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viernes, 13 de mayo de 2016

El sentido de la poesía



Tribuna para El Norte de Castilla








Poco a poco hemos construido, sobre lo ya dado, una realidad enormemente complicada; muchas veces lo pienso, ante los sucesos cotidianos de la vida, sucesos que me superan y que manifiestan mi pequeña condición. Tal vez ahí, entre otros momentos, interviene la poesía, y en sentido amplio, por supuesto, la literatura. Por una parte la poesía es bálsamo ante la dureza de la vida, por otra se alimenta de esa misma vida, y de esa misma dureza, para existir y desarrollarse, para expandirse, dentro de nosotros mismos, en nuestra alma, en la realidad, en nuestra interacción con ella.


La poesía interviene en la mirada, naturalmente, del poeta, y educa la mirada de sus lectores, poetas implícitos, aunque no escriban, porque se puede hacer poesía sin escribirla. La poesía lee el mundo de otra manera, y eso siempre ha sido así, no sólo en el mundo de hoy. Lo lee de diferente manera y lo expresa de distinta manera: hay una poesía, digamos, receptora, y otra emisora, las dos creadoras. La poesía es benefactora del ser humano en cuanto mejora al hombre pero también mejora el mundo, de forma directa e indirecta, a través de la acción de la persona y de la propia visión que esa persona arroja del mundo.


Parece un juego de palabras, cuando lo es también de realidades. La poesía crea y transforma, ahora no sólo en el papel, pero también en la propia realidad. Lo que vemos y sentimos de forma bella, profunda, distinta, sentida, poética acaba condicionando nuestra vida y nuestro espíritu. El arte flota en el aire, como una atmósfera: el artista lo percibe y percibiéndolo hace el ejercicio de expresarlo en otro lenguaje, que se funda con el primero, el puramente artístico, que es universal. Tal vez escribamos los poemas que ya existían en la realidad, confundidos con los seres y las cosas, pero que sólo al escribirlos conseguimos que se manifiesten, como fantasmas bienhechores, de tal modo que todos podamos verlos y disfrutarlos.


La pregunta, una de ellas, es cómo es nuestro mundo: ¿siempre ha sido así? Tan complicado, tan convulso, tan peligroso. Estamos rodeados de problemas; nuestra sociedad es más o menos confortable, aunque la muy fuerte crisis económica la ha golpeado poderosamente, pero aún así los enemigos nos rodean, la falta de dinero, de trabajo… precariedad es una palabra que puede definir lo que hemos vivido estos años, lo que parece que ya se está solucionando ahora.


Vuelvo a la idea anterior. A mi modo de ver la poesía, como el arte, del que forma parte o por lo menos forman la misma familia, no está sólo en el papel o en los infinitos soportes que tenemos hoy. No, eso es la manifestación de la poesía, la plasmación, la desenvoltura gráfica, literaria, de la poesía. Pero a mi modo de ver la poesía está en el mundo y en la forma que tenemos de mirarlo, de tocarlo, sentirlo, actuar en él y con él. La poesía, creo yo, no está sólo en la belleza, está también en cómo tratamos esa belleza, en cómo la recibimos y en qué hacemos con ella. Pero no sólo es belleza, es mucho más que eso, aunque la forma de expresarse resulte al final en algún tipo de belleza, porque también está en su contrario, en la fealdad, en lo negativo –antes hablaba de la dureza de la vida-, también está ahí, pero lo sublima. La muerte, que no consideramos precisamente como algo bello, o bueno, es uno de los grandes motores de la poesía y de la literatura.


La poesía es un juego también, una interacción, un revelado de lo mejor de nosotros mismos, algo en lo que intervienen muchos elementos. El poeta es el ser que capta algo especial, algo no vetado a las personas “normales”, pero que él ve, sí, siente, con extraordinaria intensidad y es capaz de formar en palabras, expresarlo. ¿Cómo lo hace? Con una facilidad, sin duda, según los casos, pero también con el desvelo de una técnica, el aprendizaje en los poetas que lo precedieron. Y un aprendizaje del mundo, de la visión, sentimiento y vivencia del mundo, en lo bueno y en lo malo, como un ser vivo entre los seres vivos, entremezclándose con la vida, como pedía Hemingway.


Pero el poema es muchas cosas, es contenido y es forma, parte lo recibe el poeta del exterior, parte lo cultiva en su interior. El poeta, además, sabe que no siempre acierta y que el gusto de los lectores no tiene por qué coincidir con su desvelo, que unas veces el fruto de su pericia es mejor y otras peor, aunque es probable que se deje guiar mucho por el gusto de esos lectores, ya que sospecha que la poesía cuando es realmente buena tiene una gran capacidad de llegar a los otros.


Tal vez el mundo siempre ha sido como es ahora, con diferentes medios tecnológicos, menos avanzado en ciertos aspectos, mejor o peor. ¿Cómo saberlo? Tal vez. Siempre, que yo sepa, se hizo poesía, una cierta forma de poesía. La poesía, decía José Hierro, dice más de lo que dice. Hoy más que nunca, nunca que quizá sea siempre, es necesaria la poesía. Por la propia supervivencia del poeta, que escribe por necesidad, mucho más que por vanidad, y por el bien de los que la leen. La poesía limpia el mundo, extrae lo mejor de él y se lo brinda a los seres humanos. Es obra, pues, muy humana, bienhechora, prometeica. Donde lata el corazón humano allí habrá poesía, también en medio de tempestades. Yo, que pienso que las crisis como la presente son terribles, creo que en lo literario pueden ser grandiosas.








Eduardo Martínez Rico


Escritor y Dr. en Filología











Publicado en El Norte de Castilla el día 9 de marzo de 2015


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martes, 19 de abril de 2016

MITOS, PREGUNTA Y RESPUESTA



Tribuna para El Norte de Castilla




Empecé a interesarme por los mitos sobre todo a raíz de un libro que escribí sobre La guerra de las galaxias, películas a las que dediqué hace poco una tribuna. Bien, los mitos y los cuentos de hadas son el trasfondo de estas películas, llamadas “el mito renovado” por el gran mitólogo Joseph Campbell, y de muchas otras películas, de muchas otras historias. Posiblemente el mito sea la historia con mayúsculas, por antonomasia. Todo depende de la trascendencia que tenga, o que le demos a esa historia. Y es que “mito” significa “relato”, “cuento”, y su periplo por nuestro devenir, nuestro ser, lo que sabemos de nosotros mismos es muy grande, complejo, fascinante.
Carl Gustav Jung relacionó los mitos con lo que él llamaba “arquetipos”, presentes en todos nosotros, artífices del inconsciente colectivo. De estos arquetipos, palabra que etimológicamente procede de “fuente”, “origen”, manaban los mitos. Los mitos son el origen de todas las historias, de las reales y de las inventadas, de lo que somos y de lo que queremos ser. Gracias a los mitos –los mitos, según Campbell, o son “modelos” o no son nada- conseguimos realizar hazañas esplendorosas, fuera de nuestro alcance si no fuera por ellos. Relacionan nuestra vida interior y la exterior, y son una muestra de que la especie humana está mucho más unida de lo que a veces parece. El héroe de las mil caras, de Campbell, libro que cambió la vida a George Lucas, creador de La guerra de las galaxias y de muchas otras películas y producciones, ese libro muestra al lector cómo en muy diferentes partes del mundo, en muy diferentes culturas, el hombre utiliza patrones similares para responder a sus grandes incógnitas. Porque, como recuerda Jung, el hombre primitivo recurre a los mitos no para que le digan lo que ya sabe, sino lo que no sabe, y a menudo lo que le atemoriza, y lo hace en forma de relatos. Finalmente, el hombre primitivo, el hombre, crea mitos porque los necesita.
Lo curioso es que esos mitos pueden tener un origen real. Es decir, unos mitos alimentan a otros mitos, como de hecho ocurre, por ejemplo, con Alejandro Magno, gran admirador del héroe Aquiles –dormía, nos cuenta Borges, con la Ilíada y un puñal debajo de la almohada-, que inspirándose una y otra vez en él consigue superarlo y atravesar, él mismo, su propio proceso mitificador. Personajes reales pasan a la leyenda oral, o a la tradición escrita, o antes o después a la Historia –la Historia puede ser mitificadora… y es un “relato”-, y hoy al cine, por ejemplo, y a todos los modernos dispositivos que vamos creando.
El caso del Cid lo conozco un poco porque escribí una novela basada en él. Muchos niegan hoy su existencia real. Ramón Menéndez Pidal se esforzó por darle esa encarnadura histórica, La España del Cid, maravilloso libro. Pero el Cid vivió en los romances, en el Cantar de Mío Cid, y en esta obra fue utilizado por motivos políticos. Ya era raro que sobreviviera a la Historia porque lo normal es que ésta, en su tiempo, sólo se ocupara de los grandes personajes, prácticamente sólo de los reyes. El caso del Rey Arturo me recuerda al del Cid, aunque su historicidad parece mucho más difícil. Pero su mito flota y se elabora también en la literatura, como el de Alejandro en su tiempo. Ya tenemos hoy problemas, leyendo libros y artículos para saber cómo es un personaje real, contemporáneo, un personaje, digamos, destacado, imagínense ustedes cuando ha pasado un milenio, o varios, entre ellos y nosotros. El hombre se convierte en personaje, el personaje en héroe, de muy diferentes tipos, y el héroe en mito. Pienso que precisamente esas distancias temporales son las que aprovecha el mito para reforzarse, para afianzarse en torno a un personaje, una historia, un fenómeno, etc.
Una relación muy interesante, clave, es la que une al chamán con el mundo del mito. El chamán, en culturas primitivas, era el que tenía el don de contactar con los muertos, de sanar a los enfermos, de realizar conductas milagrosas. También de crear historias, historias que vienen de ese gran limo de la mitología, con la que conecta, para producir sus propios mitos, relatos que impactarán en los oyentes, que los visualizarán y que cambiarán su conducta. Robert Walter nos dice que un cuento bien hecho, pero un cuento normal, encanta, nos encanta, dice, pero no entra en lo más profundo de nosotros ni cambia nuestras conductas. El mito sí. Los mitos se mueven del mundo exterior al interior. Alimentan a los privilegiados que saben captarlo, privilegiados que a su vez elaboran con esta inspiración y su don, digamos, sus propios mitos, historias, relatos, modelos, que condicionarán a su vez a otras personas. Hoy esos chamanes recuerdan poderosamente a los escritores y artistas, especialmente diría a los escritores –una forma de artistas-, tal vez porque los conozco mucho mejor. Campbell, maravillosa frase, decía que el mito era el sueño despersonalizado, mientras que el sueño era el mito personalizado. Aquí vemos, perfectamente explicado y sintetizado, ese recorrido, comunicación permanente entre el mundo personal y el de toda una especie. Pues todas nuestras historias nos cuentan a nosotros mismos, lo que sabemos y lo que no sabemos, que los mitos desvelan o ayudan a saber. Los mitos también son acción, nuestra, porque animan a actuar, y me gusta visualizarlo.

Eduardo Martínez Rico

Escritor y periodista




Publicado en El Norte de Castilla el 20 de noviembre de 2014










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martes, 5 de abril de 2016

Sobre héroes


Tribuna para El Norte de Castilla

En una ocasión mi amigo y compañero de facultad el profesor Daniel M. Sáez Rivera me dijo que se había dado cuenta de que yo siempre escribía sobre héroes. Puede que en mis libros esto sea cierto, o bastante aproximado, y es verdad que, como a casi todo el mundo, me fascinan los héroes. De hecho me siento muy identificado con Borges cuando decía que a él le hubiera gustado ser el héroe y no el que contaba las sílabas, las sílabas del poema que cantaba a los héroes. A mí también, sinceramente, me hubiera gustado ser el héroe, y no el cantor. Pero tal vez no, si lo pienso bien, pues siempre he sido gran lector y desde pronto me gustó escribir.
Reflexionando sobre este tema para una tribuna me he percatado de muchas cosas. Como hago siempre que una palabra me intriga especialmente, acudo a la edición que tengo del Diccionario de la Real Academia Española, que ofrece distintas acepciones de héroe. La que más me satisface, en este caso, es la siguiente: “Varón ilustre y famoso por sus hazañas y virtudes”. Esto significa un concepto muy amplio de héroe, que lo aleja, en cierto modo, del prototipo que todos tenemos en la cabeza, el que ha difundido la literatura y el cine. Los héroes suelen ser fuertes, jóvenes, guapos, con grandes cualidades. Pero no todos son así. A mí me llama la atención cómo últimamente se insiste en la literatura y en la pantalla en héroes en principio muy débiles, lo que da mayor mérito y valor a sus hazañas; así por ejemplo los hobbits de El señor de los anillos o el personaje de Willow en Willow, también un enano. Es decir, el peso de la aventura recae en los que en principio tienen menos capacidad para llevarla a cabo, y así suele suceder en la vida –y esto me importa mucho-: tal vez solemos minusvalorarnos y pensar que poseemos menos capacidades de las que tenemos finalmente, y es que el ser humano atesora grandes fortalezas, muchas veces sorprendentes, en primer lugar para nosotros mismos.
Otro día el mismo amigo, el profesor Sáez Rivera, me preguntó qué era un héroe para mí y yo contesté, a bote pronto, que era alguien que se sacrificaba por los demás, y alguien que vencía sus propias limitaciones, porque, le decía a mi amigo, qué mérito tiene sobresalir, brillar, en donde tenemos nuestras fortalezas… Pero tal vez, como en tantas cosas, yo me equivocaba, porque aunque tengamos mucha facilidad en algo, es muy posible que nuestras empresas se vayan complicando a medida que desarrollemos nuestras propias capacidades, con lo que sí que tiene mérito realizar esas empresas.
He estado reflexionando sobre los héroes de la literatura y del cine, también del cómic, que son, todos ellos, los que mejor conozco. Pero también he reflexionado sobre los héroes de la vida real, los héroes de la Historia, y los “héroes cotidianos”, como diría mi amiga Pilar Jericó, que tiene un libro muy interesante sobre esto. Y he encontrado que un héroe, o heroína, para mí, generalizando, es aquella persona que piensa antes en los demás que en sí mismo, en tantas circunstancias de la vida, y así encuentro que ser padre, quizá más todavía madre, es una forma de ser héroe, pues un padre o una madre tiene que pensar, generalizando, antes en sus hijos que en sí mismo, para sacarlos adelante. Es posible que a esto no le demos toda la importancia que tiene porque la naturaleza nos ha hecho así. Entonces, ahora que lo pienso, encuentro que la naturaleza, que es verdad que es sabia, nos hace de tal determinada manera que el comportamiento heroico entra en nosotros, en nuestra propia forma de ser, y actúa.
Pero claro, al margen de esto, hay otros tipos de héroes, muchos tipos de héroes. El gran mitólogo Joseph Campbell estudió muchos de ellos en libros maravillosos como El héroe de las mil caras, que tanto inspiró a George Lucas para la creación de La guerra de las galaxias. Yo encuentro, claro, que los misioneros son héroes, que los santos son héroes, y que hay muchas profesiones que ejercidas de una determinada manera, confieren el calificativo de héroe a los que la ejercen. Seguramente tantos médicos, profesores, tantos profesionales… son héroes. El héroe, me parece a mí, pensando en los demás antes que en sí mismo –y quien escribe esto es un gran egoísta-, se levanta de su condición puramente humana y se convierte en un héroe, porque el pensar en los demás antes que en uno mismo lleva a actuar, a hacerlo de un modo muy especial. Y sí, pienso que también nos elevamos cuando superamos alguna o muchas de nuestras limitaciones y vamos más allá de lo que pensábamos que éramos nosotros mismos, para ser alguien  mucho más completo,  pleno y servicial para los otros, para nuestros semejantes y también para el mundo que nos rodea.
La épica, que tanto se ha ocupado de héroes, y de dioses, no en vano llamaba héroes a los hijos de dios y de mortal, no explotó, que yo recuerde ahora, esta posibilidad heroica, cosa que sí ha hecho la novela y el cine modernos. Sin duda Superman piensa más en los demás que en sí mismo, y también Batman, y también Spiderman, superhéroes del cómic y del cine. Si no no harían lo que hacen. Pero sin duda son héroes también los que no lo parecen tanto, los que realizan acciones heroicas, grandes y pequeñas, mostrando cualidades que no sospechaban tener, cuando ellos no lo podían esperar, probablemente tampoco muchos de sus semejantes.

Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología

Publicado en El Norte de Castilla el 12 de mayo de 2015










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viernes, 11 de marzo de 2016

DON QUIJOTE, VIVO

Tribuna para El Norte de Castilla


La vitalidad de Don Quijote, personaje de ficción que ha traspasado las propias fronteras literarias para disfrutar una especial condición, la de ser vivo que permanece ya en una especie de eternidad, la vitalidad de Don Quijote, digo, se muestra muy bien en este año en que celebramos el cuarto centenario de su segunda parte. Estamos de enhorabuena, estamos en época cervantina, ya que el año que viene celebraremos el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, ese hombre que a veces da la impresión de que sacrificó una vida de penurias para alumbrar una de las más grandes obras de la literatura universal.
Pero lo que ahora me llama la atención de Don Quijote, al lado de los centenarios, que parece que tienen algo de inerte cuando lo que consiguen, a mi entender, es traer a la actualidad a un personaje, a un escritor, o una obra de arte… lo que me llama la atención es que Don Quijote ha estado vivo desde que Cervantes colgó su pluma y pidió que nadie más la levantara para que Don Quijote no volviera al camino, y por eso, al final de la obra, Cervantes “mata” a su personaje y lo deja en la cama, con los deseos, por cierto, de Sancho Panza, que le pide a su amo volver a las aventuras, pues Sancho se ha contagiado de la locura de su señor, locura lúcida, mientras que Don Quijote muere cuerdo. En toda la segunda parte funciona poderosamente la presencia del Quijote de Avellaneda, el Quijote apócrifo, la segunda parte falsa que apareció después de la primera parte de Cervantes para aprovecharse del gran éxito que ésta tuvo.
Sí, Don Quijote está vivo. ¿Y por qué lo está? Está vivo, en parte, porque todas las épocas lo han hecho suyo, para aceptarlo, enaltecerlo o rechazarlo, casi siempre enaltecerlo. Está vivo porque penetra precisamente en los seres de carne y hueso de todos los tiempos que lo leen y lo hacen suyo. Así fue un gran éxito de público cuando se estrenó, un best-seller que apenas dio dinero a Cervantes. Fue un éxito internacional. Llevaba en su semilla toda la literatura española de la época, la reciente y la pasada, y también de la universal, pues Cervantes era un grandísimo lector, y yo creo que esto es clave para entender su obra, para entender cómo pudo escribirla. Como suele ocurrir en los escritores, vida y literatura, están íntimamente relacionadas, hasta un punto en que son inseparables, en que los libros leídos, sobre todo algunos, forman parte de la propia vida. Es verdad que sólo conociendo, lo que se puede conocer –la vida de Cervantes está llena de lagunas-, la existencia de este personaje huidizo y fascinante que es Cervantes, así como lo que leyó –que se manifiesta claramente en su obra-, se entra en la complicidad de esta escritura.
Pero hay algo que me parece importante: ¿qué tiene que decirnos a la España de hoy, a la sociedad actual, Don Quijote? Vivimos un mundo difícil de entender si lo miramos desde dentro. A menudo pienso que este mundo es muy diferente al de mi infancia, y me gusta mucho menos. Creo que es un mundo más deshumanizado, donde la tecnología está por ver que sea más una ayuda que un perjuicio para muchos seres humanos, personas que pierden sus empleos con pocas esperanzas de lograr otros. Don Quijote, que al final de su vida reconoce que ha estado loco, realiza bellas empresas, aspira a hacer el bien, y sin embargo se le llama loco. El problema, más bien, no es lo que hace, sino por qué lo hace. Se cree un caballero andante, y los caballeros andantes eran los grandes héroes, o superhéroes, de la época. Es como si hoy alguien se enfundara las mallas de Superman, o Batman, o Spiderman, y aspirara a lograr sus hazañas. Lo loco no sería hacer lo que hacen ellos, básicamente luchar por el bien, sino creerse esos personajes de ficción, con las consecuentes escenas cómicas que eso entrañaría. Y los desastres. Eso es lo que le ocurre a Don Quijote. Pero el fondo, digamos, de sus acciones es bueno, irreprochable.
En este aspecto, creo yo, no ha cambiado mucho la sociedad española. Los enemigos de Don Quijote siguen siendo los mismos, porque en el fondo son abstracciones, ideas, ideas concretadas en personas y cosas, que tal vez son distintas a las de entonces pero que, a fin de cuentas, siguen siendo las mismas, porque funcionan igual.
El Quijote fue más allá de sí mismo pronto. Cervantes se propuso parodiar las novelas de caballerías, y lo consiguió. Pero mientras fue tejiendo su sátira entraron otros elementos en el telar. Por ejemplo, la España de la época, con sus características y personajes, con su problemática. Una España que había vivido la gloria de ser un Imperio, pero que ya estaba en decadencia. Cervantes, con su loco hidalgo y su sanchopancesco escudero habla de nosotros sin quererlo, habla del idealismo y del realismo de la nación española, y entabla un riquísimo diálogo a lo largo del camino, un diálogo formado sobre todo entre Don Quijote y Sancho pero al que van uniéndose muchos otros personajes. Cervantes sólo sabía de una cosa más que de literatura: de la vida. Y en el Quijote nos habla profundamente de la vida. Don Quijote está vivo porque se mueve en un ámbito, el propio libro, que es todo vida. Una vida de la que tal vez nos contagiamos nosotros al leerlo, al pensarlo, al llevarlo dentro. El Quijote está vivo también porque lo están sus lectores, de generación en generación.




Eduardo Martínez Rico
Escritor y Dr. en Filología











Publicado en El Norte de Castilla el día 2 de junio de 2015.


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lunes, 23 de noviembre de 2015

VIDA, MUERTE Y TRANSFORMACIÓN DE LA NOVELA


Tribuna para El Norte de Castilla



¿Está muriendo la novela? Últimamente he oído hablar mucho de esto en conversaciones y debates. No creo que la novela esté muriendo. Más bien parece que la novela se está transformando, como siempre lo ha hecho desde que surgió. ¿Cuándo surgió? El tema es muy controvertido; se puede fijar el origen en Grecia, antes de Cristo, en la Edad Media o ya con el Lazarillo de Tormes, incluso con el Quijote. La novela se asocia a momentos de decadencia, y es cierto que algunas voces, en nuestro mundo, proclaman que estamos en decadencia. Tal vez. Supongo que habría que preguntarse desde qué puntos de vista podríamos decir que lo estamos. Habría que ver si en lo esencial que caracteriza al hombre, o debería caracterizarlo, estamos en decadencia.

Creo que la novela es esencialmente humana, como toda la literatura en general. La novela no sólo deleita, entretiene, divierte al ser humano, que es lo que éste suele buscar masivamente en las librerías y en los grandes almacenes, o en Internet, sino que hace que se interrogue a sí mismo, que profundice en el mundo, y en su propio mundo, convirtiendo todo este proceso en arte. Hay arte en el autor y lo hay en el lector, que recrea y completa la obra al leerla. Así me lo recordaba el novelista Antonio Prieto en una entrevista. Esto va más allá del puro deleite, pero lo puede incluir, con mucha fuerza. Todas las funciones de la novela son perfectamente legítimas, y además complementarias.

Pero la novela alcanza una ambición mayor cuando trasciende ese propósito de deleitar, y busca algo más, perseguido tanto por el autor como por el lector. Ambos son seres humanos que quieren conocerse a ellos mismos -“conócete a ti mismo”, según la máxima de Delfos- y conocer el mundo, también a los otros. La novela es un instrumento para ello. La literatura hace arte de todo aquello que está al alcance de cualquier persona. La lengua, en manos del escritor y del lector, crea, imagina, profundiza, comunica.

Mientras seguimos las peripecias de nuestros queridos personajes, que realizan actos que nos interesan porque están hechos a imagen y semejanza de las personas de carne y hueso, de nosotros mismos, la novela, sutilmente, nos está proporcionando muchos otros contenidos. Contenidos que tienen que ver con la vida, con nuestra vida, con los problemas del hombre, particulares y universales. Con nuestros anhelos y aspiraciones, nuestros sueños. Ya decía Joseph Campbell, el autor de El héroe de las mil caras entre muchas otras obras, que el mito es el sueño despersonalizado, mientras que el sueño es el mito personalizado. “Mito” significa “narración”; de los mitos manan todas las historias. En este caso considero que “mito” se puede intercambiar por “novela”, que no es más que una narración extensa ficticia, fingida, pero con un anclaje en la realidad. Sí, la novela tiene mucho de sueño, y también mucho de mito.

No, no creo que la novela, ni mucho menos esté muriendo, pero se va transformando. Y lo hace con la vida, con la Historia. Viaja con nosotros, se viste nuevos trajes; su esencia permanece, pero también se enriquece. Igual que nuestra ropa, nuestros coches, nuestros aviones, la propia forma que tengo yo de escribir estos artículos o mis propias novelas –múltiples ordenadores, nuevos procesadores de textos-, van cambiando. Pero ese cambio también cala en mí como novelista, y en el propio género. No creo que la novela sea algo obsoleto, de ningún modo; prueba de ello es que sigue alimentando al cine de forma continua, hasta tal punto que parece que no hay –exagero un poco- buena película que no esté basada en una novela. La novela es un proyecto creativo previo, desarrollado, elegido, o no, por los cineastas, para hacer una película.

Al hombre le interesa el hombre, y también por eso hace literatura, alimento de sí mismo, muy espiritual pero también muy racional, intelectual. El ser humano vive inmerso en una narrativa, abierta, y, según se ha dicho mucho, con poco sentido. Da la impresión de que sólo tiene sentido su vida si se lo da otro, un tercero, otra persona o incluso él mismo. También un escritor, en el caso improbable –aunque posible- de que escriban una biografía sobre él. Algunos, en efecto, dicen que la vida no tiene sentido. Desde luego las novelas, obra cerrada, por muy abierto que sea su final, sí lo tienen. Y la novela, de algún modo, es la vida de todos, el mito despersonalizado, muy capaz de personalizarse en cada uno de nosotros a través del milagro y la experiencia de la lectura.

El hombre busca leerse en su literatura favorita, muy especialmente en las novelas, una literatura tan a su alcance, casi tanto como el cine, que de algún modo la ha sustituido, parcialmente, ambas complementarias, alimentándose el cine de la novela. Pero la novela, en este proceso de transformación, también se ha alimentado del cine, modernizándose, y ahora se está aprovechando de Internet. Ante nuevos medios, ante nuevos géneros, es fácil proclamar la muerte de lo anterior. Demasiado fácil, apresurado y erróneo. Pero el hombre es un ser creador, y la novela, por ser tan abierta y generosa, y tan gustada, le ofrece posibilidades insospechadas. No puede morir algo tan vital, ágil y atractivo.

Pasará el tiempo y seguiremos escribiendo obras muy distintas a las actuales, pero muy proclives a recibir la denominación de “novela”.


Eduardo Martínez Rico 
Escritor y Doctor en Filología

















Tribuna publicada en El Norte de Castilla el 17-XI-2015

viernes, 27 de marzo de 2015

FABULANDO LA HISTORIA




         Quizá  sea la novela histórica el género literario más popular que existe hoy. Actualmente sólo, por lo que parece, la novela negra le hace sombra en cuanto a número de lectores y pasiones desatadas, y se da bastante la mezcla entre ambos géneros, como ya se produjo en la famosísima El nombre de la rosa.
         ¿Por qué gusta tanto la novela histórica? Durante algún tiempo yo encontraba una respuesta muy clara a esta pregunta, aunque no tiene por qué ser la correcta. A los lectores nos gusta mucho el pasado, la Historia, nos apasiona, sí, pero los libros de Historia son muy difíciles de leer, en general, y por otra parte en ellos la Historia no tiene el volumen de vida, acciones y diálogos, por ejemplo, que sí puede tener una novela histórica. Efectivamente, en los libros de Historia está el pasado, muy detallado, minuciosamente estudiado, pero la vida se encuentra mucho más en la novela histórica, y gracias a que ésta fabula, sobre el pasado, se halla con tanta fuerza la vida. Una vida que es cruce de lo que alguna vez fue presente y la invención de sus autores, pues sólo para levantar a esos personajes y esa acción el novelista histórico tiene que inventar.
Pero atención, los libros de Historia sirven a los autores de novelas históricas para escribir sus libros, para levantar los decorados y las figuras que luego emocionarán a los lectores. Digamos que los historiadores y los novelistas encarnan funciones muy diferentes, pero que se encuentran en el camino, el camino de la lectura, del pasado, de la literatura y la Historia.
         Carlos García Gual, gran filólogo y buen conocedor de las novelas históricas, recuerda que se las ha tachado de “género bastardo”, en cuanto a que sus padres son la Historia y la novela, la ficción, en principio conceptos opuestos. La novela inventa, fabula, imagina, “miente” –“la verdad de las mentiras” que decía Vargas Llosa-; la Historia registra, analiza, interpreta, estudia. Sin embargo la novela histórica es un feliz resultado de esta unión. La novela histórica tiene cierta libertad para jugar con la Historia, pero debe ser fiel al marco –esto me lo destacaba mucho José Luis Olaizola-, ofrecer un decorado verosímil, como verosímil tiene que ser el comportamiento de todo su mundo, incluidos los personajes. Generalmente ya le pedimos verosimilitud a una novela normal; en la novela histórica tiene que guardar ese tipo de verosimilitud, la que hace que el lector se crea el mundo de la novela, como en cualquier relato ficticio, pero también en este caso que acepte con naturalidad la ambientación histórica.
         Una buena novela histórica pone en pie a los personajes, sus conflictos, los suyos y los de la época, que en todo o en parte pueden ser los mismos. La novela histórica se puede centrar en las grandes figuras del pasado, o puede escoger a personajes secundarios, volverlos principales, como ha hecho con tanta frecuencia la novela moderna. O puede hacer convivir, como es frecuente, a unos y otros en el mismo relato.
         ¿Y cómo actúa el novelista para hacer una novela histórica? Contaré mi experiencia con Cid Campeador y con otras novelas históricas. Es fundamental conocer la época y los personajes históricos, de todas las formas a nuestro alcance. Todos los esfuerzos serán recompensados. Conviene seleccionar bien los libros sobre el tiempo y el personaje que hemos elegido, consultando a expertos y libreros. No hay escritor, o buen escritor, sin un buen lector, en mi opinión. Hay que leer mucho, en este caso mucha Historia. Para coger el tono en la escritura es muy bueno leer literatura de aquella época, o, para darle un tono antiguo, el más adecuado al relato que queramos escribir. Para una novela ambientada en el Siglo de Oro no sería mala idea leer el Quijote, lo que produciría, normalmente, una sutil mezcla en nuestra narración entre la prosa de aquella época y la de la nuestra. Si el artificio, que es tan natural, resulta eficaz el lector leerá con placer nuestro libro. A mí me gusta también leer, por ejemplo, Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, o Ivanhoe, del gran Walter Scott, pionero de la novela histórica –aunque la novela histórica ha tenido muchos y muy antiguos orígenes-, para que mi narración se impregne de su narrativa ágil, amenísima y a la vez bella, muy eficaz. Francisco Umbral decía que cuando escribía novelas leía novelas “para no dispersar la cabeza y porque siempre se aprende algo”. Es muy buena idea, mientras nos documentamos y mientras escribimos nuestro manuscrito, leer las grandes novelas y los grandes novelistas, porque sin duda éstos ejercen un influjo beneficioso sobre nuestra obra. No hay que olvidar que el escritor puede elegir sus influencias, que no sólo son algo involuntario o no premeditado. El escritor, en este caso el novelista, elige en buena parte los caminos por los que quiere transitar.
         Por último diré que ayuda mucho visitar los lugares de nuestra novela, siempre que se pueda. Hoy en día Internet nos ofrece muchas facilidades, proporcionándonos mucha información y maravillosas imágenes, pero nada de esto es comparable a la visita personal a los espacios que queremos recrear en nuestra novela. Aunque sea en pequeños detalles, tan importantes, merece la pena coger la mochila y realizar pequeños o grandes viajes histórico-literarios para documentarnos. Aparte de que son un gran placer.





                                               Eduardo Martínez Rico
                                               Escritor y periodista


Publicado en El Norte de Castilla
8-7-2014