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viernes, 17 de agosto de 2012

Ventana al Arco Iris (6º Parte... Final)



Abrió los ojos con pereza, tenía la boca pastosa y el pitido de la nada seguía zumbando en su cabeza como una cascabel rayada, lo primero que vio fue el rostro de Lucrecia opacado por la luz parpadeante de un fluorescente. Cerró los ojos con nervio, los apretó por unos segundos y volvió a abrir. Su corazón se detuvo, al menos eso creyó. La siguiente andanada de aire que entró por su nariz fue helada, enfriando cruelmente las fosas nasales, laringe, estómago, pulmones. Un manto de petróleo de la Antártida.
            El rostro de José Luis estaba a un lado del de Lucrecia, sonreía por sobre la tablilla que sostenía mientras anotaba algo, luego sus ojos se volvieron para verlo directamente.
            –Puedo darme cuenta – le dijo abriendo apenas la boca. – A mi no me podes mentir.
            Se removió en el lugar.
            –Tus voces, son tus demonios y tus talismanes. Las oís, puedo darme cuenta.
           

lunes, 13 de agosto de 2012

Ventana al Arco Iris (5º Parte)



–Hola Mateo – oyó que le decían. La voz era calma, suave y raramente familiar.
Pero no abrió los ojos, los mantenía cerrados con fuerza.
–Estamos solos – le dijo. –Les he pedido que se fueran así podemos charlar un poco, tranquilos – Mateo no se movió, su respiración era más controlada, pero seguía aterrado. – Hoy has tenido un episodio en tu casa, con tus padres. ¿Te acordás de algo de lo que pasó?.
            La voz era tranquilizadora y su cuerpo comenzaba a agradecerlo, los agarrotados músculos se fueron aflojando a medida que las palabras entraban en él. Ya no sentía la opresión en el pecho, el griterío había disminuido casi por completo, pero seguían ahí.            Lentamente se llevó una mano a la nuca, dolía, supuso que debía tener una interesante marca.
           

miércoles, 25 de julio de 2012

Ventana al Arco Iris (1º Parte)


        –Ni se te ocurra.
            –¿Qué ni se me ocurra? Tiene que hacerlo
            –¿Y vos? no te quedes callada. Ahora no.
            –¡Basta!– gritó. Le dolía la cabeza y todo giraba a un ritmo vertiginoso, parecía solo un niño a quién su padre puso en unos zancos y se tambaleaba bajo la atenta mirada del tutor esperando que se desplomase para volver a subirlo. Cerró los ojos apretándolos con fuerza, ese no era momento para llevarse las manos a la cabeza y ensayar un grito como el del cuadro. Pero lo veía tan claro. No ahí, no era el lugar, no donde todos lo estaban viendo.
            –Dale, hacelo ya –lo apremió una de las voces.
            Abrió los ojos.