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viernes, diciembre 01, 2006

Sexta Fatalidad, los caballos de Reso (y su explicación)




Es preciso tomar la cosa desde el punto de vista de Homero.[1] Reso llegó hacia el final del asedio, fue el último de todos los que vinieron en socorro de Troya; era hijo de Eioneo y rey de Tracia; sus caballos eran grandes, bellos, más blancos que la nieve y veloces como el viento. Finalmente Ulises se los llevó con sus despojos, después de que Diomedes hubiera matado a Reso y a otros doce tracios, sin que nadie se diera cuenta de ello. También es bueno observar que el Xanto era un río de la Tróada cuyas aguas tenían la reputación de volver de color amarillo rojizo a los animales que allí bebían. Todo está perfectamente combinado en estas fatalidades, así como en Homero, y no hay nada de ridículo cuando se toman las cosas en el sentido alegórico con el que han sido dichas. Reso viene hacia el fin del asedio, y no debía llegar antes. Sus caballos eran blancos, este color es la prueba, puesto que el color blanco indica en la materia el principio de la
fijación y sólo se manifiesta hacia el final de la obra. Los filósofos advierten a los artistas que tengan cuidado en no equivocarse y en hacer que los colores se sucedan de manera que el negro aparezca el primero, después el blanco, después el citrino y finalmente el rojo; y que si no aparecen en este orden es una prueba de que se ha
forzado el fuego y que todo se ha echado a perder. El color del pavo real campestre se muestra sobre la materia –dice el Trevisano[2]– cuando se fuerza mucho el fuego apareciendo entonces el rojo en lugar del negro. Isaac Hola
ndés dice que el color del ladrillo al comienzo de la obra, la vuelve inútil; pero cuando está en su punto de perfección, la materia toma el color amarillo que enseguida se vuelve rojo y finalmente púrpura. En cuanto al color amarillo, Ceros dice en la Turba: Coced con atención vuestra materia hasta que tome un bello color azafrán. Y Boratos dice
Coced y triturad el latón con su agua hasta que se vuelva de un color azafrán dorado.
Este color amarillo indica, pues, una falta de régimen y un defecto en las operaciones, cuando se manifiesta al comienzo de la obra y antes del color blanco, el artista debe poner toda su atención para que los caballos de Reso no beban en el agua del Xanto, es decir, que el amarillo aparezca antes que el blanco. Es lo que Homero ha querido indicarnos, ya que dice que los caballos eran blancos y que Ulises los robó antes de que hubieran bebido; porque ξαντίς quiere decir amarillo. Y cuando dice que eran veloces como el viento, es para indicar el estado del mercurio que aún es volátil. He aquí la verdadera razón por la que Homero hace remarcar que Reso y los tracios habían sido los últimos en venir de entre los que brindaron ayuda a Troya. Memnón, que se supone rey de Etiopía, acudió el primero, porque el color negro indicado por Etiopía, aparece el primero. Pándaro, hijo de Licaón, llegó al mismo tiempo con los zeléinos, que bebían el agua negra del Esepo y que habitaban en la base del monte Ida.[3] Se sabe que la disolución de la materia se hace durante la negrura y que los filósofos han dado a menudo el nombre de lobo a su materia; hemos citado más de una vez en esta obra los textos de los filósofos que así lo refieren. No es sorprendente, pues, que Homero suponga a un Pándaro o destructor de raza loba, para mandar a los suyos que bebieran del agua negra. Quizás venga de ahí el nombre de pendard (bribón), que el pueblo da tan comúnmente a los hombres perversos, brutos y malvados.
Luego vinieron Adrasto y Amfio, los dos hijos de Mérope el percosiano o el manchado, que mandaban a los adresteos y a los apesianos. ¿No es como si Homero hubiera dicho: tras el color negro aparece el color variado, al que los filósofos llaman la cola del pavo real?
Con los apesianos vinieron los de Percos, de Sestos y de Ábidos, mandados por Asio, o el cenagoso, el fangoso, lleno de limo, de Α˝σις, limo, barro; porque tras la disolución, la materia de los filósofos se parece al barro. Tras los percosianos, Hipótoo, o el caballo que es extremadamente veloz, condujo a los pelasgos, o aquellos que tocan la tierra, de πέλας, cerca, y de γής, tierra; como si Homero hubiera querido decir que la tierra o la materia de los filósofos se volatilizara.
¿Cómo explicarían los partidarios de la realidad del asedio de Troya la acción de Ulises y Diomedes que penetraron solos en el campo de los tracios, mataron a muchos, a Reso entre ellos, y volvieron a su campo con los caballos de este rey sin que nadie se diera cuenta?
Estos son los términos de Homero:[4] Diomedes no se dejó doblegar por los ruegos de Dolón y le cortó la cabeza de un golpe de espada. Después de que le hubieron quitado su casco, guarnecido
con una piel de garduña, y la piel de lobo que lo cubría, su resplandeciente arco y su larga lanza, Ulises los tomó y los levantó en alto para ofrecerlos a Minerva y dijo: Regocijaos diosa, por el golpe que acabamos de dar, que la ofrenda que os hago sea agradable a vuestros ojos, pues sois la primera de los inmortales habitantes del Olimpo a la que invocamos. Conducidnos, os ruego, a las tiendas de los tracios y al lugar donde están sus caballos. Habiendo hablado así puso los despojos de Dolón sobre un tamariz e hizo una señal arrancando las cañas y las ramas de alrededor a fin de poder encontrarlos a su vuelta y no los perdieran en la obscuridad de la noche. Marchando, pues, el uno y el otro a través de las armas y de la sangre negra de los heridos llegaron pronto a las primeras filas de los tracios, a los que encontraron durmiendo por la fatiga. Sus armas puestas en tres filas estaban junto a ellos. Cada uno tenía también dos caballos. Reso dormía en medio de ellos y también tenía dos caballos a su lado. Ulises fue el primero en darse cuenta y le dijo a Diomedes: he aquí al hombre y a los caballos que Dolón nos ha indicado. Vamos, coraje, animaos, no permanezcáis aquí ociosos con vuestras armas, desatad los caballos, o matad a los hombres, yo me encargo de los caballos. Entonces Minerva despertó el coraje de Diomedes y habiéndole inspirado fuerza, mataba a derecha e izquierda golpeando con su espada, ríos de sangre regaban la tierra y los tristes gemidos de los heridos se oían por todas partes.
Parecía un león que se echa sobre un rebaño mal guardado. Mató doce y a medida que los mataba, el prudente Ulises los arrastraba por los pies para ponerlos a un lado a fin de que al llevarse los caballos encontraran el camino libre y no se espantaran al caminar sobre los cadáveres, pues aún no estaban acostumbrados. Habiendo llegado finalmente el hijo de Tideo
junto al rey le quitó la vida y fue el treceavo de los que Diomedes mató. El hijo de Eneo le proporcionó esa noche un mal sueño, por consejo de Minerva. Mientras que Diomedes trabajaba así, Ulises desató los caballos y los condujo después con sus arreos, golpeándoles con su arco (pues había olvidado coger sus látigos) y los separó de la tropa. Silbó después para advertir a Diomedes, pero éste no lo oía, pues meditaba si robaría el carro donde estaban las armas del rey, después de haber cortado las riendas, o si mataría aún algunos tracios. Pero Minerva acercándosele le dijo: hijo del valiente Tideo, pensad que es tiempo de que volváis a vuestros barcos. Temed que otro dios despierte a algún troyano y os obligue a emprender la huida. Él reconoció la voz de la diosa y habiendo montado sobre los caballos que Ulises golpeaba con su arco regresaron a sus barcos.
Yo pregunto si tal hecho es creíble y si es posible que un hombre mate a doce en medio de otros miles, aunque dormidos, sin que nadie se de cuenta. ¿Podía ser tan profundo su sueño como para no ser interrumpido por los gemidos de los heridos, o por lo menos despertar a uno sólo? ¿Ni un centinela, ni un cabo de guardia? ¿se podría arrastrar a los cuerpos de los muertos y los heridos a través de los otros y se haría pasar a los caballos sin hacer el suficiente ruido como para despertar a alguien? ¿caería un hombre sobre otros, como si fuera un león, y golpearía sin ton ni son, a derecha e izquierda sin despertar a nadie? ¿sería necesario que el mismo Apolo tuviera que gritar al oído de Hipocoón, primo de Reso y acostado junto a él, para despertarlo y obligarle a dar la alarma? Dejo al lector que él mismo lo juzgue. Para mí, digo con Homero que es Minerva que dio este golpe y que presidió esta acción, como en todas las de Ulises. Homero no habría concertado tan mal un hecho, si hubiera querido presentarlo como un hecho real. Pero dándolo como alegórico es natural que sea así. El artista de la medicina dorada trabaja en concierto con el mercurio filosófico y las acciones les son comunes. La materia, siendo negra, está representada por la noche y el sueño; la masacre de Reso y los tracios significa la disolución y la muerte de Dolón también. Se le quita su casco cubierto con una piel de garduña y la piel de lobo que lo cubría, porque estas pieles son de un color pardo, que indica un debilitamiento del color negro. Ulises los expone sobre un tamariz; la elección que hace Homero de este árbol hace ver perfectamente su atención en designar las cosas con exactitud. El tamariz es un árbol de mediana altura, su corteza es áspera, ruda, gris por fuera, rojiza por dentro y blanquecina entre estos dos colores. Sus flores son blancas y purpúreas. ¿No es como si el poeta hubiera dicho: al color negro, o a la disolución designada por la muerte de Dolón, le sucede el color pardo, a este el gris, después el blanco y finalmente el rojo? ¿A quién podía Ulises consagrar mejor, los despojos de Dolón, que a Minerva, puesto que es la diosa de l
a Sabiduría y de las ciencias?
En fin, Ulises y Diomedes llegaron al campo de los tracios y tras la masacre que hicieron, se llevaron los blancos caballos de Reso; he aquí la volatilización de la materia, que sucede tras la putrefacción y donde se manifiesta el color blanco. Diomedes dudaba de llevarse el carro del rey y las armas que estaban dentro, pero Minerva lo determina a partir sin ellos. ¿Por qué? Es porque el carro era de plata y las armas que encerraba eran de oro.[5] Diomedes, pues, no podía llevárselas, no porque fueran muy pesadas, sino porque la materia venida al blanco, llamada luna o plata por los filósofos, es entonces fija y no volátil, y con más razón cuando a tomado el color rojo, o el oro filosófico. Las armas estaban en el carro, pues el rojo está oculto en el interior del blanco, según el decir de todos los autores herméticos. Espagnet dice:[6] A la llegada de Júpiter, o el color gris, el niño filosófico está formado. Se alimenta en la matriz y finalmente aparece con un vestido blanco y brillante como la Luna. El fuego exterior ayudando después al fuego de la naturaleza, hace el oficio de los elementos. Lo que estaba oculto se manifiesta; el azafrán da su color al lis, y finalmente la rojez se extiende por las mejillas del niño que se ha vuelto más robusto. Tras haber robado los caballos, Ulises y Diomedes vuelven al campo de los griegos, esto es para significar que la materia, habiendo subido a lo alto del vaso volatilizándose, recae al fondo de donde había partido.
Tales son los caballos de Reso que se habían de robar antes de que bebieran del agua del Xanto. Como se ha visto, era necesario apoderarse de ellos antes de aquel momento, puesto que la materia venida al amarillo, o color del azafrán, no habría podido ser volatilizada, condición requerida sin embargo, para la perfección de la obra, o la toma de Troya.

[1] . Homero, Ilíada, lib. 10, vers. 434.
[2] . El Trevisano, Filosofía de los metales.
[3] . Homero, Ilíada, lib. 2, vers. 824 y ss.
[4] . Homero, Ilíada, lib. 10, vers. 455 y ss.
[5] . Homero, Ilíada, lib. 10, vers. 438.
[6] . Espagnet, canon 78.

martes, noviembre 28, 2006

Tercera Fatalidad, es necesario robar el Paladión





Propiamente no se sabe a qué atenerse respecto a este Paladión; según Apolodoro,[1] se dice comúnmente que era una estatua de Minerva, de tres codos de altura con un arma en la mano derecha, y una rueca y un huso en la mano izquierda; que era una especie de autómata que se movía por sí misma; cuando Ilo hubo construido Ilión en el lugar donde se detuvo un buey de diferentes colores al que había seguido, rogó a los dioses para que le dieran alguna señal que le hiciera conocer si esta ciudad les era agradable; entonces esta estatua cayó del cielo cerca de él, y habiendo consultado al oráculo sobre ello, le respondió que la ciudad de Troya jamás sería destruida mientras conservara esta estatua. El pensamiento más común es que fue robada por Ulises entrando por la noche en la ciudadela mediante un artificio, o mediante alguna astucia que, según Corion,[2] fue concertada con Heleno, hijo de Príamo. Pero este autor pretende que fue Diomedes quien la robó, lo que no está conforme con lo que Ovidio hace decir a Ulises en la arenga a los griegos, de la que ya hemos hecho mención anteriormente. Ovidio dice también[3] que esta estatua cayó del cielo sobre el fuerte de Ilión y que consultando a Apolo respondió que el reino de Troya duraría mientras este Paladión fuera
conservado. Los troyanos tenían, pues, una atención particular en conservar esta preciosa prenda y los griegos hicieron todo lo posible por robársela. He aquí la idea que nos dan de ella los antiguos autores paganos e incluso los cristianos, puesto que Arnobo,[4] San Clemente de Alejandría,[5] y Julio Firmico[6] hablan de este Paladión como si hubiera sido hecho de los huesos de Pélope. Es sorprendente que se hayan adoptado cosas tan absurdas y que se hayan afligido por ello, no sólo por el hecho de que una tal figura haya podido caer del cielo, sino por el hecho de que ni siquiera haya existido. Los mitólogos de nuestros días, que parecen haberse vuelto pirronianos respecto a muchas cosas, al menos verosímiles, y que quieren que se les considere como personas incapaces de admitir nada que no haya pasado por el tribunal de la crítica más severa ¿cómo es que no dudan de otras tantas que tienen visiblemente el carácter de pura fábula? ¿Es suficiente que una cosa sea referida por los autores antiguos para que no se pueda dudar de ella, o por lo menos tener el espíritu de examinar el hecho? Sea lo que sea este Paladión, parece ser que el cielo de donde ha caído no es otro que el cerebro de Homero; según Elien,[7] es de él que todos los poetas han tomado prestado todo lo que dicen, y es con razón que un pintor llamado Galaron representara una vez a Homero vomitando en medio de un gran número de poetas, que sacaban lo que podían de este caudal de Homero.
Propiamente él es la fuente que ha formado todos estos arroyos de fábulas y de supersticiones que a continuación han inundado Grecia y las otras naciones. Se debe pensar, pues, de este Paladión como de otras tantas cosas cuya no existencia es la causa de las diferentes opiniones que los autores han tenido al respecto. Una cosa que jamás ha existido no deja de dar ocasión a muchos pensamientos diferentes, cuando se trata de constatar su existencia, la manera de ser, el lugar donde estuvo y lo que representaba. También hay autores[8] que aseguran que este Paladión no fue robado por los griegos; que habiéndolo cogido Eneas lo llevó a Italia con sus dioses penates y que los griegos sólo habían robado una copia hecha a semejanza de la original. Ovidio[9] no quiere decidir sobre este hecho, pero dice que este Paladión en su tiempo estaba conservado en Roma, en el templo de Vesta.
Tito Livio[10] dice lo mismo. Respecto a este Paladión se pensaba en Roma lo que pensaron los troyanos en relación con su ciudad. Se han contado hasta tres, el primero fue el de Ilión, el segundo el de Lavinión y el tercero el de Albe, cuyo fundador se decía que fue Ascanio. Tulo Hostilio arruinó esta última ciudad a la que se le llamaba la madre de Roma. Virgilio no es del pensamiento de Denis de Halicarnaso, puesto que dice en estos propios términos que los griegos robaron el Paladión. Después de haber dado muerte a los guardias del sumo alcázar, arrebataron la sacra efigie, y con ensangrentadas manos osaron tocar las virginales ínfulas de la deidad. (Enéida, lib. 2, 34) Solino[11] parece haber querido acordar estas diferentes opiniones diciendo que Diomedes llevó este Paladión a Italia donde lo entregó como presente a Eneas.
¿Qué pensar, pues, de esta pretendida estatua y qué decidir en medio de tantas contradicciones? Que cada uno ha ajustado el hecho de la manera que estuviera más conforme a sus ideas y al objetivo que tenía en vistas; y que Homero dio lugar a todas estas opiniones y es de él que debemos tomar la verdadera idea del asunto. Pero ¿qué pensaba él? Se puede juzgar por las explicaciones que hemos dado del resto. El Paladión era una representación de Palas y se sabe
que esta diosa representaba el genio, el juicio y los conocimientos de las ciencias y las artes. Se puede decir, pues, sin temor a equivocarse, que Homero ha querido decir que sin la ciencia, el genio y los conocimientos de la naturaleza, un artista no puede llegar al final de la obra; es por esto que se figura que Ulises la robó, porque Ulises es el símbolo del artista.
En toda la alegoría de la toma de Troya, él está representado como con un espíritu fino, un extendido genio, prudente y capaz de llevar a cabo todo lo que emprende. Según Geber[12] es preciso que el artista tenga todas las cualidades de Ulises, que conoce la naturaleza, que sabe desvelar sus procedimientos y los materiales que emplea y que no piensa en tener éxito si primero no consigue que Minerva le sea favorable. En vano se disertaría sobre la existencia de esta imagen de Palas, y aún más sobre el hecho de si había caído del cielo o si era obra de los hombres. Es cierto que la sabiduría y el conocimiento de las ciencias y las artes son un don del Padre de las luces, de quien procede todo bien, en consecuencia, es con razón que Homero y los otros dijeron que el Paladión había descendido del cielo.


[1] . Apolodoro, lib. 3.
[2] . Corión, Nar. 3.
[3] . Ovidio, Fastos, lib. 6.
[4] . Arnobo, Adv. Gent. Lib. 4.
[5] . Clemente de Alejandría, Estromatas, lib. 6.
[6] . Julio Firmico, De error. Prof. Relig.
[7] . Elien, lib. 13. Cap. 22.
[8] . Denis de Halicarnaso, Antigüedad romana, lib. 2.
[9] . Ovidio, Fastos, lib. 6.
[10] . Tito Livio, De sec. Bello Punico.
[11] . Solino, lib. 3, cap. 2.
[12] . Geber, La suma de la perfección, part. 1, cap. 5 y 7.