Aquellos que nos consideramos nostálgicos de las formas en las que el entretenimiento cobraba forma en nuestros años de infancia, sean éstos los 60, los 70 o los 80, seguimos celebrando que los Muppets sean unos personajes que todavía hoy tengan tanto que decir. El tour de los Muppets llega tres años después de Los Muppets y mantiene toda la frescura con la que aquella recuperó a las maravillosas marionetas de Jim Henson. James Bobin, director de ambas y coguionista de esta segunda, reduce levemente la estructura de gran musical que tenía la primera (aún sin renunciar a las canciones) y apuesta por una historia algo más elaborada desde la ingenuidad que preside, y que tiene que presidir, cualquier película de los Muppets. Bendita ingenuidad, por cierto, porque en estos días en los que parece que sólo vende lo truculento, lo complejo, lo adulto, es sencillamente maravilloso encontrarse con una película tan divertida, tan amena, tan simpática, tan sincera y tan para todos los públicos como ésta.
Comparándola con la primera de esta ojalá longeva saga, hay un pequeño bajón en la parte musical. Y eso que empieza con un sensacional número que recoge la acción justo donde se quedó en aquella y riéndose precisamente y con brillantez de esta moda de hacer secuelas a cualquier éxito de taquilla. Pero no todas las canciones que hay de ahí en adelante quedan igual de bien, alguna se antoja incluso prescindible y dado que la película sigue centrándose en el show de los Muppets se echa en falta un espectacular número final. Es, quizá, el único elemento discutible de la película, que sabe mantener las constantes del filme precedente. Esto es, los Muppets en plena forma, una comedia divertidísima, esa ingenuidad que lo convierte en un título sumamente accesible, una brutal variedad de escenarios y una tronchante capacidad de introducir los más disparatados cameos. Y en estos dos últimos aspectos lo mejor es no saber absolutamente nada porque la sorpresa hace que las risas sean todavía más abundantes a lo largo de la película.
La clave de que El tour de los Muppets funcione tan bien como lo hace es que sus personajes, la marca que representan y su humor son imperecederos. Funcionaban igual de bien hace tres décadas que en nuestros días, y eso es porque su comedia es inteligente, sincera y sencilla. Bobin propone 107 minutos de diversión muy bien llevada, en la que consigue sacar partido a todos los Muppets que desfilan por la pantalla (quizá el gran perjudicado sea Walter, el añadido de la anterior película, al que sólo se da protagonismo en la parte final) y consigue que todos los actores se diviertan y hagan que el público se divierta, desde los protagonistas Ricky Gervais (aquí más familiar y menos irreverente de lo que esperarían los seguidores de aquella gala de los Globos de Oro que presentó), Ty Burrell y Tina Fey hasta la larga ristra de artistas que aparecen unos breves segundos. Nadie desentona (aunque se echa de menos a Amy Adams). Nada falla realmente en la película, que sirve para que se siga perpetuando el riquísimo legado de los Muppets.
Sí queda la sensación de que está algo por debajo de la película anterior, algo que se centra de forma especial en su aspecto musical, pero de una forma mínimamente perceptible, porque el buen rato que ofrece su estrafalaria y simpática historia está dentro de la tradición de los Muppets y de un cine y un entretenimiento que no se ve con tanta frecuencia en nuestros días. Lo mejor de El tour de los Muppets es que no es una secuela pensada, rodada y vendida únicamente para sacar el dinero de los nostálgicos o de quienes disfrutaran de la primera película, dentro de esa machacona industria del entretenimiento que a veces se olvida de hacer productos sinceros. Como aquella, esta secuela está realizada con mucho acierto, con mucho cariño a los personajes y con un inmenso respeto al espectador, por lo que lo único que cabe pensar es que haya una tercera película que mantenga este nivel. Bendita ingenuidad, sí, la que siguen proporcionando los Muppets con historias tan frescas y divertidas como ésta.