El dibujante Paco Roca y el periodista Rodrigo Terrasa, nos acercan en esta obra la tragedia de las fosas comunes de la Guerra Civil y lo que estas representan.
A través de dos historias, la de Pepica Celda, cuyo padre fue fusilado cuando ella apenas contaba 8 años y cuyo indulto llegó cuando llevaba tres meses muerto. Ella había prometido a su madre que trataría de lograr que el cuerpo de su padre reposara junto al de ella, para lo que emprendió una titánica lucha contra la burocracia y la desidia política y administrativa, para que le permitieran exhumar el cuerpo de su padre.
Y la del enterrador del cementerio de Paterna entre 1940 y 1945, Leoncio Badía, antiguo maestro, voluntario en el ejército republicano tras el estallido de la guerra, condenado a muerte, que fue rescatado de la cárcel por intervención del cura de su pueblo y únicamente encontró trabajo como enterrador: ¿Quieres trabajar?, pues a enterrar a los tuyos, sentenció el alcalde. Leoncio ayudó en lo que pudo a las familias de las víctimas, incluso jugándose la vida para que pudieran dar un último adiós a sus familiares fusilados cuando los llevaban a enterrar al cementerio y siempre a espaldas de las autoridades. Después de tantos años, hijos o nietos de los fusilados, aún saludan con afecto a su hija Maruja, recordando y agradeciendo la humanidad que demostró su padre para con las familias.
El libro de Roca y Terrasa, reconoce la barbarie de los dos bandos y las represalias que hubo en ambos, pero, en el caso de los muertos, los del bando franquista ya tuvieron su reconocimiento, en lo posible, algo que se ha negado de manera sistemática a los represaliados y soldados republicanos, una vez llegada la democracia, bajo la excusa de no remover el pasado, negando a las familias que puedan cerrar el ciclo del duelo.
Claramente, los autores toman partido, pero lo hacen desde la reflexión y argumentado que es de justicia que las familias, sin duda las otras víctimas del rencor, puedan cerrar una herida que lleva tantos años abierta y cuya solución en ocasiones, llega demasiado tarde. Negar a los allegados que puedan llorar a sus muertos, es el peor de los castigos.