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Cortázar, de niño (extraído del Álbum biográfico de Alfaguara) |
Hace
unos días, La 2 emitía un cuidado documental sobre la vida de Julio Cortázar
(Bruselas, 1914-París, 1984) con motivo del centenario de su nacimiento, que
celebramos este 26 de agosto. En su mayor parte, eran textos leídos por él
mismo y fragmentos de entrevistas en las que habla de su vida en París y de sus
viajes y sus libros. Al principio, con su acento argentino en el que se cuelan
unas erres inconfundiblemente francesas, comentaba, a modo de presentación, su
ya conocida frase: “soy un argentino que
nació por casualidad en Bélgica”. Ese elemento imprevisto, ese ‘accidente’,
como prefieren destacar algunos biógrafos cuando hablan de su origen belga, es
el punto de partida de uno de los escritores más respetados de todo el siglo
XX. Un autor que nació y murió en Europa, donde vivió gran parte de su vida, y
que sin embargo es una pieza fundamental de la literatura latinoamericana. Fue
lector y viajero, amante del jazz, de la literatura de autores como Julio Verne,
Borges, Virginia Woolf o Roberto Arlt, de la poesía de Keats, Salinas y
Rimbaud. Fue un gran traductor, un escritor metódico que corregía y corregía –no
soportaba las erratas– y, en lo personal, un hombre comprometido políticamente
que dio la cara por sus compatriotas y por los oprimidos debido a las dictaduras; por ello, sus libros fueron prohibidos en
Argentina durante los años 70 –en 1981, en protesta contra la dictadura militar
argentina, adoptaría la nacionalidad francesa–.
Poco
amigo de la biografía en detalle (“eso que lo hagan los demás cuando yo haya
muerto”, dijo en 1981), contaba que desde pequeño, su “tiempo y espacio eran
distintos”; criado sin la figura paterna, le gustaba tanto leer que un médico
llegó a recomendar a su madre que le alejara de los libros durante unos meses,
pero ella, que era “muy sabia y sensible” se dio cuenta de que eso no le hacía
ningún bien. Cortázar fue un joven que soñaba con París y que en su vejez
añoraba Buenos Aires. Muchos de los pasos que dio a lo largo de su interesante
vida se pueden rastrear a través de la fotografía. No puede faltar en toda
biblioteca de un cortazariano el hermoso álbum biográfico que Alfaguara publicó
este año con motivo del centenario de su nacimiento (Cortázar de la A a la Z, edición de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga). Una suerte de diccionario biográfico que se pasea por los momentos más especiales de ese gran jugador. Porque si algo
definía a Cortázar es su eterna cualidad de niño que invita al juego. El hecho de que uno de sus textos imprescindibles, Rayuela, tome el nombre de un afamado entretenimiento
infantil basta para dejarnos claro que toda la literatura de Cortázar establece
un juego con sus lectores. Otro ejemplo sería el breve relato Continuidad de los parques, en el que
vemos claramente cómo la literatura es un divertimento. ¡Y qué decir de sus
cronopios, esos seres verdes y húmedos, idealistas y tan poco convencionales! Nos
hizo cómplices de una realidad que él entendía como fantástica, y que así la
trasladó a cuentos tan inolvidables que muchos le consideran uno de los
maestros indiscutibles del género y el autor que revolucionó las letras
hispanoamericanas, aunque estoy convencida de que él no hubiera estado de
acuerdo con esas afirmaciones:
“Un
escritor de verdad es aquel que tiende el arco a fondo mientras escribe y
después lo cuelga de un clavo y se va a tomar vino con los amigos. La flecha ya
anda por el aire, y se clavará o no se clavará en el blanco; sólo los imbéciles
pueden pretender modificar su trayectoria o correr tras ella para darle
empujoncitos suplementarios con vistas a la eternidad y a las ediciones
internacionales”.
“La
verdad es que la literatura con mayúscula me importa un bledo, lo único
interesante es buscarse y a veces encontrarse en ese combate con la palabra que
después dará el objeto llamado libro”.
Manual de instrucciones:
citas y anécdotas
Tal
y como él hiciera con sus lectores en Manual
de instrucciones, dándonos las claves para cantar, tener miedo o llorar,
entre otras muchas cosas, creo que una de las mejores maneras para conocer al
Cortázar autor y al hombre es a través de sus anécdotas y sus reflexiones. Uno de los recuerdos más curiosas se remonta a
su niñez, cuando empezó a escribir poemas antes de centrarse en la prosa. Cortázar
los definía como “malos, cargados de sentimientos ingenuos y de toda la
cursilería de un niño”, pero al mismo tiempo asombraban por la “eficacia
formal, por las estructuras rítmicas”. Su madre, orgullosa, decidió
mostrárselos al resto de la familia y esta declaró que esos sonetos eran plagiados,
copiados de algún libro, puesto que Julio siempre estaba leyendo. La madre le
preguntó si lo que decían sus familiares era cierto, y los poemas pertenecían a
algún libro. “Creo que nunca he llorado tanto”, dijo.
“¿Cuáles
son sus planes para el futuro inmediato?”
“Sacar
esta maldita hoja de la máquina y servirme un pernod doble con mucho hielo”
(De
una entrevista realizada por la editorial Pantheon, 1964)
Un
día recibió una conmovedora carta de una lectora joven de Estados Unidos que
estaba a punto de suicidarse y empezó a leer Rayuela. Cuando lo terminó, tiró las pastillas porque comprobó que
sus problemas no eran únicamente de ella, sino de mucha gente. Agradecida,
envió una carta al escritor para decirle que su libro le había salvado la vida.
“Entonces,
cuando se publicó Rayuela descubrí
que estaba destinado a los jóvenes y no a los hombres de mi edad. ¿Por qué? Yo creo
que es porque en Rayuela no hay ninguna
lección. A los jóvenes no les gusta que les den lecciones (…) Los jóvenes
encontraban allí sus propias preguntas, sus angustias de todos los días, de
adolescentes y de la primera juventud”.
En
el año 1942, dio la vuelta a Argentina gracias a un boleto para maestros y
profesores que valía 80 pesos y que permitía usar toda la red de los
ferrocarriles del estado en primera clase, subiendo y bajando donde uno
quisiera.
“Silbar
viejos tangos centrados en melancólicos destinos de ida o de venida es una de
mis muchas maneras de seguir estando en Buenos Aires”
Se
confesaba un gran viajero por culpa de Julio Verne. La lectura de sus libros
hizo que los viajes fueran para el pequeño Cortázar el objetivo final de su
vida. De hecho, con diez años le dijo a su madre que quería ser marino, pero
ella decidió que era mucho mejor que fuese maestro. No llegó a ser marino, pero
cumplió su vocación de ser viajero y ver mundo.
“Yo
soy profundamente internacional. Soy absolutamente lo contrario del escritor,
sobre todo latinoamericano, que le gusta quedarse en su país, en su rincón, y
hacer su obra en torno a lo que lo rodea”
Cortázar
tenía la costumbre de leer los libros subrayando y marcando. Subrayaba toda
aquella frase que significaba para él un descubrimiento, una sorpresa o incluso
una revelación. Algunos epígrafes de sus cuentos salen de esa experiencia de
marcar y guardar un pequeño fragmento que después halló el lugar preciso que le
correspondía.
“Suponiendo
que pudiera rehacer mi vida, la música me interesaría más que la literatura”.
El argentino era una persona muy optimista y vital, confesaba que no era nada religioso, pero
dedicaba muchas reflexiones a la muerte y está muy presente en sus textos.
“Para
mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Creo que no deberíamos
morir y que la única ventaja que los animales tienen sobre nosotros es que
ellos ignoran la muerte”.
1914 y 1984, dos cifras
unidas por el azar
El
azar, ese elemento que tanto le gustaba y que le marcó desde su nacimiento,
hace que este año le recordemos doblemente: en febrero se cumplieron treinta
años sin él, y este mes de agosto se conmemora el centenario de su nacimiento. Un
año, el 2014, muy especial para todos los amantes de su literatura, ya que en septiembre,
Cortázar volverá a acercarse a nosotros de la mano de la editorial Libros del Zorro Rojo, que publicará La puñalada/El tango de vuelta, un libro originalmente publicado tras la muerte del
escritor y que tras estar perdida, ahora ha sido recuperada por esta editorial.
La
obra está ilustrada por el reconocido artista holandés Pat Andrea, y cuenta con
un epílogo de Enrique Vila-Matas. Este libro se une al ya mencionado Cortázar de la A a la Z. Álbum biográfico,
editado por Alfaguara y que recomiendo a todos sus lectores y a aquellos que
quieran adentrarse en su biografía y carrera. Es una pequeña joya visual que
nos acerca al hombre casi tanto como al autor. Una gran manera de seguir
manteniendo a Cortázar vivo a través de sus textos, permitiendo, como a él le
gustaba, invitar al juego. Porque la literatura era para el autor ante todo una
actividad lúdica.
“Me
consideraré hasta mi muerte un aficionado, un tipo que escribe porque le da la
gana, porque le gusta escribir”
Cortázar, en su amada París |