Las clases públicas de Darío Sztajnszrajber volvieron…
en forma de libros. En el Tomo I, el divulgador elige seis temas (amor,
pos-amor, Dios, verdad, pos-verdad y democracia) para dar forma a un texto que
conserva el tono coloquial de sus exposiciones.
...Una mirada hacia la literatura, el cine, los cómics, la TV y otros vicios personales. Había un blog mejor, pero era carísimo.
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miércoles, 9 de noviembre de 2022
La Filosofía a Martillazos de Darío
lunes, 4 de febrero de 2019
Filosofía a la mano (VIII) – Heráclito: el filósofo del cambio
Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Con
esas palabras de Heráclito inicia el
libro Filosofía en 11 frases. Es el
último de Darío Sztajnszrajber, donde investiga la historia de la filosofía (y,
como siempre, la
baja a tierra) a través de una decena de dichos filosóficos. El célebre
pensador presocrático es también el protagonista de este nuevo capítulo de
“Filosofía a la mano”.
lunes, 16 de julio de 2018
Filosofía a la mano (VII) – Epicuro: la felicidad es ausencia de dolor
Cuando se habla de Filosofía Griega, el trío
estrella es el que primero suele aparecer: Sócrates, Platón y Aristóteles. Profundizando
un poco más pueden surgir el cínico Diógenes, Tales de Mileto, Anaxímenes,
Empédocles… Epicuro llegará recién
sobre el final de la lista, con bajo perfil, humilde. Y es una lástima, porque
se trata de uno de los pensadores antiguos más interesantes.
viernes, 11 de mayo de 2018
Filosofía a la mano (VI): Descartes, el filósofo de la duda
Hoy, en Filosofía a la mano Capítulo 6: el filósofo
de la duda por excelencia: René
Descartes (se pronuncia “Decaaart”). Al sexy filósofo, matemático y físico
francés –considerado como el padre de la geometría analítica y de la filosofía
moderna– le tocó vivir una época de cambios enormes.
Descartes quedó profundamente desorientado ante esta situación. Por eso se propuso crear un método que permitiría conocer, con el rigor típicamente asociado a los procedimientos matemáticos y lógicos, qué podemos considerar como verdadero.
lunes, 26 de marzo de 2018
Filosofía a la mano (V): Albert Camus y el absurdo
Un nuevo capítulo de esta saga de pequeños ensayos
filosóficos donde busco desentramar las principales ideas de algunos de los mis
pensadores filosóficos favoritos. Hoy: el francés, nacido en Argelia, Albert Camus, y un análisis de la que
probablemente sea su novela más famosa: El
extranjero (1942).
lunes, 18 de diciembre de 2017
Filosofía a la mano (IV) – El banquete: amor de sobremesa
Hablar del amor parece estar ligado a algo más bien
irracional, que no sigue ninguna lógica. Quizás esté atado a una falta o a una
necesidad. Muchas veces se dice que “amar” es en realidad una acción, como una
búsqueda que sólo se le hace posible a unos pocos, pero una búsqueda en
definitiva.
Hoy la sociedad está configurada desde el amor como
una posesión. Se concreta en diferentes instituciones como el matrimonio, donde
la pareja establece un contrato de convivencia. Pero, entonces, ¿el matrimonio
tiene que ver con el amor o, más bien, con el orden establecido de nuestras
sociedades? ¿Y, el amor, con qué nos conecta en realidad?
viernes, 17 de noviembre de 2017
Filosofía a la mano (III) – Kant: en busca de una ley universal
Tercera parte de
esta sección del blog donde intento, humildemente, desenredar las principales
ideas de los más grandes pensadores filosóficos (o, por lo menos, de los que
más me atraparon). En ocasiones pasadas hablé de Nietzsche (El filósofo del martillo) y de Sartre
(La condena de ser libre).
Hoy le toca el turno
al alemán Immanuel Kant, un filósofo
fascinante que tuvo todo una escuela de pensamiento. Sin embargo, acá me voy a
centrar únicamente en sus teorías relacionadas con la ética, quizás su postura
más conocida.
El planteo general
de Kant se engloba dentro de las éticas del deber. Hay principios o normas universales
que deben respetarse. Hablamos de una ética de principios.
En contraposición a
lo que planteaban muchas teorías consecuencialistas (la idea de la felicidad
como fin último, o de “el fin justifica los medios”, por mencionar algunas), el
alemán planteó que no se puede justificar ni fundamentar la corrección moral de
una acción en sus buenas consecuencias o en la búsqueda personal de la
felicidad.
Para explicarse,
desarrolló la popular teoría que fue el resultado del racionalismo ilustrado.
Su premisa es que la única cosa buena en sí misma es la “buena voluntad”. Por
ese motivo, una acción solamante puede ser considerada como “buena” si su
máxima —el principio subyacente— obedece a la ley moral.
***
El Imperativo Categórico: la ley moral de Kant
Dicha ley moral es
el Imperativo Categórico, término
que Immanuel Kant empleó por primera vez en su texto Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), el primero de sus trabajos en
relación a la filosofía de la ética.
El concepto busca
funcionar como una suerte de mandamiento autosuficiente y autónomo (independiente
de toda ideología y religión). Sería capaz de regir el comportamiento humano en
todas sus manifestaciones.
El delicado balance de la ética...
En el libro mencionado,
el autor va formulando una idea del imperativo categórico en diversas formas.
Dice, por ejemplo:
«Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse, por tu voluntad, en una ley universal de la naturaleza.»
Y más adelante:
«Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio.»
O una más poética
que me encanta, también del mismo libro:
«Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines.»
Unos años más tarde,
en Crítica de la razón práctica (1788), condensó éstas en la Ley Moral
más conocida:
«Obra de tal modo que la máxima de tu
voluntad siempre pueda valer como ley universal.»
Lo que, en pocas
palabras y de modo práctico, significa es que debemos actuar del modo que
queremos ser tratados por el otro, y no comportarnos del modo en que no
queremos que se comporten con nosotros.
Entonces, para Kant
el hombre debe actuar por deber, y tal deber es un imperativo. ¿Qué significa
esto exactamente? Por definición un imperativo es algo que no tiene
condiciones, es absoluto. No lo impone la sociedad, una autoridad externa o un
Dios; tampoco nuestras propias creencias.
Nos lo imponemos nosotros porque
somos seres racionales.
Dicho de otro modo:
¿por qué no se debe, por ejemplo, mentir? Porque si todo el mundo mintiera, es
decir, si el acto de mentir fuera una ley universal del hombre, entonces no
podríamos funcionar como sociedad, no podríamos crear contratos sociales, tener
amistades o ganar confianza con alguien.
¿Qué clase de ser racional querría eso
para una sociedad?
La voz de la razón,
dice Kant, se nos impone como un deber porque somos seres racionales
imperfectos, dotados de inclinaciones y deseos que nos impulsan lejos de la razón,
y más cerca de la emoción, de lo salvaje. Si en cambio fuésemos seres
racionales perfectos (dotados únicamente de razón) entonces la voz de la razón
no sería un deber, llegaría natural y espontáneamente.
La letra chica de la Regla de Oro
Lo curioso es que
esta idea de tratar al prójimo como queremos que nos traten a nosotros (o
cualquier variación del concepto) no era nueva en lo más mínimo. Kant lo único
que hizo fue darle un contexto racional y científico, estableciendo bases más
sólidas que “porque lo dijo Dios”.
Esta regla de oro
parece ser incluso más antigua que el lenguaje escrito. La mayoría de las
religiones y filósofos utilizaron alguna de las tantas versiones diferentes
entre sus códigos morales. Lo cierto es que este principio moral es el más común
para basar la idea de la ética, pero tiene sus problemas técnicos.
Por ejemplo,
técnicamente esta formulación no tiene en cuenta las diferencias en gustos y preferencias. Quizás uno podría (mal)interpretar
de la ética kantiana que hay que tratar a todos de acuerdo con las preferencias
propias porque así es como nos gustaría que nos traten.
Ejemplos tontos: “amo
las películas de zombies así que impongo que todos vean siempre películas de
zombies”, o bien, “me gusta el sadomasoquismo así que nalgueo a todos en la
oficina cuando entro por la mañana”.
Primer gran error de
interpretación: lo que queremos es tratar a los demás respetando sus
diferencias y preferencias, lo que implicaría que los otros puedan respetar las
nuestras.
Vamos con otra
cuestión técnica de la regla de oro de Kant: no tiene en cuenta el contexto. Así, un criminal siempre
puede argumentar que él no quiere ser condenado por sus actos, del mismo modo
que el juez tampoco quiere ser condenado. Otra falla en el razonamiento porque
los contextos son bien distintos (el juez no cometió el crimen).
Entre otros tecnicismos
que se derivan de la ética kantiana tenemos el hecho de que uno puede tratar a
los otros como quiera siempre que no los
reconozca como “otros”. Hay psicópatas que creen que los demás no son
reales, y cuando matan no van en contra de la ética kantiana porque ellos no lo
ven así. Es cierto que la Ley Moral, de por sí, estipula que el otro existe por
naturaleza, pero también existen filósofos que pusieron en duda la posibilidad
de que todo lo que no somos nosotros realmente exista (solipsismo).
Criterios para una norma universal
Volvamos a Kant y su
imperativo de la razón. El filósofo dice: "Actúa solo según una máxima (norma o regla) tal que puedas al mismo
tiempo querer que se convierta en ley universal". Actuar correctamente
nos obliga a tratar a las personas –incluso a uno mismo– no como medios, no
como “utilidades”, sino como fines en sí mismos.
Más allá de las
cuestiones técnicas que puedan salir de malinterpretar o, incluso,
sobreanalizar su postulado, él propone dos criterios para comprobar la universalidad
de una norma.
El primero es el criterio de autocontradicción.
Hay reglas que son imposible de pensar como leyes universales porque si todo el mundo las cumpliera entrarían en conflicto. Pensemos en en esta idea: está bien hacer promesas falsas. Luego las promesas falsas se vuelven universales, absolutas. En un mundo donde todas las promesas realizadas son falsas, es imposible hacer promesas falsas (porque al saber que era falsa todos sabrían que no era una promesa).
El segundo es el criterio de la inaceptabilidad.
Existen reglas que, si todo el mundo las cumpliera, resultarían inaceptables para los seres racionales. “No hay que ayudar a nadie si no hay beneficio útil”. Es racional pensar que todos necesitamos ayuda alguna vez, pero bajo esa premisa nadie querría ayudar a otra persona.
Los enemigos de Kant
La crítica principal
a estas normas morales es, justamente, que no admiten excepciones. Han de
cumplirse en toda circunstancia, sean cuales sean las consecuencias: nada
cambia si, en un caso determinado, tendría mejores consecuencias, por ejemplo,
no decir la verdad.
Supongamos este
caso: alguien ha jurado matar a tu hermano, quien se esconde en tu casa. El
asesino se acerca a tu puerta y te pregunta si él está adentro. Según Kant, lo
correcto es decir la verdad, porque si todo el mundo mintiera, vivir en
sociedad no sería posible. Ahora: ¿es lo correcto mandar a tu hermano a una
muerte segura?
Podemos pensar un
poco más allá. ¿Cambia el ejemplo si en lugar de un hermano fuera un primo
lejano, un padre, un desconocido o el mismo Hitler? ¿Cambia en algo si el
asesino tiene motivos válidos para buscar el crimen? Acá es donde comienzan a
aparecer los grises en la ética kantiana: no podemos considerar una única regla
de oro como la manera absoluta de justificar nuestro accionar.
El contexto, las
circunstancias, las consecuencias, las motivaciones, los involucrados… todo
suma a la hora de decidir nuestro comportamiento.
En segundo lugar,
otro problema es el siguiente. Si las acciones correctas dependen de normas
morales, ¿entonces no son obligatorias? ¿Qué ser racional se rige realmente por
una moral forzada, impuesta? ¿Por qué no incluir diferentes grados de
moralidad, como el hecho de que una mentira parece tener mayor valor moral si
es por una buena y desinteresada causa que si es por una inclinación egoísta?
Los muchos críticos de
Kant le han objetado este carácter absolutista de su teoría. Debido a que no
atiende a las circunstancias particulares de cada caso, nunca tiene en cuenta las
consecuencias de las acciones. Recuperando el ejemplo anterior: el deber obliga
a no mentir, ¿pero no es de una inmoralidad gravísima decir la verdad sobre una
familia judía escondida de una patrulla nazi?
Palabras finales
Immanuel Kant es considerado el último gran pensador de la modernidad y el primero de
la Filosofía Contemporánea. Es contemporáneo no porque vive con nosotros
(ciertamente ya debe estar bastante descompuesto desde 1804) pero porque sus ideales pueden ser pensados e interpelados todavía
en nuestros días.
Obviamente su obra
se extiende a temas mucho más amplios que la ética, que consolidó
principalmente en Crítica de la razón
práctica. Comprometido con el empirismo y el racionalismo, sus estudios buscaron
reinterpretar la metafísica (es decir, la estructura y naturaleza misma de la
realidad), la estética y la teleología, la doctrina filosófica de las causas
finales.
Si bien disfrutaba
del mundo, Kant pasó casi todos sus 80 años encerrado en su oficina,
escribiendo, meditando, reflexionando. Fue un verdadero erudito que se limitaba
lo estrictamente necesario al mundo banal.
Cabe pensar si es posible tener una
Ley Moral Universal para vivir de alguien con estas características.
Lo cierto es que la
ética kantiana, aunque incompleta, fue revolucionaria y sigue siendo influyente
en el día de hoy.
En el campo de la ética medicinal, se sigue discutiendo si el
aborto debería ser defendido de acuerdo a la Ley de Kant. ¿Deben ser tratados
como fines en sí mismos los humanos que no son racionales debido a la edad
(como los bebes y fetos) o a discapacidad mental, equivalentes a un adulto
racional como la madre que busca el aborto? Y desde el otro lado del ring, ¿no
debería una mujer ser tratada como una persona autónoma con dignidad y control
sobre su propia cuerpo?[1]
Como toda buena
teoría filosófica, no es concluyente en sí misma sino que funciona para seguir interrogándonos,
para disparar preguntas en lugar de brindar respuestas concretas.
La ética de Kant continúa
siendo el intento más influyente y paradigmático por afirmar principios morales
universales sin referencia a las preferencias, contexto, o a un marco religioso.
Las concepciones de justicia y de derechos humanos siguen con la esperanza de
poder identificar ciertos principios universales, pero éstos se ven
constantemente en conflicto con la realidad práctica.
La vida no es blanco o
negro; tiene grises, con toques de amarillo y manchitas de color naranja.
***
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posts sobre FILOSOFÍA en el blog: “Nietzsche: el filósofo del martillo”; “Sartre: la condena de ser libre”; “The Sunset Limited y el mito de Sísifo”; “Las cuatro filosofías de vida en el Cine y en la
Literatura”; “El secreto y la filosofía new-age” .
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lunes, 9 de octubre de 2017
Filosofía a la mano (II) – Sartre: la condena de ser libre
Segunda entrada
dedicada a resumir los pensamientos de mis filósofos favoritos. La primera vez
hablé de Nietzche,
el filósofo del martillo.
Hoy le toca a Jean-Paul Sartre.
Sartre fue un
filósofo, escritor, crítico literario y dramaturgo francés que vivió entre 1905
y 1980. Es considerado uno de los más brillantes pensadores de este siglo y es
el principal exponente del existencialismo, una
corriente filosófica que se interesa profundamente por la condición humana, la
responsabilidad individual y la libertad.
La vida de Jean-Paul
es de película. Fue soldado y prisionero de guerra, tenía estrabismo, tuvo varios oficios (por
ejemplo, trabajó de meteorólogo), rechazó el premio Nobel de la Literatura y fue
compañero de vida de Simone de Beauvoir,
personaje histórico fundamental para la corriente feminista.
El escritor reflexionó
sobre la soledad, la angustia, la muerte y la libertad, entre otros grandes
temas de lo Filosofía.
En esta nota voy a
exponer, de manera muy generalizada, su pensamiento filosófico. Pero para darle
un giro más dinámico, lo voy a hacer a través de tres de sus frases más
importantes.
***
1.- “La
existencia precede a la esencia”
El existencialismo es un humanismo (1946) es
un ensayo –que primero fue una conferencia– tan importante que es hasta
considerado el manifiesto de los existencialistas. De allí surge la que probablemente
sea la frase sartriana por excelente, y que engloba gran parte de sus ideas.
Imaginemos por un
momento que decidimos crear una silla desde cero. Antes de construirla, tenemos
muy claro su propósito, su “destino”, por decirlo de alguna manera: sea como
sea su diseño, tiene que servir para sentarse. Este propósito es la
esencia de la silla, y existe mucho antes de que la misma sea construida.
Ahora construimos la
silla y entonces la silla ya existe en el mundo. ¡Eureka!
Para Sartre, la
silla y otros objetos que carecen de consciencia eran los que él llamaba “un
ser en sí”. Sin embargo, el ser humano, a diferencia de una silla, tiene
consciencia, y por lo tanto, es un “ser para sí”. Un ser indefinido que se
construye en el tiempo a través de sus decisiones y sus actos.
Acá vale hacer esta
aclaración: Sartre fue ateo, y su corriente filosófica se corresponde con el
“existencialismo ateo”. Para él no hay Dios que nos haya creado. Por lo tanto,
la vida del ser humano no tiene ningún propósito predefinido por algún poder
superior. Las personas no llegan al mundo con una visión específica y
determinada. Esto hace que el ser humano tenga libertad plena y absoluta para
elegir su propio destino en la vida.
El hombre no es
definible, cuando nace no es “nada”. Sólo será después, y será tal como se haya
hecho. No hay una “naturaleza humana” porque no existe un Dios que pueda
concebirla. Estas ideas Sartre las profundiza en otros de sus grandes textos: El ser y la nada (1943).
Así, el hombre no es
otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del
existencialismo: el hombre será, ante todo, lo que haya proyectado ser.
Para Sartre, los
humanos venimos al mundo (“existimos”) y después elegimos el propósito de
nuestra existencia. Nos creamos una esencia sobre la marcha, improvisando sin
guiones ni ensayos.
Dice Sartre:
“Sólo cuenta la realidad; los sueños, las esperas, permiten definir a un hombre como sueño desilusionado, como esperanzas abortadas, como esperas inútiles”.
Es decir, define al-que-espera de forma
negativa. El hombre tampoco es
un fin, porque siempre se está realizando.
El existencialista
es un humanista porque ésta es una filosofía de la acción y del movimiento. La
dignidad humana está en su libertad, es su categoría antropológica fundamental
y gracias a la cual el hombre siempre trasciende de su situación concreta,
aspira al futuro sin estar determinado por su pasado, traza metas y, en ese
proceso, construye su ser… construye su esencia.
2.- “El
hombre está condenado a ser libre”
Para Sartre, ningún
Dios, gobierno, religión o sociedad debe dictarnos nuestro propósito en la
vida. Somos nosotros quienes no podemos evitar tener que decidirlo por
nosotros mismos, es una sentencia de la que es imposible escapar. Y, lo que es
peor, somos responsables por todo aquello.
Sin embargo, tanta
libertad es también una condena ya que la libertad genera angustia, una
angustia que –dice Sartre– es existencial.
Imaginemos que
queremos comer una empanada. Vas a la única rotisería de la ciudad y te dicen
que sólo tienen empanadas de carne. No tenés la libertad de elegir otro tipo,
así que comprás media docena y te vas cómodamente del local. La no-elección
brinda conformidad ya que sólo es necesario obedecer. Y, sin decisiones, la
vida es más fácil.
A esto Sartre
también se va a oponer argumentando que, en casos extremos como éste, la
no-elección es también una forma de elegir. Podemos simplemente no comer
empanadas de carne y, si fueran la única comida del mundo, elegir morir de
hambre.
Así, llegó al
extremo de decir que el que está por ser ejecutado en la hoguera es también
libre de decidir si va a morir aceptándolo, llorando, quejándose, con los ojos
abiertos, cerrados…
Acá quiero abrir un
paréntesis para aportar un intertexto.
Sartre es mi filósofo
de cabecera, y he leído suficientes cosas de él como para aceptar que sus ideas
respecto a la vida están más de acuerdo conmigo que cualquier otro pensador.
Por eso también busqué desparramar un poco de su filosofía en mi primer novela,
Un
verano para recordar.
Este es un fragmento
donde dos de los personajes discuten al pensador frances.
***
—Lo que quiero decir –siguió ella– es que esas son cosas sin sentido. No estoy de acuerdo en que haya un único amor predestinado, incluso me parece triste. Me gusta más creer que eso lo elige cada uno y que depende de nosotros, de nadie más. “El hombre nace libre, responsable y sin excusas”. No podemos atribuirle a Dios o al destino las cosas que nos pasan o nos dejan de pasar. Cada uno debe hacerse responsable de sus actos, y de las cosas que le tocan vivir.
Nicolás se mostró sorprendido.
—No sabía que fueras tan existencialista, no dejás de asombrarme. Ahora me vas a decir que “estamos condenados a ser libres”, ¿no?
—¡Exacto! No es que sea fanática de Sartre, pero hay muchas cosas de él que son ciertas. Esa frase es tan simple y a la vez tan compleja que me resulta increíble… La libertad es una condena porque nunca podemos dejar de elegir.
—Acordate que estás hablando de una persona que en 1940 llegó a escribir que en manos del verdugo, mientras nos están torturando, somos libres porque podemos confesar o no, dejarnos morir o no. Eso me parece un poco excesivo –opinó Nicolás, orgulloso de sus distinguidos conocimientos de filosofía.
—Sí, y en 1976 se retractó admitiendo haber sido demasiado extremista –finalizó Valentina.
—No creí que fueras tan…
—¿Tan qué?
—No sé, tan… así.
—Todavía no me conocés bien –bromeó.
—De todas maneras sigo pensando que nada en la vida es casualidad, hay un motivo para todo lo que sucede en este mundo… Cada uno de nosotros tiene un camino a seguir, un sendero marcado por señales. Dios no juega a los dados con nosotros, me gusta creer eso. ¿Te conté alguna vez cómo nos conocimos?
(“Un verano para recordar”, 2013,
fragmento)
***
Volvamos al ejemplo
de las empanadas, que es interesante.
Supongamos ahora que
volvemos a la rotisería a la semana siguiente y tienen una variedad
impresionante de empanadas: pollo al champiñón, carne cortada a cuchillo, cerdo
a la barbacoa, jamón y queso, napolitana, panceta y huevo, atún… y treinta
variedades más.
Si sólo podés
comprar un sabor (o, al menos, una cantidad limitada de sabores, debido a que
los recursos económicos son escasos) el sentimiento de angustia te embarga. Temés
no elegir el sabor más rico, el más adecuado. Pero hacés un esfuerzo y te
decidís por media docena de cerdo a la barbacoa. Apenas le das el primer
mordisco a la primera, te arrepentís y pensás que habría sido mejor llevarse
tres de verdura y tres de atún, para que no caigan tan pesadas.
Usualmente
experimentamos la angustia de elegir una carrera, una pareja, la compra de un
bien. Tener libertad equivale a sentir angustia porque tomar una decisión
implica que dejamos de tomar todas las demás. Esa es nuestra dulce condena.
3.- “Un hombre
es lo que hace con lo que hicieron de él”
Como dije: el hombre
existencialista es el que se define por la acción, por el movimiento. El hombre
no nace, se hace.
Pero a pesar de que
la filosofía sartreana es una filosofía sobre la libertad, también acepta que
hay factores sobre los que no tenemos control. No elegimos nacer en cierto
país, con un sexo determinado, una raza y una familia específica. Sin embargo,
en cierto momento de nuestra vida adulta tenemos la opción de escoger, por
nosotros mismos, otro lugar de residencia, una ocupación, una segunda familia
(pareja, hijos…) y nuestro círculo de amigos..
En otras palabras,
podemos elegir lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros.
Me gusta pensar de
esta manera: nacemos con una mano de cartas al azar. Puede ser una buena mano
(una buena familia, en un país del primer mundo, con posibilidades económicas,
con salud, etc, etc) o puede ser una mano, dicho mal y pronto, de mierda. Pero
somos nosotros quienes elegimos cómo jugamos con esas cartas que nos salieron.
Ciertamente el tema
es mucho más complejo que eso, porque saber cómo jugar las cartas involucra
cierta madurez mental, el uso de estrategias y, al final del día, de la misma
suerte con la que uno nace.
Palabras finales
Hay muchas otras
ideas de Sartre que no trabajé en esta nota.
Su frase “El infierno son los otros”, otra de sus esenciales,
tiene implicancias interesantes. La dejé de lado porque es más bien paralela a
sus ideas fundamentales. Pueden revisar lo que hay detrás de este concepto en mi
nota sobre su obra dramática A puerta
cerrada (No Exit) que analicé en esta
otra nota.
Sartre nos invita a
ser conscientes de nuestra libertad y a tratarla con responsabilidad. Hay cierta
facilidad en el hecho de obedecer ciegamente a una religión, a un gobierno o a
un sistema económico.
El que obedece
ciegamente, no necesita pensar por sí mismo. Limitarse a obedecer es cómodo,
pero eso no nos diferencia de una silla o cualquier otro objeto inanimado. Eso
sí: en el momento en el que nos damos cuenta de que somos libres, comienza el
duro proceso de sentir angustia: ¿qué hacemos con esto que tenemos? ¿Qué hacer
de nuestra vida, de nuestra libertad?
El filósofo nos invita a
reflexionar sobre esta pregunta y lidiar con la angustia que la acompaña
indisolublemente. Nos desafía a construirnos a nosotros mismos sabiendo, de
antemano, que somos un proyecto que finalizará, inevitablemente, con el día de
nuestra muerte.
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posts sobre FILOSOFÍA en el blog: “Filosofía
a la mano (I) – Nietzche: el filósofo del martillo”; “The
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ruinas circulares: un cuento de Borges”; “La
verdadera finalidad del arte”; “La
singularización como forma de desautomatizar”; “A
puerta cerrada”.
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lunes, 14 de agosto de 2017
Filosofía a la mano (I) – Nietzsche: el filósofo del martillo
Este año estuve empapándome bastante de Nietzsche.
Entre las charlas de Dario
Sztajnszrajber para la Facultad Libre
Virtual y algunos textos que leí por mi cuenta, descubrí que el pensador
alemán comparte muchos de mis pensamientos ideológicos. (Aunque no tantos como
Sartre, el filósofo que más me representa).
Por eso hoy estreno Filosofía a la mano, esta nueva saga del
blog, con Nietzsche. El objetivo es lograr resumir, en la medida de lo
posible, sus ideas y pensamientos más importantes.
El origen de
la tragedia (1871): la pérdida del equilibrio
Leer a Nietzsche es bastante complicado, y más lo
es interpretarlo. Tiene una visión tan abierta a múltiples lecturas que ha sido
tomada (y adoptada) por grupos super extremos. Hay una lectura de Nietzsche
nazista y anti-nazista del mismo modo que hay una lectura de un Nietzsche
cristiano y anti-cristiano.
Si bien él ya había escrito algunas cosas antes, su
primer texto publicado es El origen de la
tragedia (en realidad, el título es bastante
más largo).
Nietzsche consideraba que la vida es cruel y
dolorosa, pero el arte nos puede dar la fuerza necesaria para afrontar el dolor
y decirle “Fuck you, life!”.
En El origen
de la tragedia principalmente busca demostrar que en la civilización griega
de antes de Sócrates existía cierto equilibrio entre dos elementos que él
representaba con dos dioses: Apolo,
el dios de la razón, el orden, la moderación y el equilibrio, y Dionisio, justamente todo lo contrario.
De Apolo surge el concepto, o la cualidad, de ser
“apolíneo”. Es la persona prudencial, contenida, que siempre se levanta a la
hora puntual y cumple con todas las normas y etiquetas sociales. Todos
conocemos a esa gente intachable que bebe con moderación, nunca habla mal del
resto y es siempre correcta. Ellos se acercan más a los valores que representa
el dios Apolo.
En el otro lado del ring está Dionisio,
representando a los que de moderados no tienen nada. Ya saben: los amantes de
las libertades, la fiesta, el descontrol, el desenfreno, caos, locura, etc,
etc. Estos son los “dionisíacos”, aquellos que traspasan un alambrado aunque
diga “prohibido pasar” o toman alcohol sin medirse porque “de eso se trata la
vida”.
Nietzsche creía que los elementos apolíneos y
dionisíacos estaban fusionados en el hombre de la Grecia antigua (lo cual, para
él, era genial, lo ideal). El pensador veía a la tragedia griega como un coro
dionisíaco que, una y otra vez, se descarga en un mundo apolíneo de imágenes.
El problema fue que esta fusión entre Apolo y
Dionisio se rompió. Y los culpables, al parecer, fueron los dos más grandes
filósofos de la antigüedad: Sócrates
y Platón, pensadores que, con su
intelectualismo, con su raciocinio, intentaron acabar con los elementos dionisíacos,
dejando sólo los apolíneos.
Dice Nietzsche:
«Sócrates fue una equivocación. Toda la moral del perfeccionamiento, incluida la cristiana, ha sido una equivocación.»
El filósofo
del martillo
Ya en su primer libro, el filósofo da muestras de una
de sus características principales. Va contra todo lo impuesto, viene a romper
lo establecido con un martillo. Toda su filosofía se basa en descreer de lo que
nos impusieron como verdades.
Él estaba convencido de que la realidad es caótica,
contradictoria, imprevisible, cambiante. Pero llegan dos fulanitos agrandados (Sócrates
y Platón) y se inventan que hay un mundo racional y ordenado.
Así, opina el alemán, comienza la decadencia del
mundo occidental. Luego llega el cristianismo, que intenta convencernos de que
el mundo en el que vivimos ni siquiera es el verdadero y que es necesario
sufrir y resignarnos. ¿Para qué? Para eventualmente ir a otro mundo extraño,
que nadie conoce.
Y es que Nietzsche fue un filósofo muy filoso (pun intended). Muy crítico. Sus
compañeros lo llamaron El Filósofo del
Martillo por esa misma razón. Llega decidido a romper con todo, a golpear
las teorías infundadas en las que se basa la cultura occidental.
El alemán nos invita a recuperar el instinto
dionisíaco, a amar la vida terrenal, disfrutarla. No se cree Jesús ni un
salvador, aunque trae un mensaje que rompe los esquemas de muchas personas: Dios
ha muerto. Pero tranquilos, que ya llegaremos a eso.
Sobre verdad
y mentira en sentido extramoral (1873)
Me encanta cómo inicia su segundo texto publicado:
«En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto.»
Este librito tiene dos cosas interesantes. La
primera es que es muy corto (20 páginas). Lo segundo es que es muy ameno y se
deja leer con facilidad. Nietzsche tenía, indudablemente, un costado literario,
y muchos de sus textos están adornados con fábulas, metáforas y ejemplos
concretos que facilitan la lectura.
Esto no implica que sean más “fáciles”,
pero sí bastante más llevaderos.
En “Sobre
verdad y mentira” Nietzsche reafirma algunos conceptos de su primer libro.
Por ejemplo, ataca al cientificismo,
una ciencia que pretende hacer pasar meras interpretaciones como conceptos
verdaderos, con el único fin de darle seguridad al hombre.
Vuelve la idea del caos en Nietzsche: la
naturaleza, el mundo, no es algo definido ni regular. Aunque esté definido por leyes físicas y matemáticas, estas leyes no rigen la vida del hombre, que
es impredecible y lleno de incertidumbres.
Así, para el autor el hombre tiene miedo a lo
desconocido y al cambio. Pero la vida es pasión, es movimiento, es un continuo
golpe de olas, una tras otra, que nos van arrimando a diferentes orillas. Está
llena de contradicciones.
Estas teorías iniciales son las que Nietzsche luego
utilizará para conformar el concepto de Übermensch
(el superhombre).
Zaratustra:
para todos y para nadie
Así habló
Zaratustra (1883) es considerado
el magnum opus del filósofo. La obra literaria, tan alegórica como filosófica,
integra las principales ideas de Nietzsche.
En esencia se trata de una parodía de la Biblia
cristiana, hechos y reflexiones de un profeta que resultó ser el primer creador
de una religión monoteísta, un mesias que viene a dar un nuevo mensaje:
«Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre»
Según Zaratustra
(según Nietzsche) el cristianismo ha envenado a la humanidad ofreciéndonos una
moral de esclavos, de resentidos. Nos piden que suframos, pero él dice que no
hay razón para seguir sufriendo. La muerte de Dios nos libera, ya podemos
cortar las cadenas de lo sobrenatural, de las falsas ideas impuestas.
¿Qué hizo el cristianismo sino defender todo lo que
es nocivo para el ser humano?
Ojo con esto: Nietzsche no odiaba al personaje
histórico de Jesús, como algunos creen. Lo veía como un hombre noble que le indicó
al mundo cómo vivir. Pero cuando Jesús murió, el evangelio murió con él.
Una vez que logramos librarnos de las cadenas del
cristianismo, nos encontramos frente al abismo de la nada. Todo aquello que
creíamos verdad ha resultado ser falso. Entonces, dice Nietzsche, aparece en
nosotros un estado psicológico denominado nihilismo.
“Nil” quiere decir nada. Estamos solos,
perdidos, sin valores prestablecidos, sin valores absolutos, no hay ninguna
estructura racional y universal en la que podamos apoyarnos. Dios ha muerto, y fuimos
nosotros los que le dimos la muerte. ¿Cómo consolarnos? Para ello aparece el
superhombre.
Übermensch
es un concepto cuya traducción más digna es “bien superior” o “más allá”.
Y vale
aclarar que esta palabra no tiene marcas de género en su idioma alemán. Se
suele traducir como “superhombre” o incluso “ultrahumano”. (De acá es donde se
agarraron los nazis para decir que la filosofía nietzscheana es nazista).
Las tres
fases del superhombre
Para llegar al superhombre –aquel ser liberado de
las cadenas de lo impuesto– se tienen que atravesar tres fases que Nietzsche
simboliza (a partir de las enseñanzas de Zaratustra) con un camello, un león y
un niño.
El camello
es alguien que obedece ciegamente, que se encuentra arrodillado ante la ley
moral aunque aspira a algo más. Por eso eventualmente puede convertirse en león, aquel que se niega a los valores
impuestos, si bien es incapaz de crear valores nuevos.
Por último aparece la figura del niño, libre de las ataduras de las
creencias infundadas, con amor por la vida y voluntad fuerte.
Lo propio de
cualquier niño es estar embriagado de la naturaleza dionisíaca, mientras que
los camellos ignorantes inclinan su cabeza ante las crueles ilusiones de lo sobrenatural.
Así, el superhombre puede interpretar la realidad a
su manera. Es voluntad de poder que grita “sí” al eterno retorno. ¿Qué es el
eterno retorno de Nietzsche?
El eterno
retorno: la culminación de la filosofía nietzscheana
La
insorportable levedad del ser (novela de Milan Kundera que ya
analicé en el blog) es un texto literario de indudable sabor nietzscheano.
El concepto del “eterno retorno” se menciona en el
libro ya desde el primer capítulo:
«La idea del eterno retorno es misteriosa y con ella Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal como lo hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?»
El fascinante primer capítulo explica, de forma muy
didáctica y concreta, el concepto del eterno retorno. Es la culminación y el
final del camino de la filosofía de Nietzsche.
Generalmente concebimos el tiempo de forma lineal;
hubo un pasado, hay un presente y habrá un futuro. Hasta la gramática se ajusta
a esta estructura, y nos condiciona a pensar así.
Pero, ¿y si no aceptáramos este sistema lineal? Los
astros realizan movimientos circulares en el espacio, ¿cuál diríamos que es la
línea de salida, cuál la meta, cuál la entrada en esos casos? A lo mejor, en el tiempo circular no hay ni salidas
ni metas, simplemente se da vueltas y vueltas sobre lo mismo. Un movimiento que se repite una y otra vez
eternamente. Un eterno retorno.
Imaginemos que nuestra vida se fuera a repetir
durante toda la eternidad. Como una película que vuelve a comenzar cuando
arrancan los créditos finales. Un bucle infinito. ¿Valdría la pena las cosas
que hacemos? Nietzche dice que sí, si cada uno de los instantes de nuestra vida
se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad, y entonces
cada momento cuenta porque cada momento va a volver a repetirse.
Es la carga más pesada, insoportable incluso. ¿Cómo
te gustaría vivir, considerando que cada minuto se volverá a vivir por toda la
eternidad? Este experimento mental puede ser una poderosa manera de invitarnos
a vivir de tal modo que no nos intimiden los infinitos retornos. Que volver a
vivir cada momento sea memorable. En este contexto, la estupidez es
irreparable. Los momentos no sólo no se recuperan, sino que además se reviven
exactamente de la misma forma.
La idea del eterno retorno fue muy polémica y sigue
hoy siendo muy discutida por el circulo académico. Se cree (falsamente) que Nietzsche
lo consideraba como una concepción del tiempo real. Sin embargo, no es más que
un deseo del superhombre, y tiene una carga simbolica.
Por cierto, para introducirse un poco más a las ideas de Nietzche, La insorportable levedad del ser es una buena manera. La obra es super filosófica y toca, en algún punto, todos los elementos ideológicos del autor.
«Las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.»
(La
insorporable levedad del ser. Milan Kundera)
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=>> Otras notas filosóficas en el blog: “La
insoportable levedad del ser”; “Gritos
en el silencio”; “The
Sunset Limited y el mito de Sísifo”; “Las
cuatro filosofías de vida en el Cine y la Literatura”; “El
secreto y la filosofía new-age de Rhona Byrne”; “A
puerta cerrada, obra dramática de Jean Paul Sartre”.
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