Vista del teatro marítimo de la Villa Adrianea
El viajero que sueña con la visita a un vasto campo de ruinas en aceptable estado de conservación, que se encuentre en un lugar paradisíaco y que le ayude a evocar distintos escenarios del pasado, es decir, hacer un recorrido donde se mezclen los goces estéticos de la arquitectura más avanzada del Imperio romano, un entorno paisajístico privilegiado y los recuerdos de unos personajes históricos de primera fila, necesariamente ha de dirigirse a la llamada Villa Adriana de Tívoli, a unos 29 km. Al este de Roma.
La Vía Tiburtina lleva al viajero desde Roma hasta los montes Sabinos, donde el río Anius abraza a Tívoli (la antigua Tibur) y forma un paisaje de barrancos profundos, donde abundantes cascadas llenaban el aire de humedad y estruendo hasta que unas modernas obras hidroeléctricas han acabado con ellas. Los romanos ricos establecieron desde antiguo sus fincas de recreo en este lugar, actualmente, la arqueología ha revelado más de 200 restos de villas y otros edificios diversos por los alrededores de una industriosa ciudad que contó con importantes monumentos ya desde los tiempos de la República romana (templos, puentes, acueductos, necrópolis, foro, etc.).
Por estos lugares pasaron, entre otros, el emperador Augusto y su amigo Mecenas, o los poetas Catulo, Horacio y Propercio; muchos romanos ilustres establecieron allí sus villas, aprovechándola bonanza del clima, la riqueza de sus tierras y la abundancia de agua. Pero el momento de mayor esplendor fue durante el gobierno del emperador hispano Adriano (117-138 d.C.), quién eligió Tibur como escenario donde dar rienda suelta a sus fantasías arquitectónicas.
Busto del emperador Adriano
Adriano había cultivado la literatura, la historia y las matemáticas, entre otros sabores; sin embargo, siempre prefirió sobre todos ellos la arquitectura, materia en la que llegó a considerarse como un competente profesional. Ya en tiempos de Trajano, se dedicó a estudiar y criticar la obra del principal arquitecto del momento, Apolodoro de Damasco, atareado por entonces en la realización del Foro de Trajano en Roma. En cierta ocasión, Apolodoro llegó a expulsar de las obras al propio Adriano.
Tras su ascenso al poder, Adriano aprovechó una finca que su mujer, Sabina, poseía a unos 4 km. De Tibur para realizar su sueño como arquitecto. Allí existía una villa desde el siglo I a.C. y amplías extensiones de terreno donde realizar un grandioso conjunto de construcciones: palacios, termas, teatros, pórticos, bibliotecas, peristilos, canales y fuentes, cuyas imponentes ruinas constituyen la villa que Adriano mandó construir al pie del monte Rípoli. En un total de 56 hectáreas y en tan sólo 10 años de obras, se construyó el mas vasto grupo de edificios de carácter particular de toda la historia romana, integrando cada una de las construcciones con el paisaje y modificando éste en algunas partes. De este modo, Adriano diseñó por sí mismo y consiguió un escenario donde, en palabras de su biógrafo Espartiano, “hizo de esta villa cercana a Tívoli una maravilla de arquitectura: dio a sus diferentes partes los nombres de las regiones y lugares más célebres, por ejemplo, los del Liceo, Academia, Prítaneo, Canopo, Pecile, Tempe… y para que nada faltase, imitó hasta los infiernos”.
Maqueta
En realidad, el emperador construyó algo más que una villa; aprovechando las irregularidades del terreno y sus diferencias orográficas, trazó una verdadera ciudad de planta asimétrica, aunque organizada alrededor de dos ejes convergentes, y de más de un kilómetro de longitud por 500 metros de anchura. En todas partes y formando grupos, el emperador fue colocando todo tipo de edificios, unidos entre sí por avenidas, plazas y pórticos, aprovechando las desigualdades del terreno para organizar todo el conjunto urbanístico en terrazas escalonadas y zonas ajardinadas.
Hoy se puede observar que los edificios son distintos entre sí, con distintas formas; en realidad así lo había querido Adriano, pues pretendía reunir en su villa la arquitectura que a él más le había impresionado o que mejor podía ayudarle a evocar los múltiples viajes que realizó por todo el Imperio romano. De este modo, la Villa Adriana se convirtió en un compendio de la arquitectura del momento, especialmente la griega y oriental, más rica en formas y más acorde con el gusto personal del arquitecto-emperador. Se trata de edificios muy ricos y variados, con una serie de pórticos, peristilos y otras construcciones de todas formas y dimensiones. Las cúpulas de las grandes salas, las bóvedas redondas de las exedras alternan con los frontones triangulares de los templos, y las elevadas torres y las terrazas sombreadas por las parras se alzan por encima de los techos.
Teatro marítimo
En los primeros años de su gobierno mandó construir las dos Bibliotecas (griega y latina) y el llamado Teatro Marítimo: el núcleo de un palacio en miniatura, situado en una isla artificial y rodeado por un pórtico circular de 43 metros de diámetro. Un par de puentes giratorios permitían mantener la intimidad del dueño de la casa aislando las habitaciones del interior, dispuestas alrededor del pequeño jardín y una fuente. Junto al Teatro Marítimo se encuentran la Sala de los Filósofos (amplia habitación con nichos para esculturas), unas termas, varios pabellones y un edificio con tres ábsides y lleno de columnas, todos ellos unidos por un atrio dórico. Las diferentes plantas de los edificios y sus distintas alturas permitían realizar todo tipo de juegos de volúmenes en sus cubiertas: cúpulas, semicúpulas, bóvedas y lunetos convertían este primer núcleo de la Villa Adriana en algo único hasta entonces, imponiendo el predominio de la línea curva en todas las formas.
Canopus
En el extremo norte del conjunto se edificaron dos teatros, griego y latino, conservándose hoy sólo el griego. Al este del palacio se extendía un gran patio encuadrado en 68 columnas, del que hoy sólo quedan sus bases, así como canales (la Plaza del Oro), llamada así por la enorme cantidad de elementos decorativos hechos en metales preciosos, además de un elevado número de esculturas de primera calidad, muchas de ellas repartidas ahora en diversos museos. Al oeste del palacio se puede ver aún el gran Pecile, una amplia galería de pinturas completado por un doble pórtico orientado de forma que se podía pasear por él permaneciendo en la sombra a cualquier hora del día. Hoy destaca de él una muralla de ladrillos de 232 metros de longitud y 9 de altura, así como unos jardines en el centro.
Al norte y este del conjunto, tras un enorme ninfeo y una palestra, se extendían los jardines y bosques naturales. Como elemento de transición se dispuso un valle al que se denominó del Tempe, por recordar a aquel otro famoso lugar de la Tesalia. Al regreso de uno de sus múltiples viajes, en el año 125, Adriano inauguró el palacio con una suntuosa fiesta, en la que se hallaba el joven Antinoo, su acompañante desde que lo conociera en Bitinia. Las obras continuaron con la construcción del Vestíbulo, la Academia, el Odeón y la residencia de invitados, la Hopitalia.
Restos del área residencial y grandes baños
En el año 132, a la vuelta del viaje por Egipto en que murió el bello Antinoo, Adriano emprendió la última obra de su villa: el Canopo, en recuerdo de esta ciudad del delta del Nilo, unida a Alejandría por un amplio canal y donde se consultaba un famoso oráculo a Serapis. Para recordar su estancia egipcia, el emperador acondicionó el valle del suroeste con un amplio lago-canal de 220 metros de largo por 80 de ancho, rodeado de pórticos de columnas. Al fondo del valle se alzaba el llamado Serapeum, un edificio cubierto con bóveda de lunetos que servía para alojar un inmenso triclinio en cueva, adornado con sofisticados juegos de agua. Ante su fachada y entre las columnas que rodeaban el canal, las embarcaciones podían contemplar un gran número de estatuas, hoy sustituidas por unos vaciados de cemento. Había gran cantidad de copias de originales griegas, entre las que destacaban las Cariátides del Erecteion de Atenas, las Amazonas del concurso de Éfeso (se han identificado las que hicieron Fidias y Crésilas), varios dioses, silenos, representaciones del Nilo y del Tiber, y otras muchas más. Incluso había algunas en el interior del canal, sobresaliendo del agua. Así, Adriano había querido hacer de su villa una especie de museo de aquellas obras que más le habían satisfecho, al igual que también era un compendio de los estilos arquitectónicos que había tenido ocasión de admirar y estudiar a lo largo de sus viajes. Así, su creación le permitiría disfrutar de los principales monumentos de su Imperio; sin embargo, le quedó poco tiempo para ello. Terminada en el 134 d.C., el mismo año de su regreso definitivo a Roma, el emperador pasaría poco tiempo en su villa, pues murió en el 138.
Mosaico de las palomas (Museo Capitolino de Roma) y otro mosaico geométrico
Casi todos los edificios de la Villa Adriana estaban adornados con frescos, mosaicos y estucos, de los que aún el viajero puede ver jirones aquí y allá, como consecuencia de los diversos despojos que sufrió a lo largo de dieciocho siglos: Constantino se llevó de allí numerosas obras de arte, siendo luego devastada por los bárbaros; después sirvió de cantera y de albergue para una guarnición militar. Desde el siglo XVI se sacaron elevadas cantidades de obras de arte, muchas de las cuales figuran entre las favoritas del Museo Capitolino, del Vaticano y otros. En el siglo XVIII se frenó el pillaje de la finca: se plantaron entonces sus famosos cipreses y se realizaron las primeras excavaciones, sobre todo desde que el estado italiano comprara los terrenos a la familia Braschi, en 1871. Desde esas fechas, la Villa Adriana no ha cesado de ver aumentado el número de visitantes que pueden allí disfrutar de un verdadero “parque arqueológico”, un lugar evocador situado en las cercanías de Roma.
Para terminar, os dejamos dos videos de excelentes imágenes de esta espléndida villa de Adriano. También un enlace de una gran recreación virtual del Teatro Marítimo, hecha por Eduardo Barragán en su blog Itálica Virtual.