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jueves, julio 07, 2016

'Money Monster', falta algo de valentía

Cuando acaba Money Monster dan ganas de cabrearse con Jodie Foster, porque ha dejado escapar la opción de firmar un clásico de envergadura. Quizá algunas de las cuestiones que hacen que se pueda ver esta oportunidad perdida no sean responsabilidad suya, pero es quien firma, así que es sobre quien cargar esa pequeña desilusión, que confirma que el cine mejora cuanto más valiente es. Y Money Monster, que lo tenía todo para mostrar una enorme osadía, al final se conforma. Y es una pena, porque hasta ese momento había elementos sobrados para valorar que Foster había sabido entender la cruda realidad económica que mostraba La gran apuesta y la charlatanería mediática que mostraban cintas tan dispares pero igualmente míticas como Network o El show de Trunan. Pero prescindamos por un momento de esa sensación final. Hasta llegar ahí, Money Monster es una película con muchísimos aciertos.

Así, es un retrato brillante, mordaz e incisivo de cómo somos sistemáticamente engañados por los poderes económicos y mediaticos, con pinceladas de humor negro, con temas abiertamente interesantes sobre la mesa, con momentos absolutamente brillantes. Pero falta el remate. Falta que Foster se hubiera convencido de que podría haber hecho una obra mucho más redondo. Y no es que Money Monster sea mala, al contrario. Su ritmo es trepidante, sus actuaciones más que convincentes, y su puesto en escena la adecuada. Foster rueda muy bien. Sus películas incluso están mejor montadas. Y saca lo mejor de sus actores, un George Clooney que arranca con tintes cómicos que le sientan francamente bien, una Julia Roberts concentrada y nada previsible, e incluso un Jack O'Connell que resiste en el cara a cara con Clooney sin mucho problema y confirmando que, poco a poco, es un actor muy a tener en cuenta.

Pero falta ese paso que convierta lo bueno en sublime. Por momentos se intuye que se puede dar en esta historia, la de un tipo que, arruinado por la mala praxis de un empresario sin escrúpulos (al que da vida Dominic West) y un showman sin responsabilidad alguna que presenta un poco serio y riguroso programa económico en televisión, decide pasar a la acción y asalta el plató en el que se graba dicho programa para pedir, pistola en mano, que le expliquen por qué han desaparecido sus ahorros. Pero no sólo no termina de llegar ese paso que habría merecido un sincero aplauso para el filme, sino que un final buenista arruina algunas de las cuestiones que se ponen encima de la mesa, justo cuando la película había ofrecido un giro fascinante (un secreto que tenía guardado este ciudadano arruinado) y cuando estaba alcanzando un clímax emocional que sí culminaba con acierto el thriller que había construido hasta ese punto Foster.

Con la que está cayendo en la vida real, casi parece increíble que lo que cuenta Money Monster, más que en una historia de ficción, no se haya convertido en un suceso de primera plana. Es ahí donde radica la fuerza de la película, en que la conexión con todos los protagonistas es inmediata, gracias no sólo a la historia sino también a unos diálogos que son muy incisivos en buena parte del filme. Impacta lo económico, lo social y lo mediático. Pero cuando Foster se asoma al precipicio, decide retirarse y deja su pretendida obra a medio consumar. No arruina en absoluto el notable entretenimiento que ofrece pero sí deja pasar la ocasión de que su película fuera algo más que eso. No es algo que sea exclusivo de este filme de Foster, eso está claro, pero de alguien como ella quizá sí cabía esperar esa osadía para rebelarse también contra una situación que aborda de forma admirable desde un punto de vista expositivo pero que en sus conclusiones deja algo que desear.

viernes, agosto 16, 2013

'Elysium', la sensacional confirmación de Neill Blomkamp

District 9, en 2009, fue una maravillosa sorpresa. Una portentosa historia de ciencia ficción, lo que implica que va mucho más allá de simplemente plantear un escenario imaginativo y habla de temas humanos y profundos. Su carácter independiente le dio ese aire de sorpresa que, probablemente, aupó el filme hasta el éxito de taquilla y la nominación al Oscar. De la noche a la mañana, sobre su director, Neill Blomkamp, se posaron millones de miradas. Quizá por eso su siguiente película se ha hecho esperar cuatro años. Pero viendo Elysium el tiempo es lo de menos, salvo por el tiempo que ha pasado para disfrutar de una nueva maravilla firmada por él. Es una sensacional confirmación de que estamos ante un director que entiende la ciencia ficción, pero sobre todo el cine, que maneja los tiempos, la historia, la imagen y el sonido de una forma sencillamente espectacular. Y aunque tiene pequeños problemas de planteamiento, que se notarán más en la versión original que seguramente en la doblada, y una resolución ligeramente convencional, tiene tanto de grandioso que desde ya se convierte en uno de los mejores filmes de 2013.

Elysium es una base espacial construida en la órbita de la Tierra del siglo XXII para que las clases pudientes puedan mantener su nivel de vida en un planeta agonizante por la contaminación. Ese es el escenario de la película y lo que Blomkamp consigue con él es llevar el clásico enfrentamiento clasista entre ricos y pobres a un escenario de ciencia ficción, abriendo su historia con una apreciable profundidad de temas y derivándolo hacia una siempre interesante y bien llevada resolución, aunque sea en el último tramo cuando el resultado se acerca a propuestas más convencionales. Una pega mínima para todo extraordinario que ofrece. District 9 ya evidenció que Blomkamp se mueve como pez en el agua en las parábolas sociales, y Elysium no se queda atrás. Sí es cierto que en su versión original hay detalles que, sin sacar de la película, sí chirrían en lo que se refiere al idioma dominante y la procedencia de los actores, o en la pronunciación de Matt Damon, demasiado americana para haber crecido entre hispanos. La doblada hará que estos matices se pierdan, pero también eliminará el problema.

Pero ahí acaban los fallos de Elysium, que quedan ocultos tras un guión que funciona como un reloj y unos personajes no sólo formidablemente construidos, sino aún mejor enlazados. Y es que por mucho que Blomkamp sea un extraordinario narrador visual, que lo es, de esos que deja imágenes deslumbrantes en sus trabajos casi sin esfuerzo, la clave para que Elysium funcione tan bien está en su guión. En un minuto plantea el escenario, en diez encarrila las cinco motivaciones que se cruzan en la película. El resto, poco menos de cien minutos más, es puro disfrute: emocional, psicológico, de género y de acción. Hay tiempo para todo en los 109 minutos de la película que construye Blomkamp desde las bases de una ciencia ficción tan apropiada para un público adulto como el juvenil (su segunda mitad tiene un ritmo impresionante y ofrece secuencias de acción muy bien rodadas, en las que quizá algunos vean un exceso de movimiento de cámara), para uno clásico como para uno más moderno.

Es impresionante ver como una película que forzosamente tiene que ser tan digital en sus imágenes, pasa prácticamente siempre por una realizada artesanalmente. Y sus imágenes aúpan pero no sustituyen a la historia, gracias al enorme carisma de los personajes escritos por Blomkamp y por el fantástico trabajo de los principales nombres del reparto. Matt Damon es un buen héroe de acción, mejor cuanto más torturado, como demostró en la saga de Bourne. Siendo un espléndido protagonista, por desgracia para él los elogios se los van a robar Jodie Foster y Sharlto Copley. Es una auténtica lástima que ella se prodigue tan poco en el cine últimamente, porque hay pocas actrices tan capaces de dotar a sus personajes de tan impactante fuerza. Y en el caso de Copley, no hay más que comparar su trabajo aquí con el de District 9. Su versatilidad le hace pasar del hombre desvalido de aquella a la perfecta y díscola máquina de guerra que interpreta en ésta. Alice Braga y Diego Luna son dos magníficos complementos para Damon, pues comparten todo su metraje con él.

Elysium es una película sensacional que responde con maestría a las dos percepciones que se pueden tener sobre ella. Es una película con un cierto grado de intelectualidad, que marca con ello una enorme distancia con respecto al habitual cine veraniego de los estudios de Hollywood. Así, se intuye que Blomkamp ha mantenido su libertad creativa, la que hizo de District 9 una película de referencia, y el resultado es plenamente satisfactorio en este su segundo filme. Pero es también una cinta con nervio, garra y acción, una historia narrada con un ritmo endiablado. La mezcla es brillante, fascinante en sus planteamientos, pero también a nivel visual y sonoro, gracias a los formidables efectos pero sobre todo a un imponente banda sonora escrita por el debutante Ryan Amon, otra de las enormes noticias que deja Elysium. Una espléndida película de ciencia ficción que truinfa a todos los niveles. Así, sí merece la pena pagar una entrada de cine y dejarse llevar durante casi dos horas a ese estimulante mundo que plantea Blomkamp. Así, sí.

lunes, diciembre 05, 2011

'Un dios salvaje', demoledor Polanski

Roman Polanski es un genio. Un genio extraño, pero un genio en definitiva. Y uno, además, que tiene la capacidad de hacer películas sorprendentes, muy diferentes las unas de las otras aunque se atisben algunos rasgos comunes a otros títulos de su filmografía. Un dios salvaje ahonda en parte de lo que había expuesto en El escritor pero poco tiene que ver, por ejemplo, con El pianista. Es diferente y, además de ser un filme demoledor, un ejercicio de estilo que mueve con elegancia la cámara en el marco de una pieza teatral o, y eso es lo importante, una escena de la vida real. Esta es demoledora y Polanski agarra con fuerza su esencia para volcarla sobre unos diálogos tan hilarantes e hirientes como veraces y genuinos. Y si para plasmar esa historia cuenta Polanski con cuatro actores en estado de gracia, lo que resulta es una película soberbia y cautivadora, poseedora de numerosos matices y lecturas, capaz de generar apasionados debates sobre cada uno de sus elementos, incluso de los más ínfimos de su estructura. Una obra de arte con mayúsculas a pesar de esconderse en un envoltorio de película menor.

¿Por qué digo lo del envoltorio de película menor? Porque la excusa argumental de Un dios salvaje es cotidiana, liviana, casi ínfima. Un chaval golpea a otro con una rama y le rompe dos dientes, con lo que los padres de ambos se reúnen para aclarar la situación como si fuera algo mucho más grave que un simple juego de niños. Polanski sabe de la ligereza de su argumento y rueda ese arranque con una maestría casi inconsciente, con un plano lejano, desenfocado. Se ve lo que se tiene que ver, lo que da pie a todo lo que sucede a continuación en el interior de un apartamento neoyorquino, pero Polanski dirige al espectador como quiere con ese sencillo gesto de no mostrar a los protagonistas de esa escena inicial. No es lo que busca. No es lo que quiere. Su intención es la de mostrar una carnicería (Carnage es el título original, mucho más adecuado que el español, que dirige hacia la obra de teatro original, God of Carnage, menos expuesto a la imaginación del espectador) , la que se va gestando poco a poco y, en realidad, desde antes incluso de que la cámara enfoque a los cuatro protagonistas por primera vez. La carnicería en que se convierte lo que aparenta ser una conversación civilizada.

Un dios salvaje es una película llena de ácidas críticas. Se pueden sacar muchas interpretaciones del carácter de cada uno de los cuatro personajes, incluso enfrascarlos en estereotipos, pero plasmarlas en estas líneas sería limitar el poder que tiene la película, pues son muchas, muy variadas y seguramente encontrarán diferentes puntos de vista en cada espectador. Esa es una de las grandezas de la película de Polanski, como también lo es la apuesta por una ironía cargada de resentimiento que es la que acaban desbordando los cuatro protagonistas. La película, en realidad, es un crescendo que muestra cómo las personas se pueden ir deshinibiendo a medida que se van conociendo, que se van sitiendo agredidas o generando una inusual e inesperada empatía. Y es un humor cargado de cinismo porque cada uno de los personajes va cambiando repetidamente de bando. La película comienza con dos claramente identificados, un matrimonio a cada lado. Pero después las empatías van cambiando por un detalle, por una frase, por un gesto, por una opinión. Como la vida misma.

Muchas críticas han destacado a Christoph Waltz por encima de sus compañeros de reparto y tengo que decir que no estoy de acuerdo. No porque él esté mal o peor que el resto, ni mucho menos, sino porque entiendo que Un dios salvaje es un mosaico de cuatro lados en el que todos son imprescindibles y están encarnados en un actor que está ofreciendo una interpretación prodigiosa. Walt está inmenso y destaca porque Polanski le ha reservado el personaje más franco y por tanto hiriente desde la primera escena. Es, quizá, el que menos evoluciona pero también el que más impacta durante más tiempo. Pero es una experiencia grandiosa ver la sobriedad, y cómo la va perdiendo, del personaje de Kate Winslet. Es espectacular ver el tono más campechano y cercano de John C. Reilly (sin tanta fama, me parece un actorazo, de esos que suele aparecer tanto como secundario que todo el mundo conoce su cara y pocos su nombre). Y es maravilloso ver la evolución del personaje de Jodie Foster, de manipuladora a manipulada, de perfecta a derurmbada. Los cuatro están brillantes.

La experiencia de ver Un dios salvaje es gloriosa, parece difícil no encontrar regocijo en sus apenas 79 minutos de duración, pero a pesar de todo no es una película perfecta. Juega en su contra que es muy difícil sacudirse la sensación de que estamos viendo una obra de teatro filmada, en la que la aportación del séptimo arte pasa apenas por el prólogo y el epílogo. También que el final es extraño, casi como si su director no hubiera sabido dónde detener la escalada verbal en que se convierte el filme y, simplemente, le hubiera puesto un punto y aparte, que podría haber sido antes o después con la misma facilidad, para que la imaginación del espectador cierre la historia. Pero son detalles mínimos ante el disfrute que aporta la película, gracias tanto al intenso vigor de las actuaciones de Waltz, Winslet, Foster y Reilly como a la inagotable maestría de Polanski, que, con polémica o sin ella en torno a su figura, es un director extremadamente interesante y casi siempre cautivador. Absolutamente recomendable a todos los niveles: como crítica social, como comedia ácida y como teatro filmado.