Ayer por la mañana, después de poneros estas líneas, me fui andando al aeropuerto, a tomarme el segundo cafetito del día y, para qué negarlo, ya que tengo que pasar por delante,
a fisgar un poco, desde la verja, claro, el cuartel militar Anatolio Fuentes. Se ve más movimiento: el campo de fútbol, que lo tenían desde hace años abandonado, sirve ahora para aparcar camiones y también tienen instaladas muchas tiendas de campaña.
No os pongo fotos porque un letrero dice que está prohibido hacerlas y yo, como
buena antimilitarista, tengo mucho respeto a los ejércitos y, además, soy una cobarde.
En realidad, es una lástima que no permitan fotos, pues el cuartel es muy resultón; está en uno de los mejores emplazamientos de la isla: un rinconcito tranquilo, soleado, con buena temperatura, preciosas vistas, buenas comunicaciones... Si yo fuera
una ministra corrupta, echaba a los militares de allí y hacía un hotelazo.
Ya en el aeropuerto, a las 10:00, aterrizó un avión del ejército. Se apearon cinco o seis mozos con uniforme de la
Unidad Militar de Emergencias. Entraron al edificio por la puerta de embarque; o sea, al revés que los civiles. Para entonces ya había bastante gente esperando a embarcar para el vuelo de las 11:00 a Tenerife, pero nadie les hacía caso: solo yo y una señora septuagenaria que se lanzó a preguntarles si nos iban a evacuar o qué. A mí me habría gustado hacer como la señora y acribillarlos a preguntas, pero me impresionan los uniformes y
no tengo tanto morro ni tantos años.
Fui a comer a Frontera, o sea, a
la puñetera zona cero, concretamente al barrio de Belgara, y luego me di un paseo por el barrio de al lado, Las Lapas.
El campanario de La Candelaria visto desde Las Lapas.
La Asociación de Vecinos de Las Lapas ha colocado por el barrio unos carteles que vienen a decir lo siguiente: "Hemos hablado con el Ayuntamiento y nos han dicho que no pasa nada, que estemos tranquilos, pero que, en caso de evacuación, recordemos que el punto de encuentro es la plaza de Los Mocanes." Además, alguien muy loco muy loco y con escaso dominio del español ha pintado en un banco esto:
Luego me fui a mi parte favorita de la isla, la que va de playa a playa, de la playa de Arenas Blancas a la playa de El Verodal. El trayecto se puede recorrer por carretera (bueno, por una pista asfaltada) o a pie, por un caminito que discurre junto al mar. Es un entorno y un paisaje verdaderamente mágico que nadie que venga a El Hierro se debe perder. Así que, aprovechando que estoy tan a gusto aquí, voy a contestar a vuestros comentarios de ayer.
No, no tengo miedo ni estoy intranquila. Aquí la vida transcurre con normalidad: las criaturas van a la escuela, abren las tiendas, llegan puntuales los aviones, zarpan los barcos de mercancías... No es que yo sea una valiente, que no lo soy, es que no hay señales visibles de alarma. Pero, claro, si oigo la radio, veo la tele y leo ciertas páginas de Facebook, entonces me pongo un poco nerviosa, porque la información que dan siempre es alarmista. No dicen que no se ha caído ni una pared, ni que nadie ha resultado herido. Se ponen siempre en lo peor, en lo más negro que puede pasar. No sé, quizás tiene que ser así.
El miércoles, el día de los terremotos más intensos, recibí un montón de llamadas, incluida la de una emisora de radio de Bilbao, para interesarse por mi suerte y por la situación, en general, de la isla. Y ya sé que así no me contratarán jamás en Tele 5, pero a todo el mundo le digo lo mismo: esto está tranquilo; más que tranquilo: está triste, porque, de momento, los efectos sobre el turismo han sido devastadores.
Otro gallo habría cantado si la erupción hubiera sido en tierra y no submarina. Un volcán en erupción no es algo que se vea todos los días, así que esto se habría llenado de cámaras y de friquis del vulcanismo (alguno que otro ya hay). Pero la erupción submarina no se puede filmar y ha destrozado los dos negocios principales de La Restinga: la pesca y el buceo. La alarma, además, ha vaciado la isla de turistas y se nota.
A corto plazo, pues, esto ha sido una ruina. A medio y largo, en cambio, quizás sea bueno: ahora mucha más gente conoce El Hierro y está viendo que es un sitio que merece la pena visitar.
Y sí, estoy disfrutando mucho aquí, pero no quiero hacer sufrir a nadie, y menos a mi madre, que también está preocupadilla. El domingo por la mañana me cojo el avión para Tenerife y espero estar ya por la noche en Bilbao. Me quedaría más tiempo encantada, porque estoy a gusto en mi papel de chismógrafa aquejada, al parecer, de una tara orgánica que podría denominarse insensibilidad sísmica o así.
Bueno, ya hemos acabado el paseo y la charla. Ya hemos llegado a la playa de El Verodal. Me llevo un disgustillo, pues no se puede acceder por peligro de desprendimientos. Los pedruscos y las olonas me han comido la playa, tan bonita, de arena rojinegra.
La playa de El Verodal, gorribeltza.
De vuelta a Arenas Blancas, me encontré este
presunto aparato medidor que yo juraría que antes no estaba allí. ¿Alguien sabe qué demonios es esto?
Aparato medidor desconocido. De paso, fijaos en el paisaje im-pre-zi-o-nan-te.
Tras el paseo, ya se me hizo de noche y me fui corriendo a Tigaday, a la esquina de La Taguarita, a coger sitio en la terraza del bar, pues allí se ponen las teles por la noche a hacer las conexiones en directo. Pero, claro, como ayer
no hubo zambombazo, no apareció ni una puñetera cámara. ¡Ay! ¡Cuánta ingratitud y cuánto olvido!
¡Ah! ¡Perdón! Se me olvidaba
lo más terrible del día: una legión de hormigas me invadió el armario ropero y, como en mi barrio no hay tienda, tuve que ir hasta el Tamaduste a comprar insecticida. ¡Espeluznante! ¡Un sinvivir!
Seguiremos informando.