sábado, 28 de junio de 2008

DE PROFUNDIS

“¡Menudo tiro en el pie se acaba de pegar!”, eso fue lo primero que pensé cuando escuché de boca de Miguelanxo Prado algo así como: “Queríamos hacer algo similar a lo que hace Alexander Petrov”. Creo haber dicho por ahí que Petrov no es santo de mi devoción. Sin duda que es un animador espectacular (esto es, que entra por el ojo: “Es como un cuadro en movimiento, qué realismo”, hemos pensado más de uno al ver algunas de sus animaciones por primera vez; el problema es que, pasados unos minutos, la fascinación inicial desaparece y nos quedamos con un corto más, que nos cuenta una historia más y que… en fin, sostengo que la animación va más allá de un reflejo pseudorealista del mundo material) pero, en conjunto, sus cortometrajes me resultan a veces un tanto amanerados y un tanto huecos, como si levantaran unas expectativas que luego no cumplen. Personalmente, me quedo con el fragmento que hizo para Winter Days, intenso y breve. En cualquier caso, hablar de Petrov es poner el listón muy alto en el terreno de la animación “realista”, y ya de por sí Prado está aceptando un desafío que todas luces va a ser incapaz de afrontar.

Fotograma de El viejo y el mar, de A. Petrov.

Después, pasando los extras del dvd, me encontré con algo así como: “El que no sea capaz de pasar cinco minutos contemplando una puesta de sol no debería ir al cine a ver De profundis”, en boca de uno de los productores, o algo así. Bien… Cómo decirlo… La verdad es que dudo mucho que Chanquete, Jacques Cousteau o el Capitán Nemo, pues no me queda la menor duda que son el tipo de público (el único tipo) que estarían encantados de ver esta película, se tomaran la molestia de pasar por su sala de cine más próxima a verla. Es más, dudo mucho que también aquellos que no son capaces de pasar… “cinco minutos contemplando la puesta de sol…”, tal vez quería decir “mirando el sol cara a cara”. Puede que fuese una broma, porque, en caso de no serlo, es una de las frases más estúpidas y repugnantes que he escuchado en mucho tiempo.
Venga, todo el mundo a mirar 5 minutos.

La frase, al fin y al cabo, no es otra cosa que (al margen de una excusatio no petita) una de las múltiples manifestaciones de lo que he venido a bautizar felizmente como “LA COARTADA DE LO POÉTICO”, que es la verdadera tabla de salvación del cine de filmoteca mal entendido, del ladrillo con ínfulas, del ignorante, del narrador lleno de carencias… “Si te aburres o no lo entiendes, no es porque mi obra sea aburrida o esté mal contada, simplemente es que no estás intelectualmente capacitado para entenderla, te falta la sensibilidad necesaria. Es una obra poética, no sujeta a convenciones narrativas. Ese plano fijo de cinco minutos de un chino montado en un columpio es cine con mayúsculas, y si no lo entiendes es tu problema, yo tengo talento y sé lo que hago”, creo que esto es un buen resumen de lo que significa “La coartada”, que sin duda es el equivalente al ébola o al cáncer o a la bomba atómica o a Cthulhu en mitad de Central Park en el terreno de las artes narrativas, o perfectamente todos ellos juntos y atacando a la vez; lo más dañino que haya parido madre, un insulto en forma de escupitajo en la cara del espectador, y que suena a fracaso artístico de antemano. Como dice Herminio Bola Extra: “No es que la película sea lenta, es que la fotografía es muy buena”. Pues eso, la fotografía de De profundis es un escándalo de buena.

Esta es la cara que se le quedó al pobre Salvador después de ver las obras completas de Bela Tarr, Las páginas del Libro de Satán, La mujer en la Luna y El palabro de una tacada en la filmoteca de su barrio. Por cierto, ¿quién es el tipo ese del bigote?

Otro ilustre asiduo a las filmotecas y a las puestas de sol.

En realidad, resulta demasiado fácil y tentador ensañarse con De profundis. Vaya por delante que Prado es un autor al que profeso gran admiración en el terreno de las viñetas, pero lo que es fuera de la plancha… Empecemos diciendo que la imagen con que se abre el relato es manida, amanerada y cursi; una joya, vamos: una casa en mitad del mar en la que habita una “misteriosa” mujer vestida de bailarina que se sienta al relente de su magnífico porche para tocarle el violoncelo a los delfines que pasan junto a su puerta. Tanto azúcar no puede ser bueno para la salud y, los más importante, todo esto no era necesario desde que Jean-Francois Laguionie dirigió La Demoiselle et le violoncelliste (1965); autor a quien Prado no cita, bien por olvido o escamoteo, y cuya obra es infinitamente más interesante que todas las animaciones sobre cristal de Petrov juntas y puestas una detrás de la otra.

Me salto, por descuido, olvido y desgana, la secuencia anterior, en la que nos vamos acercando poco a poco a la casa, mientras ésta pasa, antes nuestros ojos, del boceto a lápiz al diseño ya terminado, mediante un zoom tan interminable, pesado y previsible como la propia película. Un ejercicio innecesario de metalenguaje, más visto que el TBO. Magnífico epítome, es largo, no ocurre nada y, hasta que llegamos a la casa, nos ha dado tiempo a ver siete puestas de sol, que será siempre una forma mejor de emplear el tiempo que hacerlo en ver esto o en leer estas líneas.
Después tenemos el apoyo y segunda coartada de la música. No seré yo quien ponga reparos a la banda sonora, pero ya es muy viejo eso de usar música orquestal para darle “empaque” a una obra. No desentona, ciertamente, con el tono de la obra, y al fin y al cabo, al haber no haber diálogos, es una necesidad en tanto que hilo conductor y creador de estados anímicos afines al tono y al momento al que ilustran. De todas formas, 2001 ya quedó muy atrás y… Ya digo, no seré yo quien ponga pegas, de hecho, es lo mejor de la obra.

!Viejuno!

El caso es que, superado el tramo de la violonchelista, lo que sigue no es otra cosa que una cadena de cuadros pseudos poéticos unidos por una mínima urdimbre argumental de causa-efecto. Y verdaderamente es aquí donde “La coartada” ha hecho su agosto. Aprovechando que De profundis es una obra “poética”, es decir, con una “fotografía muy buena”, y que desarrolla bajo el mar, y sabido es por todos que debajo del agua todo va más lento, se juntan el hambre y las ganas de comer, y nos encontramos con un producto con el que difícilmente pueden rivalizar los documentales de sobremesa de La 2. Continuamente se busca epatar al espectador con imágenes y situaciones supuestamente poéticas, hermosas… Pero la verdad es que todo responde a una digestión pesada y atolondrada del verdadero hecho poético y, por ende, del lirismo. Verdaderamente hace falta un talento muy especial y unas manos de cirujano para tratar con este tipo de material y salir airoso. No este el caso, y De profundis se queda en la superficie. La verdadera poesía no aflora nunca, entre otras cosas porque el metraje no se ajusta a lo que se cuenta, y esta diferencia y el desastroso manejo del tempo (de lo que también es culpable la discutible técnica de animación empleada) hacen un daño irreparable y oscurecen cualquier posible mérito (que también los hay).

Un buen ejemplo de este uso tópico de recursos visuales investidos de una supuesta cualidad poética lo tenemos en la escena de las rayas, que aparecen impostadas, transfiguradas, en mariposas submarinas. La secuencia es sospechosamente similar a una de El viejo y el mar de Petrov, que, sin ser nada del otro mundo, está ejecutada con un gracejo y una eficacia infinitamente superiores a lo que aquí vemos; digo esto y aprovecho para señalar que El viejo hace un uso mucho más inteligente y medido de los recesos poéticos, ya sean los de corte realista como los oníricos. A veces basta con ver un fotograma para entender en qué consiste el hecho poético, y que no hay necesidad de acudir a imágenes rebuscadas y artificiosas, pues una sencilla puesta de sol sobre el mar contiene en sí todo lo que hemos venido comentando. La poesía está en lo sencillo, y sólo el artista de talento puede ver esto; algo que Prado y compañía parecen haber pasado por alto.

Arriba, De profundis, sobre esta línea y más abajo, El viejo y el mar.

No dejaré de decir que el giro argumental final de la transformación no deja de tener su interés, y que no es un mal final, más bien lo contrario, es un buen final desaprovechado, “atado” a un mal desarrollo. Por otro lado, las ilustraciones y dibujos en casa de la violonchelista despiden un cierto tufillo a metarrelato y a coartada para elaborar posibles lecturas, supuestamente más profundas, supuestamente más complejas, en virtud de que anticipan y/o coinciden con elementos y sucesos posteriores. Que nadie se deje engañar, es un recurso débil y mal elaborado. Algo parecido ya estaba en Trazo de tiza (buen relato que también despide un sospechoso tufillo pesudointelectual).

Trazo de Tiza.

No me alargo más. Habría que preguntarse si Prado en algún momento atisbó cuál sería el resultado de la técnica de animación que ha empleado en De profundis y, si en algún momento lo hizo, por qué no reculó y, en caso de no atisbar nada, si vistos los resultados ha quedado satisfecho. Difícilmente se puede dar a esto último una respuesta afirmativa. La animación es sin duda el mayor lastre de la obra, y no hace falta ser un experto para verlo. No sólo la calida de la animación propiamente dicha, esto es, la fluidez de las imágenes, de los dibujos, en movimiento se ve comprometida, es que esto conlleva una serie de efectos colaterales, de los cuales el más flagrante es la expresividad de los rostros. La animación es lenta y poco fluida, y en todo momento se tiene la impresión de que faltan fotogramas, de que todo los “muñecos” se mueven como a saltos, a trompicones, con torpeza, como si alguien se hubiera colado en el estudio por la noche y hubiera escamoteado varios fotogramas en cada una de las animaciones. Los movimientos resultan excesivamente lentos, acartonados, hasta el punto de ser cómicos, como si de marionetas de movilidad limitada se tratara. Esto se nota especialmente en las escenas de “acción”, llegando a resultar ridículo, torpe, como por ejemplo, en la escena del naufragio, en la que en el tiempo que tarda en caer la ola sobre el barco a uno le ha dado tiempo de irse a contemplar la puesta de sol varias veces y en distintas playas.

También afecta esto a la expresividad de los rostros que, traicionando su cometido, estos es, el de convenir, de transmitir, emociones intensas y medianamente verosímiles, humanas, en sintonía con el propio realismo del diseño de los personajes, resultan cómicas y forzadas por lo limitado y acartonado, más propias de un cartoon de Tex Avery que de un corto del insigne Petrov.

Termino, ahora sí. De profundis, a pesar de su desafortunado resultado, es una obra valiente, ligeramente innovadora, y un rayo de luz y de esperanza para esta industria de animación nuestra tan descarriada. Es de esperar que Prado siga adelante por este camino y que nos sorprenda de aquí a algún tiempo con algo nuevo, enmendando los errores pasados y abriendo una puerta al futuro. Otro tipo de animación se puede hacer en España, es de esperar que esta obra marque el camino de otras que vendrán después.

El viejo y el mar en Youtube