Todos
conocemos personas dispuestas a, con prontitud, establecer modelos explicativos
—denigratorios— del comportamiento humano, en el que caben todos, menos uno
mismo.
Los
hay que van todavía más lejos y se exculpan, de forma cobarde, recurriendo a un
irrevertible carácter propio —al que denominan bipolar y que entienden como licencia
personal e intransferible—, o justificándose, sin aceptar reproches, aludiendo
soterradamente a deméritos ajenos como causantes de sus actos fallidos.
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"Disociados. Dependen del color desde donde miren" Foto: Apallalu |
Aquello
de la paja y la viga.
Por
descontado, formular una ley de la conducta humana y apartarse de su
aplicación, no implica la percepción de sentirse marginado. Más bien, resulta
al contrario; defienden su completa normalidad.
Pero
se sienten excluidos
de la norma. Ése es el fundamento de su bipolaridad.
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“El sentido común es el menos común de
los sentidos”. Resulta sencillo
mostrar acuerdo con el popular dicho.
Pero
se vislumbra complicado aceptar que pueda ser uno mismo el que carezca
de él; el que se comporte como un insensato (ya sea de continuo, o de forma
aislada).
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He
oído hablar del pentalfa del periodismo: la fórmula quinta sobre la
que se establecen las preguntas que deben ser resueltas en una labor de
investigación coherente. Cinco cuestiones elementales, que empiezan por la
misma letra (en inglés): “Qué” [What],
“Quién” [Who], “Cuándo” [When], “Dónde” [Where]
y “Por qué” [Why].
Alguien
se percató de que habían olvidado una sexta, que incluyeron —pese a
incumplir la regla (de la) inicial—. Era importante saber “Cómo” [How].
Pero
en esta sociedad instrumental, utilitaria, que evita el uso de la crítica
aséptica para resultar deudora de filias
y fobias, “conocemos algunos ‘porqués’ y muchos ‘cómo’, pero ignoramos los
principales ‘para qué’ de nuestra existencia”, en palabras de Aurelio Arteta, Tantos
tontos tópicos (p. 22).
Finalmente,
los
enanitos resultaron ser siete, aunque uno de ellos, el menor del grupo, pudiera
pasar desapercibido por ser mudo y no llevar barba. Seguramente nos preguntaría "Para qué" [For what].
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En
los ‘60s, cuando se buscaban los límites de la experiencia y se suponía que
otra forma de sociedad era posible, Buffalo
Springfield cantaban que “nadie tiene
la razón si todos están equivocados”, aunque hay esfuerzos que valen la
pena.
Buffalo Springfield — For what it’s worth
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Voy concluyendo.
Acabo
de ver la película “Hannah Arendt”,
dirigida por Margarethe von Trotta.
Una
película irregular, orientada hacia un clímax en el que la filósofa se defendía
de los que no habían entendido su postura en el juicio del nazi Adolf Eichmann, argumentando de forma
vibrante, en una cita que hago de memoria: “El
pensamiento no es útil para el conocimiento; lo es para aplicar criterios
morales, para distinguir el bien del mal, lo feo de lo hermoso”.
Su
criterio no gustó a nadie, porque, cuando el juicio depende de
la persona a quien se dirige, se convierte en prejuicio. Y, aunque no suponga falta
de honradez, es profundamente deshonesto.
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La
ética de las excepciones (autoaplicadas) es irreconciliable con la exigencia
(arrojadiza) de dimisiones.
Escasean
los librepensadores.