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Salvar una vida es algo grandioso.
Se le atribuye a Einstein una frase, “solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida”, que como mínimo hace pensar, porque lo que abunda es lo contrario, ese egoísmo desatado que nos ha llevado hasta la situación en la que estamos. Si todos esos que son capaces de provocar un descalabro en la bolsa, llevando a la ruina a los inocentes ahorradores, que son los que siempre se quedan atrapados, fueran capaces de pensar en el prójimo, otro gallo nos cantaría.
Entre salvar vidas y vivir únicamente para el propio beneficio hay un abismo. Algunos presumen de que han llegado a ser presidentes del gobierno, ministros, o consejeros o presidentes de una gran empresa. No dicen si su gestión ha sido catastrófica, porque pocos creen que lo haya sido, aunque para los demás la cuestión no ofrezca dudas. Yo creo que tiene más valor haber salvado vidas que todo eso. No me refiero obviamente a quienes salvan vidas de forma profesional y haciendo uso de sus conocimientos, aunque éstos también merecen reconocimiento, sino a quienes las salvan al margen de su actividad ordinaria, porque tienen posibilidad de hacerlo y lo hacen. Conozco a varias personas que se han hecho donantes de médula y su ilusión es ser compatibles con alguien. Y mientras tanto, se puede dar sangre, o plasma y plaquetas, que es lo que hago yo habitualmente. Es necesario que haya más donaciones de sangre.
En la foto, tomada en el Centro de Transfusiones de la CV, estoy con Nuria.
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