Había una vez un pez despreocupado y despistado. Creía que todo eran cosas buenas y no se preocupaba de nada. No hacía nada por nadie ni hacía caso a sus mayores, como a sus padres.
En el océano en el que vivía había dos zonas, una que era en la que vivían las especies pacíficas como los peces, los cangrejos o los calamares y otra en la que vivían tiburones.
Un día se adentró en el arrecife de los tiburones para hacerse el valiente. Ocurrió que un tiburón le vio y pensó ¡Hum! ¡Qué pez más bueno! Y trató de comérselo, le persiguió por todo el arrecife y ocurrió que con buena suerte el tiburón se quedó atrapado en una roca y el pez se escondió en unos corales para despistar al animal.
Cuando el carnívoro salió de la roca y vio que no estaba el pez, no se dio por vencido, estuvo buscándolo un buen rato, pero no lo encontró y por fin desistió y se marchó. Con esto, el pez aprendió que algunas cosas son peligrosas.
En el océano en el que vivía había dos zonas, una que era en la que vivían las especies pacíficas como los peces, los cangrejos o los calamares y otra en la que vivían tiburones.
Un día se adentró en el arrecife de los tiburones para hacerse el valiente. Ocurrió que un tiburón le vio y pensó ¡Hum! ¡Qué pez más bueno! Y trató de comérselo, le persiguió por todo el arrecife y ocurrió que con buena suerte el tiburón se quedó atrapado en una roca y el pez se escondió en unos corales para despistar al animal.
Cuando el carnívoro salió de la roca y vio que no estaba el pez, no se dio por vencido, estuvo buscándolo un buen rato, pero no lo encontró y por fin desistió y se marchó. Con esto, el pez aprendió que algunas cosas son peligrosas.
Y al fin se preocupó más por los demás.