Un tronco seco ablandado por dos almohadones nos invita. Y buscamos. Podemos seguir el trazo de las ramas bajo el cielo. El sol construye su propio laberinto tras el filtro de las hojas. Si suena, el chistido seco de un colibrí nos habrá puesto cerca de la posibilidad de otro recorrido. Este vagabundeo con la imaginación elegirá hacer pie en las hojas, en las alas, en la luz. O puede detener su mirada en el gatito que dedica ingentes esfuerzos a perseguir su propia cola.

Que el gato encuentre su rabito y lo muerda es tan inmediato como la sorpresa dolida con la que se suelta. Pero pocos segundos después olvida o juega a que olvida y vuelve a correr tras de sí. Nosotros pasaremos los días en la misma ronda de encuentros de luz, mordidas de ramas y colibríes de olvido.

Quizás aquí, Bajo la rosa china, experimentemos algo de ello.

sábado, 31 de octubre de 2015

Un poema de Soledad Castresana

Soledad Castresana


SOMBRA 

una oruga de fardos de alfalfa 
resiste el afán incendiario 
de la siesta 

nos refugiamos 
en el tanque australiano 
flotamos 
en el sordo hechizo 
de las abejas 

a veces la sed desespera la piel 
nos quema el alivio 

cuando baje la fiebre del aire 
perfumados de higos 
subiremos la tarde 
hasta los árboles 

esperaremos 
mareados y calientes 
que la noche detenga 
la sangre de las víboras 

cuando acabe la luz 
nos quedaremos sin agua 

- . - . - 

SOLEDAD CASTRESANA. En Poetas argentinas (1961-1980). Selección y prólogo de Andi Nachon. Ediciones del Dock. Buenos Aires, 2007. Pág. 252. 

miércoles, 28 de octubre de 2015

Un poema de Bárbara Belloc

Bárbara Belloc


SANTA 

Clamando al cielo de la pampa "santo, santo, santo" 
pasaron las nubes, las calaveras 
pasó mi hora, pasaste 
mi pasado pasó. 
Sin dejar huella 
sin seguir rastros 
llegaron santas 
las estrellas. 

- . - . - 

BÁRBARA BELLOC. Tomado de Poetas argentinas (1961-1980). Selección y prólogo de Andi Nachon. Ediciones del Dock. Buenos Aires, 2007. Pág. 82.

miércoles, 21 de octubre de 2015

Un poema del Conde de Villamediana

Conde de Villamediana


Cuanto me trato más, menos me entiendo, 
hallo razones que perder conmigo, 
lo que procuro más, más contradigo 
con porfïar y no ofender sirviendo. 

La fe jamás con la esperanza ofendo, 
desconfïando más, menos me obligo, 
el padecer no puede ser castigo, 
pues sólo es padecer lo que pretendo. 

De un agravio, señora, merecido 
siempre será remedio aquel tormento 
que cuanto mayor es, más se procura; 

porque para morir agradecido, 
basta de vos aquel conocimiento 
con que nunca eche menos la ventura. 

- . - . -

CONDE DE VILLAMEDIANA. Poesía. Edición, prólogo y notas de María Teresa Ruestes. Planeta. Barcelona, 1992. Pág. 133.

domingo, 18 de octubre de 2015

Un poema de Leopoldo Lugones

Leopoldo Lugones


EL LORO 

Socarrón, perspicaz, sonoro, 
A la casa aturde y alegra 
Con su ladina lengua negra, 
Desde su aro o su percha el loro. 

Sabe cantar un tango entero, 
Los nombres nunca desacierta, 
Y según llamen a la puerta, 
Grita: ¡la leche! o ¡el cartero! 

Ya repite la carcajada 
Y el rezongo de la vecina, 
Ya, remedando a la gallina, 
Miente otro huevo a la nidada 

O apreciando al pelafustán 
Con su sagaz ojo de vieja, 
Le suelta, mientras lo festeja, 
Una medalla y un refrán. 

Y es de admirar con qué decoro 
No desprovisto de ironía, 
Dice a la fámula tardía: 
No se olviden del pan del loro

Mas, aunque el pan sea muy rico, 
Apenas hay mejor regalo 
Que el de darle a montar un palo 
Donde pueda gastarse el pico. 

También sirve un aro de pipa; 
Pues, si no se hace de este modo, 
Él mismo se despluma todo 
Y al primer frío se constipa. 

En el nativo quebrachal, 
Labra su nido, sin empacho, 
Agujereándose un quebracho 
Sobre la línea transversal. 

De eso le queda la costumbre; 
Y así, con cháchara traviesa, 
Cala una pata de la mesa 
O una viga de la techumbre. 

Suspenso allá cabeza abajo, 
Mientras le ofrecen una caña, 
Con irritante sorna engaña 
Su balanceo de badajo. 

Pero, como es una persona 
En el fondo amable y sensata, 
Sabe también "poner la pata" 
En el dedo de la patrona. 

Y habla con tal circunspección 
Y propiedad tan perentoria, 
Que, oigan ustedes esta historia 
Que es cosa cierta, no invención: 

Un chiquillo que no sabía 
Que existiese un pájaro que habla, 
Con su lindo fusil de tabla 
Junto a un loro se divertía. 

Alborotado el pelo de oro, 
Paróse ante él, impertinente, 
Cuando de pronto, gravemente, 
--¿Cómo te va? --le dijo el loro. 

Ante aquel aire de doctor, 
Que le infundió profundo engorro, 
Quitándose el chiquillo el gorro, 
Respondió: --Bien. ¿Y a usted, señor? 

Porque no en vano él atesora, 
Cuando libre remonta el vuelo, 
En la frente un poco de cielo 
Y en el ala un poco de aurora. 

Como una joya que bien labra, 
Oro y rubí su pluma integra; 
Y su ladina lengua negra 
Saca el oro de la palabra. 

Oro de loro que es tesoro 
De alegría y de ingenio claro. 
Fútil metal que acuña en su aro 
Con derroche estridente el loro. 

- . - . - 

LEOPOLDO LUGONES. Antología poética. Selección y prólogo de Carlos Obligado. Espasa Calpe, Col. Austral. Buenos Aires, 1968 (10a. edición). Pp. 133-135.

jueves, 15 de octubre de 2015

Un poema de Irma Peirano

Irma Peirano


OCHO ANTE MERIDIANO 

Originas la luz desde la luz. Estás 
como hechizada plata durmiendo sobre un río. 
Mientras la vida asigna sus vesperales números 
a las cosas que pasan, tu estás sobre la luz. 

Te salvas de morir como el aire en los pozos. 
Te salvas por los altos tallos y su estructura 
con el color agudo de una flor solitaria 
mientras la tierra acude a cumplir sus entierros. 

No estás en lo acabado, en la ceniza. Vives, 
inmóvil como un rayo de espesura sombría, 
con tu selva compacta de besos y de besos 
sólo atisbando el dulce animal de mi carne. 

Cunden por desoladas madrigueras del viento 
los oscuros alertas y adioses trashumantes, 
hartamente convictos de muertes en la aurora, 
llevándose sus pálidos marineros varados. 

En tanto se deslizan a sus rápidos huecos 
todas las cosas, sube tu volumen, tu forma, 
con tu olor persistente de flor desagotada 
en un artificial vaso desvanecido. 

Y tu voz sale a todos los ángulos del ruido. 
Sale con su premura de urgente maravilla 
sacudiendo la sorda ramazón de las calles 
en la librada nota azul de las sirenas. 

No se puede morir, no se puede morir 
cuando el grito está dado, lanzado sin retorno 
y calienta los fríos canales de la sangre 
y protege temblando de piedad lo desnudo. 

Cuando el día se inicia elemental y blanco 
llega tu olor distante trasegado de vida. 
Todas las cosas suman tu color y tu forma 
mientras pasan las lentas veredas traficadas. 

- . - . - 

IRMA PEIRANO. Poesía reunida. Selección y prólogo: Martín Prieto. Editorial Municipal de Rosario. Rosario, 2003. Pp. 150-151.

lunes, 5 de octubre de 2015

Un poema de Felipe Aldana

Felipe Aldana



Quien dice que vio una estrella 
y vio la cosa más bella 
mirando tan sólo a ella, 
no vio lo mejor así, 
no vio la flor del maíz, 
no vio la flor del maíz. 

No encontró ojos brillantes 
con reflejos de diamante, 
cutis fresco, rozagante, 
labios tiernos para el "sí", 
no vio la flor del maíz. 

Negó belleza a porfía 
porque pasó todo el día 
en la chala dura y fría. 
No sabe nada de mí, 
no vio la flor del maíz. 

Primera entre las primeras, 
negó que la luz viniera 
a besar la cabellera 
de quien junta por aquí, 
no vio la flor del maíz. 

Quien no vio esta juntadora 
no vio la flor de la aurora, 
no vio rosa seductora 
y sostengo para mí, 
no vio la flor del maíz, 
no vio la flor del maíz. 

- . - . - 

FELIPE ALDANA. De Un poco de poesía (1949). Tomado del volumen Felipe Aldana / Obra poética y otros textos. Editorial Municipal de Rosario. Rosario, 2001. Pp. 95-96.