Tal día como hoy, hace un año,
volvíamos a casa con nuestra pequeña. Nevaba, y nos despertamos temiendo que la
nieve nos impidiera. Por eso urgimos al personal para que nos gestionaran el alta
hospitalaria y poder salir lo antes posible.
Para la ansiada alta primero tenían que
pesar a Lily. Si no había ganado peso tendríamos que quedarnos y darle un
suplemento de biberón. Pero yo estaba convencida de que había engordado por
fin.
La tarde anterior, al comprobar que
seguía perdiendo peso, me dijeron sin más: “le vamos a dar un biberón”. Y se
fueron a buscarlo. Cuando regresaron, yo, educadamente, me negué. Ya había notado
la subida de la leche, que había tardado más de la cuenta por eso de la cesárea,
y mi bebé todavía no había llegado a la preocupante barrera del 10% de pérdida
de peso. Lo entendieron y me dieron de plazo hasta la mañana siguiente. En
cuanto desaparecieron me puse a comer y beber todo lo que pillé por la habitación
para tener un poco de energía (a alguien se le olvidó quitar de mi menú la
comida de dieta sin sal y me estaban matando de hambre): chocolate, gominolas,
jamón y lomo con pan, un trozo de la tarta de cumple de mi sobrino,…
Y funcionó. Bebé subió 90 gramos en 15
horas. Estábamos listos para la vuelta al hogar.
En este caso, a pesar de que finalmente
respetaron mi voluntad, me molestó bastante el tono impositivo de las enfermeras.
Si yo no llego a ser como soy le hubieran dado el biberón. ¿Hubiera tenido
consecuencias? Posiblemente no, o no muy graves. Pero solo posiblemente.
Muchas veces, en los hospitales de
maternidad, se obsesionan con algún tema y, sin informarte siquiera, toman
decisiones apresuradas o medidas desmesuradas. Al hijo de un compañero de
trabajo le dieron un biberón sin previo aviso. A una buena amiga, sin embargo,
obsesionados con la pronta subida de la leche, le colocaron el sacaleches para
estimular dicha subida. Pero, ¡porelamordetres! Si eso es algo completamente
natural que acaba sucediendo sí o sí (salvo raras, rarísimas excepciones),
somos mamíferos perfectamente programados para alimentar a nuestros hijos,
¿para qué torturar los pechos ya torturados de una recién parida?
Informarte, tener las cosas claras y
ser firme en tus decisiones. Eso es lo que debería hacer toda
mujer que no quiera ser ninguneada por la política protocolaria del hospital
que elija/le toque en gracia.
Tal día como hoy, hace un año, llegamos
a casa y comenzó a nevar a lo grande. Copos gigantes que caían suavemente
llenando de magia el momento. Inolvidable.