Pescado. No sé porqué pregunto. Todos los años lo mismo. Cuarenta días. Sardinas y más sardinas. Sardinas para comer. Sardinas para cenar. Y yo lo que quiero es carne. Comer carne. Tocar carne. Maldito cinturón de castidad que no me deja ni rascar un poquito de su carne. Esta noche me disfrazo de Satanás. Lo haré. Esta noche. Me pintaré todo mi cuerpo de rojo. Me pondré unas orejas puntiagudas. Y un rabo. Un rabo grande. La obligaré. La someteré. La haré de nuevo mía. Se verá obligada a romper su castidad. A mostrarme su carne. A ofrecerme su carne. Voy a preguntar de nuevo. ¿Qué hay hoy de cenar? Pescado. Pon tres sardinas.
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Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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10 de junio de 2014
24 de mayo de 2013
Tribunal de injusticia. (REC)
El Tribunal apreció cierta rigidez en su mirada cuando la supuesta víctima se materializó en medio del estrado. El juez la llamó a declarar. El abogado defensor protestó. “¿Cómo podía presentarse así, sin más, ante el Tribunal? ¡Tan solo llevaba dos días fallecida!” Pero el juez le denegó la venia. El acusado palideció. Estaba perdido. Sabía que la venta de aquella alma no había sido ejecutada con el procedimiento estándar; incluso había falsificado la firma del mismísimo Satanás. Se le vino el cielo encima. Fue entonces cuando el juez le guiñó un ojo, el izquierdo, el de siempre.
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