La pasada semana pude escaparme de los calores estivales y refugiarme temporalmente en mi rincón favorito del Pirineo. Por supuesto, estando allí, tentar a las pintonas no era una opción, si no una obligación. A estas alturas ya me iréis conociendo y sabréis que si hay una modalidad de pesca de trucha que me encanta, ésta es la de hacerlo en los
ibones. Pero esta vez el plan era otro, ya que la excusa para subir no era otra que mi primo pescador estaba por allá arriba pasando unos días de vacaciones con la familia. Esto, junto con sus preferencias a la hora de pescar, obligaba a un cambio en la rutina piscatoria. La principal limitación fue la de tener que volver pronto a casa para poder atender a la familia, por lo que el río, que por lo general requiere un menor desplazamiento de aproximación, se convirtió en el destino elegido.
El primer no tuvimos demasiada suerte. Nos acercamos a un tramo libre de captura y suelta del cual tenía buenas referencias en cuanto a tamaño y cantidad de truchas, pero nos encontramos con un caudal bastante alto para estas alturas de año (es un tramo regulado), lo que dificultaba el desplazamiento por el río. Cada uno probamos fortuna con nuestra modalidad preferida: a seca (y emergentes) yo y a "ninfa perdigonera" él. Al final sólo él tocó escama pero, aunque de tamaño decente, fue una única trucha la que conseguimos ver. Esa misma mañana nos acercamos a otro tramo libre (normal) que hacía años que no visitaba pero del que tenía buen recuerdo. El caudal era ideal, pero ninguno tuvimos picada, ni vimos ninguna cebada a pesar de que se estaba desarrollando una eclosión bestial. Y lo peor: no vimos moverse ni una sóla trucha en nuestro transitar por el tramo. Se diría que ahí el río está totalmente muerto, y no es de extrañar dada la altura de temporada en la que estamos y que allí los aficionados a la captura y sartén pueden hacer de las suyas. Lástima que este tramo ya no sea ni la sombra de lo que no hace tantos años fue...
Así las cosas decidimos que al día siguiente cambiaríamos de destino. Elegimos un coto de captura y suelta, confiando que con esta regulación encontraríamos más pesca. Y así fue. Ambos disfrutamos de una mañana genial, con multitud de capturas de bravas truchas de alta montaña. Esto es, no demasiado grandes, pero con una pelea espectacular para su modesto tamaño. Todavía más numerosas fueron las picadas, aunque muchas de ellas falladas. Pero como comprenderéis, la mañana fue muy animada y supuso mi reconciliación con la pesca en río, y una vuelta a mis orígenes mosqueros pues fue en ese entorno donde di mis primeros pasos en la modalidad.
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Pero como dice el dicho, la cabra siempre tira al monte, y a mí me picaba mucho el estar rodeado de ibones y no pescarlos, más aún no habiendo visitado las aguas de ninguno en lo que va de temporada. Como ya me lo imaginaba de antemano había planeado cambiar de atuendo a la vuelta de mi primo a casa, pantalón y "chirucas" por vadeador y botas de clavos (que pasaron a cargar de peso mi espalda), y emprender la subida al ibón más cercano y asequible. Así, emprendía el ascenso tras un merecido descanso y un breve tentempié en un prado junto al punto donde había sacado la última trucha de río.
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La subida, pese a la paliza de acarrear con todo el equipo a mis hombros, bien mereció la pena. Aunque dada la hora de mi llegada encontré las orillas del ibón "abarrotadas" de gente, el ligero viento que había ido levantándose a lo largo de la mañana hacía que las truchas estuvieran muy activas en superficie cerca de la orilla, pendientes del alimento que caía en sus proximidades. Entre este alimento estaban por supuesto mis imitaciones, por lo que tuve un final de jornada maravilloso, con truchas de buen porte que me dieron una maravillosa pelea.
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En resumen: fue una jornada de lo más completa en la que combiné río e ibón, pescando en ambos escenarios. A parte de la pesca, me quedo con el chavalín de unos 3 años que adelanté a la subida al ibón. Pese a su corta edad ascendía por sus propios medios, acompañado por sus padres y su hermanito pequeño que no era más que un bebé. Y es que, además de alegrarse y armar un gran jaleo cuando se percató de la pelea con la última trucha que pesqué, a la hora de mi despedida del ibón desarrolló toda su curiosidad sobre la pesca acribillándome a preguntas, ¡si es que estos peques son auténticas esponjas y están totalmente abiertos a la información que les llega del mundo que nos rodea!