El incómodo cadáver del mediador familiar tenía que acompañarnos en todo momento, hasta que se acabase el contrato, así lo estipulaba la ley y no había manera de saltársela. Padre quería quitarle los huesos para que fuese más cómodo transportarlo; odiaba doblarle las rodillas cuando íbamos al cine o teníamos que sentarlo para comer en el restaurante. Madre propuso vaciarlo por dentro; sus órganos descompuestos podían servir como abono orgánico para las escarolas. Pero sabíamos que en la próxima revisión se darían cuenta de los desperfectos y nos asignarían otro mediador. No era mala idea, aunque antes de matarlo le preguntaríamos cuándo prescribía su contrato.
Garbancito es un ser pequeñito, el cual un día se escondió en una lechuga para poder así devorar, poco a poco por dentro, a la vaca que se lo tragara. En su última hazaña perdió su pequeña libreta. Por lo poco que he podido leer y entender, entre sus múltiples aficiones está la de escribir microrrelatos.
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6 de mayo de 2015
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