Había escrito cien veces: te quiero. Con tiza amarilla, su preferida. La clase entera permanecía ajena a lo que pasaba por mi cabeza. Ella estaba sentada delante de mí. Le tiré una bola de papel. Se dio la vuelta. Le lancé un beso. Se puso colorada. Tanto que los bomberos creerían que había fuego en el colegio. Tanto que el color rojo del arcoíris empezaba a palidecer. Tanto que las rosas del patio habían perdido su perfumen. Tanto que la piruleta que estaba chupando se había vuelto traslúcida. Entonces llegó el profesor y borró la pizarra.
Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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9 de diciembre de 2014
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