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martes, 31 de enero de 2017


En un mundo tradicionalmente de hombres, durante la época del sexo, las drogas y del Rock&Roll y cuando el termino feminismo aún no era de uso común, lograste hacerte un hueco a golpe de grito desgarrador y ritmos guitarreros.

Azucena Martín-Dorado, más conocida como 'Azuzena'

Hoy se cumplen 12 años de la muerte de Azucena Martín-Dorado, la primera mujer española que se atrevió a cantar heavy metal. Si no ha sido la mejor ni la más importante, al menos deberíamos recordarla como lo que sí que fue: la primera en atreverse subir a un escenario y llenar una sala.

Siempre tuvo su propia personalidad y no permitió que los estereotipos de la época la devorasen, y si no llegó a ser más famosa seguramente se deba a que muchos cromañones que llenaban las salas de rock tenían más ganas de corear 'las tetas, las tetas...' que de apreciar realmente su talento musical.


Probablemente aquello tuvo gran parte de la culpa de que Azuzena se agotase y dejase pronto la vida pública. Sin embargo, cuando se marchó hizo algo muy grande: dejar la puerta abierta al salir y un camino mucho más llano para todas las que quisieron entrar en el mundo del rock después que ella

¿Conocías a Azucena Martín-Dorado o a su grupo 'Santa'? ¿La habías escuchado antes? ¿Qué opinas sobre esta pionera?

Más: anteriormente en La fabulosa gallina de goma, Top 5 protagonistas femeninas

sábado, 14 de marzo de 2015



Si es que fue genial incluso para nacer, en serio. Beaconsfield, los campos de beicon. A mí me molaría nacer en un sitio que se llame así, joder. Decir que has nacido en Madrid te convierte en urbanita, pero decir que has nacido en los campos de beicon augura una vida genial.

Y total, que se ha muerto uno de mis escritores preferidos, aunque a penas lleve un año leyéndole. Eso sí, van 32 libros suyos desde verano. El señor Pratchett, que imagino ahora se pondrá un poco más de moda como pasa siempre, ha sido junto con Neil Gaiman el mejor escritor de fantasía contemporáneo que he leído aunque en España haya sido poco popular.


En honor a la verdad debo decir que no me preocupé mucho por saber quién era Terry Pratchett hasta no haberme leído varios libros suyos. Fue entonces cuando me dije “¿cuántos libros de Mundodisco existen?” 40, la respuesta es 40. Y por lo visto escribió 66 libros, los mismos que años tenía.

Y es todo un logro, teniendo en cuenta que llevaba 8 años con Alzheimer. Joder, si es que el mundo es injusto de narices. O sea, el Alzheimer es una enfermedad que debería estar reservada para las personas nada creativas que se niegan a usar su imaginación, a la gente que nunca ha querido explorar nada nuevo. Es una mierda que alguien con una imaginación tan fabulosa y con una mente tan abierta tenga que  luchar contra una enfermedad que te priva de ella. Es muy injusto.


Total, que voy a recomendaros un par de libros suyos, por si ahora que se ha muerto queréis leer algo suyo para no quedar como unos ignorantes cuando lleguen los mismos que se leyeron a Tolkien cuando se pusieron de moda las pelis y os hablen de lo mucho que les mola Pratchett de toda la vida, desde siempre.

El primero es Buenos Presagios, escrita por Terry Pratchett y Neil Gaiman. Lo mejor de lo mejor en un solo libro. No hay que decir más. Todo el humor y la fantasía más original que pueden ser comprimidas en páginas en un mismo libro.


El siguiente es Ritos Iguales, de la saga Mundodisco. Quizá sea el más importante, porque marca el momento en que sus libros dejan de ser parodias geniales de otros (Conan, El señor de los anillos, etc.) y comienza a creerse el propio mundo maravilloso que termina siendo en el que refleja nuestros problemas cotidianos, en este caso la desigualdad entre sexos. (Equal Rites, en inglés suena igual que equal rights, igualdad de derechos).


Hasta siempre, señor Pratchett.

Más: Anteriormente en Lafabulosagallinadegoma, Mundodisco

lunes, 23 de julio de 2012


Se llamaba Jesús Sanz Sanz, y yo ya lo admiraba incluso antes de darme cuenta. El día que lo conocí, la primera vez que lo vi sentado en mi clase, me sentí realmente intimidado y temeroso. Me acaba de dar cuenta de que por primera vez en mi vida había conocido a un tipo duro de verdad, y no a un malotillo de esos que forman cuadrillas en el colegio.

Jesús se sentaba al fondo de la clase, en la última mesa. Más atrás incluso que los chungos de clase, que no se atrevían a moverle de allí. Cejijunto, bajito, que repetía curso por 3 vez, y que estaba demasiado fornido para una persona de su edad, miraba distraído en las clases, como si nada de lo que allí se cociera fuera con él.  Solía llegar a clase los lunes con un ojo morado, un labio partido, o una ceja rota. Pero siempre que traía alguna herida en la cara, también llevaba las manos llenas de cortes y de rajas. “Lo de dar un golpe en la cara a alguien no es como en las películas, ¿sabes? Se te clavan los dientes y duelen una barbaridad”- me dijo una vez. Si no te fijabas bien, daba la impresión de ser un tipo retaco y algo gordito, pero una segunda inspección más detallada te hacía fijarte en esos brazos como cañerías, que tenían pinta de soltar puñetazos como torpedos. Había hablado con él alguna vez y ya me llevaba bien  cuando ocurrió aquello.

Sucedió una mañana de marzo, o tal vez de abril. Uno de los malotes de la clase se metía con una de sus habituales víctimas, un tipo bajito, gordito y tímido al que sólo parecía interesarle el baloncesto (tendríais que verlo ahora: alto, fuerte, y con 2 carreras, no os podéis imaginar lo mucho que cambió en cuanto dejaron de molestarle los chungos de mi colegio) cuando Jesús decidió terminar con aquello.

-Déjalo en paz de una vez, tío.

-¡Cállate! ¡Tú a mí no me das ordenes!- respondió el confiado abusón, que era mucho más alto.

Y entonces, como una fiera agazapada que lleva mucho tiempo acechando a su presa y estaba furiosa de tanto esperar, Jesús se levantó y le pegó un empujón que lo hizo retroceder varios metros, tirando sillas y mesas. Antes de que pudiera reaccionar, ya lo tenía agarrado del pecho con una mano y le obligaba a mirarle a los ojos encorvado, mientras la otra mano estaba más atrás, tensa como un resorte, esperando para lanzar un directo que habría tumbado a un elefante.

-¡¡MIRA PAYASO, A MÍ NO ME MANDA CALLAR NI MI MADRE!! ¿¿TE ENTERAS?? ¡¡CONMIGO QUITATE ESA ACTITUD DE CHULITO, QUE A LOS IMBÉCILES COMO TÚ ME LOS DESAYUNO TODOS LOS DÍAS DE 3 EN 3!!

El malotillo, herido en su orgullo delante de todo su público, hizo un vago ademán de defenderse de la humillación que acababa de sufrir, pero fue en vano.

-¡¡COMO TERMINES DE LEVANTARME LA MANO TE LA ARRANCO Y TE LA HAGO COMER, SUBNORMAL!!- Todavía le agarraba de la camiseta y le obligaba a retroceder, aterrado. 

En ese momento un amigo mío quiso interceder por el malotillo y terminar con lo que parecía que iba a ser la mayor humillación pública del chungo y su pandilla que, acojonados al fondo de la clase, no tenían huevos de ir a ayudar a su colega. Jesús, enajenado, le empujó con un movimiento seco de su brazo y salió despedido 3 o 4 metros más allá.

-¡¡DIME SI TE HA QUEDADO BIEN CLARO, O TE JURO POR DIOS QUE TE DOY UNA PALIZA AQUÍ MISMO!!- La derrota del malote ya era total, tanto que intentaba por todos los medios disculparse y que no se le terminaran de salir las lágrimas.

Unos minutos después, Jesús fue a disculparse con mi amigo, que se sujetaba la tripa.

-Oye tío, perdóname. De verdad que no quería hacerte daño, estaba rabioso, y te metiste en medio, y te empujé sin querer….

-¿Estás de broma?- dijo levantándose la camiseta y exhibiendo un moratón que ocupaba casi todo el abdomen. -¡Ha merecido la pena sólo por ver cómo le parabas los pies a ese orangután!

A partir de ese día, Jesús y yo nos llevamos mucho mejor. Yo hacía todo lo posible por integrarle en mi grupo de amigos del colegio, y no dejaba pasar la oportunidad de saludarle si le veía por la calle, y él hacía lo imposible por invitarme (a veces lo lograba) a un cubata. Y nunca paró de repetirme que si alguna vez le necesitaba para una pelea, que no dejara de avisarle.


Jesús Sanz Sanz se mató ese mismo verano en un accidente de tráfico, de la manera más estúpida que se me ocurre. Atrevido, osado, desafiante y bravucón, de todos los implicados era el único que no llevaba puesto el cinturón de seguridad, y fue el único que no lo contó.

La noticia me sentó como un mazazo, y al principio no me lo quería creer. Jesús, mi Goliat particular, el gigante de los brazos enormes, el titán indestructible, muerto. Y todo por no llevar el puto cinturón de los cojones. Hay días en los que aún me acuerdo de él, y aunque jamás le dije lo mucho que le apreciaba, estoy seguro de que él lo sabía. Nunca podré olvidarme de él, ni de las muchas historias que compartimos juntos, como aquel día que me robaron y él se pasó conmigo media tarde dando vueltas por la zona, buscando con los ojos llameantes a 3 tipos que me habían puesto una navaja en el cuello.

viernes, 29 de enero de 2010

Hoy ha muerto el que para mí es el mejor escritor de todos los tiempos, y con él ha muerto un pedacito de mí.

Aún recuerdo la primera vez que leí “El guardián entre el centeno”. Nunca había leído nada que me identificara tanto, y las emociones que sentí a medida que nadaba entre tus líneas me parecieron tan especiales, que es el único libro en el que tengo páginas marcadas y frases subrayadas.

Podría escribir párrafos y párrafos sobre lo mucho que te admiraba y lo que significabas para mí, pero no lo haré. Él nunca quiso ni la fama ni la admiración.

La primera entrada de mi blog es una cita suya. Aunque no es la mejor, es el pequeño homenaje que me atreví a hacerle cuando empecé a escribir aquí.

Prometo visitar tu tumba, si es que se puede claro. Prometo odiar por ti a todos lo que se lucren con tu muerte.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

Hace un rato una persona me ha mandado un mensaje diciéndome que ya no quiere que sigamos siendo amigos. Me ha tachado de falso, me ha echado en cara las veces en que no he estado ahí para ayudarle, y por último ha recalcado todo el daño que le he hecho.

Al principio me asombré de lo indiferente que me resultaba todo eso. Pero después me sentí como cuándo se murió mi abuela. No creo que sepa explicarlo, pero aún así voy a intentarlo. Es un dolor muy profundo, y tan lejano que parece que no llego a sentirlo del todo. Después me sentí triste, pero lo que no me he sentido en ningún momento es culpable.

El cuerpo humano es probablemente el organismo más perfecto que existe, y como tal es sabio. La primera respuesta humana que me ha propuesto ante el dolor ha sido desahogarme. Echarle en cara todo lo que no me ha parecido nunca bien. Sin embargo, la parte mas autista de mi, ha descartado ese comportamiento. Una de las cosas que me caracterizan es no hacer nada si no salgo ganando, y de ahí que haya evitado comportarme así. Después mi cuerpo me ha propuesto otra respuesta humana: el sentimentalismo. Llamarle, decirle que lo siento, y pedirle explicaciones. Tratar de arreglarlo. Es una actitud que en seguida he rechazado. Como ya dije antes, no me sentía culpable como para hacer eso.

A lo largo de las veces que me han golpeado los acontecimientos de mi vida he aprendido que es imposible modificar el mundo conforme a mi modo de ver. Lo mejor es adaptarme lo antes posible a esos acontecimientos para encontrar la mejor manera de comportarme y salir lo mejor parado posible.

Aún no he decidido cómo reaccionar, pero ya me he hecho a la idea de que esa persona me ha echado de su vida. Mientras decido cuál es la manera mas sabia de actuar, posiblemente haré lo que acabo haciendo siempre: nada. Es muy habitual en mí que, por querer hacerlo todo lo mejor posible, termine no haciendo nada.

Por ahora, y ya que no voy a llamar a esa persona para decírselo, escribiré para ella unas cuantas líneas aquí: Una de mis mayores virtudes, y que desde que se apreciarla he comprendido lo rara que es entre nuestra especie, es ser capaz de ponerme en el lugar del otro a la hora de afrontar un problema con alguien. Es por eso que entiendo lo que has hecho aunque no lo apruebe. No estoy de acuerdo con todo lo que me has dicho, pero eso ya no importa. No te voy a guardar rencor pues nunca me has hecho daño, y aunque no te lo creas, espero que te vaya todo bien de ahora en adelante.

Es posible que alguien que lea esto piense que me he comportado como un capullo y un cínico.

“Cuándo llegué a casa me miré en el espejo y comprobé que me había apretado tanto las gafas de sol, que me habían dejado marcas cerca de la nariz. Quedan bien ahí, pensé, justo encima de las bolsas de mis ojeras.”