A Rafael Corral (Iñaki Miramón), joven diputado del PSOE, le comunican la repentinamente muerte de su amigo Víctor Velasco (Juan Luis Galiardo). Pese a que se le aconseja no asistir al entierro por motivos políticos, con la disculpa de que se está produciendo un debate crucial en el hemiciclo y es el encargado de la réplica al orador de la derecha, él decide acudir. En el cementerio coincide con Laly (Lydia Bosch), una antigua compañera.
Entre los dos recuerdan la personalidad del amigo desaparecido y la historia que compartieron con él durante las elecciones de 1977. Víctor Velasco, en su campaña como candidato a diputado, había incluido en su ruta de visitas electorales los pueblos de la alta sierra burgalesa. En uno de ellos tropieza con el Señor Cayo (Francisco Rabal), un viejo apegado a la tierra, a la que ama y de la que vive, es el alcalde septuagenario de un pueblo olvidado en el que sólo viven tres personas: él, su esposa muda (Mari Paz Molinero) y un vecino con el que no se lleva. El encuentro significó para el joven político un revulsivo, ya que por primera vez escuchó la voz de la sabiduría popular. El candidato para el Congreso se da cuenta, de pronto, de que por boca del Sr. Cayo hablan gentes a las que les importan otras cosas distintas de lo que ellos vienen predicando.
El guión, de Antonio Giménez Rico y Manuel Matji, se basa en la novela del mismo título de Miguel Delibes y los exteriores fueron rodados en la provincia de Burgos y en Madrid.
La película tiene un buen número de tomas aéreas, algunas de ellas de gran belleza paisajística y utiliza el recurso de las imágenes en blanco y negro cuando el relato se trae a la actualidad y en color cuando evoca la "aventura" que vivieron los tres militantes en la campaña del 77.
La novela de Delibes es rica en matices y descripciones, tanto del entorno natural (animales, plantas...), como del mundo rural de los pueblos semiabandonados de Castilla y pienso que la traslación a imágenes está bastante conseguida.
Hay unas cuantas lecturas alrededor de los acontecimientos que el film narra, desde ese cachondeíto que se traen los tres propagandistas cuando viajan en el coche hacia los pueblos, en el que queda patente que van a soltar el rollo de siempre (esas más o menos son sus palabras), hasta la confrontación del mundo urbano y el rural.
Pero en el medio, quedan otras muchas cosas, como aquel entusiasmo que crearon las primeras elecciones democráticas después de cuarenta años, en las que se volcó mucha gente, militantes o simples simpatizantes de los partidos políticos, muchos de ellos sin más ambición que la de extender sus ideas, algo que nunca se volvió a repetir, hasta degenerar en lo que tenemos ahora. Por eso, una de las cosas más llamativas en el original de Delibes, es que supo ver aquel desencanto que se apoderó de la sociedad española algún tiempo después.
Por supuesto, a todo ello, hay que unir la recreación de ese mundo tan definitorio de Delibes en el que su amor por la naturaleza y por los hombres que viven en comunión con ella, quedan bien reflejados en la película.
En el film queda patente esa especie de burbuja en que viven los políticos, tan alejados de la realidad, ese mundo del que de repente, gracias al Sr. Cayo, es consciente el candidato a diputado y que le hace replantearse toda su filosofía de vida: Hemos venido a redimir al redentor.
Con multitud de diálogos magistrales, como aquel en que el personaje de Iñaki Miramón le dice a Cayo que ellos quieren redimir a los pobres y el hombre le replica que él no es pobre.
¡Ah!, ¿usted no necesita nada? y Cayo responde: ¡Hombre!, como necesitar, que pare de llover y que apriete el sol.
La película tiene alguna escena que peca de maniqueísmo y que quizá sobra, pero en general es toda una lección que algunos deberían, al menos, estudiar y meditar.
Bosch y Miramón, un tanto acartonados en sus interpretaciones. Mejor Galiardo y genial Rabal, a pesar de que Delibes, cuando le hablaron de que iba a interpretar el personaje, manifestó su desconfianza, quería alguien menos conocido porque pensaba que Francisco Rabal, todo un mito de la escena española, quizá no diera el tipo humilde y sencillo que es el Sr. Cayo. Sin embargo, tras verle actuar, escribió un luminoso artículo en ABC en el que quedaba patente su reconocimiento hacia el actor.