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miércoles, 29 de octubre de 2014

Asesino de alimentos

Lo que hice ayer, a más de uno podrá indignar, y lo entenderé. No lo recomiendo a nadie. Solo quiero contarles de mano propia y con las pruebas que exhibo, el mamarracho que ayer cometí, por vago, por inútil y por caprichoso. 

Cuando se conjugan la vagancia, la inutilidad y el capricho, los resultados suelen ser catastróficos. Me da mucha pereza cocinarme algo, soy malísimo cocinando (porque no me gusta cocinar, no porque fuese un incapaz, aunque inútil hace justicia igual), y encima tengo un capricho (aunque para mi es convicción a partir de las vivencias) no me gusta desechar comida de ninguna índole. 

Como consecuencia de todos estos grandes defectos, sucede que a veces tengo acumulados (aunque no en demasía) productos alimenticios vencidos, algunos incluso por varios meses. Alimentos que más de un hambriento moriría por tener, así vencido y todo. La causa de este acopio es que yo me propongo cocinar, para comer más sano, más rico, y ya que estamos más barato. Entonces compro, guardo en la despensa, y pido delivery todos los días. 

Al único que le cocino algo... Momento... Cocinar en mi caso es calentar. Es sacar del freezer un churrasco y un paquete de verduras congeladas, poner las verduras en el microondas a cocinarse en su propio vapor, y el churrasco en la plancha. Poner un timer en el celular para que me recuerde cuando darlo vuelta, y salir rajando de la cocina hasta que suene la alarma. O poner un paquete frizado de verduras al wok en una sartén, y solo en ese caso, me quedo revolviendo tal como dicen las instrucciones. ¿Una imagen mía picando cebollas? Ummm, supongo que la humanidad desarrollará la tecnología para viajar a la velocidad de la luz antes que eso suceda.

Ahora sí... Al único que le cocino algo, con el afán de que coma algo sano y rico, no necesariamente barato, es a mi hijo. Pero la mayoría de las veces, delivery. Amo a mi hijito, y por él a veces lo hago, pero tengo miedo de morir de tristeza en la cocina. Perdón. La vagancia me supera. Además mi hijo prefiere que siga jugando a la Play con él, antes que ir a cocinarle, total, pedimos delivery. Y así estamos, le enseño a mi hijo a no desperdiciar jamás la comida, y a ser un vago con la cocina. Perdón. La vagancia me supera, y después de todo soy humano. Humano vago.

Ergo, termino tirando muchas cosas, y me duele en el alma. Miento, las acumulo porque no las puedo tirar, y es así cuando ella pisa mi cocina o despensa y comienza a desechar con toda una diatriba dirigida hacia mi irresponsabilidad. Me reta por el riesgo hacia mí, y mi pequeño hijo. Tiene razón, pero en fin, mi pequeño hijo parece que tiene mis genes porque ingresa a la cocina menos que yo, por no decir que jamás lo hace. Debe ser porque su papá siempre se ocupa de tenerlo servido. Y por mí no hay problema, porque el mundo no perdería demasiado. En fin, no me quiero ir de tema.

Lo que hice ayer, lo hice además porque a todo esto se suma una sospecha, que pocos (aunque no tan pocos), se ocupan de desnudar. La sospecha es que la fecha de vencimiento de los alimentos envasados al vacío tiene unos márgenes de seguridad muy amplios. Es muy importante lo que acabo de mencionar. Envasados al vacío. Algunos dicen que el margen es demasiado amplio para forzar a que la gente deseche y vuelva a consumir más rápidamente. Otros, y no solo indivuduos, sino las mismas empresas, dicen que se trata del umbral en donde el producto empieza a cambiar el sabor, pero eso no implica necesariamente que el producto esté en mal estado. 

En cualquier caso, es triste para mí imaginar que uno puede tirar ciertos alimentos solo porque haya cambiado el sabor. Suelo ver, incluso a gente pobre, como desecha con cara de asco, como si estuviese en presencia de un trozo de excremento. Pero es comida, con un dudoso umbral de caducidad, que conviene respetar obviamente, pero para mí, siempre fue como la fecha de venida del Apocalipsis. Por favor, que no se mal interprete. No estoy encubriendo mi vagancia con una vil excusa. El victimario en todo caso soy yo, que compro y después no consumo, ante lo cuál debo desechar. ¡Soy un asesino serial!

Ayer, todo este combo hizo eclosión. Durante casi dos días estuve sin comer algo, solo viviendo con agua. Tiene que ver con bajar un poco las grasas acumuladas. Hay otros efectos increíblemente positivos y no tan difundidos, que puedo convalidar por experiencia propia, pero otro día les cuento. No me hagan contarles sobre esto ahora porque se hará demasiado largo. Así que de vez en cuando, aflojar con los ñoquis no viene mal, y a mí me hace falta. 

Así que me encontraba con un poco de hambre (tampoco demasiado porque el agua calma bastante), sin querer pedir delivery, y con un poco de pilas para "cocinarme" algo. Quería cualquier cosa en realidad, no necesariamente rica, que fuese rápida, fácil, y que me permitiera continuar con el capítulo "Epílogo" de "Last Of Us Remasterizado". Los que saben de lo que hablo, entenderán por qué quería algo rápido y fácil. 

Entonces agarré unos sorrentinos (frescos, o más bien no deshidratados) envasados al vacío, que tenía en el freezer desde hacía varios meses. «Bueno, ya es hora» dije. Miré la fecha de vencimiento solo para contar desinteresadamente cuánto tiempo le quedaban, sin hacerme problema alguno porque estaban en el freezer, y me llevé la sorpresa. Vencieron a principios de septiembre del año pasado. O sea, un año y casi dos meses vencidos. «Ufff... ¿Tanto hace que los compré?»   

Tuve un momento de duda. Si era un suicida o no. Decidí que no lo era, porque estuvieron en el freezer, a catorce grados bajo cero todo este tiempo. «¿Los voy a comer solos? Mah sí, les meto oliva y listo. Pero... ¿No tendré alguna salsa? Sé que tienen una fecha de vencimiento larga.» Busqué la salsa con la seguridad que no encontraría, si no, estaría en la despensa, pero la esperanza es lo último que se pierde. Cuando estaba convencido de comer los sorrentinos con aceite de oliva, sin saber cuál sería el resultado, apareció la última salsa, cuál oasis en el desierto, en una alacena en donde nunca he guardado esta cosa. Miré la fecha de vencimiento con la certeza que tendría margen. «Ufff.. Venció hace más de tres meses.»    

«¡Pero es una salsa envasada al vacío!» La abrí e introduje mi nariz con algo de temor. «¡Esto está perfecto!» Así que con total convicción agarré la olla, herví el agua con sal gruesa, calenté la salsa, cociné durante 20 minutos las pastas considerando que las metí congeladas, y disfruté de unos ricos sorrentinos con salsa más viejos que Matusalén, sin distraerme demasiado de la misión de salvar al mundo, y sin haber perecido todavía, al menos no en la vida real. 




Epílogo
No sé si las fechas de vencimiento tienen o no márgenes demasiado extensos. Ni tampoco recomiendo hacer lo que hice. Más daño he tenido consumiendo agua Levité de sabor naranja SIN vencer, que me ha tenido varios días sin poder despegarme del baño hasta que asocié que era el agua. Todavía tengo ese jugo para devolverlo a Villa del Sur y que vean. Solo les cuento que los sorrentinos que estuvieron vencidos por más de un año en mi freezer, y la salsa, con más de tres meses de vencida a temperatura ambiente, ambos envasados al vacío y bien cerrados por supuesto, en mi caso, no produjeron más efecto que brindarme una agradable cena de sabor esperable. 

No sé si sana, tal vez sí, pero al menos esta vez no asesiné a nadie.

Muchas gracias.

Buenos Aires, Argentina

viernes, 29 de marzo de 2013

Una tragedia entre padre e hijo

Amigo lector. Esta es una historia real. Difícil, dura, como tantas cuando son de abuso. Si tienes el estómago débil, no sigas leyendo. Lo viví de tan cerca, y es tan trágico, que por las dudas voy a preservar la identidad tanto de víctimas como de victimarios. Lo que sigue será traumático e indignante. Estas advertido.

Argentina, Buenos Aires, Ciudad Jardín, Lomas del Palomar, 28 de marzo de 2013. 

19:30 hs
Padre e hijo salen de la peluquería, frente a la plaza del avión. Él es una ternurita regordeta, un angelito hermoso, cachetón. Lo ves y te lo quieres comer. Al hijito capaz también. 

Él se llama Dieguex. Y su hijito se llama Jeremiax Gabrielx. Ese fin de semana, el niño se quedaría dos días completos con su papá. 

–Hijito, te cuento lo que vamos a hacer esta noche. Primero vamos a cruzar la plaza y te voy a comprar una camperita más abrigada y unos jeans. Luego vamos a casa, nos bañamos y nos ponemos "re-facha", y vamos a cenar... ¿Qué querés comer? 

El papá está feliz. Y cuando está feliz quiere cenar en Zarco. Cenar o almorzar en ese lugar, es de esas experiencias que se recuerdan gratamente. Allí se cuida al cliente. Se le brinda un ambiente cálido, pulcro, sin estridencias o lujos pero a la vez elegante. La guarda de los vinos es la correcta. El punto de la carne es el que uno pide. Las porciones son abundantes y de gran calidad. Todo es fresco. Y los precios son acordes a su calidad, no a una categorización abstracta. Amigo lector, si pasas por Ciudad Jardín, debes ir a comer a Zarco. Si no lo haces, considérate un extraterrestre. También estás advertido.

El hombre ya se imaginaba disfrutando esos placeres. Un Chateau Vieux en la mesa, un bife de chorizo jugoso de 600 grs, y su adorada ensalada capresse. Todo al estilo de Zarco. Fresco, a punto, exquisito. Y a su hijito disfrutando de alguno de los excelentes menús para niños. Preparados con el mismo cuidado que el de los adultos.

El pequeño contestó: 
–Yo quiero hamburguesas.

El padre sintió un puño de Rambo asestándose en su rostro. A nadie le gusta recibir un puño de Rambo.
El niño parecía no ser consciente del daño que estaba provocando. O tal vez sí, pero lo disimulaba muy bien. Al menos eso indicaba su siguiente expresión.
–¡Hay olor a hamburguesa! ¡Qué rico! –mientras pasaban frente a una rotisería que tenía un spiedo lleno de pollos jugosos. 
–¡Es olor a pollo asado! –le dijo el padre ya tratando de menospreciar a su hijo a modo de venganza anticipada, porque sabía lo que sobrevendría.
Y sobrevino. Así... Sin más... Sin misericordia... 
El niño lanzó: 
–Yo quiero ir a McDonald's.
El puñal penetró profundamente. Y no cualquier puñal. Uno como el que Rambo usaba para derribar árboles. Y desgarró las entrañas de ese pobre hombre. 

Las siguientes cuadras constituyeron una obra maestra de la manipulación. Solo que de la infructuosa. El hombre necesitaba pergeñar un plan para ir a Zarco sin hacer sufrir a su hijo. ¿Acaso era posible? 
–Mirá –le dijo al niño– ¿vos qué preferís? En McDonald's tenés hamburquesas y un pelotero. Está bueno, pero en Zarco hay un lugar en donde se juntan los niños a jugar –como si en McDonald's no, ¡salame!– y además se puede pintar... ¡Sí! ¡Pintar! ¡Y también te podés disfrazar!
Y la bazooka de Rambo, esa con la que derribaba bombarderos nucleares, el niño se la apoyó en el pecho. 
Y dijo tranquilamente, o mejor dicho, apretó el gatillo:
–Iguai –porque él no dice "igual", dice "iguai"– ¡No me interesa disfrazarme! Quiero comer hamburguesas.

20:30 hs
Faltaban dos cuadras para llegar a la casa. 
El papá dijo:
–Hijo, ¿cuántas veces fuiste a McDonald's esta semana? Porque si fuiste muchas veces, entonces no vamos a ir. No se puede ir tan seguido. Así que le voy a preguntar a tu mamá y según lo que ella me diga, vamos o no vamos.
El niño retrucó: 
–No fuimos tantas veces. Fuimos pocas veces.
El padre sabía que a la mamá le gusta muy poco que sus hijos no coman sano, y le dedica mucho tiempo y atención a eso. Era casi imposible que su hijo hubiera ido a McDonald's más de dos veces en los últimos diez años. Y él tiene cinco. Así que haz tus cuentas.
Faltaban solo cincuenta metros. En un intento desesperado trató de confundirlo. Cuarenta y dos contra cinco. Son treinta y siete años de diferencia. El niño no tiene chances. 
Con la voz del maestro que ilustra a su discípulo aclaró: 
–Ir muchas veces te hace mal. Pero si fuiste hace poco también hace mal ir de nuevo. Cuando uno va poco es mejor, porque lo preferible es que hayas ido hace mucho. 
Y con más ímpetu lanzó: 
–Por eso me parece que no deberíamos ir a McDonald's.
Este padre sí que es inteligente. No había forma que el pibe desenredara ese ovillo. 
El niño dijo: 
–No papá. Fuimos pocas veces porque hace mucho que no voy.
¡Qué hijo e'! ... Pensó el padre para sus adentros. Y llegaron a la casa.

El nene se bañó primero. El papá le llenó la bañera y lo dejó jugando. El silencio entre ellos era atroz. Solo interrumpido por la charla reiterada de que le tengo que preguntar a tu madre cuantas hamburguesas comiste, y el nene respondiendo cosas como que "ninguna en un plazo perentorio". Te juro que el padre ya creía escuchar palabras como esa de la boca de su hijo.
–Jere, ¿querés que me quede o jugas solito?
–Solito.
–¿Te dejo la puerta abierta o la cierro?
–Cerrada.
–Bueno. La dejo entreabierta. 
El padre era pura impotencia. Quería ganar una. Ténle piedad amigo lector. Dejó la puerta entrecerrada o entreabierta, como te guste, porque ya estoy indignado. Me embarga la empatía por ese pobre hombre que estaba siendo abusado, vapuleado, por su hijo de cinco años. No iba a ir a Zarco pero no se la iba a hacer fácil a ese hijo. 

El hombre sabía que no iba a poder sostener la patraña de que la madre había dicho tal o cuál cosa. Una cosa es tratar de confundir al hijo, menospreciarlo, engañarlo, sacarle ventaja, humillarlo, obligarlo a hacer lo que no quiere, insultarle su inteligencia, todo eso está muy bien. Es válido. Pero mentirle no. ¡Si no se da cuenta está muy bien también! Pero si se da cuenta no. Es deplorable. Debería darte vergüenza por pensarlo.

El padre se puso a mirar la tele. Gigantes. Una serie de NatGeo. Cuenta los saltos tecnológicos que se sucedieron para que algo asombroso construido por el hombre alcanzara su cúspide técnica. Por ejemplo, cuáles saltos tuvo que dar la construcción de rascacielos para empezar por un edificio de treinta metros hace cien años y terminar en uno de casi novecientos metros en Dubai. Te la recomiendo amigo lector. Es muy interesante. En esta oportunidad se trataba de cómo se alcanzó a construir el rompe hielos más poderoso de la actualidad, de casi cien mil toneladas, partiendo del primero que fue de quinientas toneladas, hace como cien años.

–Papá, ¿que estás mirando? –gritó el niño.
–Estoy viendo un programa de barcos hijito –dijo mientras atravesaba el pasillo en dirección al baño– ¿qué necesitás? ¿querés salir? Mirá que si nos demoramos se va a hacer tarde.

–Un ratito más –dijo el nene.
Y el papá lo dejó un ratito más.

Lo que siguió fue tan surrealista como estremecedor. Tanto que no sé bien cómo contarlo. Habían mil formas de lograr el objetivo. En Zarco, en ese espacio de los niños, hay hasta Playstation. No hay mucho que insistir. McDonald's no tiene. Con eso sólo, hubiese alcanzado. A Zarco el papá le hubiese dejado llevar sus Lego de Star Wars. A McDonald's no. Eso si lo anterior hubiese fallado. Podía haber apelado a muchas cosas. Pero no. Apeló a lo que apeló.

21:30 hs
Transcurridos diez minutos del ratito más, el papá fue al baño y acicaló a su hijo. Lo envolvió en una toalla de Boca Juniors, como corresponde a un campeón, y lo dejó jugando en el living y mirando Gravity Falls. Se duchó rápidamente y salió del baño como una tromba. Volvió al living. Agarró su teléfono móvil, y asegurándose que su hijo lo estuviese mirando y escuchando, vociferó:
–¡Hola! ¿Señor McDonald's? Mire... Lo llamo porque quiero saber si a esta hora sigue abierto. 
Esperó unos segundos y dijo: 
–¡Ah! ¿ya cierra? 
Puso cara de indignación. Miró a su hijo con la facción de aquél que sugiere "a mí este tipo no me va a ganar", buscando la complicidad del niño. ¡Ese es mi papá!, pensaría el pequeño. 
–¡Mi hijo se estaba bañando señor McDonald's! ¿No puede esperar un rato más?
Nuevamente el adulto hizo unos segundos de silencio, como si escuchara. Ni siquiera había tenido la decencia de encender el teléfono para que la pantallita, al menos, estuviera iluminada.
El hijito miraba con máxima atención. 
Ahí fue cuando ese pobre hombre, enarbolando el rostro de la injusticia, con la mirada clavada en el niño, asestó: 
–¡Pero mi hijo solo quería quedarse un ratito más!

Cortó despidiéndose del señor McDonald's. Miró al niño y le dijo con mueca de preocupación: 
–¡Estamos en el horno!
El niño miró a su preocupado padre, y asumiendo la responsabilidad y la culpa por haberse quedado un ratito más, enunció: 
–¡No importa papá! ¡Vamos al otro lugar!

Amigo lector. Sé que esta historia te conmueve hasta las entrañas, porque en ella casi haz experimentado en carne propia el abuso por parte de ese hijo.¡Qué pedazo de hijo! Todavía me lo sigo repitiendo. ¡Qué reverendo hijo! No sufras. Solo te pido amigo, vigila a tu alrededor. No permitas que esto le vuelva a pasar a nadie más.


01:30 hs
Si te quedó alguna duda de que esta historia es verídica, aquí verás las pruebas. Puedes hacer clic en las fotos para verlas en tamaño grande.
















Buenos Aires, Argentina


jueves, 11 de noviembre de 2010

Sucedió en Catamarca

Hay fieras que atacan sin piedad. Suelen ser terribles e intimidantes. Pero hay una, especialmente despiadada, que debes enfrentar y dejar que te devore.

noviembre 2010





PRIMERA PARTE
LA FIERA

Yo sabía que me iba a suceder. Empecé a percibir a la fiera la primera vez que hablamos con Willy sobre nuestro regreso, ahí mismo, en la jornada anterior. Y fui sintiendo como la fiera ingresaba. Silenciosa, sutil, incipiente. Porque no permití que se instalara a sus anchas. La deje ahí, a un costado, ignorada y distante. Pero ella ya estaba allí, agazapada y lista para mostrarse cuando fuese el momento oportuno. No me molestaba ni me interrumpía. Pero a medida que pasaban las horas me hacía saber de su existencia, con pequeños recordatorios de su futuro emerger.

Y sucedió… Tal como lo predije.

La despedida fue corta. Los abracé uno a uno. Quería estrujarlos, pero no fui tan elocuente. Es que el nudo empezaba a ahogarme de a poco. Hasta que vi a Cris y a Zuly fundirse en un abrazo. Y sus ojos empezaron a sudar. En ese mismo instante supe que la bestia vendría a mi encuentro.

No me escondí por vergüenza. Me escondí porque dolía en una forma que hacía mucho no sentía. Y desde mi refugio, miré a Maxi, que ya mostraba los signos de ser atacado también. Su rostro así lo afirmaba. Y miré a Susy, que seguramente ya había sucumbido al sufrimiento de sus amigas. Y luego mire a Fió. Esos ojos, tremendos, otrora verdes como esmeraldas, ahora sudorosos y enrojecidos. Y ahí no pude más. Mis ojos también empezaron a transpirar.

Abandoné mi refugio un momento para que no me sintieran indiferente. Para que supieran que a mí también me estaba atacando. Pero me escondí rápidamente, porque dolía demasiado. Oleadas de desazón me embargaban. Hacía mucho tiempo que mi corazón no sentía ese esfuerzo. Pero esta vez sucedió. Sucedió en Catamarca. Cuando una parte del corazón se desgarra para quedarse en otro lugar. La Fiera.



La ruta está vacía. Conduzco la camioneta donde vamos los tres, Willy, Zuly y yo, en completo silencio. La tristeza se siente. Mis lentes, fiel refugio polarizado, continúan en su lugar. Y las lágrimas también. El nudo no se va. Ya nos alejamos bastante, y todo sigue casi igual, porque el corazón, cuando se parte un poquito, es una fiera difícil de domar. Zuly me pregunta que opino de la experiencia, pero no puedo emitir sonido. El nudo me ahoga. Le hice una seña para que espere. Todavía no puedo hablar.

Ya pasaron seis horas y la ruta sigue tranquila. El cielo negro se agolpa contra los vidrios, encerrándonos en nuestros recuerdos. Ahora Zuly es quien maneja. Willy va de copiloto, cebando unos mates, y yo atrás, con la fiera aun en mi cuerpo, provocando de vez en cuando corrientes de pesadumbre. Y necesito hacer catarsis.

Todo tuvo un comienzo. Este dolor no surgió de la nada. Fue sembrado desde el primer día con una gran bienvenida, con aceptación. Fue regado con inmenso cariño, y abonado con desbordante compañía. La vida tiene puntos de inflexión. Circunstancias trascendentes que nos marcan. Éste fue uno en mi vida. Ahora puedo dar fe que el amor a primera vista existe, si no, cómo es posible que la fiera acudiera. Pero lo hizo.


SEGUNDA PARTE
LA SOSPECHA

El primer indicio fueron las lentejas. Cris insistía en hacernos un guiso. Le dije: -No Cris... ¡Hace calor! -Pero ella insistía sin cesar.

Cris es cocinera profesional. Rubia, tez morena estatura y contextura mediana. Está todo el tiempo hablando de cocina casera saludable, y a toda costa te quiere hacer comer verduras al vapor, hechas por ella claro, decoradas con salsas gurmet, también hechas por ella, claro. Y no solamente habla, sino que efectivamente  está la mayoría del tiempo en la cocina. Y dado que ese es su mundo, ante su insistencia, le dije: -Está bien, Cris... ¡Hacenos las lentejas! -A lo que ella acotó: -Y mañana les hago canelones, y lasagna también, por si a alguno no le gusta lo otro.

Además de cocinera, Cris es la anfitriona. Es mamá de cuatro hijos: Emm, Maxi, Fió y la bebé, Hachi. En ese orden.

Nos sentamos en la mesa, mientras se hacia el guiso, y empezaron a surgir bonitas situaciones. La mesa rodeada de rostros sonrientes, llenos de disfrute. Los ojos achinados por las risas, por la sorpresa, y por la comunión. Zuly, Cris y Susy, las amigas que dieron cimiento a esta experiencia, iniciaron su ronda de chismes, y las risas estallaban por doquier. Y jugaban con la hija mas chiquita, que es una Gran Danés, mas mimada que la princesa de Holanda.

Alguien propuso comprar cervezas. Yo no por supuesto, porque no me agrada el alcohol. Después me enteré que fue Susy. No es por criticarla, pero le da al alcohol un poquito de más, para mi gusto. Y suele ponerse algo alocada, como subirse a bailar en la mesa, y cosas así. Y entre risas, cervezas, agua y cariño, las horas fueron transcurriendo.

No nos conocíamos, y sin embargo ya nos reclamábamos cosas con esa forma sana y cariñosa que tienen aquellos que se aprecian. Y ese fue el segundo indicio.

Me di cuenta que a los chicos nos unían muchas cosas. Los chicos somos: mi mejor amigo Willy, los hijos de Cris, y yo por supuesto, el más serio y también el más flaquito y lindo. Ejem… Hubo un detalle que me llamó la atención. A los chicos, a todos, nos gustaba el agua, simple y pura. Éramos todos abstemios. Y ese fue el tercer indicio.

-¡Aguhhh puchhi bru bru lu lu! -se escuchaba constantemente, ya que era habitual ver a alguna de las mujeres jugar con la bebé mimada, la Gran Danés. Y nosotros seguíamos con el agua, contándonos anécdotas y conociéndonos, mientras esperábamos al hijo mayor de Cris. A esta altura, Susy ya se había abierto el segundo tinto, y bailaba árabe en el balcón junto a Zuly que le daba al pucho que descocía.

Todo este maravilloso clima estaba teñido de un elemento común. Absoluto y completo interés por el otro y por saber de la vida del otro. Ese fue el cuarto indicio...

Ya con el primogénito en casa planeamos el siguiente paso. Primero iríamos un ratito a la iglesia, a rezar en agradecimiento por el viaje, y después saldríamos a pasear por la ciudad, caminando por cierto, porque nada mejor que hacer ejercicio en las vacaciones. Conocimos el dique, que casi se rompía por la cantidad de agua acumulada.

Por la noche, con los chicos nos juntamos en un bar a tomar agua por supuesto. Allí conocimos a Mary, la esposa de Emm, hermosa fotógrafa quien también disfrutaba del agua. Y nos divertimos en extremo. Fundamentalmente porque a todos nos encantaba el sarcasmo y la ironía que fluía incansablemente como sucede en las reuniones de amigos añejos. Y pensar que hacía solo unas pocas horas que nos vimos por primera vez. Ahí fue cuando empecé a sospechar que algo sucedería en Catamarca.

TERCERA PARTE
CATAMARCA

Como corresponde, nos acostamos temprano. Una vez más, un nuevo indicio. A todos nos gustaba dormir pronto, para madrugar habiendo descansado apropiadamente. ¿Es posible tener tantas cosas en común? El día siguiente seria memorable. Un cabrito asado, en medio del campo Catamarqueño, bien autóctono y bien casero, como suele pregonar Cris.

Catamarca es un lugar hermoso. Lleno de vida durante todo el día, siempre acompañados por una suave brisa. El mediodía parece ser el momento más bullicioso. Es que la temperatura catamarqueña se asemeja a un confortable ambiente climatizado, que solo invita al paseo y a encontrarse con la gente. Tanto en la ciudad como en el campo, las cabezas desfilan con algarabía. Sobre todo al mediodía.

El día de campo transcurrió con las mismas constantes. Agua, alegría y compañía. Entre Susy con sus borracheras y Zuly con los puchos, nunca faltaron las risas. El motivo, el cumpleaños de Cris. La torta, casera por supuesto. Mientras tanto, todos le insistíamos a Mary que sacara algunas fotos, pero ella, evidentemente cansada de estar todo el día con la cámara, se mostraba reticente.

Emm, el hijo mayor, curtido por el sol, es la cabeza del campo. Le dicen El Ingeniero, pero no porque lo sea, sino porque se las “ingenia” para borrarse cada vez que puede a tomar sol bajo el sauce. Por eso está curtido por el sol. Es bonachón y se viste como Fidel Castro. Después de almorzar, fue nuestro guía cuando hicimos el tour por los sembradíos, en la agradable temperatura del mediodía catamarqueño. Y se notó su pasión por los olivos.

Y con el clásico mate de la tarde, abrigados por la misma suave brisa que acariciaba nuestros rostros, el día concluyo nuevamente lleno de sonrisas y de afecto.

Ya de nuevo en la ciudad, como no podíamos despegarnos, terminamos en un bar degustando rica agua, y con la idea de acostarnos temprano para la siguiente aventura. Una visita a El Rodeo.

(No les puedo contar lo que fue la experiencia en El Rodeo porque no fui. Veníamos tomando tanta agua, habíamos comido tan sano, y habíamos descansado tanto, que no pude arrancar ese día. Pero vi las fotos, y sé que la pasaron genial).

La última noche fue surrealista. Por tanta agua y tanto descanso, algunos soldaditos cayeron. Así que solo  quedamos Willy, Fió, la de los ojos tremendos, y yo. Para variar esta vez, compramos aguas pero con gas, somos unos locos, y nos subimos a un mirador del cerro a contemplar la ciudad bellamente iluminada. Entre trago y trago, nos dedicamos a construir un castillo con nuestras verdades, nuestras historias y nuestras creencias. En la oscuridad de la noche, la suave brisa, la luz de la ciudad dibujando contornos en nuestros rotros, y esos ojos, tremendos, brillando como esmeraldas. Imposible no cautivarse.



EPÍLOGO
Estoy listo. Cuando me toque, estaré preparado. No te tengo miedo. Me han forjado una coraza de puro afecto y pura emoción.

Ven Fiera. Devórame.

...



Nota del Autor: Este relato fue recién escrito. Casi no tiene re lecturas, ni revisión de ritmo, gramática u ortografía. Por favor, espero que comprendan que durante un tiempo el relato podrá cambiar, y pido disculpas a los verdaderos escritores y lectores. Como ya he dicho, prometo aprender y mejorar. Muchas gracias.


Buenos Aires, Argentina