Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

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miércoles, 16 de marzo de 2016

Un poema de Elena Anníbali

Elena Anníbali

EL TELÉFONO 

desde alguna ciudad han llamado los otros 
los que por alguna razón están afuera 

ignoramos lo que eso signifique 

pueden estar, quizá, retozando 
de felicidad 
--el pulso candoroso-- 
amando o dejándose amar 
por extraños 

pueden, también, 
estar caminando, aún, 
sobre el áspero desierto 
de sus alucinaciones 

han llamado 

y hemos ido, vehementes, 
a levantar 
el rojo auricular que creíamos muerto 

y no hemos entendido nada: 

un idioma extranjero 
tal vez 
la interferencia del viento 
entre un balbuceo y otro 
una falla mecánica 

la lengua que nos hermanaba 
ha caído, rota, 
como un vaso en el piso 
y es inútil reconstruirla 

¿qué decían, aquellos? 
¿sigan la línea del lago 
hacia el Sur
¿nos pedían esperarlos? 
¿o el mensaje era 
permanezcan allí 
que la zona es infinita 
e inusual su infierno, 
y triste

- . - . - 

ELENA ANNÍBALI.  La casa de la niebla. Ediciones del Dock. Colección Pez náufrago. Buenos Aires, 2015. Pp. 34-35.