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sábado, 4 de septiembre de 2010

GEORGE SANTAYANA: CONSIDERACIONES DE UN ESCÉPTICO EN MATERIA DE RELIGIÓN




Corría el año 1932 cuando Santayana abandona la ciudad de Roma, su "celda encalada de un convento de monjas situado en la falda del Aventino, frente a las ruinas del Palatino, que es como estar más allá de la historia", como describió el aposento Maria Zambrano; y se dirige a La Haya para dar en la Domus Spnoziana una conferencia bajo el título de "Religión última", en conmemoración del trigésimo centenario del nacimiento de Baruch Spinoza.


El texto de la conferencia se publicó al año siguiente en la Septimana Spinoziana, y ese mismo año, 1933, lo traducirá Antonio Marichalar y lo publicará en la Revista de Occidente. En el prólogo que acompaña a la traducción recogía Marichalar unos versos de Alfred Kreimborg que describen a nuestro filósofo:




Un alma escéptica


dentro de un pecho fervoroso


aporta su testimonio ecuánime


a la reyerta de los dioses




Traigo aquí un extraordinario y significativo fragmento de dicha conferencia en el que no sólo demuestra su maestría argumentativa, aportando un tensado hilo meditativo y reflexivo, sino que impregna los conceptos de una extraordinaria plasticidad y vivacidad:




"Cuando es nuestra voluntad la que manda, y parece que, sin saber nosotros cómo, no sólo nuestro cuerpo, sino el mundo la obdece, somos como Josué viendo el sol detenerse a una orden suya. En cambio, cuando damos órdenes y nada sucede sin embargo, somos como el rey Canuto, atónito ante la marea creciente que no le acata. Pero cuando hemos llevado a cabo una gran obra y hasta hemos encauzado de nuevo el curso de la historia, somos como Cantaclaro, que atribuye a su canto la presencia de la aurora.


¿Y cuál es el resultado? Que por un mero acto de conciencia y sinceridad, logra el espíritu inmediatamente, y de súbito, una de las percepciones religiosas más radicalmente importantes. Se da cuenta de que, a pesar de estar viviendo, es incapaz de vivir; de que aún pudiendo morir es incapaz de morir; y que, en suma, se encuentra -en cada instante y en cada evento- en manos de un poder ajeno e impenetrable.


Y eso es todo lo que sé de este poder, sentido. Por ahora, sólo es, para mí, la contraparte de mi impotencia. Desde el momento en que no tengo medios para saber hasta dónde llega ese poder, no me atrevería a llamarlo todopoderoso, pero no dudo en llamarlo, acuñando una palabra, "omnificiente"; ya que es, para mí, por definición, el hacedor de todo lo hecho.


No sostengo la validez física de este sentido de causa o de agencia: me limito a sentir lo que hay de fuerte, de bueno, de hostil, o de impenetrable en el mundo. Manifiesto tan sólo una impresión; y falta acaso bastante de aquí a que mi sentido del poder omnipresente pueda ser erigido en una teoría teológica de la omnipotencia de Dios. Pero la presencia moral del poder le sobreviene al hombre de noche, estando en el desierto, cuando se encuentra, como dicen los árabes, sólo con Alá. Reaparece asimismo en todo agudo predicamento, en las situaciones extremas, en el acto de nacer una criatura, en el de encararse con la muerte. Por lo que respecta a la unidad de este poder, no he de hallarla en sus diversas manifestaciones, sino más bien en mi propia soledad; en la unidad de este espíritu doliente, acosado por todos estos accidentes. Mi destino es solitario, trágicamente solitario; no importa lo diverso de sus causas. Atónito, como estoy, no se me exige que, aunque hubiera penetrado en el engranaje interno de las cosas, explicase si ese poder omnificiente es simple o complejo, continuo o espasmódico, intencional o ciego. Me hallo frente a él en actitud sencillamente receptiva, del mismo modo que si me encontrase en Roma frente a la gran fuente de Trevi ¿Qué veo allí? Veo chorros y cascadas fluir en surtidores separados y en diversas direcciones. No estoy cierto de que sea un solo Pontifex Maximus quien la haya trazado por entero, encauzando esas aguas melodiosas por esos precisos canales. Más de una corriente se habrá agostado desde su creación, o se habrá desviado. Frescas lluvias del cielo han podido, hoy, sumar quizá nuevos riachuelos. Quién sabe si detrás de aquellas falsas rocas no hay algún geniecillo oculto que tergiversa las aguas por juego. Y ¿cómo conocer el cúmulo de detalles que, en mi imaginación, han cambiado de sitio o se han multiplicado por un efecto de óptica tan sólo? Y, sin embargo, existe aquí para el espíritu una impresión total y maravillosa: el estruendo de una fuerza que se afronta conmigo en un admirable y teatral espectáculo."


viernes, 3 de septiembre de 2010

GEORGE SANTAYANA Y JORGE GUILLÉN












Hacia 1947 George Santayana acometió la tarea de traducir una décima de Jorge Guillén, perteneciente al poemario Cántico. Realizó de ella varias versiones hasta que finalmente le envió la definitiva al autor vallisoletano en julio de 1950, al Wesley College de Massachusetts, donde entonces aquel impartía la docencia. Esta versión será la que recoja el volumen manuscrito Posthumous Poems y que se publicará en el volumen póstumo The Poet´s Testament (1953)
He aquí el poema de Guillén, seguido de la traducción de George Santayana:

ESTATUA ECUESTRE

Permanece el trote aquí,
Entre su arranque y mi mano.
Bien ceñida queda así
Su intención de ser lejano.
Porque voy en un corcel
A la maravilla fiel:
Inmóvil con todo brío.
¡Y a fuerza de cuánta calma
Tengo en bronce toda el alma,
Clara en el cielo del frío!


EQUESTRIAN STATUE

Motion stays suspended here
Twixt its starting and my hand.
Tightly braced the paces stand
Well planned for a far career.
For I ride a courser bent
On a marvelous intent:
Never moving, ever bold.
Ah, by whatcalm strenght of will
Lives in bronze my whole soul still
Clearer in the ethereal cold!


En 1951 Jorge Guillén visitará a George Santayana en Roma, por entonces recluido -desde finales de 1941-en una habitación de la Clinica della Piccola Compagna di Maria, cuidado por las Hermanas Azules irlandesas (Blue Nuns). De este encuentro se tiene noticia por una carta enviada a Pedro Salinas y por las declaraciones que hizo a Juan Guerrero y que esté plasmó en un artículo publicado en la revista Ínsula, en el año 1952.


En esta visita, Guillén le agradece su traducción del poema al inglés y le expresa su deseo de traducir él alguno de los suyos al castellano. Aunque no se decide por ninguno en particular, será, finalmente, el "Soneto L", de 1895, recogido en Poems (1923), el que elija Guillén, publicado junto al poema traducido por Santayana en The Journal of Philosophy, en 1964, en conmemoración del primer centenario del nacimiento del "Old Philosopher", como lo llamara su amigo Wallace Stevens en un célebre poema.
He aquí el soneto de Santayana y la traducción que de él hizo Jorge Guillén:

SONNET L

Though utter death should swallow up my hope
And choke whith dust the mouth of my desire.
Though no dawn burst, and no aurorean choir
Sing GLORIA DEO when the heavens ope.

Yet have I light of love, nor need to grope
Lost, wholly lost, without and inward fire;
The flame that quickeneth the world entire
Leaps in my breast, with cruel death to cope.

Hath not the night-environed earth her flowers?
Hath not my grief the blessed joy of thee?
Is not tne comfort of these singing hours.

Full of thy perfectnees, enough for me?
They are not evil, then, those hidden powers:
One love sufficeth an eternity

SONETO L
A la memoria de Jorge Ruiz de Santayana.

Aunque muerte absoluta se trague mi esperanza
Y con polvo sofoque la boca a mi deseo,
Aunque ninguna aurora despunte y ningún coro
Entone GLORIA DEO cuando el cielo se abre

Tengo una luz de amor, no voy perdido a tientas,
Del todo ya perdido, sin un fuego por dentro.
La llama que animó todo el espacio humano
Cubre a saltos mi pecho, se encara con la muerte.

¿No posee la noche de la tierra sus flores?
¿Mi aflicción no posee contigo la alegría?
¿No será suficiente para mí el gran consuelo

De estas horas que así, por ti perfectas, cantan?
No son malos entonces los ocultos poderes,
Que basta un solo amor para una eternidad.


martes, 31 de agosto de 2010

LA POESÍA DE GEORGE SANTAYANA



"Desde luego, si no sentimos la poesía de las cosas, no podremos vislumbrarla en algún reflejo verbal de ella captado por un poeta; pero yo soy un verdadero poeta al sentir esa poesía, y los críticos no son buenos críticos si les pasa por alto esta circunstancia". Esto lo decía George Santayana, o lo que es lo mismo, Jorge Ruiz de Santayana, aquel "místico castellano", como lo llamara Antonio Marichalar en Revista de Occidente (1924), nacido en 1863 en Madrid. Lo decía en las páginas de su escrito Apologia pro mente sua (1940), como respuesta a unas críticas a sus poemas por parte de los profesores Rice y Hogwate.




El filósofo Santayana admitía que había abandonado, por entonces, la poesía: "¿Por qué lo dejé? Yo diría que tuve la impresión -como la han tenido tantos otros poetas recientes- de que lo que yo tenía que decir, podía decirse mejor sin la forma poética tradicional, esto es, en prosa, pues no se me ocurrió la invencón de recursos tipográficos para convertir la prosa en poesía".




La versificación tradicional se le mostraba insuficiente o poco adecuada como forma donde abocar sus intuiciones, sus ideas. Como muy bien dice Santayana, el trato de la prosa como poesía o esa difuminación de sus límites precisos, fue algo que fecuentaron muchos poetas: "En realidad, salvo cuando el metro sigue siendo una cosa instintiva como los buenos modales, una nueva frase gráfica, una metáfora original profunda, se deslizan de un modo más fácil y libre en la prosa líqudida que a través de la malla del verso". Prosa líquida, bella imagen que expresa a las claras el género de algunas de sus páginas.




Pero, pese a lo dicho en este escrito de 1940, Santayana no dejó de regresar a los poemas, como demuestran los poemas inéditos que recogió William G. Holzberger en su edición de The Complete Poems of George Santayana (1979). La poesía y no sólo la imaginación poética o su intuición, lo que podríamos llamar "poeticidad", que vemos aparecer en sus escritos, en sus ensayos, fue una constante en su vida. Precisamente su primer libro fue Sonnets and Other Verses (1894), a los que seguirían otras ediciones, así como nuevos libros y antologías, hasta su último libro, ya editado póstumemente, The Poet´s Testament: Poems and Two Plays (1953).






El soneto III de su primer poemario fue el primer poema que escribió, con dieciocho años, y, según comentó en una entrevista en Roma, antes de morir, lo realizó a partir de un pasaje de Las Bacantes de Eurípides. Dice su primer terceto:


"Nuestro saber es una tea humeante de pino


que alumbra el camino sólo un paso adelante


a través de un vacío de misterio y horror"




Esta traducción es la que realiza el profesor de la Universidad de Valladolid, Cayetano Estébanez, en su edición de una antología de los poemas de Santayana, que editó el Museu Valencià de la Il·lustració i la Modernitat (MUVIM), dentro del homenaje que esta entidad, con Román de la Calle al cargo del mismo, le tributó con un Congreso Internacional, a finales de 2009.




Hasta ahora contábamos con la traducción de diecisiete poemas por Ceferino Santos, editada en la revista Humanidades (1964), y la más extensa de José María Alonso Gamo, Un español en el mundo. Santayana, poesía y poética (1964). A estas dos, pues, hemos de celebrar la que ahora nos brinda la antología de Cayetano Estébanez, George Santayana. Materiales para una utopía. Antología de poeas y dos textos de poesía (2009).




Selecciono dos poemas que me parecen una buena muestra de su quehacer poético:


CABO COD

La baja y arenosa playa, el matorral y el pino,
la bahía y la larga línea del cielo, -
¡Oh, qué lejos estoy de casa!

La sal, olor a sal del aire espeso del mar,
y las piedras redondas que desgastan las mareas, -
¿Cuándo vendrá el buen barco?

Los míseros tocones, quemados y negruzcos,
y la blanda rodera del giro de una carreta, -
¿Por qué es el mundo tan viejo?

El rumor de la ola y el cielo, ancho y gris,
donde vuelan los grajos y la lenta gaviota, -
¿Dónde están los muertos incontables?

Los sauces inclinados junto a la ciénaga,
el gran casco varado y el tronco flotando
¡Con la vida comenzó el dolor!

Y entre los oscuros pinos y la orilla plana, -
¡Oh, el viento, y el viento, para siempre!
¿Qué será del hombre?




EL TESTAMENTO DEL POETA

Le devuelvo a la tierra lo que la tierra me dio,
todo va para el surco, nada para la tumba.
Se ha consumido el pábilo y la vela del espíritu;
la vista no podrá ir adonde fue la visión.

Sólo dejo el sonido de muchas palabras
oídas al azar con ecos burlones.
Canté al cielo. El exilio me hizo libre,
llevándome de mundo en mundo, desde todos los mundos.

Librado por las furias y los amables hados,
pisé los firmes claustros de la mente.
Todo tiempo, mi presente, todo espacio, mi lugar,
ni miedo ni esperanza ni envidia vio mi rostro.




FRANCISCO FUSTER: "La poesía de Juan Antonio Millón"

  Leo por segunda vez en siete días el poemario de Juan Antonio Millón, Paisaje desde el sueño (Brosquil Ediciones, 2008). Al igual que me ...