Que Tim Burton no atraviesa el mejor momento de su carrera es algo notorio. La inesperadamente aburrida Alicia en el País de las Maravillas y la intrascendente Sombras tenebrosas, con el juguetón y genial paréntesis de Frankenweenie, sembraron dudas sobre la carrera del director, que rápidamente ha buscado un cambio radical de registro con Big Eyes. La película es correcta, no está mal llevada, deja buenas interpetaciones y la historia es atractiva, pero la mejora no es tan palpable como ese cambio de rumbo. No es que Tim Burton se mueva mucho mejor en mundos de fantasía (eso es innegable, por mucho que ya antes haya sabido imprimir genialidad a historias de corte más realista como la extraordinaria Ed Wood), es que Big Eyes no termina de encajar en las inquietudes burtonianas casi en ningún momento de la película, por lo que el resultado es frío y carente de emoción. Hay momentos en los que no es así, en los que sí se ve genialidad, pero son fugaces, más localizados de lo que seguramente esta historia permite.
Big Eyes sigue los pases de Margaret (Amay Adams), una pintora que realiza unas curiosas figuras de grandes ojos, que tiene que rehacer su vida con una hija y se encuentra casi por casualidad con Walter (Christoph Waltz), un tipo de marcada sensibilidad artística. El filme cuenta un hecho real bastante popular en el mundo del arte del siglo XX, pero para quien lo desconozca por completo lo mejor es dejar ahí la sinopsis y sorprenderse con la narración. Y hablando de sorpresas, la principal está en el tono de la película, alejado de los burtoniano casi de principio a fin. Parece evidente que Burton ha buscado una forma de recuperar prestigio por una vía que le alejase de su mundo gótico y siniestro, pero lo único que ha ganado es tiempo. Big Eyes no es una película que merezca críticas negativas como las de sus dos anteriores filmes de imagen real, pero tampoco nos devuelve al mejor Burton.
La clave hay que buscarla en que no saca partido del material que tiene entre manos. La historia pone sobre la mesa muchos temas, pero Burton no termina de rematar ninguno, hasta el punto de que la película se convierte en una narración lineal que no explota en ningún momento y que deja por el camino tramas (el ex marido de Margaret). Hasta su final sorprende porque no da la sensación de serlo. Si los temas se quedan a medio confeccionar, lo mismo se puede decir de muchos personajes. Los secundarios son inexistentes en su mayor parte, y se nota que hay personajes sumamente desaprovechados como el del periodista que interpreta Danny Huston (que, para colmo, es el narrador de la película, por mucho que desaparezca durante incontables minutos), el crítico de arte de Terence Stamp o hasta la hija de Margaret, Jane (primero Delaney Raye y después Madeleine Arthur). Big Eyes se centra exageradamente en la relación entre Margarte y Walter, y es, por tanto, una película para que se puedan lucir Amy Adams y Christoph Waltz.
Aunque ninguno de los dos deja una interpretación especialmente memorable, siempre da la sensación de que ella está un peldaño por encima de él, y eso que Waltz abraza un histronismo que quizá tendría mejor encaje en los gustos burtonianos y que deja los momentos más divertidos en el tercio final, pero la poca sensibilidad que en realidad tiene la película es la que desborda Adams. Lástima que Burton no desarrolle más a su protagonista femenina, dejando escapar incluso algunas obsesiones que se intuyen a lo largo de la historia. Burton se acaba quedando en un biopic simpático en el que el paso del tiempo es casi inadvertido, y que tarda bastante en arrancar y en llegar a los momentos más interesantes. Poca cosa para un director capaz de construir universos atractivos con tanta facilidad, pero sin duda una mejora con respecto a sus películas previas. Con todo, aún es difícil decir qué puede ofrecer Tim Burton en el futuro, Big Eyes no arroja demasiada luz sobre la supervivencia de este otrora genial director.