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viernes, enero 22, 2016

'The End of the Tour', David Foster Wallace para iniciados

Genialidad y conocimiento tienen una relación compleja. La tienen cuando la obra resultante es poderosa pero, al mismo tiempo, exige un saber previo. The End of the Tour se enfrenta con ese dilema y sale victoriosa porque esquiva casi todos los problemas a los que hace frente. No obstante, sí se convierte en una película para iniciados. El filme de James Ponsoldt cuenta la entrevista de cinco días que un periodista de la revista Rolling Stone, David Lipsky (Jesse Eisenberg), le hizo al escritor David Foster Wallace (Jason Segel), basándose en el libro escrito por el propio Lipsky. Y sí, parece bastante vital para entender toda la dimensión de la película conocer a Wallace, más su personalidad que su obra, para alcanzar a comprender lo que propone Ponsoldt. De lo contrario, el espectador afronta un nuevo problema: la fascinación.

Ese es el tema fundamental de la película (ese y la soledad, como evidencia la secuencia que Ponsoldt se ha dejado tras una primera parte de los créditos finales), y es ahí donde la necesidad del director de esquivar un planteamiento demasiado explicativo topa con el desconocimiento del espectador medio. Wallace no es un tipo fascinante. Lo es su obra, y lo puede ser también el contraste entre la categoría que se le atribuye a sus libros y ensayos con su vida anodina y sencilla, pero él no lo es. Y la película no hace que Lipsky alcance tampoco esa categoría. De esa manera, The End of the Tour es una convivencia de cinco días, una conversación continua entre dos personajes que copan casi todo el metraje del filme entre ambos y que tienen mucho que contar pero sin perder un aire de cotidianidad que, precisamente, resta fascinación cinematográfica.

Ahí radica, por contradictorio que parezca, el mérito de Segel y Eisenberg, que sostienen con una exquisita maestría una película que descansa en ellos de forma casi exclusiva. Segel, que nos tiene acostumbrados a papeles de comedia, se mete en la piel de Wallace de una forma bestial, y aunque la película no termina de invitar a que se investigue sobre la figura del escritor, quizá demasiado vinculada a un interés norteamericano que Ponsoldt no se esfuerza en disimular, el intérprete sí consigue una acertadísima composición. Lo mismo sucede con Eisenberg, que confirma que es un actor capaz de cualquier cosa cuando se olvida de interpretarse a sí mismo y frena la incontenible velocidad de su verborrea para conseguir meterse en la piel de una persona normal. The End of the Tour son ellos, para bien o para mal.

Lo que está claro es que llevar a la pantalla el complejo universo intelectual de Wallace no sólo no es fácil sino que además presenta unos riesgos elitistas que el cine, probablemente, no se puede permitir. No, al menos, con una historia que se circunscribe a un periodo tan concreto. Ponsoldt sí se muestra hábil para que ese universo cerrado, apenas roto por un brevísimo prólogo y un muy inteligente montaje hacia el final del filme, funcione en sí mismo. Su problema está en que no es nada fácil inferir de lo que vemos lo que en realidad era Wallace. Incluso da la impresión de que la película crece cuando se introducen elementos distintos a los dos protagonistas, cuando más que una entrevista la historia se convierte en una lucha de envidias y recelos manifestados con sutileza. Lejos de ser una obra indiscutible, The End of the Tour sí consigue mantener el interés durante sus 106 minutos y destaca sobre todo por sus dos actores principales.

viernes, julio 25, 2014

'Sex Tape', mucho gag, poca chicha

A Sex Tape hay que reconocerle, en primer lugar, su sinceridad. La comedia moderna está basada de una forma absoluta en bromas sexuales, incluso en películas que podrían sustentarse de otra forma, pero la película de Jake Kasdan al menos no lo oculta y coloca la palabra "sex" en su título. Ya está, no hay engaño posible. Vamos a ver una película sobre una pareja que gozaba enormemente del sexo hasta que tuvieron hijos y ahora ya ni si acuerdan de aquellos tiempos, por lo que deciden romper la monotonía grabándose a sí mismos y ese vídeo empieza a circular sin control. Directos al grano, sin duda. Y ahí, en ese escenario, el gag funciona con razonable frecuencia (aunque, curiosamente, los mejores de la cinta no son los más sexuales). ¿La historia? Eso sí que no. Aunque despierte risas, lógicas porque estamos ante una comedia y eso es lo que  busca, la película no está bien construida, hay tramas que no importan, hay personajes que sobran y al final, en realidad, la cosa no es para tanto y ofrece poca chicha. Desde luego, nada escandaloso.

El gran problema de Sex Tape es que sacrifica todo lo que cuenta en favor del gag y llega un momento muy claro en el que la película se sale de madre. Empieza como algo creíble y acaba siendo algo inverosímil. Juguetea en su primer tercio con las consecuencias en la vida sexual de la pareja tras tener hijos, para pasar olímpicamente de este tema cuando el desmadre se apodera de la película (lo del pastor alemán viene a ser la muestra de que cualquier posibilidad de verismo se desvanece). Y, la verdad, cuando el espectador acaba por ver partes del famoso vídeo porno que graba la pareja protagonista se disipa todo el efecto que trata de sostener la película. Mucho fuego de artificio, mucho primer plano, mucha espalda y trasero, pero poco en realidad de la sex tape que anuncia el título. Obvio, ya que en el fondo no deja de ser una película que busca un público amplio.

Y aunque la pareja protagonista, la que forman Cameron Diaz y Jason Segel como Annie y Jay, tiene cierto carisma, acaba siendo insuficiente. Incluso siguiendo uno de los diálogos de la película en los que Segel afirma que en una película porno nadie ve a los tíos, probablemente Sex Tape pase a la historia por ese plano de Cameron Diaz como patinadora sexy o por mostrar el trasero. La paradoja que define la película a la perfección está en que una de las subtramas más completamente innecesarias (la empresa que quiere comprar a Annie su blog sobre la maternidad y del que sólo conocemos una entrada referida... al sexo) acaba ofreciendo lo más divertido de la película, el personaje de Rob Lowe en una sorprendente doble faceta. Y atención a los momentos Disney. Eso sí que es enormemente divertido. Eso, y para quien guste de la comedia más disparatada, algo del desmadre, pero poco más.

No es que Jake Kasdan sea un director del que haya que esperar demasiado (Bad Teacher, su anterior película, no era especialmente divertida), y la pareja protagonista está lejos de ofrecer sorpresas con su trabajo, especialmente en el caso de una Cameron Diaz encasillada ya en la comedia disparatada y no precisamente en títulos de gran calidad. Tampoco se trata de despedazar la película, como parece que ha hecho la crítica norteamericana, porque el gag lo usa con la suficiente habilidad como para que haya momentos divertidos. Pero es igualmente obvio que no aspira a mucho más, y por eso se olvida de tramas (ojo a la forma en la que acaba completamente desinflado el motivo por el que el matrimonio protagonista se lanza a su búsqueda del vídeo o la irrelevancia de la cantidad de dinero que aparece) y apuesta por el impacto puntual. En grupo y sin pretensiones, hasta se le puede encontrar el punto, pero siempre teniendo claro que no hay mucho de donde tirar.

miércoles, febrero 08, 2012

'Los Muppets', nostalgia y reivindicación

Habrá quien vea el cartel de Los Muppets y despreciará el producto en favor de títulos más taquilleros, estrellas más reconocibles o cine más trascendente. No puedo culpar a quien lo haga, pero desde luego no voy a estar de acuerdo. Para mí, y no soy todavía de los que peinan canas precisamente, la nostalgia es un factor a favor de ver una película. Los Muppets, lo que en su día fueron para mí los Teleñecos, forman parte de mi cultura, y eso cuenta. Quizá quien tenga a estos personajes como algo ajeno no entenderá la sonrisa que había en mi cara al salir del cine. Pero es que Los Muppets, y ahí está la sorpresa, es también un ejercicio de reivindicación. De una forma de entretenimiento que estamos olvidando en favor de espectáculos olvidables y de dudosa calidad, de los nombres que perduran en el tiempo y no están sujetos a modas. Y también del musical de comedia más Disney, ese que ya sólo Disney hace de vez en cuando y que sigue siendo tan bonito como la primera vez. No seré yo quien oculte que se lo ha pasado fenomenal con este revival.

Los Muppets es una comedia. Vaya novedad, ¿verdad? No, pero es que es una comedia. Eso que hace reír de verdad, eso que no tiene que estar recurriendo constantemente a la escatología o a las alusiones sexuales para intentar sacar de sus espectadores una carcajada. Hay buen gusto. Hay gracia. Y, claro, hay diversión. Porque eso no se puede negar, estos personajes que el legendario Jim Heson creó en los años 50 del siglo pasado siempre han sabido cómo hacer reír. Por supuesto, hacen reír con lo más clásico de su repertorio, con la batería de Animal, con el Mah na, mah na que todos somos capaces de cantar, con el eterno amor entre Peggy y Gustavo, con los trompazos de Gonzo. Pero esta reaparición de los personajes en la gran pantalla, es nada menos que su novena película, hace reír de muchas más formas, por ejemplo con bromas ácidas a la industria y a la vida de nuestros días, con bromas internas y con cameos divertidísimos (que aparecen listados justo cuando acaban las imágenes).

Hablar de esta forma de hacer reír no es en absoluto algo irrelevante a la hora de valorar Los Muppets. Yo es algo que echo de menos con frecuencia. No me gusta la comedia moderna. No me hace reír. Estos adorables personajes de trapo sí. Y será cine menor, desde luego, porque no tiene grandes pretensiones, ni un artesano detrás de la cámara, tampoco enormes interpretaciones o un inolvidable trabajo de producción en la pantalla. Pero tiene algo de lo que carece la comedia moderna: alma y corazón. Los Muppets, y lo hacen con toda la sinceridad del mundo, alegran antes de hacer reír. Hacen que te sientas como un niño pequeño, embobado frente a la pantalla, entendiendo que las marionetas tienen vida dentro de este particular universo, y después es cuando sueltan la gracia que provoca la risa. James Bobin, director británico de televisión, no podía debutar de mejor forma en la gran pantalla,. No, insisto, con una película inolvidable y digna de aparecer en los manuales de cine. Pero sí con un magnífico producto de entretenimiento que cumple con todo lo que se propone.

La película nos cuenta la historia de dos hermanos. Walter es un Muppet pero no ha crecido como ellos. Los descubrió en televisión y desde entonces se convirtió en su mayor admirador. Gary (Jason Segel) es un hombre, pero por su hermano vive la vida como si fuera un Muppet en todo... salvo en la relación con su novia, Mary (Amy Adams). Para celebrar su décimo aniversario de novios, Gary y Mary deciden irse a conocer Los Angeles, pero se llevan a Walter para que haga realidad su sueño de visitar el estudio de los Muppets. Una vez allí, Walter descubre un inquietante plan de un siniestro empresario (Chris Cooper) que pondrá en peligro la misma existencia de sus ídolos televisivos, y se pondrá manos a la obra para detenerlo. No es, obviamente, una película de actores, sino de marionetas, pero es imposible resistirse a la tentación de alabar una vez más a Amy Adams, una extraordinaria actriz tanto como una perfecta chica Disney, o la diversión que sin duda caracteriza el histriónico papel de villano de Chris Cooper.

Un par de números musicales como sólo Disney los puede hacer ya (y que Amy Adams ya había demostrado que los puede hacer con categoría en Encantada), incontables alusiones directas al modo de hacer una película, la divertida presencia de caras famosas a veces haciendo de sí mismos (como Jack Black, o al divertidísimo momento de Gustavo con Whoopi Goldberg, Selena Gómez, y....) y a veces con personajes de lo más excéntrico y divertido (ojo a la aparición de Alan Arkin o Emily Blunt) y la simple y agradecida presencia de Gustavo, Fozzie, Gonzo, Animal, Peggy y tantos otros hacen de Los Muppets una película entrañable y digna de disfrutarse. Porque, y ese es el mensaje real de la película, los Muppets, entendidos también como metáfora de tantas formas de entretenimiento nacidas en años pasados, no pueden morir, nunca formarán parte del ayer aunque es evidente que sí tienen un hueco mucho más estelar en tiempos pasados que no en estos tristes días que tenemos para tantos cosas. Hablar de nostalgia y diversión define lo que es ver esta película.