miércoles, 17 de agosto de 2011

LO QUE EN EL MUNDO TERMINA CON CERNUDA





El libro de Antonio Rivero Taravillo, Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), segundo volumen de la más completa biografía que poseemos del autor de La realidad y el deseo, termina, precisamente, con una frase del poeta sevillano que yo he querido utilizar como título para este comentario: "Nadie podrá ya evocar para el mundo lo que en el mundo termina contigo".
Aunque el biógrafo utilice estas palabras desde la humildad bien entendida, declarando que, por más que queramos, ni encontraremos a Cernuda en la fosa del Panteón Jardín, "ni está tampoco, o no del todo, en esta biografía", la verdad es que en ella hallaremos, haciendo uso del rigor y la honestidad, la investigación paciente y una precisa exigencia de síntesis, las huellas de una vida plena y una voluntad férrea de poesía.
En vano buscará en Roma a Roma el viajero, nos recordaba Quevedo, pero sólo allí podrá quien ama a Roma reconocerla y rendirse a ella. Lo mismo, pues, nos acaece, con esta biografía que nos presenta Antonio Rivero, urdiéndola no sólo de datos precisos y de panorámicas vitales, sino con la continua referencia a la labor poética y literaria de nuestro autor.
Es un gozo poder recorrer los itinerarios cernudianos de la mano diligente de Antonio Rivero. Allí vemos desgranarse las penurias, las incertidumbres, los hallazgos poéticos, las amistades y los desencuentros, los momentos de plenitud y belleza que a lo largo de sus años de exilio vivió el poeta de la luz y la sombra, al decir de Octavio Paz.
Libro, pues, de información detallada, pero también de reflexión, que nos invita a seguir los vericuetos de la obra de Cernuda, y a indagar las claves de su poesía y de su vida a veces esquiva y esquinada, siguiendo los más variados testimonios y fuentes documentales, tanto orales como escritas.
Vuelvo a incidir en el gozo que suponen estas páginas que nos brinda Antonio Rivero, porque a través de ellas vemos planteada de una forma exacta y concreta la terrible experiencia del exilio y la altura moral de los exiliados, su valor y su tenacidad, su íntimo dolor y su esperanza íntima.
Si tuviera que resaltar de ella algo, sería sin duda la íntima trabazón que logra Rivero de la vida y la obra de Cernuda, y cómo, siguiendo la lectura de algunos poemas vemos a las claras sus actitudes, su intimidad; o cómo, determinados acontecimientos, hechos precisos cuelan la luz en algunos de los versos de su obra.
Para mí han sido especialmente atractivas y sugerentes las páginas dedicadas a la relación de Cernuda con Salvador Alighieri, siguiendo la estela de Poemas para un cuerpo; así como las páginas, terriblemente evocadoras y felices, que exponen la estancia de Luis en La Habana y su relación con María Zambrano y Lezama Lima: ¡qué belleza y qué profundidad la del texto de "Aire de La Habana", qué bien traído y qué bien indagado!
Felicitémonos y gocemos, pues, de esta completa biografía donde, sí, Antonio, sí encontramos a Cernuda, aquel cuerpo y, sobre todo, aquellos versos, que nos siguen emocionando y por los que seguimos transitando desde el silencio más atento a su locuacidad, sabiendo, eso sí, que con él, con Cernuda, termina un mundo.

domingo, 17 de abril de 2011

EL FILÓSOFO Y LA CIUDAD ANTIGUA

Ortega y el Calvario de Sagunto


A semejanza del trilobites en su nicho pétreo, la ciudad antigua, hoy simulacro fósil, dormita su sueño secular atenta a la mirada de aquellos viajeros que restañarán con su imaginación la herida de esos años idos. Ellos, mentores de una casta especial de hombres, aquellos que nacen con la "extrañeza", insuflarán en la "inquieta et mobilis homini mens" senequiana. espíritus salvíficos y soplos soñadores que harán de aquella una ciudad ideal, entretejida de metáforas e imágenes: "E'l silenzio ancor suole / Aver prieghi e parole", nos dice Tasso.

Porque la ciudad, como nos enseñó Victor Gómez Pin, en su bello libro sobre Venecia, "es cómplice indisociable del lenguaje" y sobre él proyectamos fílmicamente las exigencias de nuestro deseo, pero también los vértigos y los conflictos que nuestra tradición histórica, múltiple y contradictoria, nos depara. "…vemos por doquier a nuestro alrededor / las viviendas de hombres de antaño, / vestigios ... /... Esos hombres ... ¿qué ha sido de ellos?", se preguntaba T'ao Chien en el siglo IV de nuestra era. Al otro lado de la laguna Estigia oímos decir a Séneca, dirigiéndose a "Helvian rnatrem", pero también a T'ao y a nosotros mismos, que todos estos cambios, todos estos traslados, no son sino exilios colectivos, "Publica exilia".

Y como toda diáspora, en ésta también anida la esperanza, la que como humanos nos es lícito tener, ipsum est, que después de todo nada por completo está perdido. Pero dejemos que Benedetto Croce lo exprese de forma paradójica: "Nada de lo que nace muere de aquella muerte completa que sería idéntica al no haber jamás nacido: si todo se transforma nada puede morir". Filosofía y viaje han estado desde un primer momento íntimamente ligados. Las metáforas del conocimiento como "vía", de la sabiduría como "iniciación" o "recorrido", del sabio como aquel que se desplaza en busca de una "sofía" que implica una ascensión (quizá "askia": abandono de la sombra, huida hacia la luz) o un descenso "ad inferos", órficamente; todo ello son claros ejemplos de esta consaguinidad.

Será Parménides quien ya en su pasado remoto, en su Poema plantee de forma explícita esta disposición: "Las yeguas que me transportan y a cuanto el ansia llegara me aviaban así que me echaron al milvocero camino de la deidad, que por toda ciudad lleva al hombre que sabe". En el otro extremo del hilo del ser y su pensamiento vemos los dedos tedescos de Heidegger que escriben sobre la tabula rasa: "camí i mesura / sender i cantar / es troben en única via. / Camina i porta / error i pregunta / pel teu únic tret". Son extraños versos que Joan B. Llinares trasladó de su origen lingüístico hasta las riberas de este otro idioma que tiene entre sus tribunas más eminentes al también filósofo y viajero Raimon Llull.

Sería interminable una lista de exempla donde el binomio filosofía-viaje quedara reflejado. Sólo aludiremos al ascenso que hizo Petrarca a la cima del Mont Ventoux, donde leyó pasajes de Las Confesiones de San Agustín; y sin más dilación exclamaremos con Bandelaire: "Etonnants voyageurs! Quelles nobles histories / nous lisons dans vos yeux profonds comme les mers! / Montrez-nous les écrins de vos riches mémories, / Ces bijoux merveilleux, fait d'astres et d'ether / ... Dites, qu'avez-vous vu?". Y solícitos les vemos desgranar un logos que nos seduce y nos empapa de curiosidad. ¿Cuántas más cosas quisiéramos saber y aún nos están vedadas?


Hoy, aquí, se nos muestran dos de aquellos a los que Platón, en su ciudad que no es la muestra, denominó “amigos del pensar”, o como uno de ellos mismo propuso, “espectadores”: Benedeto Croce y José Ortega y Gasset. Los dos visitaron Sagunto. Alrededor de siete lustros separan una de otra visita, pero ambas se unen por el polo de atracción de Saguntum, devenido con el paso del tiempo en aquello que Michel Butor llamó "établiment", es decir, punto de orientación a la vez geográfico y mitológico.

Quizás nos sentimos más abrigados al saber que aquellos lugares por los que nuestra infancia, sobre todo, y la ya larga vida que mantenemos ha vagado, han sido hollados también por aquellos pies; que estos paisajes han sido, al menos un instante, reunión de almas dispersas y ensoñadoras, aunque bien sepamos que es cierto aquello que nos dejó dicho Italo Calvino: "Creemos que seguimos mirando la misma ciudad y la que tenemos delante es otra, aún inédita, aún por definir". Aún siendo así, brindemos hoy en aquellos "calices saguntini" de Valerio Marcial, y celebramos a Silio Itálico por quien sabemos que nuestra ciudad tuvo su espíritu. Fue así, pues, una cabal ciudad antigua. El mismo Calvino nos lo recuerda: "Los antiguos representaban el espíritu de la ciudad con ese algo de vaguedad y ese algo de precisión que esa operación conlleva, evocando los nombres de los dioses que habían presidido su fundación". Evoquemos pues en Croce y Ortega a Zacynthos, y con ellos a los dos grandes tributos que nos legó la Hélade: La ciudad y la filosofía.

viernes, 15 de abril de 2011

ORTEGA Y GASSET EN SAGUNTO




El comentario de Isabel Mallén a mi poema que aparece en la anterior entrada, "Hogueras de Abril", me ha hecho reparar en la figura mítica de nuestro Pic dels Corbs, una cumbre señera de nuestra comarca, el Camp de Morvedre, que conserva un interesante yacimiento de la Edad del Bronce.

La figura del Pic se puede apreciar detrás del filósofo José Ortega y Gasset, en la fotografía que abre este post. Dicha fotografía corresponde al viaje que Ortega realizó a nuestro País Valencià en el año 1934 acompañado por el notario Antonio Mora y Antonio Mingarro , miembros valencianos de la Agrupación al Servicio de la República.

FÉLIX AZZATI Y JOSEP VICENT MARQUÉS

Preparando un texto para la serie radiofónica “Historias desde las esquinas” de Onda Cero Sagunto (finalmente no grabado) sobre el periodist...