Caducidad del signo. Poesía reunida (1994-2016), del zamorano, nieto de extremeños, Juan Luis Calbarro, es el primer libro que se publica en la Editora Regional de Extremadura bajo mi mandato. El segundo, que también acaba de ver la luz, se titula Acordes de una antigua canción, de José Agudo, un pacense que ha vivido en Mallorca y sigue haciéndolo hoy en Barcelona. No suelo mezclar asuntos profesionales en este blog, que reservo para mis experiencias personales y lectoras, pero en este caso me ha parecido adecuado dar noticia de la aparición de ambos libros y de la próxima presentación del primero en Mérida y Cáceres. En realidad, no he podido resistirme: después de siete meses de brega administrativa y presupuestaria, y de ordenación del programa editorial, estos son los primeros frutos tangibles de nuestro trabajo. Y los celebro como si fueran hijos.
Juan Luis Calbarro, nacido en 1966, es licenciado en Filología por la Universidad de Salamanca, escritor, editor, traductor, crítico de arte y crítico literario. Desde 2004 reside en Palma de Mallorca, donde dirige la editorial Los Papeles de Brighton. Además de su obra poética, también ha publicado biografías —de Josefina Plá y Chanita Suárez—, dos recopilaciones de críticas de arte —La mano y la mirada. 2005: el año artístico en Palma (2006) y Diez artistas mallorquines (2013)—, ensayo político —No había más que empezar. Selección de artículos de asunto político (2011)— y ensayo literario —Apuntes sobre la ideología en la obra de César Vallejo (2013).
En Caducidad del signo agrupa, total o parcialmente, sus libros Trébol (con Julio Marinas) (Zamora, Semuret, 1994), Sazón de los barrancos (Cáceres, Institución Cultural El Brocense, 2006) y Museos naturales (Palma de Mallorca, La Baragaña, 2013), así como varios cuadernos de poesía, y toda su producción inédita hasta el momento, entre la que destaca Breviario de Fuerteventura, un extenso libro de haikus, con prólogo del escritor y crítico Jorge Rodríguez Padrón.
Caducidad del signo es poesía de la mirada: al mundo que nos rodea y al mundo interior de su autor. Dotada de una gran plasticidad, pero también de una rica articulación intelectual, la poesía de Juan Luis Calbarro se asoma a los recovecos del paisaje y de la historia para dibujar un cosmos incitante, entre el asombro y la meditación. El poeta cuida tanto el lenguaje como la estructura de sus poemas —y de sus libros—, y persigue siempre el fértil desconcierto del lector. Su obra se alimenta de todas las tradiciones líricas y culturales, desde las robustas sagas sajonas hasta la delicada poesía oriental, pasando por Roma y su literatura, y de unas formas expresivas, obsesivamente precisas, que armonizan lo figurativo y algo que, aunque no puede ser considerado irracional, admite los calificativos de anómalo y perturbador. Borgiano, austero, metapoético, humorístico, sentimental y razonablemente angustiado, como todos, por el paso del tiempo, la destrucción y el olvido, Juan Luis Calbarro conjuga, polémica pero no desordenadamente, los hechos de la vida y la conciencia. El resultado es un verso sobrio y sorprendente, cuya mesura no excluye el deslumbramiento.
Juan Luis Calbarro, nacido en 1966, es licenciado en Filología por la Universidad de Salamanca, escritor, editor, traductor, crítico de arte y crítico literario. Desde 2004 reside en Palma de Mallorca, donde dirige la editorial Los Papeles de Brighton. Además de su obra poética, también ha publicado biografías —de Josefina Plá y Chanita Suárez—, dos recopilaciones de críticas de arte —La mano y la mirada. 2005: el año artístico en Palma (2006) y Diez artistas mallorquines (2013)—, ensayo político —No había más que empezar. Selección de artículos de asunto político (2011)— y ensayo literario —Apuntes sobre la ideología en la obra de César Vallejo (2013).
En Caducidad del signo agrupa, total o parcialmente, sus libros Trébol (con Julio Marinas) (Zamora, Semuret, 1994), Sazón de los barrancos (Cáceres, Institución Cultural El Brocense, 2006) y Museos naturales (Palma de Mallorca, La Baragaña, 2013), así como varios cuadernos de poesía, y toda su producción inédita hasta el momento, entre la que destaca Breviario de Fuerteventura, un extenso libro de haikus, con prólogo del escritor y crítico Jorge Rodríguez Padrón.
Caducidad del signo es poesía de la mirada: al mundo que nos rodea y al mundo interior de su autor. Dotada de una gran plasticidad, pero también de una rica articulación intelectual, la poesía de Juan Luis Calbarro se asoma a los recovecos del paisaje y de la historia para dibujar un cosmos incitante, entre el asombro y la meditación. El poeta cuida tanto el lenguaje como la estructura de sus poemas —y de sus libros—, y persigue siempre el fértil desconcierto del lector. Su obra se alimenta de todas las tradiciones líricas y culturales, desde las robustas sagas sajonas hasta la delicada poesía oriental, pasando por Roma y su literatura, y de unas formas expresivas, obsesivamente precisas, que armonizan lo figurativo y algo que, aunque no puede ser considerado irracional, admite los calificativos de anómalo y perturbador. Borgiano, austero, metapoético, humorístico, sentimental y razonablemente angustiado, como todos, por el paso del tiempo, la destrucción y el olvido, Juan Luis Calbarro conjuga, polémica pero no desordenadamente, los hechos de la vida y la conciencia. El resultado es un verso sobrio y sorprendente, cuya mesura no excluye el deslumbramiento.
Lo presentamos mañana, martes 4 de octubre, a las 20.00 h., en la librería San Francisco, de Mérida, y pasado mañana, miércoles 5 de octubre, también a las 20.00 h., en el bar-librería Psicopompo, de Cáceres. Gracias a sus responsables por acogernos, y gracias a quienes me lean y puedan asistir. Sin oyentes, sin lectores, sin destinatarios, la literatura tiene poco o ningún sentido.
Transcribo el poema "Antiguas contradicciones (y II)", de Sazón de los barrancos:
Hacia el interior.
Hacia el fondo en agraz de los barrancos:
hacia el interior.
Lejos del son de las excavadoras.
Donde está la raíz
y nacen las corrientes, si es que nacen.
Hacia el rumor de nubes.
Lejos del mar del tráfico y del tráfico y
de la luz del mar: muy sin metales.
Hacia el interior.
Donde crece el cardón.
Donde la nada.
Hacia el interior:
donde volaba el guirre.
Hacia el claro misterio de las aguas.
En el justo momento
(todo momento es justo).
Sin calzado especial: hacia la vida.
Con el riesgo constante de
ser sal para siempre.
Hacia el interior:
con desnudez pisando aquella roca.
Como un presentimiento, sin nunca
haber osado.
A conciencia, con saña:
hacia el interior.
Con el mirar pequeño y
dos pulmones.
Parando en
cada mata, en
cada insecto,
con la dulce avaricia de los viejos.
Con la desesperanza de los débiles: tocando
cada brizna.
Cada roca.
Hacia el interior:
hacia el interior.
Ojalá pudiera asistir. Un poema cargado de sensaciones.Me encanta.
ResponderEliminarUn abrazo.
Blanca.