La ortodoxia dice que Novyy Gullivyer (The new Gulliver) es el cuarto largometraje de animación de la historia. Le preceden El apóstol (1917, Quirino Cristiani), Die Abenteuer des Prinzen Achmed (1926, Lotte Reiniger), y Peludópolis (1931), también de Cristiani. En 1937 llegarían Le roman de Renard (Wladyslaw Starewicz), Die sieben Raben (Ferdinand Diehl) y Snow White and the seven dwarfs. La heterodoxia afirma que Novyy Gullivyer es en realidad el segundo, pues de las dos películas de Quiriani no se conserva ni un solo milímetro de metraje, y ni siquiera existe la certeza de que realmente fueran largometrajes. Otras fuentes, más audaces, añaden un nuevo dato para avivar la “polémica”: la película de Starewicz se terminó, afirman, en 1930, pero no fue estrenada hasta 1937. También habría que mirar con el rabillo del ojo, sin mucho descaro, a otros títulos de la época considerados tradicionalmente de imagen real, pero con un fuerte componente animado: The lost World (1925), la madre de todas las pelis de monstruos gigantes, y King Kong (1933); ya hablé algo de este mismo tema por aquí. En fin, que la cosa no parece estar del todo clara. Sea como fuere, este tipo de listas cronológicas, que se nutren de un deseo más bien ingenuo y romanticón, son bastante divertidas y estimulantes y constituyen, allá donde aparecen, un sano y audaz ejercicio de arqueología (cinematográfica, en este caso).
Novyy Gullivyer, resulta evidente por el título, toma como punto de partida la novela de Jonathan Swift, la primera parte, para ser más exactos, que es también la que abordan la mayoría de las adaptaciones, ya sean animadas o no. Algunos precedentes interesantes son: Le voyage de Gulliver à Lilliput et chez les géants (1902) de Georges Méliès, Gulliver en el país de los gigantes (1903), del español Segundo de Chomón o Gulliver Mickey (1934). En 1939 vendría la versión de los hermanos Fleischer, la más célebre de todas. Toei Doga también cuenta con la suya, Gariba no uchu ryoko (Gulliver´s travels beyond the moon), dirigida por Masao Kuroda (también director de otros clásicos como Arabian naito: Shindobaddo no bôken y Heidi) en 1965. Puede aventurarse de este último título, sin miedo a equivocarse, que ésta es la más libre de cuantas se han hecho. El protagonista en un chico que conoce a Jonathan Swift en persona y, juntos, viajan al espacio sideral; a partir de ahí el delirio más absoluto… Tampoco quisiera olvidar la versión que en los ochenta hizo Cruz Delgado en España.
La película fue escrita y dirigida por Aleksandr Ptushko, uno de los cineastas más afamados de la historia del cine ruso. Su dedicación casi exclusiva al cine de animación, durante su primera etapa, y al género fantástico, le valieron comparaciones con Harryhausen, Willis O´brien o el propio Disney. Entre 1928 y 1932, Ptushko se dedicó a la animación trabajando al servicio de otros directores. Durante esta época, desarrolla y perfecciona varias técnicas, entre ellas la de combinar animación e imagen real, que culminaría más tarde en el presente título. Parece ser que el Nuevo Gulliver fue todo un éxito y que a raíz de él los estudios Mosfilm le permitieron formar su propio departamento dedicado a la producción de cortometrajes stop motion. Entre 1936 y 1938 realizaron catorce cortometrajes, seguidos de un segundo largometraje, Zolotoy klyuchik (The golden key), en 1939, que sería la última incursión de Ptushko en el género. Novyy Gullivyer fue el fruto de tres años de trabajo. Alrededor de 3.000 (1.500, según otras fuentes) marionetas fueron empleadas en la producción de la película, lo que de una buena idea de la complejidad y de las dimensiones del proyecto. Las marionetas estaban provistas de cabezas intercambiables para dotarlas de mayor expresividad. Los personajes principales tenían entre dos y tres centenares de cabezas distintas. Si bien durante la mayor parte de la cinta la técnica empleada era stop motion, en algunas escenas las marionetas fueron animadas mecánicamente, es decir, en tiempo real.
Bien, empecemos por decir que Novyy Gullivyer combina imagen real con animación. Es el primer largometraje de la historia en usar marionetas (muñecos, parece ser más exacto) animadas como protagonistas y uno de los primeros en combinar animación y stop motion en un mismo plano. Le precedieron The lost World y King Kong, entrambos orquestados por el mítico Willis O´brien. La película comienza a orillas de una playa desierta y tranquila, imagen bastante similar a la que abre El acorazado Potemkin. De ahí pasa a un grupo de niños con uniformes, que pertenecen a los “Jóvenes Pioneros”, al parecer, una organización política y social destinada a jóvenes durante la era soviética. Uno de los joviales chiquillos (el protagonista, Vladimir Konstantinovich Konstantinov, que tuvo en éste su primer y único papel) es premiado con el mamotreto de Swift, y éste, no encontrando cosa mejor que hacer, se tumba en un suelo rocoso y árido, a todas luces incomodísimo, y se pone a leer. Las cualidades narcóticas del texto no se hacen esperar, y el niño, superado y vencido por la densidad del contenido, cae en un profundo sueño en el que él mismo hace las veces de Gulliver. La desventuras de éste son narradas a través de dicho sueño (como en Galigari pero sin sorpresa final). El inicio es un tanto engañoso, pues hace pensar inevitablemente en algunos trabajos de Karel Zeman, especialmente en Cesta do praveku (1955) y Ukradená vzducholod (1967). Nada más lejos de la realidad. Los humanos son rápidamente desterrados de la pantalla y su aparición se limita a lo estrictamente necesario, esto es, el principio y el final de la película, que corresponden al mundo real, y los primeros minutos de la historia propiamente dicha, el sueño que narra las aventuras de Gulliver cuyo barco, una embarcación pirata, zozobra irremediablemente, dejando al protagonista desvalido e inconsciente en las playas del país de Lilliput.
La animación de Novyy Gullivyer no es especialmente virtuosa, y desmerece al lado de la exhibida en Le roman de Renard cinco años antes (o dos después, según se mire). Con todo, es destacable, cuando menos, por su complejidad y su laboriosidad. Las escenas multitudinarias son sin duda el punto fuerte en este aspecto. Tenemos aquella de la fiesta celebrada en honor de Gulliver, a la que acude una multitud de marionetas para ejecutar los más variados movimientos, que van desde sencillos bailes folclóricos hasta acrobacias mortales de saltimbanqui, todo ello mientras nuestro héroe se zampa un sinnúmero de suculentos manjares que le hacen llegar a lomos de una cinta transportadora. Está aquella otra el desfile del ejército lilluputiense bajo sus piernas, a modo de Coloso de Rodas, o las batallas a escala del tramo final, potentes, sorprendentes, ambiciosas, aunque de planificación pobre y algo confusa. No obstante, hay que decir que cuando Gulliver coexiste con un cierto número de marionetas en el espacio real de un mismo plano, es decir, cuando hay un verdadero contacto físico (a diferencia de aquellos otros en los que no existe tal, ya que las marionetas se desenvuelven en primer plano y la imagen de Gulliver es proyectada en segundo, de fondo, creando una falsa profundidad de campo), el resultado no es demasiado satisfactorio; ya bien porque cuando esto ocurre la animación suele limitarse a los miembros de una o dos marionetas, mientras que el resto permanecen estáticas; ya porque a veces se falsea el cuerpo del actor con el de la marioneta que se construyó a escala real con este propósito, y esto resulta demasiado evidente, quedando el engaño al descubierto y resultando artificial en exceso.
Siendo la dirección de Novyy Gullivyer bastante sobria en líneas generales, Ptushko sorprende a veces con algún que otro movimiento de cámara bastante audaz, cosa no muy frecuente en una obra de esta naturaleza, no al menos hasta la llegada de Jiri Trnka, que hizo gala de un tratamiento formal más cercano al cine de imagen real en algunos de sus largos, baste ver la fantástica Staré povesti ceské (1953). Especialmente memorable es el travelling que sigue al coche que penetra en las profundidades de la fábrica de armas, del que hablaré más adelante, o el siguiente plano secuencia de más de dos minutos de duración:
Se presupone y también se deduce que Novyy Gullivyer es una comedia, en parte porque es una película infantil (para niños bien aleccionados), en parte porque salen muñegotes, en parte porque el texto original es una sátira grotesca (¿cómo puede interpretarse si no, la poderosa micción del narrador sobre el castillo real?). Comedia tendenciosa, moralizante y politizada, pero comedia al fin y al cabo. Una comedia poco conseguida, con momentos desiguales. Aquellos que tratan de arrancar una sonrisa esgrimiendo como único argumento el gag visual, al más puro estilo slapstick, basados deformación de la anatomía de los personajes, algo más propio del cartoon y no muy frecuente en el stop motion, son poco acertados. Especialmente llamativos son en este sentido los policías secretos, equipados con unas capas con forma de alas de murciélago que les permiten volar, igualitos, igualitos a los que aparecerán dos décadas después en Le roi et l´oiseau. Sin embargo, aquellos otros momentos que nacen de la revisión del texto original, y que, aún desde la perspectiva tendenciosa, deciden ejercer la crítica también mediante la sátira, tienen algunas notas verdaderamente brillantes. No debemos olvidar que Novyy Gullivyer no es otra cosa que una “revisión” (por decirlo de forma diplomática) del clásico de Swift desde la óptica soviética. La escena que se desarrolla en la corte real es el epítome perfecto de sus intenciones: en el centro de la sala se alza, sentado en un trono, un rey con cara de bobalicón incapaz de hablar. Queda claro desde el principio por la expresión estúpida de su rostro y sus ademanes lánguidos que no es otra cosa que una simple marioneta carente de voluntad. Mueve sus labios mudos a los que un gramófono escondido bajo su manto presta su voz (y que en un momento dado se rompe accidentalmente, repitiendo una y otra vez la misma frase; el retrato de la clase política de los lilliputieneses es sin duda uno de los mejores momentos de toda la cinta). Lo rodean un buen número de aduladores que constituyen la clase dominante de Lilliput: aristócratas, sacerdotes, y unos tipos con gafas y muy estirados que bien podrían ser los burócratas o tal vez algunos “intelectuales” rezagados, que terminan enzarzados en una ridícula pelea a mamporro limpio. En conjunto, el retrato ofrece una imagen absolutamente ridícula y, siendo este su propósito, resulta ingenioso y brillante desde un punto de vista puramente satírico.
Los lilliputienses, ya digo, son los “malos”, un pueblo corrupto y cruel (hay una escena en la que un domador deja salir de una jaula de madera un grupo de hombrecitos y los hace bailar, como si fueran pulgas; cuando los hombrecitos pierden el compás el domador enfurece y comienza a azotarlos sin piedad, lo que provoca la reprimenda de Gulliver, cosa que el resto de los presentes no parece entender), que no duda en someter a los más débiles que, en este caso, son un grupo de hombrecillos de barro vestidos de obreros, que vienen a hacer las veces de antagonistas, en detrimento de los habitantes del reino de Blefuscus del texto original. No hace falta ser muy listos para ver, en unos segundos, que los sometidos son el propio proletariado. A la luz de esto, la escena anterior de la corte real cobra pleno sentido y, desde aquí, es fácil prever cómo se va a desarrollar la historia. Así pues, Gulliver no llega para ayudar al reino de Lilliput, como en la novela original, sino a librar al proletariado del yugo opresor de los lilliputienses; no en vano estamos en la U.R.S.S. en plena era soviética.
"¡Línea ADSL ya!".
Novyy Gullivyer gozó de cierta popularidad más allá de las fronteras soviéticas. La película fue premiada en el Festival Internacional de Milán. Con todos sus defectos, la de Ptushko es probablemente la versión más interesante de cuantas se han hecho (de la primera parte) del clásico de Swift, muy por delante, sin duda, de la posterior de los hermanos Fleischer, y de cualquier otra que pueda recordar ahora mismo (aunque se admiten sugerencias).
Fascinante es la escena en la que se nos revela el penoso estado de esclavitud en el que viven los pequeños proletarios. Un fantástico travelling sigue de cerca a un coche de policía a lo largo de un angosto corredor de piedra que desemboca en una sombría fábrica subterránea. Allí vemos a los hombrecillos trabajando a destajo en una fábrica de armas, produciendo en cadena misiles y demás mortíferas chucherías para los lilliputienses, totalmente alienados. La escena es llamativa por un doble motivo: primero porque remite a los escenarios industriales de Metropolis y a los ciudadanos que viven esclavizados en los estratos inferiores de la ciudad; segundo porque el diseño de las máquinas que controlan a los esclavos es sumamente audaz y amenazante, y enriquece ese toque retrofuturista, adelantado a la estética Zeman, que salpica buena parte de la cinta: carros de caballos desfilando junto a tanques en pleno siglo XVII, caballos y automóviles, o las ya citadas máquinas subterráneas de producción masiva, de aspecto terrorífico, que ya quisieran para sí muchas obras de ciencia ficción.
Novyy Gullivyer gozó de cierta popularidad más allá de las fronteras soviéticas. La película fue premiada en el Festival Internacional de Milán. Con todos sus defectos, la de Ptushko es probablemente la versión más interesante de cuantas se han hecho (de la primera parte) del clásico de Swift, muy por delante, sin duda, de la posterior de los hermanos Fleischer, y de cualquier otra que pueda recordar ahora mismo (aunque se admiten sugerencias).