquí también una antología cuyo nexo de unión es el relato autobiográfico. Afirma Juan Terranova en su prólogo que «se podrían hacer tres libros más como este con jóvenes narradores de Argentina». Y entonces surge la pregunta: ¿Se refiere a la siempre prolífica cantera de cuentistas hispanoamericanos o a la actual tendencia literaria hacia lo autobiográfico? Uno sospecha que ambos argumentos podrían avalar su afirmación. Por otro lado, la lectura de este libro no deja lugar a dudas: los autores de allá siguen tocados por la varita mágica de la literatura, y la autoficción (o como queramos llamarla) continúa en boga. Así, al menos, lo demuestran los diecisiete relatos que componen este libro. En esta colección podemos disfrutar de ese atractivo que conlleva el género de la confesión: el pudor, el enmascaramiento, la vulnerabilidad que genera exponerse, el reírse de uno mismo, la mitificación y desmitificación de lo trivial o la asunción de las propias miserias. Todo ello puesto al servicio de la literatura (¿no es acaso la autobiografía un género de ficción?) y todo ello trazado con una frescura narrativa envidiable. Ese buen hacer literario deja entrever la herencia de maestros como Roberto Bolaño, cuya influencia aparece de una manera más o menos explícita en varios textos.
Una de las señas de identidad de este grupo generacional es la inclusión de las nuevas tecnologías en su vida y en la creación; así queda reflejado en algunos cuentos («Me encuentro en el chat con una ex compañera de mi primer curso de teatro», escribe Joaquín Linne) y en el hecho de que siete de ellos, por ejemplo, firmen un blog en Internet.
Pero hablemos de los valores que hacen de la lectura de esta recopilación un placer: una de las constantes en el relato autobiográfico, paradójicamente, es que casi siempre se habla más de los otros que de uno mismo (o quizá se hable de uno mismo a través otros), y en este caso la familia (y en especial la figura paterna) toma el papel protagonista, a saber: «Mi papá, desde que murió, vive junto a una mujer veinte años menor que él», Pablo Ali; «Entonces llegaba la nona Margarita y preguntaba por José. ¿José está acá?, preguntaba. Entonces le decíamos que se había muerto, que estaba en el cementerio, que se dejara de joder. (…) Entonces ella nos confundía y nos llamaba por el nombre que habían tenido sus primos, o sus hermanos», Federico Falco; «Hasta esto –y remarca el esto- te dejó el hijo de puta. La frase que acaba de decir mamá tiene dos componentes: (…) el hijo de puta se refiere a mi padre», Diego Grillo Trubba. Y así podríamos citar otros tantos, como el cuento de Pablo Natale, donde el secreto inconfensable de la familia se va haciendo evidente; o Un pasado propio, de Maximiliano Tomás, en el que el hijo decide «perdonar a su padre», aunque este «piense que ni siquiera ha hecho algo por lo que su hijo deba perdonarlo». Sería interesante realizar un análisis psicológico y sociológico sobre por qué salen tan mal parados los papás… Pero también están los textos que analizan los vaivenes vitales a través de una retrospectiva general, como la de Ignacio Molina (concentrando en un acontecimiento cada año de su existencia), o bien en la versión simbólica de Hernán Vanoli, que muestra bajo tres marcas de cerveza tres episodios relevantes de su vida. Mariana Enriquez, sin embargo, pone el acento sobre las drogas en un divertido relato, y Sebastián Martínez Daniell firma posiblemente el más experimental de todo el conjunto. Pero si continuamos la inmersión en la memoria llegamos a las narraciones abisales que desvelan los recuerdos de la niñez y sus ecos, como Curiosidad por Gómez de Celia Dosio, o los excelentes cuentos de Luciano Lamberti y Alejandra Zina.
El otro pilar temático de esta compilación es el de las relaciones personales: el amor y el sexo desde sus ramificaciones más platónicas e inocentes hasta la recreación de experiencias sexuales perturbadoras. Buena muestra de esto son el relato de Félix Bruzzone (Chica oxidada), o los de Sonia Budassi, Aquiles Cristiani y Patricio Pron (uno de los más sobresalientes).
Por uno u otro motivo, cada una de estas narraciones goza de su particular e inevitable poder de atracción. Al fin y al cabo el principal mérito de la buena literatura de autoficción no deja de ser el mismo que el de la buena literatura: nos permite a través de los reflejos de las palabras vivir otras vidas mientras creemos descubrir la nuestra propia. Y este acertado libro, amigo lector, sin duda “habla de ti”.

lunes, marzo 08, 2010

Mujeres cuentistas. Antología de relatos, VV.AA.

Baile del Sol, Tenerife,2009. 228 pp. 12 €

Carmen Fernández Etreros

Ocho escritoras unen sus relatos en esta antología Mujeres cuentistas abarcando desde el cuento de cierta extensión hasta el microrrelato o microcuento. Mujeres, como en el cuento de Palabras que convocan de Ana Pérez Cañamares, “inmunes a todo excepto a las palabras”. Una iniciativa de la editorial Baile del Sol que si bien me encanta porque cada vez son más las antologías que acogen ese ambiente femenino, esa singular manera de contar y relatar, por otro lado y después de leerlo con calma descubro textos de desigual calado, como ocurre en muchas otras antologías. Eso sí descubro relatos extraordinarios y hondos como En el espejo de Inés Matute o Sobre la pena de Marina San Martín, rectos y directos como Pundonor o La ilusión de una viuda de Inma Luna, frágiles y desconcertantes como El cuento verdadero o rotundos como Un chofer para Eastwood de Ángeles Jurado. Quizás lo corriente hubiese sido alinear por temas o intereses pero la editora los agrupa por autoras: Inés Matute, Inma Luna, Ángeles Jurado, Ana Pérez Cañamares, Marina San Martín, Roxana Popelka, Déborah Vukusic y Carmen Camacho.
En la antología Mujeres cuentistas encontramos relatos y ficciones sobre el amor y el desamor, los encuentros inesperados y las relaciones de pareja, los sueños y las ilusiones, las fantasías nocturnas y noctámbulas y una pregunta constante por el paso del tiempo.
No puedo citar todos los relatos, más de sesenta en total, pero sí me atrevo a afirmar que los microrrelatos de Inma Luna o de Ana Pérez Cañamares son verdaderas piezas de museo minimalista, muestras de la hondura a la que se puede llegar con pocas palabras como El arte final, Pundonor, La gacela y la leona o Palabras que convocan. Los relatos de Ángeles Jurado Quintana son todo un descubrimiento que da una vuelta a cuentos clásicos como el de la Cenicienta en Conociendo a la madrastra o a la princesa y el sapo en el ya citado El cuento verdadero.
Muy originales los de Déborah Vukusic con Delicias, Mon amour, ‘Mustafá y el ruiseñor o su tremendo Borges ha muerto. Y la Antología termina con los cuentos de Carmen Camacho, entre los que cito un relato divertido y sorprendente Colmaré todos tus sueños que logra que el lector acabe el libro deseando leer más y más relatos de mujeres cuentistas.
En suma una propuesta interesante y necesaria que podría extenderse a futuras colecciones de mujeres cuentistas que muestren ese espíritu femenino, vagabundo y diverso.

lunes, diciembre 21, 2009

22 escarabajos. Antología hispánica del cuento Beatle, Ed. Mario Cuenca Sandoval

Páginas de Espuma, Madrid, 2009. 318 pp. 16 €

Amadeo Cobas

Los Beatles y su música son el cauce por el que discurre este río narrativo, que es plácido en ocasiones y turbulento en otras; así sucede cuando afloran los rápidos del miedo, a la entrada de un bosque donde hay una presencia fantasmagórica. Presencia que saldrá más tarde, vestida con ropajes distintos pero con intenciones igualmente desconcertantes. Los textos, las letras de sus canciones sirven para ser parafraseadas y confeccionar un curioso relato en spanglish, por poner un ejemplo. Y es que hay situaciones tremendas a lo largo y ancho de estas variopintas historias. Otro ejemplo: tiene que ser indignante que te roben tu “hermosa colección de vinilos de los Beatles” unos rateros/raperos que se acompañan de un reggaetón infame. ¡Vil afrenta para los amantes de la buena música!
Hay una destacada imaginación inmersa en muchas de las propuestas aquí contenidas, como podría decirse del momento en que se produce la contraposición bipartidista del maccartneísmo frente al marxismo-lennonismo, en una contienda que va mucho más allá de la porfía política.
Tienen estos pasajes el cálido aroma de la nostalgia, traen habilidades, en mayor o menor medida, practicadas durante la niñez y allá arrumbadas, como el intento de sacar grillos de su escondrijo en el suelo, a fuerza de aplicar el movimiento de una paja introducida en su cueva. Y nos sirven para comprobar una verdad poderosa: que “la vida sin música no es vida”. No me negarán que la música jalona los distintos momentos de la vida de todos nosotros. No en vano, asociamos instantes pasados con una melodía: nos reconfortamos al rememorar una buena noticia al compás de aquellos acordes que ayudaron a hacerla feliz; por el contrario, hay fracasos que suenan fúnebres en nuestra mente, derrotas, abandonos, soledades…
La música de los Beatles es estudiada pormenorizadamente, al igual que el resto de la música rock and roll, para descubrir inmersa en sus letras una invocación satánica… No vaya a ser que en el concierto a celebrar en la sosegada Ayacucho, Rock in the Andes, venga y venza el Anticristo, apoderándose de esta hermosa localidad peruana como inicio para algo imparable… “Néver in de laif”, opone el grupo de honestos ciudadanos que quiere impedirlo a toda costa.
A la par, hay pesquisas sobre los posibles mensajes cifrados encerrados en los álbumes editados por el grupo protagonista, o en sus portadas. ¿Tienen éstas un significado ulterior, premonitorio? Opiniones campean en ambos sentidos. En definitiva, hay vida a lo largo de estas páginas, aunque en determinados lances hay muerte, como ya se ha anunciado. Porque emanan ectoplasmas en la imagen del presunto beatle fallecido y sustituido por otro de forma más o menos inadvertida. El cual (aquél, digo) tiene la suerte de hacérsele presente a un John Lennon con el que habla y debate. Pero es amarga su presencia, no le endulza su vida de fantasma ni el aroma de tarta de compota de manzana. De John precisamente hay hasta una hipotética versión nueva de su asesinato, presentada como algo real… ¿O es un deseo?
Huelga decir con qué música de acompañamiento recomendamos leer este abigarrado libro…

martes, octubre 06, 2009

Planetario. Siete poetas desde el Planeta Clandestino (VV. AA.)

Prólogo de Ignacio Escuín Borao. Ediciones del 4 de Agosto, Logroño, 2008. 151 pp. 12 €

Sofía Castañón

Verdad primera: no sólo de pan vive el hombre. Verdad segunda: no por contar con denominación de origen, ese pan es mejor. Verdad tercera: existe la poesía con denominación de origen en la misma medida que existe la poesía joven, como evidencias de realidades y no como marcas de la casa.
Autobiografismo: a una que le gusta mucho el pan (cuando estudio idiomas y me preguntan por mi plato favorito siempre digo “bread”, “le pain”, “pane” o “pâo”, sospecho que más por vagancia que por “filocerealismo”) le gusta tanto más leer un buen poema. Y una cree poquito —quizás porque le encanta poner la oreja cuando hablan los mayores, o los que saben, que rara vez es lo mismo— en las denominaciones de origen, que parece que sirven más para asegurar la protección de un producto determinado que su auténtica calidad. A todo este revoltijo hay que añadirle el regaliz desplegable, o boomer kilométrico, de la manida cuestión de la poesía joven. Y hablar así de este libro, que en este jaleo, trae poesía bien hecha, independientemente de la coyuntura de la tierra común o la edad.
El origen es Logroño para estos siete poetas: Antonio Alfaro, Carmen Beltrán, Enrique Cabezón, José Luis Pérez Pastor, Sonia San Román, Íñigo San Sebastián y Odón Serón. Y el hecho de ser jóvenes no es una disculpa, porque sus poemas no la precisan.
Es Ignacio Escuín quien afronta en el extenso/intenso prólogo la controversia de la poesía joven versus la poesía escrita por jóvenes a modo de conclusión, como él mismo asegura, no muy definitiva.
Sí tienen, quién sabe si por generación o por caldo de cultivo o por qué, preocupaciones comunes, que el lector puede encontrar en la selección de cada uno de estos siete poetas. Así, la idea de plegarse se encuentra presente en los poemas de Odón Serón («me estoy plegando, mi pecho y mi espalda se juntan», p.139) y en los de Íñigo San Sebastián («y es que a veces agacho la cabeza/ y mi nunca golpea con el pecho» p.129) como un modo de ocultación, un hermetismo que separa al poeta del mundo. Existe también una necesidad de coherencia, una búsqueda de la sinceridad hábil, que pase por la vida como un bisturí honesto. Carmen Beltrán posee esa voz que encuentra la verdad y la expone como una fuente de frutas, continuamente frescas («Quienes nos quieren/ nos lo mostraron./ Quienes no/ también./ Espero que en los dos casos/ hayamos estado a la altura», p.57). Y entendiendo la verdad como una necesidad o un motor, Sonia San Román se busca verdades a sí misma, bajo la lúnula de las uñas, en el cabello mojado del que se acaba de fugar el paso de los días y sus rutinas («Y secarla al viento/ sin miedo a las manos/ afiladas que me apuntan/ con dedos negros y envidiosos/ para volver a ensuciar/ mi pelo lacio» p.107) sin olvidar por ello la fuerza de las imágenes («Para que vuelvan a crecer las flores/ voy dejando en la cuneta/ trincheras de camiones incendiados» p.108). Y las mismas manos afiladas, las garras de “los otros” están presentes en la imaginería de José Luis Pérez Pástor en el poema “Amados monstruos” («Hubo un tiempo en que todo era distinto/ y siempre os tenía donde anduviese./ Siempre estabais con garras y colmillos,/ con vuestra protección, siempre a mi espalda» p.91).
Estos poetas se enfrentan a la realidad también desde el humor, irónico y juguetón con la tradición, ya en los poemas de ecos clasicistas de Antonio Alfaro («El televisor parece una tela/ del maestro Rubens con tanta carnaza,/ me asombro por ser espectador/ y por ser capaz de hallar/ referencias artísticas/ en todo esto» p. 38), ya en los epigramas de Odón Serón («En el útero/ De haberlo sabido/ no salgo» p.143). Enrique Cabezón se encara con la realidad desde un discurso crítico, que comulga con la ironía, como en el poema “Tu dinero nos hará libres” («puede que sí/ si Libertad es eso que criticas/ o de lo que haces chistes/ -pero no sabes definir muy bien/ aunque le dedicas sueños-/ cuando estás en la cola pagando/ alineado/ junto a otros hombres/ libres.» p.78).
Hay también otro punto en común en estos siete poetas, al margen de los inevitables generacionales, —que seguirán compartiendo igual que compartirán el devenir de los años, que no son pegas de juventud si no un estar en el mundo y en el presente—, y es el de la presencia generosa de los otros. La amistad, la figura de los amigos, se percibe en los poemas de todos y cada uno, más o menos explícita, eso es cierto.
Quizás, no sé por qué me apetece pensarlo (y entiéndase esta nota final como una segunda parte de autobiografismo que quizás no venga al caso), esto sea porque les une cierta comunión, unas ganas de compartir la creación y la visión del mundo, con generosidad y belleza, con sentido crítico y autocrítico, que funciona como la lecitina, que amalgama. Como quienes se reúnen alrededor de una mesa, con unas cervezas —claro, o unos vinos— y hablan, y se ríen y son.
Ya ven, quizás les parezca poco artística esta intención (así nos han vendido la moto de qué es arte y así nos la seguirán vendiendo). Pero qué verdadera. Y qué suerte para el lector encontrarse con un libro así, que va mucho más allá de la excusa del dónde y el cuándo.

miércoles, septiembre 02, 2009

La sombra del asesino. Selección de Óscar Sacristán

Varios traductores. Valdemar, Madrid, 2009. 842 pp. 16,50 €

Julián Díez

Quinto volumen de las recopilaciones temáticas que Valdemar viene haciendo de su interesante fondo editorial, La sombra del asesino es en resumidas cuentas el más forzado de todos ellos, pero no deja de resultar una más que agradable lectura. En los casos anteriores, Valdemar sacó partido de géneros que están más presentes en su catálogo: el terror en la originaria Felices pesadillas, que conmemoraba el volumen 200 de la colección El club Diógenes, y cuyo éxito en ventas abrió la puerta a las restantes; igualmente el horror en Malos sueños, luego la acción en Mil y una aventuras, el juvenil siniestro en Relatos inquietantes para chicos valientes, y el humor en Con la risa en los huesos.
En esta ocasión, Óscar Sacristán escoge cuentos policíacos, y se enfrenta a una labor algo más compleja. Salvo los grandes pioneros, Edgar Allan Poe y Wilkie Collins, y tres clásicos indiscutibles como Arthur Conan Doyle, G.K. Chesterton y Edgar Wallace, no hay muchos autores de relieve de este género en los volúmenes anteriores de la editorial, centrada en la publicación de escritores libres de derechos que desarrollaron su carrera antes de la eclosión de la novela negra estadounidense en los años cuarenta.
Sin embargo, los relatos escogidos de escritores bien conocidos por otros menesteres resultan interesantes por sí mismos. Imposible no destacar El campanario, de Melville, o El delator, de Conrad, así como un clásico reciente, efectista pero realmente modélico, como Suyo afectísimo, Jack el Destripador, de Robert Bloch. También están Defoe, Stevenson, Dickens, Maupassant… En suma, una alineación que compensa de sobra la presencia previa en cualquier biblioteca de algún título bien conocido (quién no tiene a estas alturas en cien versiones el seminal La carta robada de Poe).
En su conjunto, las 800 y pico páginas del volumen son variadas y de calidad, resultan una más que recomendable inversión dado el precio y la edición del volumen (aunque se puedan objetar varios detalles, como el reiterado uso de “Rhomer” para el padre de Fu-Manchú, Sax Rohmer, o el anuncio en el prólogo de un relato de John Dickson Carr que no se incluye), y vuelven a dar testimonio de la labor de recuperación emprendida por esta casa madrileña.
El volumen, además, sirve para despertar una vez más la añoranza por una buena antología, una verdaderamente representativa, de relatos de este género. Salvo la fundamental Los mejores cuentos policiales de Borges y Bioy Casares, en Alianza, este volumen es quizá lo mejor disponible en el catálogo editorial español, y ambos son representativos únicamente de periodos concretos —y distantes— de la evolución del género criminal. Esperemos que alguna editorial emprenda esa tarea.

viernes, julio 17, 2009

Perturbaciones. Antología del relato fantástico español actual, VV.AA.

Edición y prólogo de Juan Jacinto Muñoz Rengel. Salto de Página, Madrid, 2009. 380 pp. 20,95 €.

Julián Díez

Las evidencias se acumulan para denunciar una falacia largo tiempo sostenida: la literatura española tiene cabida para los géneros fantásticos. Al reconocimiento absoluto de la obra de dos escritores capitales como José María Merino y Cristina Fernández Cubas, se va sumando la incorporación progresiva de Elia Barceló, Félix J. Palma o Pilar Pedraza al mercado editorial masivo.
Viene este volumen, por tanto, a suponer un nuevo jalón en un proceso imparable, al que ya contribuyeron previamente los trabajos de Juan Molina Porras (Cuentos fantásticos en la España del realismo, Cátedra) David Roas y Ana Casas (La realidad oculta. Cuentos fantásticos españoles del siglo XX, Menoscuarto). A diferencia de esos volúmenes plagados de nombres indiscutibles, éste apuesta por autores vivos y en plena producción; entre todos ellos conforman un retrato desmitificador y convincente de la literatura española del último siglo.
También es, por tanto, un ejercicio algo más arriesgado. A riesgo de no conocer lo suficiente la obra de algunos de los seleccionados más jóvenes como para considerar su “representatividad”, lo que sí hay que decir a favor del trabajo de Muñoz Rangel es que la práctica totalidad de las historias seleccionadas son convincentemente buenas, y se defienden por sí solas.
Personalmente, destacaría los trabajos incluidos de Pilar Pedraza, con el terror directo pero elegante de Balneario; Cristina Fernández Cubas, siempre tan inquietante y sutil como en este La mujer de verde; Norberto Luis Romero, en el evocador Capitán Seymour Sea; y Félix Palma, con el sutil juego, de origen cienciaficcionero, que plantea en Venco a la molinera. No conozco en detalle —y me propongo remediarlo de inmediato— la obra de Carlos Castán, de la que si El andén de nieve es un ejemplo representativo, sólo puedo esperar delicias.
En el debe de la antología sólo cabe reseñar un cierto aroma monocorde. La literatura fantástica es un campo mucho más amplio en potencial que la realista, pero Muñoz ha elegido la fantasía cotidiana como cimiento de casi cada relato escogido. Es la vertiente literariamente más consolidada del género, la que ha ofrecido mejores resultados a la literatura en lengua castellana desde que Julio Cortázar la consagrara más allá de toda duda, pero no es la única. Sin acceder a territorios más alejados como el de la ciencia ficción –por cierto que, aunque el antologista dice que no la tocará, hay cuentos con extraterrestres y universos paralelos-, alguna representación de la literatura maravillosa, o de historias entroncadas con las tradiciones legendarias españolas, podría haberse agradecido para ofrecer un panorama más rico.
Quede pendiente, tal vez, para otro volumen esa recuperación, así como una mayor presencia –muy deseable- de los autores que están practicando este género “desde dentro”, en el campo de las publicaciones especializadas, con autores que se aprestan a dar el mismo salto de Barceló o Palma, como es el caso de Santiago Eximeno, Marc R. Soto, José Antonio Cotrina o Alfredo Álamo.

jueves, mayo 28, 2009

El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres, VV.AA.

Ed. Sonia Gómez-Tejedor y Marta Peirano. Impedimenta, Madrid, 2009. 400 pp. 22,95 €

Luis Manuel Ruiz

Si alguno de vosotros visitara el coqueto museo de Neuchâtel, una ciudad suiza que posa para una postal y que mediado el siglo XVIII fue patria de la mayor generación de relojeros del mundo, se quedaría pasmado con sus tres más famosos inquilinos. El primero es un infante de unos seis o siete años, dotado de una espesa melena, que se inclina sobre un pupitre para empuñar una pluma de urogallo y cubrir un pliego de frases; el segundo, hermano gemelo del anterior salvo por el color del cabello (este es rubio), dibuja siluetas con un lapicero en una tarjeta; la tercera, una joven con ese aire lacio de las aristócratas de sangre, interpreta al órgano piezas de una gélida sonoridad. Los tres son hijos de Jaquet-Droz, senior y junior, y de J.-F. Leschot, en su día relojeros de reconocida habilidad a lo largo y ancho de Europa, y fueron protagonistas de un asombrado ensayito de Italo Calvino en su Colección de arena (“Las aventuras de tres relojeros y de tres autómatas”). Pulsando aquí, podréis presenciar las monerías de estos seres de metal y cerámica, e inquietaros con su similitud con criaturas de carne y hueso y con la desagradable caricatura en que convierten esos actos tan racionales y artísticos que son escribir, dibujar o interpretar una partitura. A ellos, y a la larga estirpe de la misma especie que los precedió, va dedicada esta antología de textos titulada El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres: en concreto a las máquinas travestidas de hombres más populares de la historia y la huella que dejaron en artistas, filósofos, psicólogos y visionarios. En la mayor parte de los casos esa huella consiste en inquietud, cuando no en rencor o en una obsesión disfrazada de interés científico: el hombre artificial repele al intelectual a la vez que lo atrae, que lo arrastra hacia un abismo incierto donde se desdibujan los secretos de nuestra identidad y la tenue línea que nos separa de las cosas inertes y desprovistas de conciencia.
La intención de las editoras, Sonia Bueno Gómez-Tejedor y Marta Peirano, al realizar una selección de textos que abarca desde los primeros filósofos racionalistas hasta los últimos teóricos de la computación, ha sido ofrecer una cartografía del recorrido que la imagen del autómata, u hombre mecánico, ha seguido desde sus albores en el siglo XVII hasta nuestros días, y de la influencia que dicho perfil ha ejercido en diversos aspectos de nuestra cultura, señaladamente en la literatura. Podría quizá reprochárseles algo de arbitrariedad a la hora de comenzar su sondeo en la era de Descartes, soslayando a los orfebres del Renacimiento (Salomón de Caus, Juanelo Turriano) o eludiendo directamente la mención de los autómatas antiguos de que se tiene noticia (como la famosa paloma voladora del griego Arquitas); a su favor hemos de alegar que la antología no se pretende exhaustiva y que sólo con Descartes el autómata pasa a consistir en algo más que una mera curiosidad lúdica, un pasatiempo de alta sociedad, para ocupar un puesto de relevancia en la ciencia del momento y en el concepto que el hombre se hace de sí mismo. Fue el autor del Discurso del método quien formuló que el individuo es un espíritu atrapado en una serie de engranajes (the ghost in the machine, en la expresión de Gilbert Ryle) y que las diferencias entre un perro de carne y hueso y otro fabricado en un taller están sólo relacionadas con la resistencia relativa de los materiales.
Siguiendo un escrupuloso programa didáctico, la antología se divide en cuatro partes. La primera de ellas, Las máquinas filosóficas, echa un vistazo a las primeras formulaciones del mecanicismo filosófico y ofrece voz a Descartes, La Mettrie, Diderot y Charles de Vaucanson (el fabricante de autómatas tal vez más afamado de todos los tiempos) para que comparen libremente al ser humano con los artefactos surgidos de las relojerías. En su tiempo, siglos del XVII al XVIII, dicho paralelismo resultaba obsceno, cuando no diabólico: el hombre, colocado por Dios en la cúspide de la creación y agasajado con un alma inmortal que lo equiparaba a los ángeles, no podía ponerse al ras de un burdo muñeco de metal, cuyos movimientos sólo servían para contentar a aristócratas consumidos por el tedio. Sin embargo, la noción de cuerpo como entidad puramente material y la reducción de los procesos orgánicos a sucintas operaciones químicas terminarían por calar en el orbe académico y por permitir las primeras autopsias y progresos en la cirugía traumatológica.
La segunda parte se centra en el que seguramente es el más popular (y falso) autómata de la Historia. El turco rastrea los avatares del legendario jugador de ajedrez ideado por Wolfgang von Kempelen en 1769 para la emperatriz María Teresa de Austria y luego heredado por Johann Nepomuk Maelzel, quien lo convertiría en vedette y lo llevaría a recorrer las principales cortes y teatros del hemisferio norte. Se trataba de una figura que causaba impresión, dotado de una barba sarracena y un turbante, y que se presentaba al público con la promesa de derrotar a los escaques a todo aquel que se le opusiera. Casi un siglo tardaron las eminencias grises de la época en advertir que se trataba de un mero montaje y que un hombre (varios hombres, en realidad, entre los que se contaban muchos de los mayores ajedrecistas de la Europa de entonces) se ocultaba bajo el aparato y accionaba los resortes que le permitían jugar. El turco dejó una impronta profunda en el imaginario del siglo XIX, como atestiguan los ejemplos recogidos en la selección: el imprescindible ensayito sobre El jugador de ajedrez de Maelzel, de Edgar Allan Poe, o el relato de Ambrose Bierce El maestro de ajedrez de Moxon.
Las máquinas fatales es el título de la tercera parte, seguramente el clímax de la antología y la que contiene sus piezas más reveladoras. Se documenta en ella el giro de la figura del autómata de lo exótico a lo siniestro y su ingreso en el profuso panteón romántico. Es la era del decadentismo, de la femme fatale, de Salomé, la Esfinge, Baudelaire y la belleza depravada, donde todo lo hermoso lo es doblemente si se halla vacío por dentro y construido con cartón y en que Rimbaud confesaba a su amada Ah! Je ne veux pas ton cerveau torpide! La misoginia y el amor por las apariencias debían desembocar, inevitablemente, en la exaltación de la mujer objeto, de la muñeca hinchable, el maniquí, la robot. El pico de esta tendencia lo constituye la inevitable Eva futura de Villiers de l’Isle-Adam, construida por un Edison monomaníaco con la exclusiva función de satisfacer al amante, pero tiene un precedente en la que quizá es la narración más perfecta y terrible sobre autómatas que jamás se ha escrito, El hombre de arena, de E. T. A. Hoffmann. La selección presenta una impecable versión (por parte de José C. Vales) de este clásico tan maltratado por los traductores y cuya potencia para inquietar y provocar escalofríos no ha cedido un ápice hasta el día de hoy. Esta tercera parte añade extractos de obras de Freud (su famosa monografía sobre Das Heimlich en que analizaba el cuento de Hoffmann) y de Thea von Harbou, esposa de Fritz Lang y autora de una novela, Metrópolis, sobre la que se edificaría una de los primeros hitos del cine de ciencia-ficción.
La conclusión la aporta la cuarta parte, A mí me hizo J. F. Sebastian. Bajo un título prestado de otro imprescindible del cine del mismo género, Blade runner, se ilustra aquí la conversión del autómata en amenaza una vez que comienza su fabricación en serie y se acrecienta su poder tanto física como intelectualmente: es posible que, en un porvenir no demasiado lejano, los hombres artificiales, mecánicos o no (los de Blade runner eran réplicas genéticas) discutan el dominio del universo a su creador. Nos encontramos en la era del robot, no tan servicial ni decorativo como su antepasado dieciochesco, y notablemente más poderoso; esta sección última cuenta con textos de Isaac Asimov (sus repetidas Tres Leyes de la Robótica), A. M. Turing (con pros y contras sobre la posibilidad de conciencia en una máquina) y Karel Capek, inventor, en su obra R.U.R., de uno de los términos más empleados por los autores de fanzines y los amantes insatisfechos, el de robot.
El autómata, el hombre artificial, el gólem no están solos dentro de la prolífica camada de rarezas de la literatura fantástica: les hacen compañía seres no menos turbadores como el doble y el alienígena. Todos ellos, criaturas fronterizas, nos mueven al estupor, a la duda: nos enfrentan a nuestros propios límites como seres humanos y nos hacen cuestionarnos en qué consiste exactamente esa esencia escurridiza que nos define como especie frente a las bestias y los ángeles. El autómata o el robot repelen al observador por una razón esencial: porque si son muy perfectos, si imitan con el debido escrúpulo a las criaturas que los han producido, acaban por resultar indistintos de ellas. Los autómatas nos sumen en perplejidad y desasosiego y nos hacen preguntarnos qué nos separa realmente a nosotros, supuestos modelos, seres dotados de moral e inteligencia, de los juguetes generados a nuestra imagen y semejanza; así como cuestionarnos, como ya hacía Descartes en un párrafo revelador de sus Meditaciones, si al fin y al cabo cuantos nos rodean no serán maniquíes disfrazados bajo los que se ocultan tuercas, pistones y engranajes. Mirad bien debajo de las faldas de vuestras novias y la pechera del camarero: quizá os sorprenda el tictac de un reloj escondido.

jueves, marzo 19, 2009

Doble Mirada: Los cuentos más breves del mundo: De Esopo a Kafka, Edición de Eduardo Berti

Páginas de Espuma, Madrid, 2008. 280 pp. 19 €

1. Elia Barceló

Creo que la primera vez que me encontré con un microrrelato (o hiperbreve o minificción, como también se les llama) fue hace muchos años en un texto ensayístico de Cortázar donde, para ejemplificar el punto de vista en un relato, usaba una breve historia que no era suya, pero no indicaba procedencia y hasta ahora no he averiguado de quién es, aunque por el tema podría ser de M. R. James. Lo cuento de memoria:
Un matrimonio quiere comprar un castillo inglés (o escocés) que acaba de ponerse en venta y, mientras el marido habla de las condiciones con la empleada de la inmobiliaria, la mujer va entrando y saliendo de distintas habitaciones. Al llegar a un pasillo, se encuentra con un caballero que, al parecer, también está interesado en la compra del castillo, empiezan a charlar y la mujer le comenta: «He oído decir que este castillo tiene fantasma. ¿Usted cree que es cierto?»
El caballero le contesta: «No sabría decirle, señora. Yo hace quinientos años que vivo aquí y no lo he visto nunca.» Y desaparece.
El minicuento me pareció tan estimulante, tan curioso, tan lleno de sugerencias que desde ese momento empecé a buscar microrrelatos conscientemente, lo que me llevó, como era de esperar, a Monterroso y su dinosaurio, y de ahí a muchos otros autores pasados y presentes que utilizaron la extensión hiperbreve para plasmar sus historias. Debo de haber leído cientos, pero todos ellos eran modernos, entendiendo por moderno lo producido, sobre todo, a lo largo del siglo XX.
Los ensayos sobre la ficción hiperbreve también suelen dedicarse a lo contemporáneo y hasta la lectura de Los cuentos más breves del mundo. De Esopo a Kafka apenas si había tenido ocasión de leer textos que hubieran sido escritos mucho antes del siglo XIX.
Por eso he encontrado muy satisfactorio este volumen: porque me ha abierto un campo que yo sabía que tenía que existir, pero nunca había encontrado, y me ha proporcionado muchos momentos de placer de lectura porque, si algo tienen los microrrelatos, es que —igual que su equivalente en poesía, el haiku— ofrecen un máximo de placer junto a un mínimo de tiempo de lectura y un eco interior larguísimo.
El proceso de reunir los textos que nos regala esta obra ha debido de ser largo y difícil, casi detectivesco, porque nos encontramos con microrrelatos de 157 autores que van desde el más antiguo (Esopo, 620-560 a.C) al más reciente (Franz Kafka (1883-1924), pasando por los autores griegos, chinos y romanos de antes de Cristo, para continuar cronológicamente recorriendo la cuentística árabe, persa, india, china, europea de distintos países y estadounidense.
El compilador —Eduardo Berti— nos informa en el prólogo de que ha estructurado su selección partiendo de tres criterios: los textos elegidos debían ser muy breves (un máximo de 350 palabras, aunque la mayor parte tiene muchas menos); debían ser anteriores al siglo XX (o de principios del siglo XX como mucho) y debía tratarse de textos escritos en cualquier lengua salvo la castellana.
Esto ha tenido que aumentar considerablemente la dificultad de compilar la antología porque las lenguas originales son tantas y tan variadas que no resulta posible que un solo antologista las domine todas y esté en posición de ofrecernos una traducción propia. Para eso se han encargado traducciones a varios profesionales que constan en el elenco del final del libro.
El lector aficionado a la ficción ultrabreve descubrirá en esta obra una gran cantidad de textos que, estoy casi segura, no conocía y que le proporcionarán esas breves chispas de ingenio que suelen incendiar la estopa de nuestra imaginación.
De todas formas, es conveniente avisar de que los lectores acostumbrados a textos contemporáneos, que suelen poner el énfasis en la sorpresa, pueden encontrar muy diferentes los microrrelatos más antiguos: algunos son, para nuestro gusto actual algo «lentos»; otros nos parecen ya conocidos —porque ha habido generaciones de escritores posteriores que han bebido de estas fuentes sin informarnos de ello y los lectores pensábamos que eran originales—; otros son —lamento tener que confesar mis dificultades con el pensamiento chino— algo crípticos; otros son fuertemente didácticos —cosa a la que los lectores actuales ya no estamos acostumbrados—, pero en conjunto se trata de un libro apasionante que vale la pena tener siempre a mano porque, a diferencia de las gordísimas novelas que están de moda hoy en día, esta obra tiene la ventaja de que con dos minutos de lectura hemos incorporado a nuestra mente un texto completo que nos hará sonreír o reflexionar durante mucho tiempo.
Es muy de agradecer también la estructuración cronológica de los microrrelatos, la existencia de un índice de autores con un poco de información sobre cada uno de ellos —ya que los hay auténticamente desconocidos para un público occidental— y las referencias a los traductores.
Eduardo Berti y Páginas de Espuma nos han hecho un gran regalo y, a riesgo de parecer una niña mimada y desagradecida que, nada más recibir un juguete ya está pidiendo el siguiente, me gustaría que ambos continuaran colaborando para ofrecer a los lectores más libros como éste.


2. Ignacio Sanz

Los relatos cortos o microrrelatos no son una moda de nuestro tiempo acelerado. Ya encontraron asiento en la antigüedad entre autores célebres. No hay más que echar un vistazo a este libro recogido por Eduardo Berti para percatarnos del largo camino que llevan trazado. Es verdad que, en la mayoría de los casos, son piezas sueltas en la obra de sus autores, es decir que el género carecía de la patente de corso que goza en la actualidad donde grandes autores de novelas o de relatos han entregado también libros de microrrelatos. Acaso al rebufo de esta nueva corriente, Eduardo Berti, mira al pasado para descubrirnos que también los clásicos habían hollado este camino. Es una manera sutil de hacernos saber que no hay nada nuevo bajo el sol.
¿Pero qué es un microrrelato o un relato breve? Berti lo define en la introducción al este libro como aquel que no ocupa más de una página. Dicho en palabras, los que no superan las 350 palabras. Los relatos por él elegidos oscilan entre las tres líneas y la página, es decir, son relatos cortos. Otra particularidad del libro es que se trata en todos los casos de relatos traducidos, es decir no escritos por autores en español. Ningún autor está representado con más de dos cuentos. Y otra característica más es que Berti se adentra tanto en la cultura occidental, incluyendo a los árabes, como en la oriental, rescatando autores chinos o japoneses con los que el lector occidental no suele estar muy familiarizado.
Leyendo esta antología uno descubre que los autores, antes que hijos de unos padres concretos son, sobre todo, hijos de una época. Quiero decir que el lector se va a encontrar aquí los cuentos moralizantes propios del medievo que recuerdan a nuestro don Juan Manuel; también se topará con nombres legendarios, nunca mejor dicho como el italiano Santiago de la Vogágine, autor de la Leyenda aúrea, junto a los clásicos griegos y latinos. Y muchos autores célebres como Leonardo, Voltaire, Marqués de Sade, Baudelaire, Tolstói, Stenvenson, Rimbaud, Chéjov, Bierce, Wilde, Mark Twain, Jules Renard, Svevo o Kafka que cierra la lista. Es decir, el libro se cierra en los albores del siglo XX.
La amenidad del libro radica en la brevedad de sus relatos. Leyendo estas páginas uno tiene la sensación de haber hecho un recorrido por la historia de la literatura. Es verdad que se trata en ocasiones de apuntes, escorzos llenos de gracia e ironía en los que el quiebro final acaba dando al relato esa esferecidad de la que hablaba Cortázar y de la que se apropió después Antonio Pereira, uno de nuestros grandes cultivadores de relatos breves.
Es posible que el lector contemporáneo se sienta más atraído por aquellos autores más cercanos en el tiempo, pero no se va a sentir decepcionado con los escritores precristianos ni tampoco con los orientales. Al fin, las preocupaciones del hombre son constantes en lo esencial.
Y, para muestra un botón, elegido por su brevedad: Frenesí de William Drummond:
«Una dama sentía tal frenesí por cierto predicador llamado Mr. Dod, que le pidió a su marido que le permitiese acostarse con él a fin de procrear un ángel o un santo; el permiso fue dado, pero el parto fue normal.»

martes, marzo 03, 2009

Érase que se era. Cuentos tradicionales de Castilla y León, Edición de Joaquín Díaz

Editorial Castilla Tradicional, Urueña, 2008. 252 pp. 26.90 €

Ignacio Sanz

El cuento tradicional es el antecedente del cuento literario o de autor. La sociedades tradicionales, de la misma manera que acuñan refranes, jotas o romances, acuñan también cuentos, a veces con una estructura compleja. El Arcipreste de Hita o don Juan Manuel son dos clásicos de la lengua que sacaron mucho partido al cuento. El cuento tradicional está presente en El Quijote y en muchas de las obras del siglo de Oro. En nuestros días autores tan insignes como Guelbenzu, Rodríguez Almodóvar o José María Merino también se han ocupado del cuento tradicional.
De la estirpe refinada de Menéndez Pidal o de Julio Caro Baroja, el etnógrafo Joaquín Díaz, un clásico vivo como intérprete del romancero, con más de medio centenar de discos a sus espaldas y con otro medio centenar largo de libros sobre cancioneros, trabalenguas, refranes, romances y cuentos es una autoridad indiscutida de la cultura tradicional. Desde hace veinte años dirige el Centro Etnográfico de Urueña (Valladolid) que lleva su nombre así como la Revista de Folklore. Pero, además, es un dinamizador de la sociedad tradicional y un creador de museos e impulsor de iniciativas que tienden a realzar el valor de esta cultura, con frecuencia menospreciada desde los centros urbanos del poder. Como dijera Machado: “Lo que no es tradición es plagio”. Eso lo sabe bien Joaquín Díaz que no sólo bebe en las fuentes tradicionales sino que las recrea para trasladar al hombre de nuestro tiempo la emoción que potencialmente contienen.
En la introducción a este hermoso tomo de cuentos tradicionales, Joaquín Díaz reflexiona sobre la necesidad de mitos que tiene el hombre de cualquier época y de cómo el hombre se sirve de los relatos para la trasmisión de valores: “Quienes trabajamos en el terreno de los conocimientos legados por la tradición lo tenemos muy claro: nada en la vida de los individuos se produce aisladamente.”
Joaquín Díaz, arriesgando mucho, ha decidido dividir los cuentos de esta entrega en seis apartados que ha titulado: “astucia y necedad”, “valentía y cobardía”, bondad y maldad”, “riqueza y pobreza”, “prudencia e imprudencia”, “lo natural y lo sobrenatural”. Y digo que arriesga mucho porque los cuentos, como las personas, no son espíritus puros ni simples y participan al mismo tiempo de varias de estas características.
No hay más que catar alguno de estos 140 cuentos para percatarse de su ambigüedad o complejidad temática. También del estado de gracia que siguen teniendo, es decir de cómo nos siguen encandilando estas historias primigenias protagonizadas por frailes, curas y sacristanes, por molineros, zapateros, herreros o sastres, por zorras y lobos.
Y es que en estos cuentos se palpa el gozo primigenio de la narración eficaz sin aditamentos artificiosos, la gracia siempre viva de las historias que vienen rodando desde largos siglos, entreteniendo las veladas, las meriendas y los momentos gozosos de la vida del pueblo llano que las ha hecho suyas.
El mérito de Joaquín Díaz descansa en la traslación esencial de estos cuentos, eliminando no sólo los carraspeos de los contadores o informantes, sino el bálago reiterativo en el que con frecuencia caen otros colegas más puristas. De tal modo que al leerlos experimentamos una sensación de plenitud que recuerda al goce esencial que nos traslada cualquiera de sus discos.

jueves, septiembre 06, 2007

La feria del crimen, varios autores

Trad. José Luis Sánchez-Silva. Lengua de Trapo, Madrid, 2007. 283 pp. 19,50 €

Marta Sanz

Esta recopilación de relatos es una lectura inmejorable para el verano. Y para el otoño, para el invierno y para la primavera. Para la playa, la montaña, el tren de cercanías, el atril de estudio o el salón de casa. Porque, más allá del entretenimiento, La feria del crimen es un volumen altamente ilustrativo para todos aquellos amantes del género negro que, aun sabiendo de la importancia de las aportaciones en lengua francesa al acervo de la literatura policial, se han concentrado en las obras de autores anglosajones. La feria del crimen ofrece a ese lector, que sólo ha hecho algunas catas, la oportunidad de familiarizarse con los mejores y más recientes representantes del noire, del polar y del neo-polar. Y la degustación de vamps, comisarios, detectives autónomos, mirones, psicópatas metódicos, soplones, delatores, fauna urbana de todo pelo, asesinos a sueldo y asesinos casuales, serial killers, fetichistas, presos, cabezas de familia con rarezas, degustadores de ragú de cordero, víctimas que se convierten en verdugos, represaliados políticos, científicos locos, seres de la noche, feriantes, esporádicos violadores de vacas, ladrones aficionados o ingenieros especialistas en el diseño de minas antipersona... es, sin duda, exquisita.
El prólogo de José Luis Sánchez-Silva constituye un elemento de contextualización imprescindible para afrontar la lectura; su económico y claro recorrido por los orígenes, evoluciones, puntos de encuentro, confluencias, alcances y modalidades del totum revolutum que llamamos “negro” ayuda a aclarar conceptos y a situar los relatos dentro de un espacio plagado de reminiscencias, ecos, manchas de humedad: las de Poe y Conan Doyle, la novela policial, Vidoq, Wilkie Collins, la novela de detectives, Arsène Lupin, la novela-enigma, Poirot, los pulp magazines, Cosecha roja, el hard-boiled, Marlowe, Maigret, Marcel Duhamel y la Série Noire de Gallimard, las adaptaciones cinematográficas de Clouzot, Manchette y los escritores neo-polar... Los escritores franceses saben que en su tradición, además de Gaston Leroux y de sus misterios de cuartos inexpugnables y amarillos, también está Zola, el realismo descarnado, el naturalismo, la atención al detalle cotidiano, el escritor que observa la realidad y se documenta, el argot, una problemática social y política que cada vez es más transnacional y menos autóctona, pero que no hace de Marsella ni de las inmediaciones del puente Tolbiac o de Chambéry un absurdo remedo del Bronx o de las calles de Chicago. Lo negro es reconocible. Lo negro no es un escenario de cartón piedra, el decorado para una aventura de evasión, lo negro está a la vuelta de la esquina...
Todos los lugares son Poissonville. Pero cada Poissonville lo es a su manera. Cada autor confiere a su relato un tono más o menos paródico, más o menos elegiaco, acusador, risueño, trascendente o crudo: en “Mr. Black”, Marc Villard nos presenta la historia de Steffi, una streapper que aún no ha cumplido los veinte años pero ya tiene una filosofía de la vida perfectamente oscura: los diálogos, el juego de miradas y las descripciones de esos labios morados —no precisamente situados dentro de los límites del óvalo facial— que se abren y se cierran delante de ojos llenos de rijas nos recuerdan que hay cuerpos que se repiten dentro de otros cuerpos y que en esa proyección, en esa suplantación, la mujer casi siempre será la víctima. “Hasta el fin del mundo” de Patrick Raynal es una delicia chandleriana que conjuga la chulería del diálogo como arma de seducción y la mujer de ojos garzos con la comicidad de un detective izquierdista al que le encanta el lujo y es capaz de pronunciar sentencias como “cachorros del liberalismo (...) creían que Internet iba a liberar a la humanidad como Moulinex había liberado a la mujer”. Marsella está presente en los relatos de Jean-Claude Izzo y de Philippe Carrese: el primero, polémico desde un punto de vista ideológico, una llamada de atención sobre la pervivencia y cotidianidad del fascismo en sociedades que han bajado la guardia; el segundo, una fábula, una divertidísima parodia de la que no puedo desvelar nada más por deseo expreso del autor: la palabra “cachondada” nunca fue más oportuna. Por su parte, Didier Daenickx en “La centinela” da una lección sobre cómo se crea una atmósfera y sobre el significado profundo de lo sórdido, y Dominique Menotti, en “Tolerancia cero”, pone ante los ojos del lector un interrogatorio de lo más peculiar: un recto comisario que asiste, casi impasible, a la confesión de las acciones bestiales cometidas por un buen francés, vesánico, xenófobo y misógino —como mínimo— al que le amparan toda la fuerza de su razón, de su nacionalidad y de su sexo. Incluso le ampara la fuerza de la ley y de la costumbre. Otra escritora, Fred Vargas, sugiere en “Noche de bestias” que a veces lo irrisorio es lo fundamental y construye un relato clásico en el que destaca el juego de fuerzas, las relaciones entre los personajes, especialmente entre los policías que participan en las pesquisas de un asesinato con pinta de suicidio. Por último, es necesario citar el relato que da título a esta recopilación, “La feria del crimen” de Tonino Benacquista, donde el sentido de la palabra “feria” es literal: una feria con sus correspondientes stands, mesas redondas —Ronald Biggs es la estrella invitada— y entrega de premios... dos de los galardonados pasarán juntos la noche en una habitación de hotel; uno de los dos no podrá levantarse vivo... Y así hasta llegar a dieciocho relatos —de Andrea H. Japp, de Jean-Patrick Manchette, de Jean-Jacques Reboux, de Tierry Jonquet...— que dan cuenta de la buena salud de un género que no se muere porque es absolutamente necesario.
El diseño de la colección y la encuadernación del volumen son una muestra de buen gusto y de respeto hacia la comodidad del lector. No de todos los libros se puede decir lo mismo.