Frank (James Caan) es un ladrón de joyas experto en el negocio de diamantes. Sin embargo, tras haber pasado algunos años en la cárcel, llega a la conclusión de que lo que realmente desea es abandonar su profesión y tener una agradable vida familiar. Pero antes tendrá que resolver ciertos problemas. Para acelerar el proceso interviene en un gran negocio en el que participa un gángster muy poderoso.
El guion adapta la novela "The Home Invaders", de Frank Hohimer (seudónimo de John Seybold), un auténtico ladrón profesional que fue encarcelado por sus fechorías como ladrón de diamantes.
Debut en la pantalla grande de Michael Mann, autor también del guion que recrea la vida de este ladrón atrapado por su compromiso con un mafioso del que no puede escapar. Bien captada la atmósfera de suspense en los robos y una crítica explícita a la policía y las autoridades a los que pone al nivel de los delincuentes, porque también los pinta como tales, corruptos y vendidos al dinero.
Si algunas de las escenas ya las hemos visto otras veces, como las palizas o las trampas de los policías para presionar al protagonista a fin de que acepte la entrega de sobornos, la secuencia del juzgado es impagable, en ella, el abogado contratado por Frank para que consiga la libertad de su amigo que está en prisión aquejado de una grave enfermedad, mantienen un duelo de signos para acordar la mordida por la que el juez está dispuesto a poner en libertad al preso: El juez se lleva las manos a la cara extendiendo ocho dedos (ocho mil dólares), el abogado se pasa dos dedos de cada mano por sus ojos (cuatro mil dólares), el juez le replica con seis dedos extendidos sobre sus mejillas (seis mil dólares) y el abogado repite el gesto (han acordado la cantidad).
Película prácticamente olvidada, muy entretenida y en la que el realizador norteamericano ya apunta lo que serán algunas constantes de su carrera; es cierto que tiene altibajos y algunas imperfecciones, pero supone un gran debut de un realizador entonces novel.