Un joven de treinta y pocos. Superó un cáncer que se ha vuelto a reproducir. Vuelta a empezar.
Una mujer de unos cincuenta años. También superó un cáncer. Ahora saben que tiene otro, pero no dónde está ni cómo localizarlo. Mientras tanto la metástasis evoluciona a pasos de gigante.
Otra mujer, madre de cuatro hijos, otra más que superó un cáncer. La hepatitis la está matando y deber someterse a un trasplante. Pero los tiempos protocolares lo impiden. Le quedan por lo menos tres años de espera.
Una familia destrozada por la marcha temprana de unos de sus miembros. Recién estrenada la sexta decena, en apenas cuatro días, muere. Justo el día de la boda de su hija.
Cada uno tenemos nuestras propias miserias, esos casos que nos rodean, nos tocan, y nos quitan un poquito la ilusión. Pero es que la vida es así, una puta caja de sorpresas, y cuando menos te lo esperas te pasa eso que nunca crees a ti te pueda pasar.
¿Qué nos queda? ¿Sobreponernos? ¿Cambiar el plan? ¿Aceptarlo? Pues sí, supongo que sí. Nadie dijo que fuera fácil.
*Nota: una circunstancia sorpresa (no, en mi caso no es cáncer ni ninguna enfermedad grave) me tiene apartada de la esfera bloguera. Paso por vuestras casas de vez en cuando, leo y, si tengo ganas (que, para qué engañarnos, suele ser que no), dejo un comentario. No sé cuánto durará, si un día, una semana, un mes o un año. No tengo respuestas, solo la sensación de querer que el tiempo pase lo más deprisa posible. Volveré.