Argentina, Buenos Aires, Ciudad Jardín, Lomas del Palomar, 28 de marzo de 2013.
19:30 hs
Padre e hijo salen de la peluquería, frente a la plaza del avión. Él es una ternurita regordeta, un angelito hermoso, cachetón. Lo ves y te lo quieres comer. Al hijito capaz también.
Él se llama Dieguex. Y su hijito se llama Jeremiax Gabrielx. Ese fin de semana, el niño se quedaría dos días completos con su papá.
–Hijito, te cuento lo que vamos a hacer esta noche. Primero vamos a cruzar la plaza y te voy a comprar una camperita más abrigada y unos jeans. Luego vamos a casa, nos bañamos y nos ponemos "re-facha", y vamos a cenar... ¿Qué querés comer?
El papá está feliz. Y cuando está feliz quiere cenar en Zarco. Cenar o almorzar en ese lugar, es de esas experiencias que se recuerdan gratamente. Allí se cuida al cliente. Se le brinda un ambiente cálido, pulcro, sin estridencias o lujos pero a la vez elegante. La guarda de los vinos es la correcta. El punto de la carne es el que uno pide. Las porciones son abundantes y de gran calidad. Todo es fresco. Y los precios son acordes a su calidad, no a una categorización abstracta. Amigo lector, si pasas por Ciudad Jardín, debes ir a comer a Zarco. Si no lo haces, considérate un extraterrestre. También estás advertido.
El hombre ya se imaginaba disfrutando esos placeres. Un Chateau Vieux en la mesa, un bife de chorizo jugoso de 600 grs, y su adorada ensalada capresse. Todo al estilo de Zarco. Fresco, a punto, exquisito. Y a su hijito disfrutando de alguno de los excelentes menús para niños. Preparados con el mismo cuidado que el de los adultos.
El pequeño contestó:
–Yo quiero hamburguesas.
El padre sintió un puño de Rambo asestándose en su rostro. A nadie le gusta recibir un puño de Rambo.
El niño parecía no ser consciente del daño que estaba provocando. O tal vez sí, pero lo disimulaba muy bien. Al menos eso indicaba su siguiente expresión.
–¡Hay olor a hamburguesa! ¡Qué rico! –mientras pasaban frente a una rotisería que tenía un spiedo lleno de pollos jugosos.
El padre sintió un puño de Rambo asestándose en su rostro. A nadie le gusta recibir un puño de Rambo.
El niño parecía no ser consciente del daño que estaba provocando. O tal vez sí, pero lo disimulaba muy bien. Al menos eso indicaba su siguiente expresión.
–¡Hay olor a hamburguesa! ¡Qué rico! –mientras pasaban frente a una rotisería que tenía un spiedo lleno de pollos jugosos.
–¡Es olor a pollo asado! –le dijo el padre ya tratando de menospreciar a su hijo a modo de venganza anticipada, porque sabía lo que sobrevendría.
Y sobrevino. Así... Sin más... Sin misericordia...
El niño lanzó:
–Yo quiero ir a McDonald's.
El puñal penetró profundamente. Y no cualquier puñal. Uno como el que Rambo usaba para derribar árboles. Y desgarró las entrañas de ese pobre hombre.
El puñal penetró profundamente. Y no cualquier puñal. Uno como el que Rambo usaba para derribar árboles. Y desgarró las entrañas de ese pobre hombre.
Las siguientes cuadras constituyeron una obra maestra de la manipulación. Solo que de la infructuosa. El hombre necesitaba pergeñar un plan para ir a Zarco sin hacer sufrir a su hijo. ¿Acaso era posible?
–Mirá –le dijo al niño– ¿vos qué preferís? En McDonald's tenés hamburquesas y un pelotero. Está bueno, pero en Zarco hay un lugar en donde se juntan los niños a jugar –como si en McDonald's no, ¡salame!– y además se puede pintar... ¡Sí! ¡Pintar! ¡Y también te podés disfrazar!
Y la bazooka de Rambo, esa con la que derribaba bombarderos nucleares, el niño se la apoyó en el pecho.
Y dijo tranquilamente, o mejor dicho, apretó el gatillo:
–Iguai –porque él no dice "igual", dice "iguai"– ¡No me interesa disfrazarme! Quiero comer hamburguesas.
20:30 hs
Faltaban dos cuadras para llegar a la casa.
El papá dijo:
–Hijo, ¿cuántas veces fuiste a McDonald's esta semana? Porque si fuiste muchas veces, entonces no vamos a ir. No se puede ir tan seguido. Así que le voy a preguntar a tu mamá y según lo que ella me diga, vamos o no vamos.
El niño retrucó:
–No fuimos tantas veces. Fuimos pocas veces.
El padre sabía que a la mamá le gusta muy poco que sus hijos no coman sano, y le dedica mucho tiempo y atención a eso. Era casi imposible que su hijo hubiera ido a McDonald's más de dos veces en los últimos diez años. Y él tiene cinco. Así que haz tus cuentas.
Faltaban solo cincuenta metros. En un intento desesperado trató de confundirlo. Cuarenta y dos contra cinco. Son treinta y siete años de diferencia. El niño no tiene chances.
Con la voz del maestro que ilustra a su discípulo aclaró:
–Ir muchas veces te hace mal. Pero si fuiste hace poco también hace mal ir de nuevo. Cuando uno va poco es mejor, porque lo preferible es que hayas ido hace mucho.
Y con más ímpetu lanzó:
–Por eso me parece que no deberíamos ir a McDonald's.
Este padre sí que es inteligente. No había forma que el pibe desenredara ese ovillo.
El niño dijo:
–No papá. Fuimos pocas veces porque hace mucho que no voy.
¡Qué hijo e'! ... Pensó el padre para sus adentros. Y llegaron a la casa.
El nene se bañó primero. El papá le llenó la bañera y lo dejó jugando. El silencio entre ellos era atroz. Solo interrumpido por la charla reiterada de que le tengo que preguntar a tu madre cuantas hamburguesas comiste, y el nene respondiendo cosas como que "ninguna en un plazo perentorio". Te juro que el padre ya creía escuchar palabras como esa de la boca de su hijo.
–Jere, ¿querés que me quede o jugas solito?
–Solito.
–¿Te dejo la puerta abierta o la cierro?
–Cerrada.
–Bueno. La dejo entreabierta.
–Solito.
–¿Te dejo la puerta abierta o la cierro?
–Cerrada.
–Bueno. La dejo entreabierta.
El padre era pura impotencia. Quería ganar una. Ténle piedad amigo lector. Dejó la puerta entrecerrada o entreabierta, como te guste, porque ya estoy indignado. Me embarga la empatía por ese pobre hombre que estaba siendo abusado, vapuleado, por su hijo de cinco años. No iba a ir a Zarco pero no se la iba a hacer fácil a ese hijo.
El hombre sabía que no iba a poder sostener la patraña de que la madre había dicho tal o cuál cosa. Una cosa es tratar de confundir al hijo, menospreciarlo, engañarlo, sacarle ventaja, humillarlo, obligarlo a hacer lo que no quiere, insultarle su inteligencia, todo eso está muy bien. Es válido. Pero mentirle no. ¡Si no se da cuenta está muy bien también! Pero si se da cuenta no. Es deplorable. Debería darte vergüenza por pensarlo.
El padre se puso a mirar la tele. Gigantes. Una serie de NatGeo. Cuenta los saltos tecnológicos que se sucedieron para que algo asombroso construido por el hombre alcanzara su cúspide técnica. Por ejemplo, cuáles saltos tuvo que dar la construcción de rascacielos para empezar por un edificio de treinta metros hace cien años y terminar en uno de casi novecientos metros en Dubai. Te la recomiendo amigo lector. Es muy interesante. En esta oportunidad se trataba de cómo se alcanzó a construir el rompe hielos más poderoso de la actualidad, de casi cien mil toneladas, partiendo del primero que fue de quinientas toneladas, hace como cien años.
–Papá, ¿que estás mirando? –gritó el niño.
–Estoy viendo un programa de barcos hijito –dijo mientras atravesaba el pasillo en dirección al baño– ¿qué necesitás? ¿querés salir? Mirá que si nos demoramos se va a hacer tarde.
–Un ratito más –dijo el nene.
Y el papá lo dejó un ratito más.
Lo que siguió fue tan surrealista como estremecedor. Tanto que no sé bien cómo contarlo. Habían mil formas de lograr el objetivo. En Zarco, en ese espacio de los niños, hay hasta Playstation. No hay mucho que insistir. McDonald's no tiene. Con eso sólo, hubiese alcanzado. A Zarco el papá le hubiese dejado llevar sus Lego de Star Wars. A McDonald's no. Eso si lo anterior hubiese fallado. Podía haber apelado a muchas cosas. Pero no. Apeló a lo que apeló.
Y el papá lo dejó un ratito más.
Lo que siguió fue tan surrealista como estremecedor. Tanto que no sé bien cómo contarlo. Habían mil formas de lograr el objetivo. En Zarco, en ese espacio de los niños, hay hasta Playstation. No hay mucho que insistir. McDonald's no tiene. Con eso sólo, hubiese alcanzado. A Zarco el papá le hubiese dejado llevar sus Lego de Star Wars. A McDonald's no. Eso si lo anterior hubiese fallado. Podía haber apelado a muchas cosas. Pero no. Apeló a lo que apeló.
21:30 hs
Transcurridos diez minutos del ratito más, el papá fue al baño y acicaló a su hijo. Lo envolvió en una toalla de Boca Juniors, como corresponde a un campeón, y lo dejó jugando en el living y mirando Gravity Falls. Se duchó rápidamente y salió del baño como una tromba. Volvió al living. Agarró su teléfono móvil, y asegurándose que su hijo lo estuviese mirando y escuchando, vociferó:
–¡Hola! ¿Señor McDonald's? Mire... Lo llamo porque quiero saber si a esta hora sigue abierto.
Esperó unos segundos y dijo:
–¡Ah! ¿ya cierra?
Puso cara de indignación. Miró a su hijo con la facción de aquél que sugiere "a mí este tipo no me va a ganar", buscando la complicidad del niño. ¡Ese es mi papá!, pensaría el pequeño.
–¡Mi hijo se estaba bañando señor McDonald's! ¿No puede esperar un rato más?
Nuevamente el adulto hizo unos segundos de silencio, como si escuchara. Ni siquiera había tenido la decencia de encender el teléfono para que la pantallita, al menos, estuviera iluminada.
El hijito miraba con máxima atención.
El hijito miraba con máxima atención.
Ahí fue cuando ese pobre hombre, enarbolando el rostro de la injusticia, con la mirada clavada en el niño, asestó:
–¡Pero mi hijo solo quería quedarse un ratito más!
Cortó despidiéndose del señor McDonald's. Miró al niño y le dijo con mueca de preocupación:
Cortó despidiéndose del señor McDonald's. Miró al niño y le dijo con mueca de preocupación:
–¡Estamos en el horno!
El niño miró a su preocupado padre, y asumiendo la responsabilidad y la culpa por haberse quedado un ratito más, enunció:
El niño miró a su preocupado padre, y asumiendo la responsabilidad y la culpa por haberse quedado un ratito más, enunció:
–¡No importa papá! ¡Vamos al otro lugar!
Amigo lector. Sé que esta historia te conmueve hasta las entrañas, porque en ella casi haz experimentado en carne propia el abuso por parte de ese hijo.¡Qué pedazo de hijo! Todavía me lo sigo repitiendo. ¡Qué reverendo hijo! No sufras. Solo te pido amigo, vigila a tu alrededor. No permitas que esto le vuelva a pasar a nadie más.
01:30 hs
Amigo lector. Sé que esta historia te conmueve hasta las entrañas, porque en ella casi haz experimentado en carne propia el abuso por parte de ese hijo.¡Qué pedazo de hijo! Todavía me lo sigo repitiendo. ¡Qué reverendo hijo! No sufras. Solo te pido amigo, vigila a tu alrededor. No permitas que esto le vuelva a pasar a nadie más.
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