Translate this blog

Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta reflexiones. Mostrar todas las entradas

miércoles, 15 de octubre de 2014

Descubrimiento

El otro día se conmemoró, como cada año, la efeméride de la llegada de un puñado de hombres, a bordo de unas embarcaciones que resultaban poco más que cáscaras de nuez, a unas tierras que ningún occidental había visto antes.


Yo, aprovechando el día festivo, me dirigí a un rincón perdido de la geografía con la intención de perderme, y si la suerte se ponía de cara, tocar las últimas pintonas de la temporada. Llegué a un sitio donde el tiempo parece detenerse. Donde las plantas no luchan por alzarse hacia el cielo sino que pelean por abrazar al río, hoy poco más que un hilillo de agua remansado en escasas pozas. Ese deseo de las ramas y zarzas dificultan el vuelo de la línea y transforma la jornada en un viaje a través de un profundo túnel. Un túnel luminoso y sombrío a la vez, silencioso y ruidoso al mismo tiempo. Porque la luz no viene del cielo, sino de todos los sitios, rebotando en cada hoja, en cada piedra, que a la vez crean infinitas sombras que se mezclan con ella. Porque cada paso que da el pescador salvando el intrincado laberinto de obstáculos que se suceden en el cauce resulta en una fracción de segundo de silencio tras la que vuelve el incansable rumor de sonidos del bosque que tanto dicen y tan pocos oyen. Desgraciadamente, menos aún escuchan su mensaje.


Aquí no existe la soledad, infinidad de seres acompañan al visitante. Pero en estos terrenos sólo hay un señor que siempre está presente: el jabalí. No hace falta verlo para sentir su compañía, basta con saber mirar y encontrar sus pisadas en las trochas por él creadas que facilitan el caminar, las huellas de su pelos fuertes como alambres cuando peinan el barro fresco o las hozadas que su hocico cava en la orilla en busca de delicados manjares.


Nada pasa por casualidad en el mundo del Señor Scrofa. No fue el azar lo que hizo que el pitillín (Leutra sp.) rodease insistentemente la esfera de mi reloj como queriendo huyendo del objetivo inquisidor de mi cámara. No, se trataba de una señal, una petición para que presentase una imitación suya a los peces del siguiente recodo del río. El pequeño plecóptero me brindó la única picada del día, tras un lance que contra toda lógica consiguió esquivar la maraña de ramas sobre mi cabeza, que se resolvió con la huida del pequeño pez tras una breve sucesión de cabriolas.


Mientras tanto el ascenso incesante a través del verde túnel continuaba. A cada paso se presentaban nuevos obstáculos que salvar en forma de zarzas o troncos cruzados. Sin embargo la mente fluía ligera en la penumbra. La imposibilidad de lanzar y la escasez de objetivos hacia los que hacerlo se convirtieron en llave que abrió las compuertas del subconsciente, inundando la mente con un tropel de pensamientos. Así, cada paso suponía un acercamiento mayor a uno mismo. Porque pasamos la vida buscando paraísos lejanos, alcanzar altísimas metas, obtener fabulosos resultados mientras abandonamos la búsqueda de lo más sencillo y más cercano. Es por ello que cuando por fin logramos conocernos a nosotros mismos un poco más lo llamamos descubrimiento, a pesar de que siempre estuvimos allí.


Siempre hay una vuelta a la realidad, incluso cuando el sitio al que hemos llegado somos nosotros mismos. No quedó más remedio que pasar a decir adiós a las pequeñas hadas que en estos días erigen sus fabulosas casas de marfil sobre el suelo del bosque. El ruido de unas piedras cayendo por la ladera rocosa a unos metros de mi me sacó de mis pensamientos y me llamó a alzar la vista, brindándome la oportunidad de despedirme, hasta el año que viene, de mi compañero de camino en el río. Sinceramente espero que el invierno le sea leve, no son pocos los peligros que le acecharán.

sábado, 18 de enero de 2014

Los azudes del fin del mundo

Lo recuerdo perfectamente, aunque no puedo decir la fecha exacta, ni siquiera el año. En eso era mejor mi padre. Eso sí, estoy seguro de que era sábado. El día antes del tercer domingo de marzo. O lo que es lo mismo (teniendo en cuenta que hablo de hace unos años en Aragón): el día antes de la desveda. Como todos los años en la misma fecha, a última hora, estábamos los dos frente al mapa del folleto de pesca con los diferentes tramos de pesca. Ir al Pirineo nos parecía demasiado aventurado: aguas frías, a saber con qué caudal, y truchas paradas. No, no solíamos ir a nuestro querido valle de Benasque. El de la desveda, como día mágico que era, lo reservábamos para ampliar nuestros horizontes diriguiéndonos a nuevos destinos de clima algo más benévolo y ríos de régimen menos nival.

Aquel año logré convencerle para probar suerte en un tramo libre sin muerte del río Guadalope situado a la cola de un enorme embalse. Me costó ganar la batalla, porque como pescador no mosquero, mi padre era reticente a tener que andar tentando pintonas con una ristra de moscas atadas a una boya de plástico. Pero la esperanza de una buena población de truchas, por aquello de tratarse de un sin muerte y que la medida mínima establecida para ese río fuera de 30 cm pudo más que sus reticencias y allí pusimos rumbo a la mañana siguiente.


Sin embargo nuestra suerte allí no fue tan buena como esperábamos. Toda la mañana nos pegamos él paseando la boya corriente arriba y abajo y yo vareando de acá para allá con igual resultado: ni una sola picada. Tampoco el entorno era tan idílico como para compensar el viaje hasta allí pese al bolo. Por eso volvimos con gran abatimiento al coche a la hora acordada para el tentempié. Pero en ese momento sí nos sonrió la suerte. Un par de jóvenes mosqueros se acercaron a preguntar qué tal nos había ido la jornada y cuando al saberlo nos propusieron que les acompañásemos a un rincón aguas arriba. Ellos nos guiaron al paraíso.

A aquel rincón del mundo, que nosotros conocíamos como "fin del mundo", se accedía salvando un desfiladero a través del río. Tiempo después sentí la misma sensación que cuando lo crucé al ver en el cine a unos personajes navegando por un río entre dos colosales estatuas que marcaban los límites de un reino mítico. Aquel rincón aislado rebosaba vida. Vida que pugnaba por recuperarse del gran incendio que había asolado el Maestrazgo unos años antes. Vida nutrida por aquel río de aguas cristalinas que cantaba al saltar entre las piedras y albergaba truchas que de vez en cuando sucumbían a nuestros engaños.

Desde aquel año ya no hubo nuevos destinos el día de la apertura. Todas las temporadas empezaban donde acaba el mundo. La ampliación de horizontes se redujo a explorar nuevos rincones, río arriba o río abajo de aquel desfiladero mágico. Pero aquello se truncó. Una gran barrera totalmente insalvable apareció en nuestros destinos y desde entonces impide nuestra vuelta juntos a ese paraje. Quizá fue una premonición que el año antes, en nuestra última visita, encontrásemos aquel dique que cortaba el río y limitaba el flujo de vida a través del mismo.


No hemos vuelto juntos, pero tampoco he vuelto solo. Por lo que sé aquel libre sin muerte que nos atrajo hacia él ha desaparecido ahogado por un nuevo embalse. Quizá el único punto positivo de esto es que con el tramo se ahogó el salto de agua, de aprovechamiento hidroeléctico, que marcaba el límite superior del tramo. Esto hace inservible la barrera del río, pues su cometido era desviar las aguas del río hacia aquel salto ahora inutilizado. Eso sirve de argumento a AEMS-Ríos con Vida para solicitar su demolición. Si esa demolición se hace efectiva, el fin del mundo será más paradisíaco. Desde hace más de 5 años ya no tengo la esperanza de encontrarme a mi padre al rebasar el siguiente recodo de un río. Pero ahora tengo la esperanza de no volver a encontrarme aquel muro que sesga la vida si decido regresar a aquel rincón que para nosotros fue mítico. Descubrir el aspecto del paraíso restaurado bien merece una nueva visita al fin del mundo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Dolores

Los peces sienten dolor y estrés cuando son pescados. Está científicamente probado, y soy completamente consciente de ello, como demuestra la reflexión de mi última entrada, cuando intenté ponerme en la piel de los barbos que pesco. Pero al mismo tiempo soy un practicante convencido del captura y suelta. Incluso he creado una campaña para pedir que no se modifique la normativa de pesca permitiéndose sacrificar las truchas de algunos ibones del PN Posets-Maladeta.

La pesca es un veneno que recorre mis venas. Una adicción por acercarme a la naturaleza, a una masa de agua y, una vez allí, localizar los peces, acecharlos y presentarles un engaño para poder pescarlos. Muchos, sobre todos los no-pescadores que lean esto, pensarán que esto es un ejercicio de sadismo. Pero yo no busco el sufrimiento del pez, todo lo contrario. Es un efecto secundario que intento minimizar todo lo posible (evitarlo es imposible) acortando la pelea con el pez, usando anzuelos sin muerte que causan menos lesiones y manipulando lo mínimo al pez. Sé que alguno habrá que no sobreviva al trance. Quizá no en el momento, sino un día, una semana, un mes después, las secuelas de nuestro encuentro podrán con ellos. Pero sinceramente estoy convencido que son los menos, seguramente ejemplares que ya tendrían algún tipo de debilidad previa, y la mayoría se recuperan satisfactoriamente. Incluso he llegado a pescar al mismo ejemplar en dos jornadas distintas.

Los movimientos por el bienestar animal no encuentran demasiadas diferencias entre nuestra actividad, la pesca (a mosca) "sin muerte", y otras como la tauromaquia y las peleas de gallos. Por eso quizá esta modalidad de pesca está prohibida en algunos países, como Alemania y Suiza. Allí sólo justifican el dolor del pez si éste tiene lugar para su posterior consumo y por ello obligan al sacrificio de todo pez pescado. A mí, como pescador conservacionista esto me parece una aberración. Primero por reducir a la pesca a una simple forma de conseguir alimento. Y segundo por el impacto que esta medida puede tener sobre las poblaciones de peces (y creo que se ha demostrado que el captura y suelta es la mejor modalidad de gestión para su conservación)

Muchas veces el dolor del pez me provoca remordimientos, pero estos se ven mitigados por la esperanza de que el pez que veo alejarse de mí tiene bastantes posibilidades de sobrevivir y reproducirse, perpetuando su especie. Desde luego esos remordimientos no son comparables a los que sentía cuando una trucha dejaba de retorcerse en mi mano, cuando la veía después dentro de la cesta o, finalmente, en la encimera de la cocina. Y si hablamos de dolor, os diré que siento una punzada en el alma cada vez que veo un río cortocircuitado y desangrado por infinidad de azudes y canales, envenenado por la polución o esquilmado por ciertas modalidades de pesca.

Si los remordimientos que me produce la pesca los combato liberando a los peces y dándoles un trato lo más respetuoso posible, los que me provoca el ser miembro de esta sociedad que mata a sus ríos los intento minimizar reduciendo mis propias agresiones hacia ellos y aportando mi granito de arena en una asociación que trabaja para que otras agresiones sean castigadas y dejen de producirse: AEMS - Ríos con Vida

- ¿Sienten dolor los peces? L. Cardona Pascual, blog de Investigación y Ciencia
- El grito del pez Jacques, blog A pelo y pluma .
- El dolor de los peces y Efectos del ejercicio de la pesca en el bienestar del pez J.L. Pérez Bote. Revista AEMS - Ríos con Vida 86 (p. 15-16) y 87 (p. 13-15), descargables en la página de la asociación http://riosconvida.es/

miércoles, 12 de junio de 2013

King Kong

Todos conocemos el argumento de la película de King Kong, ya que es un verdadero clásico del cine. No hace falta siquiera haberla visto. Hace unos días vi un reportaje sobre la película en televisión y me paré a pensar en posibles lecturas de la historia del simio gigante.


Tras una búsqueda en internet vi que suele ser considerada como una versión del mito de "la bella y la bestia", pero la verdad es que esa no es precisamente la lectura que a mí me vino a la mente. Yo creo que en el fondo también habla de lo que ocurre cuando el hombre moderno quiere disponer de la naturaleza a su antojo para explotarla económicamente. Y es que el resumen de la historia podría ser el siguiente:
Un animal salvaje vive tranquilamente en su medio natural. Unos hombres consiguen capturarlo y llevárselo de allí. En torno al animal se crea una industria de entretenimiento destinada, como todas las industrias, a generar dinero. Una vez fuera de su medio, el animal escapa y provoca cuantiosos daños, muchísimo mayores a los beneficios que reporta. Entonces el animal, que se ha convertido en un problema es eliminado.

Actualmente los ecosistemas de todo el mundo sufren los efectos de numerosos "King Kong". Por supuesto los acuáticos ibéricos no se libran. Un ejemplo paradigmático es el del siluro (Silurus glanis) en la cuenca del Ebro. En este caso el problema es que sólo se ven los beneficios económicos y no se quieren ver los daños que causa (este voraz depredador desplaza las especies autóctonas provocando una gran pérdida de biodiversidad, que también es riqueza). Por ello tanto ribereños beneficiados como, lo que es más grave, la administración "competente" buscan mantener sus poblaciones y no trabajan por erradicarlo.

 
Acabar con él es prácticamente imposible, no estamos hablando de un ejemplar encaramado a un rascacielos que pueda ser atacado con biplanos. Pero sí que habría que hacer todo lo posible por disminuir su población. En vez de eso se buscan argucias como los "estudios científicos" para justificar la captura y suelta del pez (ver recuadro al margen de la noticia). No sé a vosotros, pero a mí ésto me suena a los pretextos que ciertos países utilizan para seguir matando ballenas. Poderoso caballero es don dinero.

Saludos y ¡buena pesca! (a pesar de todo)

miércoles, 17 de abril de 2013

Acerca de la introducción de especies

Algo típico de mi mente es el hacer de abogado del diablo continuamente conmigo mismo. Todas las opiniones que conforman mi esquema de pensamiento deben pasar la prueba de ser contrastadas en mi interior.

Por supuesto mi oposición a la introducción a la introducción de especies exóticas, alóctonas o como las queramos llamar, no iba a ser menos. Mi razonamiento de partida es el siguiente: si una especie no es autóctona de una región, es antinatural y puede provocar un grave deterioro en la misma si la introducimos, por lo cual considero que si queremos cuidar la naturaleza debemos abstenernos de ir introduciendo especies alóctonas.

Pero, ¿no podría este acto de dispersar otras especies ser algo totalmente natural? Esta duda me surgió leyendo un blog cuya lectura os recomiendo a los que amáis la naturaleza y la miráis con ojos curiosos: El grumete del Beagle En su última entrada relataba cómo las rapaces pueden diseminar semillas a través de las palomas que cazan y en otra anterior apuntaba que ciertos patos podrían ser la causa de la presencia de Artemia salina en algunas lagunas de Aragón Supongo que nadie dirá que estas introducciones no son totalmente naturales. ¿Por qué entonces no lo son las introducciones que realizamos nosotros? ¿Qué diferencia hay entre esas especies y el ser humano?

 La respuesta es fácil. En primer lugar los seres humanos somos conscientes de las consecuencias que tiene para los ecosistemas la introducción de esas especies alóctonas (o deberíamos serlo). Y en segundo lugar, no parece lógico catalogar como naturales (a pesar de ser producidos por un animal como somos nosotros) los medios que usamos para conseguir transportar las especies de unos lugares a otros: camiones, barcos, aviones, etc. Es cierto que en algunas ocasiones podemos transportarlas sin ser conscientes que lo estamos haciendo, como ocurre con la plaga del mejillón cebra en la cuenca del Ebro, por lo que hemos de ser cuidadosos y tomar las debidas precauciones.

Resumiendo: hay que evitar en lo posible la dispersión de especies exóticas, ¡NO SEAMOS ANIMALES!

sábado, 1 de diciembre de 2012

Hoy estoy egoísta

Sé que llevo bastante tiempo sin publicar, pero dado el tiempo que estamos teniendo últimamente y lo ocupado que he estado, no he tenido tiempo para ir a pescar y, por lo tanto, poco tenía que contar.

Pero últimamente hay algo que no para de rondarme la cabeza. Una noticia que me hace tener cierto miedo. Miedo a que los lugares en los que me convertí en el pescador que ahora soy queden para siempre vedados para la pesca. Al parecer el Gobierno de Aragón tiene la intención de elevar la categoría del Parque Natural Posets-Maladeta a Parque Nacional (podéis ver dos noticias al respecto aquí y aquí)

Sin duda es una estupenda noticia de cara a la conservación de esta zona, de una belleza y un grado de conservación medioambiental increíbles. Pero que, por contra, llena mi corazón de abatimiento. Dentro del marco legal actual la pesca es del todo incompatible con la figura de Parque Nacional. Por eso me vienen a la memoria todas aquellas jornadas de mi juventud que compartí con mi padre en los ibones entre aquellas altas cumbres creciendo como pescador. O las más recientes junto a Laura en esos mismos parajes unos años después (las más recientes podéis verlas aquí y aquí)


Para qué negarlo. La noticia no me acaba de gustar porque este cambio en la figura de protección del parque significaría para mí el fin de la pesca en alta montaña e ibones. Si la he podido practicar hasta ahora es gracias a que mi familia tiene un apartamento en Benasque desde que yo no era más que un crío. El Parque Nacional me obligaría a desplazarme kilómetros y kilómetros a otros valles, gastando un dinero del que no dispongo para combustible y alojamiento si quiero volver a disfrutar de este tipo de pesca.


Por otro lado, la pesca suponía sin duda la principal razón que me animaba a subir aquellas laderas, luchando contra el agotamiento, hasta los ibones que duermen en las faldas de las cumbres más altas. Sin ese aliciente me imagino que la llamada hacia las alturas será menor, igual que mi disfrute de estos maravillosos rincones.

Hoy me siento egoísta. Estoy deseando que la propuesta/proyecto no prospere. Sólo así podré volver a pescar las truchas de mi más tierna juventud.

Saludos y ¡buena pesca!

jueves, 18 de octubre de 2012

Arte

(fuente: postalfree)

La reacción de los profanos en la pesca a mosca a los que hablo de nuestra afición suele ser, como mínimo, el esbozo de una sonrisa que dice a gritos "este tío está loco". Si es que directamente no empiezan a reír a carcajadas y te lo dicen abiertamente. Pero, ¿porqué no ha de serlo?

Algunas disciplinas artísticas clásicas, como pintura, escultura, literatura, teatro, fotografía o cine, en muchos casos se pueden resumir como representaciones o interpretaciones de la realidad. ¿Y no es eso lo que hacemos nosotros? Al fin y al cabo, cuando montamos nuestras moscas buscamos representar un elemento natural que sirve de alimento a los peces o crear un "artefacto" que recree movimientos, brillos, etc de lo que ellos comen. Después esmeramos la presentación para que ésta sea lo más similar posible a la que se le supone a aquello que estemos imitando, sea un grano de maíz, una larva de insecto o un pececillo.

En esa vertiente artística es donde yo creo que reside la esencia de ésta modalidad. La consecución del engaño sólo es un reconocimiento a nuestro saber hacer. Por eso la alegría es mayor cuando viene de un pez grande y por tanto viejo y resabiado, conocedor como pocos de sus congéneres del mundo que le rodea. Si lo único que quisiéramos fuera sacar peces colgaríamos del anzuelo una lombriz viva retorciéndose, no una "foto" suya.

Para acabar la reflexión con algo de humor, un chiste: ¿Qué es el arte? Joderse de frío

Saludos y buena pesca