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lunes, 15 de octubre de 2012

Almas en el Humo (3º Parte de 5)





Le habían contado una historia en el patio de la escuela. Una historia en la cual no había reparado hasta ese momento.
Estaba sentado en la hamaca, con las manos sujetando las cadenas que lo balanceaban levemente. Frente a el estaba Manuel, y lo rodeaban los demás chicos que oían la historia en silencio, quizá con miedo. No como él que era católico y creía en Dios, en su poder de salvarlo de todos los males. Amén.
Manuel contó que antes de que su abuelo pisase la tierra para ararla, antes que el gran paraíso que se levantaba en medio del patio de la escuela mostrase sus primeras hojas; antes incluso que existiese el pueblo. Antes de todo eso había una pulpería, el dueño era Don Bermejo, un hombre que vivía solo, no tenía familia. Esposa, hijos nunca lo habían rodeado, vivía solo para su pulpería, solo para él.

viernes, 12 de octubre de 2012

Almas en el Humo (2º Parte de 5)



Creía que no había lugar que no hubiesen tapado, trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
Se secó el sudor de la frente, estaba íntegramente transpirado, la camisa pegada a la piel, los pantalones parecían pesarle toneladas y las botas ser de cemento.
Su hijo había intentado llamar a la policía, a la radio y a cada uno de los números de la libreta roja. Ninguno había contestado. Todo mientras su padre y su madre tapiaban las puertas y ventanas, junto con todo hueco visible y posible.
Fuera los murmullos se multiplicaban, los pasos distorsionaban el sonido de la brisa que entraba por debajo de la puerta.

jueves, 11 de octubre de 2012

Almas en el Humo




Creía que no había lugar que no hubiesen tapado, trabado ó atado; pero de todas maneras hacía un esfuerzo por recordar cada uno de los recovecos, ventanas, puertas, ventiluces y huecos posibles.
            Creía que no había más; pero...
            Fuera los sonidos de las pisadas sonaban rasposas sobre las tablas y el pedregullo que rodeaba la casa, olfateaba el polvo que levantaban fuera y que acompañaba la peste a podredumbre que se colaba por las hendijas.
            Cuando los vio estaba sentado fuera en el porche leyendo “Mil Soles Espléndidos”, sufriendo con las mujeres que vivían en la casa del zapatero, prácticamente encerradas en la prisión de su matrimonio y las celdas de los golpes del marido.