Hace mogollón que no escribo (ni aquí ni en ningún sitio). Y lo que es aún más preocupante, ni siquiera leo. Y ¡ojo!, que venía de una racha lectora muy buena de hasta ocho libros por mes. Pero llevo 60 días en blanco, con la mente paralizada, en encefalograma plano.
Le echaría la culpa a la leche que me di en la mano que me ha tenido cuatro semanas casi manca y pudiendo usar el ordenador poco, mal y a paso de tortuga, pero lo cierto es que esta paralización empezó mucho antes. Y tampoco es un bajón anímico, porque no es una mala época, estoy tranquila, normal. Incluso me está pasando alguna cosa buena. No tengo ni repajolera idea de lo que ha ocurrido para que, de repente, la parte artística-creativa (como queráis llamarlo) de mi cerebro se haya puesto en huelga, sin previo aviso. Pum, apagón, como si se le hubiera acabado la batería. No hay quien saque nada en limpio de ahí.
No se me ocurre nada. Lo poco que se me ocurre me da pereza escribirlo y cuando logro hacerlo me parece un zurullo como un piano. Cojo un libro y leo el mismo párrafo una y otra vez, en la página 50 aún no me acuerdo de como se llama el protagonista y me sorprende oír hablar del funeral de personajes que no sabía que se habían muerto.
Ni leer. ¡NI LEER, COLEGAS! ¿Qué leches me pasa?