Cuando acaba Money Monster dan ganas de cabrearse con Jodie
Foster, porque ha dejado escapar la opción de firmar un clásico de envergadura.
Quizá algunas de las cuestiones que hacen que se pueda ver esta oportunidad perdida no sean responsabilidad suya, pero es quien firma, así que es
sobre quien cargar esa pequeña desilusión, que confirma que el cine mejora
cuanto más valiente es. Y Money Monster, que lo tenía todo para mostrar una
enorme osadía, al final se conforma. Y es una pena, porque hasta ese momento
había elementos sobrados para valorar que Foster había sabido entender la cruda
realidad económica que mostraba La gran apuesta y la charlatanería mediática que mostraban
cintas tan dispares pero igualmente míticas como Network o El show de Trunan. Pero prescindamos por un momento de esa sensación final.
Hasta llegar ahí, Money Monster es una película con muchísimos aciertos.
Así, es un
retrato brillante, mordaz e incisivo de cómo somos sistemáticamente engañados
por los poderes económicos y mediaticos, con pinceladas de humor negro, con temas abiertamente interesantes sobre la mesa, con momentos absolutamente brillantes. Pero falta el remate. Falta que Foster se hubiera convencido de que podría haber hecho una obra mucho más redondo. Y no es que Money Monster sea mala, al contrario. Su ritmo es trepidante, sus actuaciones más que convincentes, y su puesto en escena la adecuada. Foster rueda muy bien. Sus películas incluso están mejor montadas. Y saca lo mejor de sus actores, un George Clooney que arranca con tintes cómicos que le sientan francamente bien, una Julia Roberts concentrada y nada previsible, e incluso un Jack O'Connell que resiste en el cara a cara con Clooney sin mucho problema y confirmando que, poco a poco, es un actor muy a tener en cuenta.
Pero falta ese paso que convierta lo bueno en sublime. Por momentos se intuye que se puede dar en esta historia, la de un tipo que, arruinado por la mala praxis de un empresario sin escrúpulos (al que da vida Dominic West) y un showman sin responsabilidad alguna que presenta un poco serio y riguroso programa económico en televisión, decide pasar a la acción y asalta el plató en el que se graba dicho programa para pedir, pistola en mano, que le expliquen por qué han desaparecido sus ahorros. Pero no sólo no termina de llegar ese paso que habría merecido un sincero aplauso para el filme, sino que un final buenista arruina algunas de las cuestiones que se ponen encima de la mesa, justo cuando la película había ofrecido un giro fascinante (un secreto que tenía guardado este ciudadano arruinado) y cuando estaba alcanzando un clímax emocional que sí culminaba con acierto el thriller que había construido hasta ese punto Foster.
Con la que está cayendo en la vida real, casi parece
increíble que lo que cuenta Money Monster, más que en una historia de ficción, no se haya convertido en un suceso de
primera plana. Es ahí donde radica la fuerza de la película, en que la conexión con todos los protagonistas es inmediata, gracias no sólo a la historia sino también a unos diálogos que son muy incisivos en buena parte del filme. Impacta lo económico, lo social y lo mediático. Pero cuando Foster se asoma al precipicio, decide retirarse y deja su pretendida obra a medio consumar. No arruina en absoluto el notable entretenimiento que ofrece pero sí deja pasar la ocasión de que su película fuera algo más que eso. No es algo que sea exclusivo de este filme de Foster, eso está claro, pero de alguien como ella quizá sí cabía esperar esa osadía para rebelarse también contra una situación que aborda de forma admirable desde un punto de vista expositivo pero que en sus conclusiones deja algo que desear.