El
otro día me crucé con un colega que iba acompañado de una señora. Resulta que
era su madre. Me la presentó. Yo la saludé con formalidad, los dos besos de
rigor y un susurrado “encantada”. De repente la señora en cuestión, brazos en jarra
y con expresión medio sorprendida medio enfurruñada me dijo:
-¡Uy,
pero qué seria! ¿Es que no sabes sonreír? ¿Qué pasa, se te ha comido la lengua
el gato?
Yo
la miraba horrorizada y di un paso atrás cuando vi que ella estiraba la mano
con intención de pellizcarme el moflete…
-¡Madre
mía! ¡Qué amiga más tímida que tienes, hijo! Desde luego ya puede espabilar…
***
El mes pasado tuve unos días
raritos. No tenía mucha hambre, tenía el estómago revuelto y un poco de dolor
de cabeza. Uno de esos días fui al restaurante de siempre y, en lugar del menú
del día pedí un plato combinado. Cuál fue mi sorpresa cuando el camarero
apareció con un platazo de lentejas estofadas, lo plantó delante de mis ojos y
me dijo amoroso:
-Ahora te traigo lo que has
pedido pero primero tienes que comerte las lentejitas, ¿vale, princesa? Que te
alimentan mucho, ya verás qué ricas están.
Yo lo miraba flipando. La verdad,
olían bien. Y no tenía cuerpo para discutir. Así que le di un tiento a las
lentejas, tomé un par de cucharadas y luego aparté el plato. Cuando volvió a
aparecer el camarero me miró enfadado:
-Te he dicho que te lo tienes que
comer todo.
-Pero es que no tengo hambre –le respondí,
cohibida.
Se sentó a mi lado, cogió la
cuchara, la llenó de lentejas y, mirándome amenazante, la acercó a mi boca. Yo
me aparté e hice el amago de levantarme.
-¡Siéntate ahora mismo! –me
gritó.
Todos en el restaurante me
miraban y murmuraban. “Hay que ver, mira todo lo que se está dejando en el
plato, y en África los niños se mueren de hambre…” Sus reproches llegaban hasta
mis oídos. Me senté humillada y dejé que el camarero enfadado me hiciera
engullir las lentejas a toda velocidad.
-Venga, deprisa, mastica y traga.
¿No ves que tengo que atender a toda esta gente? Mira que eres egoísta, el
tiempo que me haces perder…
Me dolía la tripa y tenía ganas
de vomitar, pero en ese ambiente hostil no se me ocurrió rechistar cuando me trajo
el segundo plato. Me lo comí todo, todo, todo, hasta el chusco de pan. Cuando
el camarero me arrojó la nota sobre la mesa aún me regañó más por mi mal
comportamiento.
-¡Y además, te has quedado sin
postre!
Salí corriendo de allí, aliviada.
No hubiera podido comer ni media uva, la verdad. Desde ese día odio las
lentejas, ¡con lo que me gustaban a mí antes!
***
El
fin de semana pasado mi marido estaba de un torpe y revoltoso que me tenía
frita. Se despertó tempranísimo, y eso que era sábado, ¡para un día que puedo
dormir! Y venga a hacer ruido… Luego le dio por poner la música bien alta, lo
que me levantó dolor de cabeza. Como no pone cuidado me tiró al suelo el montón
de ropa recién planchada al suelo. Y como no mira por dónde anda se chocó
conmigo en el pasillo y me dio un golpetazo que me dejó sin respiración, ¡hay que
joderse con el hombre este! Total, que por la tarde ya me tenía hasta el gorro
así que le dije:
-Anda,
vamos a tomar algo con los amigos, que me tienes harta hoy. Así le das la
barrila a otro y me dejas un ratito en paz.
Pero
fue peor el remedio que la enfermedad, porque, cuando estábamos todos sentados
en el bar mi marido la lio bien liada. Fue como un dominó: le dio un golpe a un
vaso y fueron cayendo uno detrás de otro. Mi cerveza acabó en mi regazo y
estallé. Le cogí del brazo y lo sacudí mientras le gritaba:
-¡Mira
que eres tonto DE REMATE!. ¡Todo el santo día dando el coñazo el tío este! ¿Es que no
tienes ojos? No pones ningún cuidado y mira la que has montado. Ahora mismo nos
vamos, se acabó la fiesta. Ya puedes ir pidiendo perdón a tus amigos por
fastidiarles la tarde. Nos vamos a casa, y en el coche más te vale pensar en tu
comportamiento…
Seguí
gritándole mientras me lo llevaba a rastras al coche, y él lo único que hacía era mirarme con ojos bovinos, como si no entendiera todo lo mal que lo hace
siempre todo.