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La
línea descendente que marca el declive mostrado por la TV, no sólo se
manifiesta en momentos ruborizantes —como arrojar (proto)tipos a una piscina, en una humillante y renovada “parada de los monstruos”—,
sino que, de modo más preocupante, la ficción (hablo de la americana, por
supuesto), servida a domicilio (y seriada), ha perdido su capacidad para
mostrar referentes válidos.
Pongamos
que intento averiguar qué es un equipo.
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Lo mejor del
trabajo en equipo es saber que tienes a otros de tu lado y que, todos, pueden
llegar a pensar como uno sólo.
Un equipo se
mimetiza, consigue mirar siempre en la misma dirección y también, siempre,
consigue ver lo mismo.
Después de
cuatro años, el equipo avanza, ya, como una sola persona, y una sola mente.
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"Un gran equipo sería algo así" Foto: lumaxart |
Quizá
no entiendas por qué se plantea la evolución apoyada en torno a ciclos de
cuatro años.
Yo
tampoco.
Sólo
puedo esgrimir, en mi defensa, que es una cita textual, extraída de un anuncio
(que acompaño, para que, los suspicaces, puedan realizar las comprobaciones pertinentes).
Así
que, ya sabes: delego toda la responsabilidad en Patrick Jane, antiguo feriante, hoy colaborador de la policía y
conocido, urbi et orbe, como “el mentalista”.
De
forma más apropiada: en su publicista.
Y,
concretando todavía más: en TNT (España).
Seré
más claro, exponiendo de forma diáfana mi propósito: refutar su tesis y
convencerte de que es un charlatán de feria, un tipo peligroso; de los que
hablan y hablan y no dicen nada.
Un
aprendiz de político.
Una
escoria social.
Un
paria.
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—Pues a mí me resulta simpático.
—Y a mí también, pero eso no significa que sepa de lo
que está hablando.
—Cambia de canal.
—Eso voy a hacer.
—Pero no pongas fútbol, anda...
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La
otra gran ficción televisada.
El
deporte.
El
fútbol, para ser exacto (y sus triquiñuelas).
Esa
estrategia desplegada de forma permanente por los que se colocan a la sombra de
los llamados astros (no de los que se ocupa Sandro Rey) y que consiste,
básicamente, en el examen minucioso del gesto. El análisis ad nauseam de cualquier detalle, por nimio que sea, para ampliar la
repercusión y el alcance de los nuevos héroes de la modernidad: las estrellas
del balompié.
No
lo son [héroes,
me refiero] por su deseo desinteresado de contribuir a la defensa de causas
justas, o por su empeño en alcanzar un anhelo duramente perseguido.
No.
Se
mueven por su propio interés: la búsqueda de la riqueza y la fama [ese reverso
siniestro asociado al reconocimiento ajeno de las gestas individuales].
Todos
creen que llevan dentro al nuevo Messi
y que conseguirán que su padre (y el resto del clan) abandone el ostracismo y
la pobreza.
Un
modelo (defendible
en ocasiones), pero que acarrea peligros al tratar de trasponerlo a otros ámbitos,
cuando, algunos, se empeñan en que se convierta en una forma de vida paradigmática
(y de entender el mundo y las relaciones sociales).
Por
decirlo claramente: el espíritu de superación, el deseo de integrarse en
colectivos, el trabajo en equipo, la competición como forma de estimular el
deseo de perfeccionamiento, son buenos y deseables. Pero, estructurar la práctica
del deporte en torno a victorias (y derrotas),
no debería ser
la forma excluyente de entender la superación personal y colectiva.
Más
aún, con total rotundidad: nunca llegará a ser la única forma de entender las relaciones.
Más allá de la competitividad (entendida como la forma de vencer a la competencia),
permanecerá la colaboración (en la que, todos, según sus capacidades, contribuyen a alcanzar objetivos
compartidos, abordados con miras de mayor alcance y trascendencia).
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"Orquestando un trabajo conjunto" Foto: miss mass |
La
búsqueda (individual) del virtuosismo se incardina en un esfuerzo (plural),
organizado y sincronizado, que se manifiesta en una viva demostración de
talento. No requiere de vencedores (ni vencidos), pero atiende, igualmente, a
un alto nivel de sacrificio y exigencia.
Mueve
(y conmueve) a cualquiera que se interese.
Algunos
lo llaman arte.
No
importa su nombre.
Para
que funcione correctamente, sus miembros deben trabajar en equipo.
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¿Cuáles
son las características esenciales de un equipo?
Reducidas
a su mínima extensión, son dos:
— Son plurales. Formados por varios; cada uno, con su
propia identidad.
— Buscan alcanzar un objetivo común.
Una
definición para subrayar:
“Grupo de personas que trabajan
coordinadas en una empresa común. Muestra su eficacia alcanzando los
resultados previstos”.
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— ¿Podrías poner un ejemplo?
— Por supuesto.
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Si tiene
usted algún problema y si los encuentra, quizá pueda contratarlos.
Entre
1983 y 1987 (en USA) mostraron de lo que eran capaces. En España, hoy mismo, te
los puedes encontrar, sin que tengas que, necesariamente, estar buscándolos.
Pueden
suponer un problema —por su ingenuidad sonrojante—, aunque, en una velada
insomne o un domingo sin planes, despiertan esa complicidad reservada para los
amigos antiguos, a los que, a fuerza de conocerlos, se les termina perdonando
todo.
Son,
todos lo admitimos, un equipo.
Eran:
John
“Hannibal” Smith (En España, Aníbal). El ideólogo del grupo. Fumaba habanos y sentía predilección por disfrazarse
ante desconocidos.
Templeton
“Faceman” Peck (aquí, Fénix).
Apuesto. Seductor. Un galán. Todo ingenio y descaro. Un conseguidor.
H.
M. “Howling Mad” Murdock. Para
Barracus, una pesadilla. Para el resto del mundo, un loco. Él se sentía
comandante de sus (delirantes) sueños.
Bosco
Albert “B. A.” Baracus” (para
nosotros, “M A Barracus”). Su mote (“mala
actitud”) se justifica en su incapacidad para mostrar sentimientos, más
allá de los que pueden expresarse en un gruñido. Su gran corazón (y sus nobles
intenciones), se ocultaban bajo el vestuario estándar del Carrefour fin de siècle (zapatillas
deportivas, pantalones de chándal —o petos— y camiseta de tirantes). Su
atracción por el oro se convierte en garantía de un trapecio hipértrofe. El
pelo, a cepillo, es la única diferencia apreciable con un Rafa Mora sometido a una sesión intensiva de rayos UVA.
En
la vida real respondían a otros nombres.
George Peppard, Dirk
Benedict, Dwight Schultz y Mr. T. En la primera temporada, les
acompañaba una periodista, interpretada por Melinda Culea. Su nombre incluye todas las claves para que puedas averiguar,
por tu cuenta, los motivos de su contratación.
La
otra cara del equipo A (según La hora
chanante).
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Utilizar,
de forma provechosa, las diferencias entre los componentes del equipo, será
ineludible. Si se combina con otro estilo de
liderazgo, distribuido —en el que todos los miembros adquieren relevancia y
deben ejercer su aportación particular en la persecución del objetivo común—,
estaremos construyendo un modelo diferente, mucho más interesante y
responsable.
Así
podremos adoptar a Barracus. Su
tótemica figura resulta imponente, presidiendo el salón familiar; mejorando el desvaído porte de Patrick Jane,
vistiendo un terno, y tratando
de resultar sorprendente.
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En un equipo, muchos están dispuestos a echar una mano.
Chus, Santi o Adolfo (entre otros) lo hacen siempre de forma ejemplar.