Este dibujo, estilográfica con tinta Platinum de registrador y acuarela sobre papel Claire Fontaine Extra Rough de 300 gramos, de 20 x 40 cm, que todo hay que decirlo, recoge una vista del Paseo de Pedro Simón Abril, de Albacete, eliminando en el dibujo un edificio en el primer plano a la izquierda que taparía parte de esa otra hermosa construcción, una de las dispersas sedes anteriores de la Policía Nacional. Este cuerpo las ocupaba hasta que les construyeron un nuevo, amplio y alegre edificio al lado del Puente de Madera, cerca de donde estaba la cárcel, y algo más lejos del cerrico donde estuvieron mucho antes el rollo —o picota— y la horca. Es una construcción con ventanas de colorines que dan lugar a que muchos la confundan con una guardería, error que para algunos puede resultar trágico.
Es uno de los pocos edificios de época y porte similares que quedan en pie en un paseo en el que a principios de siglo pasado construyeron sus viviendas suntuosas y ajardinadas las clases acomodadas de Albacete, frente al Parque recién plantado, algo en las afueras, pero sin perder de vista los edificios de sus negocios: clínicas, comercios, bancos, hoteles o el casino de los hombres primitivos, que habían levantado en predominante estilo modernista en la cercana y estrecha calle Ancha. Torciendo a la derecha, Avenida de España, el majestuoso instituto "Bachiller Sabuco".
Don Pedro Simón Abril, que da nombre a este paseo arbolado que curva suavemente sus brazos para abrazar al parque a lo largo de este tramo, nació en Alcaraz en 1530 y fue un eminente humanista, pedagogo, gramático y traductor, en su condición de excelso helenista y latinista, cuyas versiones en español fueron utilizadas durante siglos. Fue un teórico de la traducción, de la que decía:
“El que vierte… lo vierte como de suyo, sin que quede rastro de la lengua peregrina en que fue primero escrito”. Por enseñar en Huesca donde, al parecer, no debía hacerlo por carecer de permiso, fue excolmugado, que su vida no fue tan plácida como a un ratón de biblioteca cabría suponerle. Publicó en 1589 sus "
Apuntamientos de cómo se deben reformar las doctrinas", lo que ya era tentar la suerte.
Por aquellos años, la ciudad de Alcaraz, en la sierra albaceteña, empezaba a mostrar una menguante prosperidad económica pero un poderío cultural que se nos revela al considerar que, subiendo sus cuestas, nos podíamos encontrar con el arquitecto Andrés de Vandelvira, que construyó su hermosísima plaza renacentista, la casa de la Aduana y muchos nobles edificios de Úbeda, Baeza o Jaén. Entre otros ilustres caballeros y damas del lugar, también nos toparíamos con el bachiller Sabuco, gran filósofo y entendido en medicina, aunque parece que no fue médico, tal vez boticario, empujado a su ejercicio por las epidemias que diezmaban la ciudad, confundido quizás con algún pariente del mismo nombre, y con su hija Oliva Sabuco de Nantes, de cuya obra
"Nueva filosofía de la naturaleza del hombre", publicada en Madrid en 1588, siguen discutiendo ciertos especialistas a quién atribuir la autoría, al padre o a la hija.
En su testamento el bachiller se adjudica él mismo la obra, diciendo haberla atribuido a su hija para acrecentarle la gloria, que no el provecho. ¡Vaya padre! Muerto dos días antes de testar habría quedado mejor ante la historia, si no como filósofo, sí como amante progenitor, aunque la culpa, como es natural, la tenía el yerno. Según afirma mi profesor de filosofía don Domingo Henares, y de ello entiende, el autor fue el padre, no la hija. Y lo siento. No sé por qué, pero lo siento. Don Aurelio Pretel, medievalista que sabe más de Alcaraz que el ordenador de Montoro, remata la jugada en una publicación del Cultural Albacete, y en ella apuntilla las tesis proolivescas de un profesor que conoció hace poco la existencia del tal bachiller Sabuco y de su hija, intrigado por el nombre del instituto en el que trabajaba, docente que se metió brioso y altanero en estas esgrimas sin mayores averiguaciones y sin calibrar adecuadamente lo afilado del florete de don Aurelio, al que hay que intentar rebatir con más fuste. Difícil es, a estas alturas, entrar en esa disputa familiar por los derechos de autor que se alarga hasta nuestros días. Lo cierto es que cuando el libro se publicó, en la portada y en los trámites para su autorización, aparecía Oliva como autora, no su padre. Que se diera por bueno en la época ya es mucho, pues no hay noticias de que a nadie le pareciera entonces descabellado que ella, con ayuda paterna o sin ella, fuera capaz de haber escrito la obra, autoría que permaneció indiscutida durante siglos. Es bonito pensar que es de Oliva, algo que, como lo contrario, es arduo ya acreditar. Mejor dejarlo ahí, que la duda y el misterio siempre es un plus. El caso es que, según los que entienden, la obra es deslumbrante y muy novedosa para la ápoca, incluso en la actualidad.
Unos pocos años después por allí andaba como profesor de latinidad don Pedro Collado Peralta, autor de "Explicación del libro cuarto del arte nuevo de gramática de Antonio", refiriéndose a Nebrija con gran familiaridad, como se ve, aunque es altamente improbable que hubieran comido juntos, entre otros motivos porque Nebrija había muerto en 1522. En 1601, nacería allí el padre Sebastián Izquierdo, autor de "Pharus Scientiarum", y no son los únicos que daban lustre a esa ciudad medieval fortificada, que fue última frontera frente al reino nazarí de la próxima Granada.
La estadía de Simón Abril en Alcaraz, su pueblo, distó mucho de ser gloriosa, pues no fue especialmente valorado como docente, cosa no rara en nuestro oficio, siendo obligado a examinarse a pesar de ser un reconocido catedrático que había ejercido anteriormente en algunas universidades españolas. Sus frecuentes ausencias y abandonos de las labores docentes viajando a Madrid y Toledo para tratar de reimpirmir sus traducciones sobre Aristóteles o de las seis comedias de Terencio, tampoco ayudaron a elevar el aprecio local y, para rematar la suerte, tras conseguir un aumento de sueldo de 30.000 a 40.000 maravedíes, tuvo que salir por piernas de Alcaraz por un lío de faldas, según he leído, aunque ahora no encuentro dónde. Tengo que preguntarle a don Aurelio Pretel.
Ambos Simón Abril y el bachiller Sabuco intentaron ser reformadores de la enseñanza, de las leyes, la administración del reino y de todo lo divinio y lo humano, para el bien de la
res publica, con escaso éxito, como tantos otros, pero asombra leer como Simón Abril propone métodos de aprendizaje de la lectura y la escritura para inculcar tales ciencias en las "tiernas molleras de los niños", o Sabuco propone eliminar las más de las leyes, asfixiantes, heredadas de los romanos en un latín incomprendido por los más y que dejaban poco campo a la vida real. De paso, dejaba constancia del paso del cometa Halley por los cielos de la sierra alcaraceña en 1572, que nada escapaba a su escrutinio. Simón Abril en sus
"Apuntamientos" y Sabuco en su
"Coloquio de las cosas que mejoran este mundo y sus repúblicas", vienen a coincidir en no pocas cosas, como cuando este último señala el gran daño y perdición que significan los pleitos y su duración:
Bueno, pues Simón Abril tiene un paseo en Albacete, Oliva Sabuco de Nantes otro y su padre un instituto, el más bonito, además. A Simón Abril se llega por Arquitecto Vandelvira. Sabias decisiones bautismales en la onomástica viaria, no siempre acertadas ni duraderas.
Escarbando entre legajos digitales, lo que es la vida, vuelvo a aprender de don Domingo Henares, a quien tuve como profesor de Filosofía en bachiller hace más años de los que yo quisiera y ahora descubro como uno de los dos sabucólogos punteros del mundo, junto al francés Guy, filósofo en Touluse-Le Mirail que considera a Sabuco precursor de la medicina psicosomática. En los interrogatorios en la pizarra, tras advertirnos que para hablar de Platón o de Aristóteles habia que levantarse de la silla, nos escuchaba atentamente y concluía que a los de letras, aun cuando no dijéramos nada atinado, daba gusto oírnos. También me encuentro con frecuencia rebuscando en los archivos con don Alfonso Santamaría Conde, a don Samuel de los Santos Gallego y a don Daniel Sánchez Ortega, que fue mi último maestro antes de ingresar yo en el Instituo Bachiller Sabuco y él en la mili. De este último recuerdo haber colaborado en pintar unas enormes carabelas que todos los días descubrían América desde el mar de la pared de nuestra clase, o verlo esculpir en arcilla una imagen de la Virgen, no sé si del Pilar o de los Llanos, para llevarle flores en mayo.
Como otros no se han dedicado a la investigación ni han publicado, que yo sepa, el producto de su sabiduría, que no era poca, desafortunadamente no tropiezo ni con doña Rosario Juncos Sáez, mi primera maestra, ni con don Samuel o don Jesús José, mis queridos profesores de latín y griego. Este último, sacerdote adscrito a la catedral, se emocionaba hablándonos de Atenea, la de los ojos de lechuza, o se acaloraba escenificando escenas de la guerra de Troya, cual Ajax con sotana. Con ellos aprendí a disfrutar con las resonancias de palabras como platirrino, nematelminto, cefalópodo o mitocondria. Lo poco que sé de ciencias lo aprendí en griego. Y no sé cuántos euros debe Grecia al resto de Europa, pero los actuales europeos, cuanto más al norte más bárbaros, no quieren hacer cuentas de cuánto debemos a este pequeño país. Hasta el nombre (Εὐρώπη), mucho más de lo que todo el dinero de Draghi podría nunca pagar. Tambien nos contaba con entusiasmo don Jesús José la feliz coincidencia toponímica entre la aldea de Los Pocicos, donde el pan, y Puzzuoli la de las aguas volcánicas, la latina Puteoli, que fue colonia griega con el nombre de Dicearquía, 'el lugar donde reina la justicia'. Hasta me ha acrecentado el disfrute de ver salir el sol en la zona de Jávea y Denia, la Hemeroscopeion griega, (Ἡμεροσκόπειον), la que mira el día, el primer lugar donde amanece en nuestra península, de la misma raíz que hemeroteca. La Diánion (Διάνιον) griega, la Dianium romana, la Denia española.
Tampoco me cruzo con don Abelardo Cuesta, el padre de Drake, gran batería y bongosero, —Drake, no su padre, aunque no hubiera sido raro—, ni doy con otro profe cuyo nombre lamento no recordar, procedente de Canadá creo, tan buen dibujante como persona, gran fumador de Bisonte, ni con don Vicente Gaitano, que fueron todos ellos mis profesores de dibujo. A este último, vecino mío, le obligaron a impartirnos geografía de España y nos hizo aprendernos los pueblos de España en verso:
Albacete, Hellín, Almansa,
Chinchilla, Alcaraz y Yeste,
La Roda y Villarrobledo,
Casas Ibáñez, Caudete,
Madrigueras y Tobarra,
Tarazona y Montealegre.
Madrid y Navalcarnero,
Chinchón, Pinto y Colmenar,
Buitrago, El Pardo, Getafe,
Torrelaguna, Alcalá [...]
Soria y ruinas de Numancia,
Burgo de Osma y Almazán [...]
Y así, todas las provincias de España, en cuyo mapa aparecían aún el Sáhara, Fernando Poo, Guinea Ecuatorial, Sidi Ifni y otros restos coloniales y ultramarinos.
La verdad es que se lo curró don Vicente. También es verdad que lamento no haber conservado mi cuaderno de Geografía, cada provincia con su mapa y su verso. Sería algo impagable. Sí conservo, a Dios gracias, los apuntes de Historia y de Historia del Arte, los morosos cuadros sinópticos con que don Alfonso Santamaría Conde condensaba en la pizarra la ciencia que iba desgranando, apoyado en cientos y cientos de diapositivas. Con él visité por primera vez la Cueva de la Vieja de Alpera, el castillo de Almansa, Chinchilla, Alcaraz y otros lugares. Lo de Alcaraz no se me olvida pues, en un archivo-desván, lleno de libros, papeles y palomas, habían descubierto y desemparedado parcialmente un par de momias, aún con pelo, a las que los más díscolos intentaban meterles un dedo en el ojo, en las cuencas de un calavero forrado de pergamino, ya bastante desmejorado, aprovechando algún descuido de don Alfonso. Goscinny, en El Pequeño Nicolás, —el amigo de Alcestes, no el fantasma actual—, ha tenido que inventar poco. En la figura del malvado visir Iznogud, que quería ser califa en lugar del califa, el bondadoso Harun-el-Pussa, tampoco, que vamos camino de las terceras elecciones.
A algunos de mis amados profesores, como digo, no los encuentro, pero no los olvido. Sí que he dado con don José García Templado, al que localizo en la Complutense, un verdadero lujo de profesor de Literatura, ya en el Instituto Tomás Navarro Tomás, que entonces era simplemente "el dos". Contagioso su amor por el teatro, cuyas pausadas lecturas y comentarios en clase usando bien encuadernadas antologías de Martín de Riquer, de tapas verdes si no recuerdo mal, han ejercido más y mejor influencia de la que él, —imposible que me recuerde—, podría nunca suponer. Siendo nuestro profe, cuando dió a luz su mujer, fuimos una comitiva a su casa en la calle Dionisio Guardiola a llevarles un regalo agradecido. Que nos llevara a ver Tirano Banderas al Teatro Circo y cuantas obras allí se representaban, me permite hoy recordar a actores como Manuel Dicenta en escena y a disfrutar del teatro y de la literatura. A él le escuché por primera vez nombrar a Chejov. Lo he encontrado en facebook y le he enviado una petición de sincera amistad, ya que no hay peticiones de agradecimiento en ese antro de perdición telemática.
De Ciencias sólo recuerdo bien a Sotoca, mi mejor profe de Matemáticas, orondo hermano gemelo del notario que escrituró la casa que aún estoy pagando. No sé si tuvo algún error, pero se me está haciendo eterno. Tampoco olvido a don Francisco Pérez, "Menos Uno" por mal nombre pero, más que en clase, en esas aulas con tarima para el dómine y grada para los pupilos, se me representa en la calle, de porte magro, gafas de Woody Allen, pelo crespo, canoso y algo enmarañado, traje también gris con el pantalón hasta medio pecho y el País bajo el brazo, rumbo al Milán, pues sólo estuve en su aula una hora, lo que duró el examen de matemáticas de primero de bachiller al que me presenté en convocatoria libre en septiembre. Tuvo sobrado tiempo con esa hora para calibrar mi ignorancia numérica y me suspendió como era su costumbre, aunque supongo que justamente, poniendo un borrón no repetido en mi inmaculado expediente. Cuando oigo hablar de polinomios, algo que siempre me ha sonado a cosa insana e infecciosa, bullendo llena de patas, me sale un sarpullido. Un logaritmo, aunque ya me parece algo más cantarín, también me da grima. Si es neperiano, por demás.
Pero, visto lo visto, no tengo la culpa de mi desafección hacia los números., pues compruebo hasta qué punto me gusta lo que me gusta, soy como soy y pienso como pienso gracias a estos entusiastas colegas docentes que nos inculcaron el aprecio por las palabras y el pensamiento, el disfrute de la lectura, el amor por la historia o el respeto y admiración por los restos del pasado. A alguno de ellos, coincidiendo en alguna cafetería, he tenido ocasión de darles un abrazo agradecido e intentar invitarlos a un café, sin pretender que reconozcan en mis restos a un muchacho que tuvieron en su clase cuando ellos tenian 30 años y yo 15 o 20 menos que ellos. En mis 38 años en la escuela siempre los he tenido en mente, intentando, dentro de lo posible, parecerme a estos profesores con los que he tenido la suerte de aprender.