¿SOBREVIVIMOS A LA MUERTE?
Antes de que podamos discutir provechosamente si continuamos existiendo después de
la muerte, conviene aclarar en qué sentido un hombre es la misma persona que fue ayer.
Los filósofos solían pensar que había sustancias definidas, el alma y el cuerpo, cada una de
las cuales duraba de día a día; que un alma, una vez creada, continuaba existiendo por siempre, mientras que el cuerpo cesaba temporalmente desde la muerte hasta la resurrección del mismo.
La parte de esta doctrina que concierne a la vida presente es casi seguramente falsa. La materia del cuerpo cambia continuamente mediante los procesos de la nutrición y el desgaste.
Aun cuando esto no fuera así, en la física los átomos ya no se consideran dotados de una existencia continua; no tiene sentido el decir: este es el mismo átomo que existía hace unos pocos minutos. La continuidad de un cuerpo es un asunto de apariencia y de conducta, no de sustancia.
Lo mismo se aplica a la mente. Pensamos, sentimos y actuamos, pero no hay, además de los pensamientos, sentimientos y acciones, una entidad simple, la mente o él alma, que haga o sufra estas cosas. La continuidad mental de una persona es una continuidad de hábito y de memoria: ayer había una persona cuyos sentimientos recuerdo, y a esa persona la considero como mi yo de ayer; pero, en realidad, mi yo de ayer era sólo ciertos sucesos mentales, recordados ahora y considerados como parte de la persona que los recuerda. Todo lo que constituye- una persona es una serie de experiencias unidas por la memoria y por ciertas similitudes que llamamos hábito.
Si, por lo tanto, hemos de creer que una persona sobrevive a la muerte, tenemos que creer que todos los recuerdos y costumbres que constituyen la persona continuarán exhibiéndose en una nueva serie de acontecimientos. Nadie puede probar que esto no va a suceder. Pero es fácil ver que es muy improbable. Nuestros recuerdos y nuestros hábitos están unidos a la estructura del cerebro, del mismo modo que un río está unido a la estructura del cauce. El agua del río cambia siempre, pero sigue el mismo curso porque las lluvias anteriores han abierto un canal. Igualmente los acontecimientos anteriores han abierto un canal en el cerebro y nuestros pensamientos corren a lo largo de dicho canal.
Esta es la causa de los recuerdos y de los hábitos mentales. Pero el cerebro, como estructura, se disuelve con la muerte, y por lo tanto es de esperar que la memoria se disuelva también. No hay más razón para pensar lo contrario que el esperar que un río siga su mismo curso después de que un terreno haya levantado una montaña donde solía haber un valle. Toda memoria y, por lo tanto (se podría decir), todas las mentes, dependen de una propiedad
que es muy notable en ciertas clases de estructuras materiales, pero que existe poco, si es que existe, en otras clases. Es la propiedad de formar hábitos como resultado de sucesos similares frecuentes. Por ejemplo: una luz brillante hace que se contraigan las pupilas de los ojos; y si repetidamente se pasa una luz ante los ojos de un hombre y al mismo tiempo se hace sonar un gong, finalmente. sólo el sonido del gong hará que se contraigan sus pupilas.
Esto ocurre con el cerebro y el sistema nervioso, es decir, con una cierta estructura material. Se verá que hechos exactamente iguales explican nuestra respuesta al lenguaje y nuestro uso de él, los recuerdos y las emociones que éstos despiertan, nuestra conducta moral o inmoral y, en realidad, todo lo que constituye nuestra personalidad mental, excepto la parte determinada por la herencia. La parte determinada por la herencia pasa a la posteridad,
pero no puede, en el individuo, sobrevivir a la desintegración del cuerpo.
Así, tanto las partes heredadas como las adquiridas de una personalidad están de acuerdo con nuestra experiencia, unidas con las características de ciertas estructuras corporales. Todos sabemos que la memoria puede quedar destruida por una lesión del cerebro, que una persona virtuosa puede hacerse viciosa mediante la encefalitis letárgica, y que un niño inteligente se puede volver idiota por la carencia de yodo. En vista de tales hechos familiares, parece poco probable que la mente sobreviva con la destrucción total de la estructura del cerebro que ocurre con la muerte.
No son los argumentos racionales sino las emociones lo que hace creer en la vida futura.