El incómodo cadáver del mediador familiar tenía que acompañarnos en todo momento, hasta que se acabase el contrato, así lo estipulaba la ley y no había manera de saltársela. Padre quería quitarle los huesos para que fuese más cómodo transportarlo; odiaba doblarle las rodillas cuando íbamos al cine o teníamos que sentarlo para comer en el restaurante. Madre propuso vaciarlo por dentro; sus órganos descompuestos podían servir como abono orgánico para las escarolas. Pero sabíamos que en la próxima revisión se darían cuenta de los desperfectos y nos asignarían otro mediador. No era mala idea, aunque antes de matarlo le preguntaríamos cuándo prescribía su contrato.
Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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6 de mayo de 2015
5 de mayo de 2015
Guisantes rehogados (REC)
El incómodo cadáver del mediador familiar siempre se las apañaba para agarrar con fuerza la bolsa de guisantes congelados.
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10 de enero de 2014
Gamberrada navideña. (ENTC)
Ilustración de Laura Garrido. (ver original)
Me escondí detrás del ciprés que presidía su tumba. Esperé hasta que salió de su sepultura. El muy canalla abrió el ataúd del nicho que tenía debajo, aún sin lapidar, y se puso el traje que portaba su difunto. Sin dudarlo cogí un pedrusco y se lo arrojé a la cabeza. Su mandíbula se le desprendió de la cabeza. Cuando fue a recogerla me abalancé sobre él. Pero mi tío tenía una fuerza sobrehumana y siguió arrastrándose para recuperarla. Yo me aferré a sus pies con todas mis fuerzas. Solo conseguí arrancárselos junto a sus zapatos recién estrenados. Salí corriendo con ellos.
Llegué a casa sudando como un pollo, justo para sentarme a cenar. Mi madre me sirvió un plato de sopa. Cuando todos estábamos servidos, y al cerrar los ojos para bendecir la mesa, apareció mi tío dándome un pescozón y un tirón de orejas, de los de órdago. No me soltó hasta que le devolví los zapatos junto con sus pies huesudos.
2 de enero de 2014
Un cadáver en el maletero (REC)
La mujer que iba en el coche a mi lado no dejaba de sonreírme, y aunque no nos conocíamos de nada, su mirada me embelesaba. El conductor, otro extraño, miraba constantemente por el retrovisor, supongo que para contemplar los voluptuosos pechos de la chica. Quise acariciar sus muslos desnudos y quizás preguntarle su nombre. Pero ya no me quedaban más manos que para sujetar al cadáver que sostenía a mi izquierda. Pronto llegaríamos a la frontera y no sé a quién le tocaría bajar y dar explicaciones del porqué no llevábamos un cadáver en el maletero. ¿Tal vez la chica? No. Ella solo estaba para hacer todo esto más interesante.
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